
- 271 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El primer amor
Descripción del libro
«El primer amor» (1858) es una novela de Alberto Blest Gana, publicada por entregas en la revista «El Pacífico». Solo hace unos días que Fernando vio a Elena, una elegante y rica joven, pero ya está perdidamente enamorado de ella. Su amigo Marcos, que conoce la historia de la mujer, está dispuesto a ayudarle a conocerla.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
ClásicosVI
Fernando, entre tanto, alentado por los consejos de Marcos, habia pasado aquel dia en medio de las encontradas emociones a que dá lugar una espectativa importante. Su primer cuidado, al levantarse, habia sido rejistrar su guarda-ropa y sus bolsillos, operacion en la cual sus esperanzas y desconsuelos se habian simultáneamente dividido el dominio de su corazon: desques de una escrupulosa revista, en la que su espíritu se habia ocupado como de una cuestion de vital trascendencia, habia decidido presentarse en casa de Elena, estrictamente vestido de negro, espediente que, a mas de cuadrar con sus deseos, le permitiria ocultar el estado poco brillante de sus recursos. Doña Adelina, por su parte, se encargó de proveer el bolsillo poco abundante del poeta, para el caso que podria presentarse de alguno de esos juegos que sirven de pasatiempo en muchas reuniones.
Armado de este modo para su primera campaña, Fernando se dirijió alegre y lijero a casa de su amigo que lo esperaba pronto a salir: ambos se encaminaron a casa de Elena; Marcos entonando distraidamente un romance de ópera, mientras Fernando, a cada paso que avanzaba, sentia desvanecerse toda su entereza.
Los dos jóvenes entraron al salon donde hemos visto a Elena y Adela, en el que se hallaban ya reunidas varias personas. Fernando abrazó con una mirada de enamorado a Elena y todos los objetos de lujo que adornaban aquella pieza. La atmósfera tibia que allí se respiraba, la elegancia de los muebles y cortinas, la muelle suavidad de las alfombras, la profusion de las luces, y mas que todo, la brillante hermosura de Elena, le infundieron en el alma una de esas admiraciones indefinibles que abisman el espíritu en una muda y reverenciosa contemplacion. Conducido por Marcos, el poeta se adelantó maquinalmente sin hacer alto en las miradas de varios convidados que lo observaban con curiosidad.
Elena, de pié junto a la poltrona ocupada por Adela, ostentaba la esbelta majestad de su talle en una de esas actitudes que algunasmujeres parecen haber estudiado para hacer valer toda la gracia y riqueza de su porte. Sus brazos desdunos, adornados tan solo por dos pulseras de terciopelo abrochadas por hermosos brillantes, revelaban la sedosa delicadeza de su cútis, sobre las torneadas ondulaciones de una musculacion suave y compacta, mientras que sus manos, sin guantes, parecian desafiar por su pequeñez y blancura los antojos del mas descontentadizo observador. Fernando, al ser presentado por su amigo, acarició con ávidos ojos todas las riquezas físicas de aquella jóven, la divinidad encantadora de sus últimos sueños, que su entusiasmo habia colocado a una altura deslumbrante. La vida, la felicidad suprema, todo el prestijio del porvenir, se resolvió en aquel momento para él en esta frase: ser amado por ella. La popular teoría de la predestinacion de las almas destinadas a otra sobre la tierra, le pareció sublime, creyendo haber encontrado la dulce hermana de la suya, lo que debia prestarle sus álas para escalar el mundo portentoso del amor.
Las palabras que siguieron a la presentacion, no pasaron de las fórmulas ordinarias de la sociabilidad y la etiqueta, de sentido banal e insignificante, terminadas las cuales, Fernando se retiró a la pieza vecina, ocupada tan solo por algunos fumadores. Allí, libre de la conversacion jeneral, se entregó a contemplar, al traves del tabique de vidrio que separaba ambas piezas, los movimientos y actitudes de Elena, sintiéndose incómodo y descontento cada vez que algun elegante se acercaba a hablarla, y envidiando cada una de sus sonrisas dirijidas en medio de la conversacion. La elegancia de todos los jóvenes que rodeaban a Elena, volvió a colocarlo tambien frente a frente con su pobreza, haciéndole entrever como desesperada la empresa que se habia propuesto realizar. Su atencion se fijaba sobre todas esas costosas superfluidades que constituyen el lujo de los hombres, pensando que para poder gastar ricas botonaduras, finos y costosos chalecos, corbatas de primerosos calados, camisas bordadas y trasparentes, la fortuna de sus padres, puesta a su disposicion, desapareceria en mui corto tiempo en ese abismo de crecientes necesidades. Todas estas observaciones, detalladas una a una con la prolijidad de su deseo, presupuestas en su imajinacion sin la esperanza de poder realizarlas, ponian doble precio al objeto de sus aspiraciones, animándole con la rábia febril, que a veces lo arrojaba en crueles desconsuelos, y a veces le infundia el valor de desesperadas resoluciones.
