INTRODUCCIÓN
El De Platone es un manual escolar donde se resumen en dos libros los contenidos fundamentales de la doctrina platónica, en particular, la física (libro I) y la ética (libro II), a excepción de la lógica, que constituiría el libro III, que, según algunos, sería el De interpretatione 1 .
Su tono general es dogmático, árido y fiel al original 2 , seguramente por haber sido escrito en la juventud del autor, muy poco después de su estancia en Atenas, según se dice, en la escuela del medioplatónico Gayo, o tal vez, opinamos nosotros, de Calvisio Tauro. Su interés filosófico es muy reducido, si exceptuamos el hecho de que se trata de un testimonio de primera mano de los contenidos esenciales profesados por el medioplatonismo, como el Didaskalikos de Alcínoo; su calidad literaria es también mediocre.
Como veremos en más detalle cuando analicemos su contenido, Apuleyo no hace aquí una exposición sistemática y coherente de la doctrina platónica, sino apenas un resumen, deslavazado a veces, de sus reflexiones o dogmata, utilizando el término griego.
Aunque es muy posible que leyera in extenso algunos diálogos platónicos, como el Fedón , de otros pudo leer sólo fragmentos escogidos 3 . Esto nos puede dar una idea de su formación como philosophus Platonicus y, sobre todo, de la profundidad de sus conocimientos.
ESTRUCTURA
El libro primero, el dedicado a la física, es decir, a su concepción del universo y del mundo natural, incluyendo a Dios, es bastante unitario. El segundo, el dedicado a la ética y la moral, es más heterogéneo por el número de doctrinas de origen diverso que se entremezclan en él 4 .
Respecto a su estructura, según Beaujeu 5 , sería la siguiente:
1. Biografía de Platón (I, 180-189).
2. Física (I, 190-218):
2.1. Teología y cosmología (I, 190-207):
2.1.1. Dios, la materia y las formas (I, 190-193).
2.1.2. Las dos esencias (I, 193-194).
2.1.3. Formación de los elementos y del mundo (I, 194-198).
2.1.4. El alma del mundo (I. 199-200).
2.1.5. El tiempo (1, 201-203).
2.1.6. Los cuerpos celestes (I, 203).
2.1.7. Clasificación de los seres animados; dioses y démones (I, 203-205).
2.1.8. Providencia, destino y azar (I, 205-207).
2.2. Antropología (I, 207-218):
2.2.1. Las tres partes del alma (I, 207-208).
2.2.2. Los sentidos (I, 209-212).
2.2.3. Las partes del cuerpo (I, 212-216).
2.2.4. La salud física y moral (I, 216-218).
3. La moral (II, 219-263):
3.1. Moral teórica (II, 219-231):
3.1.1. Clasificación de los bienes (II, 220-222).
3.1.2. El estado intermedio (II, 222-225).
3.1.3. Los vicios (II, 225-227).
3.1.4. La virtud: generalidades (II, 227-228).
3.1.5. Clasificación de las virtudes (II, 228-229).
3.1.6. La virtud de la justicia (II, 229-231).
3.2. Las vías del progreso moral (II, 231-240):
3.2.1. Retórica y política (II, 231-234).
3.2.2. La enseñanza de las virtudes (II, 234-235).
3.2.3. La elección entre los bienes y los males (II, 235-238).
3.2.4. La amistad y el amor (II, 238-240).
3.3. Los grados de moralidad (II, 240-255):
3.3.1. Los culpables: clasificación (II, 240-242).
3.3.2. Retrato del hombre pervertido (II, 242-243).
3.3.3. Castigos a los culpables (II, 244-246).
3.3.4. El hombre medio (II, 246-247).
3.3.5. Descripción del sabio perfecto (II, 247-252).
3.3.6. El sabio perfecto: imitación de Dios (II, 252-255).
3.4. La organización de las ciudades (II, 255-263):
3.4.1. La ciudad ideal (II, 255-258).
3.4.2. La ciudad bien dirigida (II, 259-263).
El análisis de su estructura lleva necesariamente a compararlo con el Didaskalikos de Alcínoo, un manual escolar de similares características y surgido en un ambiente para muchos idéntico al de Apuleyo. Esto quizás explica las notables similitudes en la organización de los contenidos, con la salvedad de que el tratado del autor griego sí incluye, en primer lugar, la lógica, además de la física y la ética, mientras que en el caso del Madaurense la lógica, en el mejor de los casos, se trató en un libro aparte, de cuya autenticidad muchos aún dudan. Otra diferencia notable reside en el tratamiento del tema de la ética, que en el caso de Apuleyo adopta un tono parenético similar al del final del De deo Socratis , como ya hemos visto.
