COMERCIO EXTERIOR
Se nos cierra la puerta
Yo voté por Salinas de Gortari para presidente y con más razón lo hubiera hecho si hubiera podido prever su actuación en el poder hasta hoy. Sin embargo, si ambos fuéramos cardenales, cosa difícil de imaginar, no votaría por él para papa. Claro que preferiría un mexicano a un polaco pero me temo que Salinas no es infalible. Una demostración de ello es, en mi opinión, el hecho de que innecesariamente cerró la puerta a la participación de México en algún tipo de arreglo de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
La semana pasada, en una reunión de CEMAI uno de los oradores opinó que el gobierno de México debería empezar a negociar el posible ingreso de México a la zona de libre comercio norteamericana, mal llamada el mercado común norteamericano. El presidente gratuitamente le salió al encuentro a esa proposición diciendo tajantemente: “México no se vinculará a ningún bloque”. Añadió el presidente que ampliaríamos nuestro campo de acción de acuerdo con las perspectivas que nos están mostrando las diversas experiencias integradoras. Confieso que no entiendo esta parte de lo dicho por el primer mandatario. A mí me parece que las “perspectivas que nos están mostrando las diversas experiencias integradoras” son bien negativas. Cuanto más se integran en bloques los países, más quedamos en desventaja en sus mercados los que no formamos parte de ese bloque.
Hay un dicho que señala que se necesitan dos para bailar tango. No podemos bailar con un país que no quiera bailar con nosotros o, en todo caso, sólo podemos bailar al compás al que ámbos estemos dispuestos. Se necesita, pues, un acuerdo de voluntades y, para asegurar su vigencia, conviene formalizar un convenio.
Yo creo que sí nos conviene y mucho participar en la zona de libre comercio norteamericana. Es más, creo que de hecho ya formamos parte de ella pero con derechos demasiado precarios. No tenemos garantizado el acceso a ese mercado, que es el más grande del mundo.
Entiendo que los demás piensen en forma diferente pues soy mucho más falible que Salinas. Así, lo único acerca de lo cual quiero insistir que fue un error en el caso que me ocupa fue la cerrada de la puerta. A eso equivale que, en este país xenófobo, el presidente le dé cuerda a todos los que creen que Estados Unidos nos comería crudos. Y son muchos los que piensan así. Desgraciadamente, es probable que entre ellos esté la gran mayoría de los que ayudan a formar la opinión pública. Hubiera sido necesario que el presidente apoyara fuertemente nuestra inclusión en la zona norteamericana de libre comercio para haber tenido posibilidad de cambiar la opinión mayoritaria actual. ¿Qué no piensa así el presidente? Ni modo; que no apoye o endose la proposición. Pero cuando menos hubiera dejado que los salmones que nadamos contra la corriente hiciéramos nuestra luchita para ir tratando de ganar adeptos. ¿Qué ganó el país con que se hubiera inducido a nuestro bando a rendirse ante el peso del fiat presidencial, como es usual que lo haga la mayoría de los que en alguna forma participan en la cosa pública? Después del portazo, al mismo presidente le sería mucho más difícil cambiar de opinión. Y un presidente debe dejarse abiertas todas las opciones.
Sea como sea, quiero reiterar las razones por las cuales me parece que nos conviene participar formalmente en ese mercado, así como las razones por las cuales no creo que haya alternativas viables.
El modelo de industrialización basado en sustitución de importaciones dio todo lo que podía dar de sí. Nos permitió crear todo un aparato industrial, bueno o malo pero muy extenso. Dio lugar a que se fuera formando una masa crítica de obreros industriales, de técnicos y de administradores y ésta ya genera su propia reposición y crecimiento. Pero la mayor parte de nuestros productos eran malones, nuestros técnicos sólo regulares y nuestros administradores y gerentes deficientes, si nuestro aparato industrial se compara con los del primer mundo. No es sólo coincidencia que la producción mexicana realmente buena se concentre mayormente en las industrias que exportan. El tener que competir obliga a superarse a todos los que forman parte de la cadena de producción que participa en ese esfuerzo.
El gobierno pasado resolvió, con toda razón, que ya hacía mucho que era tiempo de convertirnos en un país exportador, como lo habían hecho Taiwán, Singapur, Hong Kong y Corea. Para ello era necesario que la mayor parte de nuestros obreros, técnicos y gerentes se volvieran tan eficientes como los de aquellas empresas mexicanas que han mostrado su capacidad para exportar. Esto requería abrir nuestras puertas al resto del mundo. Sólo así se obligaría a todos los que forman parte de nuestro aparato industrial a afinarse y afilarse lo suficiente para competir con la industria del primer mundo. De que sí es posible ya habían dado pruebas aquellos industriales que venían exportando a pesar de todos los desincentivos del esquema anterior que enfocaba la producción al mercado doméstico.
Por eso abrimos nuestras puertas a la importación y ya estamos padeciendo aquellas desventajas que tiene el libre comercio. Gozamos, es cierto, de un gran mercado, superior a nuestra actual capacidad de producción, pero sin ninguna garantía de que se nos permitirá mantener ni siquiera nuestro actual nivel de exportación a Estados Unidos. Mucho menos la tenemos de que se nos dejará aumentar sustancialmente ese nivel. Ya nos limitan el acceso precisamente en aquellos artículos en que sí podemos competir como, por ejemplo, el algodón, los textiles, el acero y muchos productos de este metal. Seguramente nos ampliarán el régimen restrictivo a los productos de aquellas industrias americanas que están en pleno ocaso, en la medida que vaya aumentando nuestra competitividad en ellas. Y esto es muy grave. ¿Quién va a invertir en una gran planta metal mecánica en México para exportar a Estados Unidos si hay antecedentes que nos permitan suponer que se le van a angostar las puertas de aquel país en cuanto se compruebe la competitividad de nuestra nueva empresa?
Necesitamos mucha inversión nueva, tanto nacional como extranjera. Ésta difícilmente tendrá lugar mientras no nos esté asegurado el acceso a nuestro mercado natural. La única garantía es un tratado de libre comercio a largo plazo.
Pese a toda la retórica contraria, el proteccionismo está de moda en todo el mundo. Los países tienden a encerrarse en arreglos de libre comercio regional. El que se quede fuera estará en peligro de quedarse solo, pero eso sí, “gozando” su supuesta libertad.
Desgraciadamente, una de las características de nuestro país es vivi...