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MOTIVOS PARA UNA REALIDAD EUROPEA: UN DISCURSO COMÚN,
RECONOCIBLE Y MODIFICABLE
¿Por qué, por qué, por qué?
JOSÉ MOURINHO,
27de abril de 2011
DEBATE, SOBERANÍA Y UNIDAD: MOTIVOS
PARA UNA REALIDAD INSTITUCIONAL
La Unión Europea como territorio político está compuesta por sus tres instituciones legislativas: el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo y la Comisión Europea; tres instituciones a las que se deben añadir el Tribunal de Justicia y el Tribunal de Cuentas, así como el Banco Central Europeo. Pero la principal característica de la arquitectura institucional europea tiene que ver con el hecho de que, a diferencia de los estados modernos, cuyo nacimiento se sustenta en la moneda, los impuestos y las instancias coercitivas (el Estado es la institución que reclama el monopolio legítimo de la violencia sobre un territorio, decía Max Weber), la UE ha ido postergando la aparición de estos elementos a la vez que reivindicaba una defensa del ideal democrático porque lo que estaba en juego era el conflicto entre la soberanía de los estados miembros y la de la propia Unión.
La UE se presenta entonces a sí misma a partir de tres pilares discursivos: la seguridad, la solidaridad y la justicia.1 En el momento actual de integración, la existencia de una moneda común se ha tornado enormemente problemática debido a la ausencia de una fiscalidad compartida: «Lo que vivimos no es una crisis de la deuda sino una crisis de la fiscalidad», nos reconocía un expresidente del Parlamento Europeo.2 Del mismo modo, la ausencia de un ejército europeo limita la influencia de Europa en el mundo. Europa debe, por lo tanto, generar un discurso sobre la seguridad, la solidaridad y la justicia que pueda vincularse a la experiencia de sus habitantes y tiene que ser un discurso del que los europeos puedan reconocerse portadores. El ejercicio que sigue pretende identificar la manera en que la ideología europea puede construir un espacio de definición de esta realidad discursiva. Así, a partir de las entrevistas de las que se nutre este libro, hemos podido identificar tres nociones que condensan los motivos para una definición de la realidad europea: la ética de la discusión, la soberanía y la unidad de los europeos. La correspondencia entre este marco ideológico y los tres pilares discursivos sobre los que se construye la institución europea es el fenómeno por el que la comunicación política contribuye a la construcción democrática del entramado institucional europeo.
LA ÉTICA DE LA DISCUSIÓN
El territorio con más poder dentro de la Unión Europea es el Consejo Europeo. Esta institución reúne a los jefes de Estado o de gobierno de los países miembros, y su presidente ejerce, de facto, las funciones de presidente de la Unión en una situación de doble presidencia con la figura del presidente de la Comisión.3 El nacimiento de esta institución se produjo cuando, «a partir de septiembre de 1952, los ministros de los seis estados fundadores descubrieron que compartían algo más que un simple tratado: estaban sentados frente a la misma mesa».4 Aunque hubo que esperar hasta 1974 para que se estableciera finalmente un órgano de encuentro de jefes de los ejecutivos europeos, se puede afirmar que en el origen del Consejo Europeo está la conversación como forma de actividad política. Se trataba de aprovechar este lugar común que ofrece la mesa, símbolo de una incipiente Comunidad Europea, y se trataba de aprovecharlo no forzosamente para construir un poder superior, sino para debatir entre estados.
Por eso, cuando el 6 de julio de 1965 el general Charles De Gaulle llamó a París a la casi totalidad de la representación francesa en Bruselas para protestar contra la introducción del voto mayoritario que debía sustituirse al principio de unanimidad, la crisis institucional que se abrió, considerada como «la mayor catástrofe para el continente desde Hitler»5 por el comisario de Agricultura de entonces, terminaría por conocerse como la «crisis de la silla vacía» y al mismo tiempo, desde que se logró superar esta situación, «la necesidad de llegar a un acuerdo funciona como veto y como cohesionador a la vez: queremos entendernos y estamos obligados a entendernos».6
Desde sus orígenes, pues, el debate se concibe en el seno de las instituciones europeas como un ejercicio más próximo a la negociación que a la confrontación, y así nos lo expresaba también un eurodiputado a propósito de la manera en la que los nuevos miembros de la cámara se socializan con el tipo de acción política propia del Parlamento de Estrasburgo y de Bruselas:
Raül Romeva: Sí que he notado que, entre los diputados, hay gente que viene con un determinado perfil «estatalista», porque han perdido las elecciones nacionales y los colocan en una lista europea, y a medida que van pasando los meses y van trabajando aquí el discurso evoluciona. Lo notas con colegas que de entrada hacían discursos muy viscerales, muy de batalla política, y el debate a lo mejor tenía que ver con la reforma de la reglamentación de no sé qué tipo de transporte. Luego, poco a poco van cambiando, pero, claro, esto ocurre porque vienen aquí.
Toni Ramoneda: ¿«Van cambiando» significa que se desideologizan?
