Desarrollo, deuda y comercio:
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Desarrollo, deuda y comercio:

un testimonio histórico sobre la crisis económica mexicana y el ajuste, 1983-1993

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Desarrollo, deuda y comercio:

un testimonio histórico sobre la crisis económica mexicana y el ajuste, 1983-1993

Descripción del libro

El autor nos presenta una visión económica de corte sólidamente ortodoxo con la cual uno puede no estar siempre de acuerdo. Sin embargo, en esta compilación destacan dos aspectos que justifican su lectura aun para aquellos que busquen ideas y soluciones más heterodoxas. Por una parte, el autor ofrece un recuento sumamente informado, coherente y perceptivo de un periodo crucial de la historia económica reciente de México, que vale la pena para todos recordar, sin importar creencias o convicciones personales. Por otra parte, el tema general de los escritos, el alcance e instrumentación del papel del Estado en el desarrollo económico de México, se ha vuelto más relevante que nunca en este momento en que el Estado mexicano atraviesa nuevamente una crisis de identidad al prepararse para un nuevo sexenio.

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Información

Año
2013
ISBN de la versión impresa
9786074624298
ISBN del libro electrónico
9786074625905
II. TRATADO DE LIBRE COMERCIO
AMÉRICA DEL NORTE
Zona de libre comercio[1]
Durante varios años representé a México en negociaciones de comercio exterior. En los organismos internacionales, las listas de la estadística de producción y consumo de los diversos países se agrupaban geográficamente. Para mí era un irritante permanente el hecho de que las estadísticas de México invariablemente aparecían bajo el rubro de Centroamérica.
A los mexicanos nos enseñan desde la primaria que México está en América del Norte pero en muchos otros países nos consideran centroamericanos. Contribuye a esa confusión el hecho de que nosotros mismos somos ambivalentes y hasta contradictorios al respecto. Por un lado aceptamos que físicamente nuestro país forma parte de la masa continental norteamericana; por otro, no nos acababa de acomodar el hecho de ser norteamericanos. Menos aceptamos ser centroamericanos. Reconocemos ser latinoamericanos por tener algunas raíces comunes y otras similares a las del resto de los iberoparlantes de América. Pero la comunidad de raíces sólo sirve para llamarnos hermanos entre sí y para de vez en cuando entretenernos conspirando contra otras regiones. La verdad es que los mexicanos ni viajamos al resto de la América Latina ni comerciamos con ella. Tampoco los demás latinoamericanos tienen demasiado entusiasmo por nosotros. Por razones históricas, Centro­américa, sobre todo Guatemala, nos considera una amenaza. Los demás nos ven muy lejos y bastante ajenos. Por ejemplo, Argentina y Brasil, que están haciendo un esfuerzo por integrarse económica y comercialmente, nos han dicho amable pero firmemente que no solicitemos nuestra inclusión.
El mundo está dividiéndose en agrupaciones comerciales. En 1992 Europa occidental formará un verdadero mercado común. Como señalaba, Argentina y Brasil están tratando de unirse a nuestras espaldas. Estados Unidos y Canadá formarán una zona de libre comercio a partir del primero de enero próximo. Canadá se queja de que las maquiladoras resultan un instrumento para que se le cuele clandestinamente mercancía mexicana con la etiqueta de Made in USA. Japón tiene interés en invertir en México sólo en la medida que esto le diera acceso al mercado estadunidense.
Estamos en peligro de quedarnos afuera en el frío con la nariz aplastada contra el vidrio de la ventana de la sabrosa Zona de Libre Comercio Norteamericana. Tenemos que tomar una determinación existencial. ¿Somos o no somos parte de Norteamérica?
El flujo de las fuerzas naturales nos dice que sí pero nosotros lo estamos resistiendo. Como el rey Canuto estamos tratando de detener la marea.
En su reciente libro Los límites de la amistad: México y los Estados Unidos, Robert Pastor y Jorge G. Castañeda plantean un dilema inesquivable. ¿Vamos a aceptar, encauzar y ordenar las fuerzas orgánicas y automáticas que nos están uniendo económicamente o vamos a anatematizarlas y a observar a regañadientes cómo continúa el proceso a tumbos y empujones?
Hasta hace bien poco, prácticamente todos los mexicanos veíamos con horror la mera posibilidad de que se estableciera comercio libre entre ambos países. Considerábamos que la diferencia de grado de desarrollo haría que el aparato productivo estadunidense aplastara al nuestro. Pero últimamente somos bastantes los que hemos venido cambiando de opinión.
