La batalla de las especias
eBook - ePub

La batalla de las especias

En la muerte de Sebastián Elcano

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La batalla de las especias

En la muerte de Sebastián Elcano

Descripción del libro

Alentado por el éxito comercial de la expedición de Magallanes tras el regreso de la Victoria cargada de clavo al mando de Juan Sebastián Elcano, Carlos I decide enviar a Las Molucas una segunda flota más ambiciosa a las órdenes de don García Jofre de Loaísa, secundado por el propio marino de Guetaria.Si en la primera expedición la división entre marinos españoles y portugueses estuvo a punto de dar al traste con los objetivos más importantes, en esta segunda será la división de clases entre los nobles capitanes castellanos lo que pondrá los resultados en el filo de la navaja, pues si por una parte considerarán a Loaísa falto de los conocimientos náuticos suficientes para encabezar la flota de siete barcos, por otra despreciarán a Elcano por no reunir la hidalguía suficiente para mandarlos.Desde la salida de La Coruña en julio de 1525 la desconfianza y los recelos irán minando el necesario espíritu de equipo que requiere una expedición de siete naves, lo que terminará por traducirse en desobediencias, deserciones, abandonos y motines, un maremagno de infortunios en el que tanto Loaísa como Elcano encontrarán la muerte en aguas del Pacífico.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a La batalla de las especias de Mollá Ayuso, Luis en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Ficción histórica. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9788418952944
Categoría
Literatura
1
Adiós a España
La Coruña, junio de 1525
El estruendo metálico de copas y vasos rodando y el de las voces e insultos de los que peleaban tuvieron la virtud de acallar el rumor de voces de la clientela habitual de la posada el Lagar do Cuadrado. Inopinadamente la hoja de un cuchillo brilló a la luz de los pábilos de los candiles y uno de los contendientes cayó al suelo en medio de un charco de sangre. Los mismos hombres que hasta ese momento habían asistido a la pelea como meros espectadores e incluso jaleado a alguno de los beligerantes adversarios, acorralaron y redujeron al que todavía conservaba en la mano el cuchillo salpicado con la sangre de su oponente y lo entregaron a los alguaciles que no tardaron en aparecer por el local. Una vez que estos abandonaron el lugar llevándose al agresor, el rumor de voces volvió a apoderarse del ambiente en el Lagar do Cuadrado, donde se alojaban los marinos más veteranos de la expedición a punto de zarpar, pues era norma que los novatos debían arranchar en los barcos.
—¿Os dais cuenta? A esto me refería cuando señalaba la conveniencia de prohibir a bordo los juegos de naipes y otros que inevitablemente suelen acabar en discusiones y peleas.
El fuerte acento extremeño de Hernando de Bustamante permaneció flotando sobre la mesa en la que el resto de hombres permanecía en silencio, sobrecogidos, quizás, por la escena que acababan de presenciar.
Bustamante, que había embarcado en el primer viaje al Maluco como barbero1, trabó a lo largo del periplo una sólida amistad con Juan Sebastián Elcano, hasta el punto de que este le escogió para acompañarle a la audiencia con el rey Carlos apenas un mes después de la arribada a Sanlúcar de los dieciocho primeros circunnavegantes del globo. Persona ponderada, justa y de probado sentido común, a iniciativa de Elcano se le habían asignado funciones de alguacil en el viaje que estaban a punto de comenzar.
—¿Qué opináis vos, señor Elcano?
La voz que se escuchó en esta ocasión denotaba un evidente origen vasco. Pertenecía al joven Andrés de Urdaneta, nacido en Villafranca de Ordicia, localidad cercana a Guetaria, tierra natal de Elcano, a quien habían llegado noticias de su desparpajo, sus buenas nociones de matemáticas, latín y filosofía, y, sobre todo, de sus ansias de ampliar conocimientos, por lo que había recomendado su embarque a don Francisco José García Jofre de Loaísa, comandante general de la segunda expedición al Maluco.
Ante la pregunta del joven Urdaneta todas las miradas convergieron en la figura de Juan Sebastián Elcano, segundo jefe de la expedición subordinado directamente a Loaísa, unos por conocer la respuesta a la pregunta formulada por Urdaneta, otros esperando algún tipo de rapapolvo al mismo por su osadía y los más por escuchar la voz del experto navegante vasco, introvertido hasta el punto de evitar pronunciarse si no resultaba del todo necesario.
—Lo que diga Bustamante —sentenció el de Guetaria—. Es el alguacil y en cuestiones de disciplina solo le escucharé a él. Por lo demás, quisiera terminar de escuchar el relato de Zeballos.
Los rostros se giraron hasta confluir en la barbuda faz del marinero natural de la coruñesa localidad de Puentedeume, experto en todo tipo de labores marineras tanto por encima como por debajo del agua.
