Confesiones
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Confesiones

San Agustín, Alfredo Encuentra Ortega, Alberto Medina González

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San Agustín, Alfredo Encuentra Ortega, Alberto Medina González

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Las Confesiones, honda reflexión acerca del ser humano y de su relación con Dios, es tal vez la autobiografía más célebre de la historia occidental.Las Confesiones, escritas entre el 396 y el 400, son la obra más conocida e influyente de Agustín de Hipona. Pero más allá de los pasajes que la han hecho memorable, como el análisis del tiempo, su recorrido por la memoria o la narración de las peripecias y extravíos intelectuales en pos de la Verdad que culminan en la célebre revelación del jardín de Milán, esta obra ofrece un autoanálisis único en la Antigüedad y una peculiar reflexión sobre la naturaleza del ser humano y de su relación con Dios y con el resto de la creación.Aunque parece destinada a un público concreto (los maniqueos a los que Agustín se unió en su juventud y a los que ahora intenta atraer a la fe cristiana e iniciar en una lectura alegórica de la Biblia), la forma en que se articula el diálogo interior y el lirismo sálmico de su palabra hacen que cualquier lector pueda acceder al corazón de Agustín y también al suyo propio.Agustín de Hipona, San Agustín, (c. 354-430)Es una de las personalidades más fascinantes y complejas de la historia del cristianismo. Durante su juventud en el norte de África, perteneció a la secta maniquea, que aunaba cristianismo, gnosticismo e influencias persas, y desde allí inició un periplo vital e intelectual que le condujo a Italia, al escepticismo y al neoplatonismo, hasta que en Mediolano (Milán) en el año 386, bajo el influjo de san Ambrosio, encontró la síntesis de neoplatonismo y cristianismo que le convertiría en el más influyente pensador cristiano hasta la Escolástica medieval. Se bautizó en 387, en 391 ingresó en un monasterio y se convirtió en obispo de Hipona en el año 396. Conocemos mucho de su vida gracias a sus Confesiones, quizás la más célebre autobiografía de la historia occidental.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424937546

LIBRO XIII
EN EL INTERIOR DEL CORAZÓN III:
EL ESPÍRITU O LA LLAMADA PARA
QUE LA CREACIÓN SE VUELVA HACIA
SU CREADOR. LOS SIETE DÍAS DE LA CREACIÓN
EN LA VIDA DEL SER HUMANO

SINOPSIS

1 Plegaria
2-3 La creación es fruto de la bondad divina, no de la necesidad
4-5 El Espíritu, irradiación de bondad sobre la creación
6-7 Visión agustiniana de la Trinidad
8-9 Acción redentora del Espíritu sobre el alma humana
10-11 Organización de la creación en distintos niveles
12 Manifestaciones de la Trinidad en el ser humano
13-53 Exposición alegórica de Génesis 1 en la persona humana
13-15 El primer día de la creación
16-19 El segundo día de la creación
20-21 El tercer día de la creación
22-25 El cuarto día de la creación
26-28 El quinto día de la creación
29 El sexto día de la creación: a) el alma viva
30-31 Alegoría de las tres concupiscencias
32-34 b) Creación del ser humano y su esfera de juicio
35-46 Lectura alegórica contra los dogmas maniqueos: a) Creced y multiplicaos
38-40 b) Las donaciones piadosas
14-42 c) Diferencia entre donación y fruto
43-44 d) Bondad de la creación de Dios
45 e) En contra de la cosmología maniquea
46 f) Espíritu y conocimiento de Dios
47-48 Recapitulación tras la exégesis de Génesis 1: sentido literal
49 Recapitulación tras la exégesis de Génesis 1: sentido alegórico aplicado a la vida humana
50-53 El séptimo día de la creación

LIBRO XIII

Plegaria

Te invoco a ti, Dios mío, misericordia mía 1 , [1 ]
que me has hecho y no te has olvidado de quien se olvidó de ti.
A ti te invoco hasta mi alma, que Tú preparas 2
para que te albergue desde el anhelo que le insuflas.
Al que ahora te invoca, no lo abandones,
Tú que antes de que yo te invocase te anticipaste 3
e insististe, reiterándote en voces de todo tipo,
para que yo escuchase desde la lejanía 4 y me volviese,
y para que a ti, que me llamabas, te invocase.
Y es que Tú, Señor, has destruido todos mis malos méritos
para no dar justo pago a mis manos en las que hice defección de ti 5 ,
y te has anticipado a todos mis méritos
para dar justo pago a esas manos tuyas con las que me has hecho 6 ,
porque, de igual modo, antes de que yo existiera ya existías Tú,
y no existía yo a quien pudieras conceder que existiera.
Y a pesar de todo he aquí que existo por bondad tuya,
que ha anticipado todo, el propio hecho de hacerme
y aquello de donde pudieras hacerme.
Lo cierto es que no tuviste necesidad de mí, ni soy yo un bien tal del que puedas recibir, Señor mío y Dios mío 7 , no la ayuda de que te sirva de un modo como para que no te fatigues al obrar o no resulte menor tu poder por carecer de mis atenciones, ni la de que te atienda como a un terreno, que te harías yermo si no te cultivase, sino la de servirte y atenderte, para que el bienestar me venga de ti, de quien me viene el que exista para que tenga bienestar.
[2 , 2] Gracias a la plenitud de tu bondad es, verdaderamente, como tu creación perdura, para que el bien —que a ti en nada beneficiaría ni, aun partiendo de ti, resultaría igual a ti 8 — no faltase a pesar de todo, ya que de ti le fue posible surgir. De hecho, ¿qué merecieron de ti el cielo y la tierra que hiciste Tú en el Principio ? Que digan qué merecieron de ti 9 la naturaleza espiritual y la corpórea que has hecho en tu Sabiduría 10 , para que de ella pendiera, incluso comenzado y sin forma, todo cuanto en su clase, ya sea espiritual o corpóreo, cae en la desproporción y en una lejana desemejanza 11 respecto de ti: la informidad espiritual en un nivel superior al de ser un cuerpo formado y, a su vez, la informidad corpórea en un nivel superior al de ser la nada absoluta. Y así, en tu Palabra penderían sin forma si, por mediación de esa misma Palabra, no hubiesen sido llamadas de vuelta hacia tu unidad y recibido forma, y todas fuesen —partiendo de ti, bien único y sumo— sobremanera buenas 12 . ¿Qué habían merecido de ti, incluso para ser sin forma, esas cosas que tampoco serían eso si no fuera gracias a ti?
¿Qué mereció de ti la materia corpórea para ser, cuando [3] menos, invisible y desordenada , ya que tampoco sería eso si no es porque Tú la hiciste? Y por ello, porque no existía, era imposible que mereciese de ti el existir. ¿O qué mereció de ti el inicio de la creación espiritual para que, al menos, flotase tenebrosa semejante a un abismo , diferente de ti, si gracias a esta misma Palabra no se volviese a dicha Palabra por la que ha sido hecha e, iluminada por ella, se hiciera luz 13 y —aunque no de igual modo sí al menos conforme 14 a la forma— igual a ti 15 ?
En efecto, tal y como para un cuerpo no es lo mismo ser que ser hermoso —pues de otro modo no podría ser deforme— así también para el espíritu creado no es lo mismo vivir que vivir sabiamente: de otro modo sería inmutablemente sabio. Por el contrario, para aquél 16 su bien es estar pegado siempre a ti 17 , no sea que, lo que ha conseguido volviénd...

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