R. R.: No. Amplían el espectro. Son capaces de hablar de un problema político en clave europea.7
Por lo tanto, podemos decir, si retomamos las tres categorías de Paul Ricoeur, que el debate parlamentario cumple para los diputados de los que habla este testimonio una función integradora. En este caso, mantener presente el mito fundador del debate en torno a una mesa por oposición al debate visceral, según la expresión de nuestro entrevistado, propio de los parlamentos nacionales.
El acontecimiento de la silla vacía se convierte así, como acontecimiento fundador, en un elemento ideológico con capacidad integradora para los nuevos eurodiputados por el que la negociación se institucionaliza como valor político.
El segundo nivel funcional de las ideologías consiste en hacer universales unos intereses particulares. En este sentido, la posibilidad de debatir en torno a una mesa es el privilegio de quienes pueden acceder a ella porque poseen capacidad negociadora y, convertido en bien universal, es una manera de incitar a la negociación como forma de resolución de conflictos.
La mesa de negociaciones se convierte en un bien al que nadie quiere ni debe renunciar y por el que se pueden ceder tanto principios ideológicos como algunas formas de soberanía, porque Europa, como mesa de negociaciones, se convierte, en sí misma, en una fuente de poder. Es lo que ocurrió cuando, tras la crisis de la silla vacía, se firmó el Compromiso de Luxemburgo, en virtud del cual se acordaba básicamente la permanencia del derecho de veto, es decir, la obligación de seguir poniéndose de acuerdo y de no correr el riesgo (por culpa del cual la Francia gaullista había dejado vacía su silla) de que una mayoría de estados miembros pudiera imponer una decisión común a uno de ellos. Por eso estar en la mesa de negociaciones es necesario para ejercer el poder. Estar en Europa, diríamos hoy, tal y como lo describe otro político conocedor de las instituciones europeas, es ganar soberanía.
El conflicto con el que nos encontramos hoy es que hay unos gobiernos nacionales en los que reside el poder político pero que no tienen capacidad para afrontar aquello que deberían afrontar, porque esto se expresa ya a nivel europeo.8
Así, si extendemos la mesa de negociaciones como metáfora al conjunto de la construcción europea, comprendemos que en aras de esta obligación de decisión común portadora de soberanía se ha renunciado a principios ideológicos que para determinados líderes europeos, como por ejemplo François Mitterrand, constituían un pilar de la tradición socialista.
Por lo tanto, el Banco Central es una institución que nace de la voluntad de construir la Unión Europea. Sí, sí, nace de esta voluntad y Mitterrand lo dice muy claro: yo sacrifico mi concepción ideológica de lo que debe ser un banco central para hacer posible que avancemos en la unidad europea teniendo una moneda única.9
La ideología cumple esta función de transformar en un bien universal aquello, la negociación, que responde a intereses particulares, y Europa, como portadora de dicha ideología, transforma a su vez los principios ideológicos ligados a una tradición política universalista en intereses particulares europeos. A eso podemos llamarlo también una imagen invertida de la realidad según la cual la voluntad de un acuerdo prevalece ante el universalismo de una tradición ideológica determinada, en este caso, socialista.
Así es como hasta la explosión de una crisis económica y financiera con visos de manifiesto emancipador como la que vivimos actualmente, los tratados europeos y las reuniones del Eurogrupo podían presentar como el resultado de negociaciones entre representantes de los estados miembros lo que en el fondo era la consecuencia de un modelo teórico, supuestamente adecuado para armonizar los desequilibrios relacionados con la diferencia de modelos productivos existentes en el espacio europeo, pero teórico al fin y al cabo:
O sea, la teoría era: vamos a crear un mercado y una unión monetaria, y esto va a armonizar el capital, que va a fluir de los países con más capacidad de exportación y van a ser países exportadores de capitales los que van a financiar el desarrollo de los países menos desarrollados. Y así ha ocurrido, solo que no ha ido hacia un desarrollo sostenible sino allí donde el beneficio inmediato era más elevado. Pero ha pasado lo que la teoría decía que tenía que pasar.10
O, para decirlo con el vocabulario que estamos utilizando: la ética de la discusión como ideología ha conducido a que todo ocurra como debía ocurrir, es decir, a que en nombre de la decisión común no se cuestionaran las consecuencias reales de unos principios teóricos asumidos ideológicamente por el conjunto de los participantes en la mesa de negociaciones.
La ética de la discusión como territorio institucional es entonces este conjunto invisible de formas de acción que produce una imagen invertida de la realidad europea: allí donde la realidad es conflictiva, la ideología europea del acuerdo la convierte en consensual. Allí donde la realidad es la confrontación de tradiciones ideológicas, esta ideología europea la transforma en acuerdo. Allí donde la política es confrontación, esta misma ideología la transforma en negociación, y allí donde la soberanía es fuente de oposición la convierte Europa en un bien común.
LA IDEA DE SOBERANÍA
El episodio de la silla vacía con el que hem...