—Señor, como os decía no resulta sencillo explicar lo que sucedió a bordo de la San Antonio en los vericuetos del pasaje que une los dos grandes océanos más allá del cabo de las Once Mil Vírgenes y, en cualquier caso, insisto en que ya fuimos juzgados por aquella falta, si es que la hubo.
Con el rostro crispado por el peso de aquellos acontecimientos que ahora recordaba a instancias del que en esos momentos era su superior, Gonzalo Zeballos insistía en proclamar su inocencia respecto a la deserción de la flota de Magallanes de la nao San Antonio, de cuya tripulación había formado parte en su día.
—No se os juzga Zeballos. Decís bien al recordar que toda la tripulación de la San Antonio fue sometida a juicio por aquella defección y ni a vos ni a nadie os encontró culpable.
Gonzalo Zeballos bajó la mirada y la posó en su vaso de vino intentando encontrar las palabras que mejor expresaran lo que sucedió realmente en aquellos días que ya parecían lejanos para todos menos para Elcano.
En realidad, el marinero gallego no había tenido ninguna responsabilidad en aquellos hechos, que, aunque, efectivamente la justicia ya había juzgado habiéndole exonerado de toda culpa, la historia había vuelto a revisar a partir del jubiloso regreso a Sanlúcar en 1522 de los dieciocho valientes de la nao Victoria.2
Parco en palabras, en realidad Elcano no estaba interesado en los extraños acontecimientos acaecidos en medio del paso que unía por el sur los dos grandes océanos Atlántico y Pacífico, ni tampoco en la extraña deserción de la San Antonio que tantas preocupaciones diera en su día a Magallanes, al que consideraba principal responsable de la misma como consecuencia del primero de los cuatro errores graves cometidos por el marino portugués a lo largo del periplo, el último de los cuales le conduciría a su propia muerte en Mactán.
A Elcano nunca le pareció bien señalar los errores del capitán general de la expedición y no los mencionó en las investigaciones sobre su figura que siguieron a su regreso a España tras completar la vuelta a toda la redondez de la tierra, sin embargo tampoco encontraba reparos en exponerlos privadamente, por eso, aunque la mayoría de los marinos reunidos en torno a aquella mesa conocían su punto de vista respecto a Magallanes, Zeballos, desertor a la fuerza de la primera expedición junto a sus compañeros de tripulación de la San Antonio y recién enrolado para la segunda, no era conocedor de esta circunstancia como tampoco lo eran algunos otros de los hombres de mar reunidos en aquella ruidosa posada, como el joven Urdaneta, que había sido reclutado como asistente de Juan de Santandrés, nombrado piloto mayor de la expedición. De ese modo, el taciturno marino de Guetaria encontró apropiado recordar una historia que podría servir para que los marinos más bisoños aprendieran hasta dónde podían llegar a conducirlos los enredos en la mar.
—Desde mi puesto de maestre de la Concepción yo escuchaba a unos y a otros —arrancó al fin el marino de Guetaria—, y en mi opinión Magallanes mintió al rey Carlos en Valladolid cuando le dijo ser conocedor del punto exacto donde se unían los dos mares. En realidad, nunca lo expuso de manera rotunda, a menos que lo hiciera secretamente ante el rey, pero no lo hizo ante nosotros ni tampoco ante los hidalgos castellanos que capitaneaban la mayoría de las naos. De haberlo sabido realmente habrían sobrado los esfuerzos por buscarlo en el mar de Solís3, donde otros lo habían intentado localizar antes sin éxito y el propio explorador Juan Pedro Díaz de Solís, Piloto Mayor de la Casa de Contratación, perdió la vida devorado por indios caníbales en el estuario del mar que lleva su nombre desde su sacrificio y que antes del mismo era conocido como mar de Jordán.
»Obviamente, no encontramos el paso en aquel mar sencillamente porque no era allí donde se encontraba, lo que movió a los capitanes castellanos a desconfiar de su comandante, al que acusaban de mentir al rey, y en aquellas trifulcas y dudas pudo esconderse la semilla del motín posterior en San Julián. Alguno de los capitanes llegó incluso más lejos y acusó a Magallanes de engañar a Carlos I haciéndole creer que era portador del famoso mapa secreto de Martin Béhaim, un reputado astrónomo alemán al servicio de la corona portuguesa. El paso de los años demostraría que su famoso mapa, que en realidad resultó ser un globo terráqueo, era precolombino, por lo que ni siquiera contemplaba el continente descubierto por el Almirante.
