
- 109 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El premio del bien hablar
Descripción del libro
El premio del bien hablar es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso articulado en torno a una joven sevillana que ha de aceptar un matrimonio de conveniencia por orden de su padre, al menos hasta que un apuesto caballero se cruza en su camino.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura generalActo II
Salen DON JUAN y MARTÍN.
MARTÍN Parece nuestra historia encantamento.
DON JUAN No lo parece si lo es.
MARTÍN Al día
abre las puertas con dorado aliento
la bella aurora que las flores cría.
DON JUAN Estaba (como digo) en mi aposento, 5
cuando la noche el filo igual tenía
en la balanza con que pesa estrellas,
más triste que ella suele estar sin ellas.
Pensaba solo en mi querida hermana,
cuando oigo abrir la puerta, y que Rufina 10
me dice que Leonarda, más humana,
hablarme en su aposento determina.
Voy tras la esclava, como sombra vana,
mira tú con qué luz mi error camina,
y, asido de su enfaldo, a escuras llego 15
a la esfera bellísima del fuego.
Una bujía, en una cuadra ardía,
y con vislumbre trémula enseñaba
lo que en la cuadra bien compuesta había,
que una cama de seda y oro estaba, 20
el ámbar de aire, en viento le servía,
que por las cuatro partes respiraba.
Allí yo te confieso que suspenso
llegar mi dicha por la posta pienso.
«¿Qué os detenéis?», (me dice la mulata). 25
-fol. 165v-
«Corred, cobarde, esta cortina luego.»
Y, descubriendo un cielo de oro y plata,
de una hermosa mujer me abrasa el fuego.
Yo, cuando pienso que Leonarda trata
de algún yerro de amor, que es siempre ciego, 30
conozco que es doña Ángela, mi hermana,
y fuese en humo mi esperanza vana.
«¿Qué es esto (dije), dulce hermana mía?»
Y como con su rostro me juntaba,
sentí que huésped en la cama había, 35
que Leonarda de celos suspiraba.
Martín, yo te confieso el alegría
que ver mi hermana en tal lugar me daba;
pero que en parte me pesó, pues creo
que fuera más dichoso mi deseo. 40
Después de hablar con ella más de una hora,
le dije: «¿Cómo este lugar tomaste,
pues era de Leonarda, mi señora?
¿Tan presto el noble término olvidaste?»
«Mandome (respondió) mudarle agora 45
para poder hablar cuando llegaste;
pasa de la otra parte, porque puedas
agradecer lo que obligado quedas.»
«Yo escucho desde aquí», (dijo Leonarda);
y detúveme yo, cobardemente; 50
pero ella, presumiendo de gallarda,
remitió su temor a su accidente;
fingió que el animal, el que acobarda
más las mujeres, se atrevió a su frente.
Ya ves con qué donaire fingiría 55
el miedo, que era entonces osadía.
Ya desvía las trenzas, ya la ropa,
ya del cuello los cándidos cambrayes,
ya se vuelve a cubrir con lo que topa,
mezclando alegre risa en dulces ayes. 60
Yo, viendo mi fortuna viento en popa,
le dije al corazón: «no te desmayes»,
cuando la luz a ruego suyo inclina,
aunque mulata su color, Rufina.
Sueltos en crespos rizos sus cabellos, 65
ondas de la tormenta del espanto,
-fol. 166r-
puso risueña, en mí, los ojos bellos,
no siendo el animal que temía tanto,
ratrató el alma entre las luces dellos,
y finjo, por la colcha que levanto, 70
que pasa el animal, y que le veo;
y era, lo que pasaba, mi deseo.
No ha visto el mismo amor desde que miente,
que desde que nació mentir sabía,
tan bien fingido espanto y accidente, 75
más bien trazado para dicha mía;
y fuelo grande estar su hermano ausente,
(porque a acostarse le conduce el día),
que nos pudiera oír; mas la ventura,
cuando ella quiere, todo lo asegura. 80
El rostro bajo a la bordada orilla
de la cama, por ver si hallaba el rastro,
y hallé una desmayada zapatilla,
que le faltaba el alma de alabastro.
Bien haya la limpieza de Sevilla, 85
porque por vida de don Juan de Castro,
que el más grave señor hacer pudiera
la limpia zapatilla bigotera.
Con esto, a mi aposento vuelvo, y digo
a mi fortuna mil requiebros, tales, 90
que desde agora a no sentir me obligo
por tales bienes, los mayores males;
no ha sido el sueño de mi bien testigo,
que apenas en los fúlgidos umbrales
del cielo puso el pie la blanca aurora, 95
cuando me halló como me ves agora.
MARTÍN Suceso estraño y último sosiego
de tu temor; más breve fue mi historia.
Por la mulata, a la cocina llego,
que andaba en esos pasos de tu gloria. 100
Dormía, echado en el umbral de...
Índice
- El premio del bien hablar
- Copyright
- Personas que hablan en ella.
- Acto I
- Acto II
- Acto III
- Sobre El premio del bien hablar