Por encima de las semejanzas, la crítica ha puesto el énfasis en las notables divergencias de plan y de detalle que mantienen ambas obras y que sólo pueden explicarse por la diferente personalidad de sus autores 6 .
Alcínoo, fiel a la corriente dogmática del platonismo, que restauró Antioco de Ascalón, consecuente con el género que cultiva, intenta ser lo más preciso posible, lo cual implica concisión y sequedad en la expresión. También demuestra un buen manejo de los conceptos abstractos.
En el caso de Apuleyo es bastante obvio, como ya hemos tenido ocasión de comentar, que estamos ante una obra de juventud, donde los conceptos aún no están plenamente asimilados o fijados, de ahí las frecuentes contradicciones o los errores de atribuir al maestro doctrinas ajenas a él, lo cual demuestra que se maneja información de segunda mano y de que no se ha tenido la precaución o la disponibilidad de recurrir a los textos platónicos originales en la medida debida.
Asimismo, Apuleyo demuestra ser más literato que filósofo, al incluir en su exposición desarrollos retóricos que tienen que ver más con la parénesis que con la filosofía, como ya se ha dicho respecto a su tratamiento de la ética.
También incluye más doctrinas externas al platonismo, fruto de sus lecturas personales o del contacto con medios intelectuales diferentes gracias a sus múltiples viajes, entre ellas la caracterización del sabio ideal (II, 247-255) o la teoría peripatética de las tres sustancias que constituyen el cuerpo humano (I, 215) o el empleo del superlativo exsuperantissimus para caracterizar al dios supremo 7 (I, 205).
Asimismo, sin dejar de respetar la ortodoxia platónica, Apuleyo pone de relieve ciertos temas por razones exclusivamente de su interés personal por los mismos, como la cuestión de la trascendencia de Dios y la importancia de los démones, o su llamamiento a la perfección moral del sabio y de su ascensión hasta Dios.
CONTENIDO DOCTRINAL
Respecto a la biografía de Platón (180-189 del libro primero), aunque no fue la primera en escribirse, la de Apuleyo es la más antigua que nos ha llegado 8 .
En ella hay que destacar el intento de heroizar e incluso divinizar al personaje, vinculándolo por su origen con los dioses —su padre sería descendiente, a través de Codro, del mismísimo Neptuno; e incluso convirtiéndolo en el fruto de la unión de Perictione, su madre, con Apolo— y haciendo intervenir elementos del mundo divino como los sueños proféticos.
Este origen extraordinario explicaría, en opinión de nuestro autor, sus virtudes, su amor por el esfuerzo y el estudio, que le llevaron a probar fortuna en la literatura, el arte o la gimnástica. Luego, cuando entró a formar parte de los seguidores de Sócrates, fue el mejor de todos. Ese mismo afán de saber le llevó a buscar el conocimiento en otros múltiples maestros y lugares, en particular en Pitágoras y en Egipto.
Por sus múltiples conocimientos, fue el primero en conciliar las tres partes de la filosofía (física, lógica y ética) 9 y en demostrar que eran perfectamente compatibles entre sí. Asimismo, volvió perfectas y admirables ideas que había visto en otros apenas bosquejadas.
En esta biografía, que mezcla los datos legendarios con los rigurosamente históricos, llama nuestra atención su intento de hacer frente a las críticas que el maestro debió de recibir por sus tres viajes a la corte del tirano Dioniso, justificándolos por razones diversas. Es sabido que los críticos atribuían estos viajes a los intentos del filósofo por ganarse a los tiranos para satisfacer sus objetivos políticos. Por su parte, Apuleyo omite cualquier referencia, entre otros, al episodio legendario de la venta de Platón como esclavo tras su último viaje a Siracusa.
En fin, en las últimas líneas del parágrafo 189 anuncia su intención de tratar de cada una de las partes de la filosofía empezando por la física.
En cuanto a ésta, que ocupa todo el resto del libro primero, abarca temas tan dispares como la teología, la cosmología y cuestiones antropológicas.
Comienza Apuleyo estableciendo los que él considera los tres principios fundamentales de la filosofía platónica: Dios, la materia y las formas o ideas, dando de cada uno sus características fundamentales (190-193). En realidad, el maestro nunca estableció con claridad tal tripartición que sólo aparece así a partir de Plutarco (Quaest. conu. VIII, 2, 720 a-b) 10 .