México ha abierto sus fronteras a la mercancía extranjera por conveniencia propia. Se trata de someter a nuestros productores a la competencia internacional para obligarlos a volverse eficientes. La medida ha dado resultado. Nuestras exportaciones están creciendo a pasos acelerados y no nos ha inundado el mundo. Pero sí le hemos dado a Estados Unidos acceso a nuestro mercado sin haber pedido o logrado nada a cambio. ¡Mal negocio dar gratis!
Tenemos que reconsiderar nuestra timorata posición tradicional. Es necesario darnos cuenta de que se ha acelerado la transmisión de tecnología y los países desarrollados van perdiendo competitividad en aquellos productos en los cuales se ha estabilizado el arte de su fabricación. Para señalar sólo dos muy importantes industrias en ocaso en ese país, veamos los casos del acero y los automóviles. Empieza a ser evidente que cada día que pasa los Estados Unidos tienen mayor dificultad en competir con los países de un grado de desarrollo menor pero que ya no son simple y sencillamente subdesarrollados. Para el futuro inmediato, las empresas automovilísticas estadunidenses ya ni siquiera ven a Japón como su amenaza principal. Consideran que en cinco años, o cuando mucho diez, la competencia mayor será la de países como Brasil, Corea, India, México y Yugoslavia. Dos de las tres grandes empresas estadunidenses ya están haciendo motores en México para exportar a Estados Unidos y la otra automóviles enteros. Buscan que las empresas mexicanas les hagan mayor cantidad de partes automotrices.
El resto de las industrias metalmecánicas de Estados Unidos están resintiendo situaciones difíciles.
Nuestro principal problema ya es asegurar el acceso al mercado estadunidense y también, si fuera posible, al de Canadá. Necesitamos la garantía de que no seremos víctimas del proteccionismo que tiende a surgir cada vez que hay una recesión. Es probable que Estados Unidos todavía acepte firmar algún tipo de tratado de libre comercio con nosotros; Canadá ya quién sabe. Dentro de pocos años la industria estado­unidense seguramente nos vería como una amenaza.
Nuestro menor grado de desarrollo nos hacía temer la competencia de la industria estadounidense sin darnos cuenta de que precisamente esa diferencia, que ya no es tan grande, es la que nos hace competitivos. Todavía tenemos margen para subir salarios sin perder competitividad.
El mundo está cambiando a pasos acelerados. Tenemos que reconocer y aprovechar los cambios en lugar de seguir aferrándonos al pasado. Tenemos un gobierno joven con la mira puesta en el futuro. Debemos salirle al encuentro a ese futuro sin miedo en el corazón y sin telarañas en la mente. No hay que dejar que se nos vaya el último camión.
NOTA AL PIE
[1] Excélsior, 16 de diciembre de 1988.
COMERCIO EXTERIOR
Se nos cierra la puerta[1]
Yo voté por Salinas de Gortari para presidente y con más razón lo hubiera hecho si hubiera podido prever su actuación en el poder hasta hoy. Sin embargo, si ambos fuéramos cardenales, cosa difícil de imaginar, no votaría por él para papa. Claro que preferiría un mexicano a un polaco pero me temo que Salinas no es infalible. Una demostración de ello es, en mi opinión, el hecho de que innecesariamente cerró la puerta a la participación de México en algún tipo de arreglo de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
La semana pasada, en una reunión de CEMAI uno de los oradores opinó que el gobierno de México debería empezar a negociar el posible ingreso de México a la zona de libre comercio norteamericana, mal llamada el mercado común norteamericano. El presidente gratuitamente le salió al encuentro a esa proposición diciendo tajantemente: “México no se vinculará a ningún bloque”. Añadió el presidente que ampliaríamos nuestro campo de acción de acuerdo con las perspectivas que nos están mostrando las diversas experiencias integradoras. Confieso que no entiendo esta parte de lo dicho por el primer mandatario. A mí me parece que las “perspectivas que nos están mostrando las diversas experiencias integradoras” son bien negativas. Cuanto más se integran en bloques los países, más quedamos en desventaja en sus mercados los que no formamos parte de ese bloque.
Hay un dicho que señala que se necesitan dos para bailar tango. No podemos bailar con un país que no quiera bailar con nosotros o, en todo caso, sólo podemos bailar al compás al que ámbos estemos dispuestos. Se necesita, pues, un acuerdo de voluntades y, para asegurar su vigencia, conviene formalizar un convenio.
Yo creo que sí nos conviene y mucho participar en la zona de libre comercio norteamericana. Es más, creo que de hecho ya formamos parte de ella pero con derechos demasiado precarios. No tenemos garantizado el acceso a ese mercado, que es el más grande del mundo.