Para distraer su espíritu, se dirijió de nuevo al salon en busca de Marcos, el cual vino ácia él, llamándolo a la opuesta estremidad de la pieza, mientras se cantaba un duo entre dos de las convidadas. Marcos describió cada una de las personas que allí estaban, imponiendo a Fernando de los gustos y antecedentes de todos.
— No creas, le dijo al terminar, que el gusto literario sea el costado saliente de todos los que ves aquí; entre los que lo profesan, hai quienes consideran a Dumas como el primero de los novelistas, diciendo que los Mosqueteros son el primer poema épico de la Francia: creo que esta opinion te bastará para apreciar el juicio de los que tal vez sean tus jueces, ya que has dado en la manía de hacer versos, el mas indijesto bocado para la mayoría intelijente: y te digo la mayoría, porque el pequeño número de estudiosos apenas podrá hacer oir su voz en medio de la opinion jeneral. Esto, sin embargo, no debe desalentarte, pues te queda la opinion femenina, que, como creo haberte dicho, por ser emanada del corazon, te juzgará por el sentimiento y la delicadeza, dotes que en tu calidad de poeta, debes conceder aun mas que yo a las mujeres.
Marcos, al terminar esta frase, abandonó a su amigo, el que, despues de tomar parte en algunas conversaciones que soberanamente le fastidiaban, y despues de oir tocar repetidas veces el piano a varias notabilidades, se habia retirado ya del salon, desesperado de poder hablar con Elena, rodeada siempre de un numeroso círculo de adoradores: el pobre poeta, con la propia impaciencia de sus años, maldecia la insipidez de aquella sociedad, sin en contrarse con fuerzas para abandonarla.
Engolfado en sus reflexiones, con los ojos fijos en la alfombra, parecia olvidarse poco a poco del lugar en que se hallaba, cuando llegó a sus oidos el roce de un vestido de mujer que pasaba delante de él; y al alzar los ojos, solo pudo ver a Elena que pasaba a las habitaciones del interior: vamos, se dijo con despecho, he perdido la única ocasion que tendré tal vez para hablarla; qué pobre idea debe tener de mí!
Apenas se hacia esta reflexion, Elena volvió a aparecer y se sentó en una poltrona en la misma pieza donde se encontraba Fernando, y fijando en él por un momento sus grandes ojos, le hizo con la cabeza señas de acercarse hácia ella. El poeta no se hizo repetir dos veces la invitacion, colocándose tembloroso delante de la jóven que, sin parecer notar su turbacion, le dijo con afectuoso acento:
— Siéntese y conversemos.
Fernando se colocó maquinalmente al lado de ella sin pronunciar una sola palabra: la repentina confianza de Elena, así como en dias pasados la indiferencia y etiqueta de su acojida, lo llenaba de turbacion y timidez.
— Sabe Vd., Sr. Reinoso, dijo Elena, que deseaba mucho este instante para hacerle una reconvencion?
— Señorita, dijo Fernando, aunque sea para reconvenirme, su deseo me enorgullece sobremanera.
— Me ha dicho Marcos, continuó ella, que Vd. rehusaba venir aquí.
— Es decir, replicó Fernando ruborizándose, que por temor no me atrevia a hacerlo.
— ¡Temor! ¿y por qué?
— Porque desconfiaba de mí mismo.
— Y no ha sido por orgullo? dijo Elena fijando en él sus ojos como si quisiese sendear el pensamiento del jóven.
— No, contestó éste, protesto a que ha sido desconfianza.
— Se, dijo, que Vd. habia hallado mui fria la acojidaque le hice a Vd. en la plaza. — Ya ve Vd. que por verlo justificarse estoi violando la confianza que en mí ha puesto su amigo.
— Ya que Vd. me honra a tal punto, dijo Fernando, seré franco confesándola que Marcos en eso le ha dicho la verdad.
— Es cierto, dijo Elena pensativa, Vd. tiene razon; y yo ahora le ofrezco escusas por mi frialdad. Yo tambien usaré con Vd. la misma franqueza diciéndole que en esa noche me sentia triste y preocupada, y por eso he querido reparar esta falta.
Estas palabras fueron pronunciadas con tan sentida y natural confianza, que Fernando se creyó por encanto trasportado al colmo de la felicidad: el acento amistoso de la voz de la jóven le hacia sentir todas las delicias de los que en la voz de la mujer querida encuentran la única melodía de sus almas, el sonido único y solo que puede resonar en sus corazones, haciendo vibrar sus mas harmoniosas fibras. En ese momento Fernando habia querido abrir su corazon ante aquella mujer y contarla con la elocuente sincerid...
Índice
- El primer amor
- Copyright
- I
- II
- III
- IV
- V
- VI
- VII
- VII
- IX
- X
- XI
- XII
- XIII
- XIV
- XV
- XXI
- Sobre El primer amor