De Dios dice, entre otras cosas, que es incorpóreo, único, inconmensurable, artífice de todo, feliz; que no necesita de nada. Es también celeste, inefable e invisible. Respecto a su naturaleza, incluso aunque se descubriera, sería difícil de ser revelada y, por lo tanto, entendida por muchos.
La extensión que alcanza la caracterización de Dios y el hecho de situarlo en primer lugar (en Alcínoo aparece en tercer lugar) da idea de la importancia concedida por Apuleyo a este principio, debida, sin duda, a su piedad religiosa, que ya hemos observado en el De deo Socratis. Pero a este respecto hay algo mucho más importante: el hecho de unir en la noción de Dios concepciones tales como el ser incorpóreo, inconmensurable o atemporal le da a éste una trascendencia metafísica, propia del antiguo platonismo, frente a la trascendencia física que defendían autores como Antioco de Ascalón, Cicerón, Varrón o Séneca 11 .
Asimismo, de los epítetos empleados son extraños a la concepción platónica de Dios, entre otros, incorporeus y unus. En este último caso, Platón parte del protos theos, pues admite la existencia de otros dioses. En Apuleyo, además de revelar un incipiente monoteísmo, se refiere al Dios supremo que ocupa él solo las más altas cotas del ser 12 .
Respecto a la materia, señala que no puede ser creada ni destruida, que es capaz de recibir formas 13 y de ser modelada por el Dios artífice. Es también infinita 14 y no es ni corpórea ni realmente incorpórea.
En cuanto a las ideas, son simples, eternas e incorpóreas. Constituyen los modelos que Dios ha seguido para crear lo que existe o existirá. Se trata, como se ve, de un desarrollo muy reducido pero completamente ortodoxo. En fin, falta aquí cualquier mención a las ideas como los pensamientos de Dios, que se encuentra en Alcínoo (9, 3) y que tanta fortuna tuvo en el neoplatonismo 15 .
De otro lado, siguiendo el esquema de Beaujeu, entre los parágrafos 193 y 194 Apuleyo expone las características que presentan las dos ousías o ‘esencias’, de las que depende la existencia del propio mundo. De éstas, una sólo se capta con el pensamiento: la otra, con los sentidos. La primera es inmutable, pues es la que posee verdadera existencia; la segunda nace y muere. De la primera esencia se constituyen Dios, la inteligencia, las ideas y el alma; de la segunda, todo lo que es engendrado y puede cambiar y transformarse.
La sección siguiente (194-198) recoge lo esencial de la cosmogonía platónica y en ella Apuleyo (como Alcínoo) se muestran plenamente ortodoxos: el principio de todos los cuerpos es la materia, de la cual surgen los primeros elementos —fuego, agua, tierra y aire—. Por el hecho de ser elementos, deben ser simples. Éstos, al principio, se encontraban desordenados y confusos, por lo que el Dios constructor del mundo los ordenó mediante números y figuras geométricas. Tras una breve exposición sobre la relación de las distintas figuras geométricas y los elementos, pasa a afirmar principios tan conocidos como que el mundo encierra todos los elementos que existen, por lo que es único; que éstos se encuentran enlazados y trabados entre sí; se afirma que la forma del mundo es esférica, la más bella y perfecta posible, al igual que su movimiento. En fin, en un punto de notable controversia entre los propios platónicos, atribuye a Platón la ambigüedad que rodea en su doctrina la creación del mundo: «Él dice unas veces que este mundo carece de principio, otras que tuvo un origen y un nacimiento» (198) 16 .
Aunque, según Beaujeu los parágrafos 199 y 200 se dedican a explicar el alma del mundo, en realidad se combinan las doctrinas platónicas del alma individual —incorpórea e imperecedera, cuya función es la de ejercer el mando— con la del alma del mundo 17 , que Apuleyo presenta como una especie de auxiliar del Dios creador: «sirve a las órdenes del Dios artífice y está a su disposición para todos sus proyectos».
Del alma del mundo llega a decir nuestro autor que es «fuente de todas las demás», idea en absoluto platónica, sino más bien pitagórica, como ya Cicerón, en varios pasajes de su obra, se encargó de aclarar 18 .
Por su parte, en 200 se vuelven a repetir las ideas ya dichas con anterioridad respecto a las dos «esencias», sin que sea fácil explicar las razones para ello.
De otro lado, la definición del tiempo (201-203), que se hace tanto en rel...