Entiendo que los demás piensen en forma diferente pues soy mucho más falible que Salinas. Así, lo único acerca de lo cual quiero insistir que fue un error en el caso que me ocupa fue la cerrada de la puerta. A eso equivale que, en este país xenófobo, el presidente le dé cuerda a todos los que creen que Estados Unidos nos comería crudos. Y son muchos los que piensan así. Desgraciadamente, es probable que entre ellos esté la gran mayoría de los que ayudan a formar la opinión pública. Hubiera sido necesario que el presidente apoyara fuertemente nuestra inclusión en la zona norteamericana de libre comercio para haber tenido posibilidad de cambiar la opinión mayoritaria actual. ¿Qué no piensa así el presidente? Ni modo; que no apoye o endose la proposición. Pero cuando menos hubiera dejado que los salmones que nadamos contra la corriente hiciéramos nuestra luchita para ir tratando de ganar adeptos. ¿Qué ganó el país con que se hubiera inducido a nuestro bando a rendirse ante el peso del fiat presidencial, como es usual que lo haga la mayoría de los que en alguna forma participan en la cosa pública? Después del portazo, al mismo presidente le sería mucho más difícil cambiar de opinión. Y un presidente debe dejarse abiertas todas las opciones.
Sea como sea, quiero reiterar las razones por las cuales me parece que nos conviene participar formalmente en ese mercado, así como las razones por las cuales no creo que haya alternativas viables.
El modelo de industrialización basado en sustitución de importaciones dio todo lo que podía dar de sí. Nos permitió crear todo un aparato industrial, bueno o malo pero muy extenso. Dio lugar a que se fuera formando una masa crítica de obreros industriales, de técnicos y de administradores y ésta ya genera su propia reposición y crecimiento. Pero la mayor parte de nuestros productos eran malones, nuestros técnicos sólo regulares y nuestros administradores y gerentes deficientes, si nuestro aparato industrial se compara con los del primer mundo. No es sólo coincidencia que la producción mexicana realmente buena se concentre mayormente en las industrias que exportan. El tener que competir obliga a superarse a todos los que forman parte de la cadena de producción que participa en ese esfuerzo.
El gobierno pasado resolvió, con toda razón, que ya hacía mucho que era tiempo de convertirnos en un país exportador, como lo habían hecho Taiwán, Singapur, Hong Kong y Corea. Para ello era necesario que la mayor parte de nuestros obreros, técnicos y gerentes se volvieran tan eficientes como los de aquellas empresas mexicanas que han mostrado su capacidad para exportar. Esto requería abrir nuestras puertas al resto del mundo. Sólo así se obligaría a todos los que forman parte de nuestro aparato industrial a afinarse y afilarse lo suficiente para competir con la industria del primer mundo. De que sí es posible ya habían dado pruebas aquellos industriales que venían exportando a pesar de todos los desincentivos del esquema anterior que enfocaba la producción al mercado doméstico.
Por eso abrimos nuestras puertas a la importación y ya estamos padeciendo aquellas desventajas que tiene el libre comercio. Gozamos, es cierto, de un gran mercado, superior a nuestra actual capacidad de producción, pero sin ninguna garantía de que se nos permitirá mantener ni siquiera nuestro actual nivel de exportación a Estados Unidos. Mucho menos la tenemos de que se nos dejará aumentar sustancialmente ese nivel. Ya nos limitan el acceso precisamente en aquellos artículos en que sí podemos competir como, por ejemplo, el algodón, los textiles, el acero y muchos productos de este metal. Seguramente nos ampliarán el régimen restrictivo a los productos de aquellas industrias americanas que están en pleno ocaso, en la medida que vaya aumentando nuestra competitividad en ellas. Y esto es muy grave. ¿Quién va a invertir en una gran planta metal mecánica en México para exportar a Estados Unidos si hay antecedentes que nos permitan suponer que se le van a angostar las puertas de aquel país en cuanto se compruebe la competitividad de nuestra nueva empresa?
Necesitamos mucha inversión nueva, tanto nacional como extranjera. Ésta difícilmente tendrá lugar mientras no nos esté asegurado el acceso a nuestro mercado natural. La única garantía es un tratado de libre comercio a largo plazo.
Pese a toda la retórica contraria, el proteccionismo está de moda en todo el mundo. Los países tienden a encerrarse en arreglos de libre comercio regional. El que se quede fuera estará en peligro de quedarse solo, pero eso sí, “gozando” su supuesta libertad.
Desgraciadamente, una de las características de nuestro país es vivi...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. DESARROLLO
  5. PRÓLOGO, Alain Ize
  6. I. POLÍTICA DE DESARROLLO
  7. II. INFLACIÓN
  8. III. TIPO DE CAMBIO
  9. IV. SISTEMA FINANCIERO
  10. V. PAPEL DEL ESTADO
  11. DEUDA
  12. PRÓLOGO, Alain Ize
  13. I. 1983: EL PROBLEMA Y SUS ACTORES
  14. II. 1984: PRIMEROS PASOS
  15. III. 1985-1987: EL PANTANO
  16. IV. 1988-1989: LA SALIDA
  17. COMERCIO
  18. PRÓLOGO, Gustavo Vega Cánovas
  19. I. ANTECEDENTES
  20. II. TRATADO DE LIBRE COMERCIO
  21. COLOFÓN
  22. CONTRAPORTADA