»Magallanes, en realidad, no era un navegante experto y buena parte de sus méritos los había acumulado en batallas pie a tierra. De hecho, su proverbial cojera era el resultado de una escaramuza en África en la que fue herido en una pierna. La razón de que Magallanes consiguiera convencer al rey de Castilla y al exigente Juan Rodríguez Fonseca, obispo de Burgos y presidente de la Casa de Contratación, radicaba en que cuando se presentó a Carlos I en Valladolid ofreciéndole su secreto y sus servicios lo hizo acompañado de Rui Faleiro, un reputado astrónomo portugués del que algunos aseguraban que había perfeccionado un método para el cálculo de la longitud. Eso, el hecho de que en sus servicios al rey de Portugal hubiera llegado hasta cerca de las Molucas, su amistad con el renegado portugués Francisco Serrano, del que se decía que había alcanzado importantes acuerdos con los caciques de la Especiería, su supuesta posesión del mapa de Béhaim, en el que, según se decía, aparecía localizado el paso al Mar del Sur y, sobre todo, su certeza compartida con Faleiro de que el Maluco quedaba del lado castellano respecto a la línea de demarcación convenida en Tordesillas, movieron al rey Carlos, en aquellos momentos necesitado con urgencia de caudales con los que afianzar el imperio y mantener la lucha ideológica contra el protestantismo de Lutero, a confiarle la expedición de cinco naos que, a pesar de que solo vio regresar una, constituyó un rotundo éxito comercial.
»Finalmente, Faleiro no formó parte de la tripulación al mostrar ciertos signos de enajenación, y para sustituirle y apoyar a Magallanes en materia de navegación la corona dispuso el embarque junto a él de Estevan Gomes, un experimentado navegante portugués naturalizado castellano que llevaba más de diez años al servicio de Castilla. Gomes prestó un buen servicio, al menos durante las primeras semanas de navegación. Pero teniendo un mayor conocimiento del mar que Magallanes y más años de servicio en Castilla asumió con disgusto no haber obtenido un puesto de mayor rango en la expedición y cuando, a raíz de la deposición de Juan de Cartagena como capitán de la San Antonio tras el incidente de los sodomitas en medio del Atlántico, vio como Magallanes nombraba capitán de la San Antonio al piloto Antonio de Coca, al que relevaría poco después por su primo Álvaro Mesquita, sin ningún conocimiento del mar y cuyo único mérito a la hora de acceder al cargo era su parentesco familiar con el comandante, ardió de rabia y comenzó a esparcir a diestro y siniestro rumores mal intencionados contra la figura de Magallanes, que en un barco pequeño como era la Trinidad, nao insignia del comandante portugués, no tardaron en llegar a sus oídos.
»Dice un viejo adagio que siendo importante mantener cerca a los amigos, más lo es aún hacerlo con los enemigos, y ese fue precisamente el primero de los cuatro errores graves de Magallanes, pues cuando supo de las habladurías con las que Gomes trataba de erosionar su gobierno de la expedición, en lugar de mantenerlo cerca para vigilarlo ordenó su desembarco a la San Antonio para no tener que escuchar sus insidias. Lo que no imaginó es que desde el mismo momento en que puso un pie a bordo comenzó a encizañar la convivencia hasta convencer a la tripulación de que Magallanes trabajaba secretamente para el rey de Portugal, con lo que no tardó en quitar de su puesto a Mesquita para amotinarse, desertar a continuación y regresar a España cuando las naos estaban a punto de encarar el paso al Pacífico.
Atento a las palabras de su jefe, Gonzalo Zeballos asintió con vehemencia al llegar a este punto, pues el marino vasco lo describía tal y como había sucedido y quedado sentenciado en el juicio. Lo que ocurrió al regreso a España de la San Antonio y sus desertores permanecía fresco en la memoria del marinero de Puentedeume.
Sucedió que Gomes fue interrogado varias veces y lo mismo pasó con los otros cuarenta y nueve tripulantes de la San Antonio, que fueron sonsacados uno a uno coincidiendo todos en la versión extendida por Estevan Gomes: Magallanes era un traidor y trabajaba silenciosamente para poner las riquezas del Maluco en manos de su verdadero rey y señor: Manuel I. Como consecuencia de lo expuesto por Gomes y su tripulación se juzgó a Magallanes en ausencia, se embargaron sus bienes, su mujer sería recluida en su domicilio y se encarceló a su primo Álvaro Mesquita, que, según Gomes, había actuado en connivencia con el comandante de la expedición.
Lo que no imaginó Gomes es que, tres años después de zarpar de Sanlúcar la Victoria arribaría al mismo puerto cargada de riquezas. Inicialmente los dieciocho supervivientes de la épica y dramática vuelta al mundo no conocieron otra cosa que agasajos y homenajes, pero los administradores de la Casa de Contratación tampoco tardaron en pedirles cuentas y, entre otras cuestiones, los interrogaron respecto a la decisión de Gomes de regresar a España con la San Antonio. Ninguno de los dieciocho dudó: la deposición de Mesquita fue la consecuencia de un motín que como conclusión llevó a la deserción de la nao; para los hombres ...

Índice

  1. Breve glosario náutico y de medidas antiguas
  2. 1
  3. 2
  4. 3
  5. 4
  6. 5
  7. 6
  8. 7
  9. 8
  10. 9
  11. 10
  12. 11
  13. 12
  14. 14
  15. 15
  16. 16
  17. 17
  18. 18
  19. 19
  20. 20
  21. 21
  22. 22
  23. 23
  24. 24
  25. 25
  26. Epílogo