Los misterios del rosario
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Los misterios del rosario

  1. 110 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Los misterios del rosario

Descripción del libro

El rosario es una de las oraciones vocales más comunes de los católicos. Es cierto que al rezar el rosario repetimos siempre las mismas palabras. Pero esa reiteración viene de un amor que no se cansa de repetir las mismas expresiones, como hacen también los amantes de la tierra. Las páginas que siguen contienen una breve exposición del contenido de los veinte misterios, con el objetivo de llegar a la meta de la oración contemplativa.

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Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9788432159916
Edición
1
Categoría
Cristianismo
MISTERIOS DOLOROSOS
La agonía de Jesús en Getsemaní, Giovanni Battista Tiepolo.
PRIMER MISTERIO
La oración del huerto
DESPUÉS DE LA CENA han venido al huerto de los olivos, un lugar habitual de reunión y descanso para Jesús y sus apóstoles, ahora iluminado por la luna llena de Pascua. Ocurre entonces algo jamás visto ni imaginado por ellos: el rostro del Señor se oscurece, y su mirada se pierde en el infinito, porque él comenzó a sentir pavor y abatimiento. Y les confesó: Mi alma está triste hasta la muerte, es decir, me muero de tristeza. Son sentimientos que nosotros asociamos solo al pecado o a la enfermedad.
¿Pero cómo es posible, Señor, Hijo del Dios vivo? ¿Cómo tú, siempre fuerte y sereno…? ¿Acaso es por la previsión de los tormentos que te aguardan, de las traiciones, injurias, golpes y escupitajos, y del suplicio de la muerte en cruz…? No, eso no es bastante para abatirlo. Es que ahora se le han echado encima todos los pecados del mundo, que él —el Cordero sin mancha— debe cargar en su conciencia como suyos propios: todas las abominaciones, bajezas, prostituciones, crímenes, odios, crueldades de la historia humana, desde el pecado de Adán hasta el último que se cometa en este mundo: ¡como suyos propios!
Así estaba escrito: Él cargó con nuestras iniquidades. Es imposible que el Verbo encarnado cometa pecado alguno. Y con todo, a él, que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Ese peso inconmensurable le arranca esta petición inaudita: Padre, si quieres, haz que pase de mí este cáliz. ¡Es como nosotros, no quiere sufrir! Sin embargo, tras unos instantes de recogimiento, eleva al Padre la oración suprema: Pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Se supone que toda petición nuestra incluye esa cláusula final.
El horror de ese cáliz es tal, que postrado allí en el huerto, traspira sangre por todos los poros, gruesas gotas que caen sobre el polvo. Es un fenómeno rarísimo, que solo se da en el colmo de la angustia. ¿Y qué hace entonces? Oraba en su agonía con más intensidad. Se había apartado de los suyos con esta recomendación: Orad para no caer en la tentación.
¿Estaban ellos orando? No, sino que los encontró dormidos. Y con pena les preguntó: ¿No habéis podido velar conmigo una hora? Pensamos en nuestros rezos adormilados y ausentes. ¡Cuántas veces hemos oído este suave reproche! ¿Cómo queremos vencer en la tentación, cómo queremos vivir con Cristo pero con tan poca oración? Así hasta que viene Judas con la tropa, Judas con su beso traidor, que nos recuerda nuestros besos de falso amor, nuestras infidelidades, nuestras promesas incumplidas. ¡Ya no más, Señor, ya nunca más!
Jesús es flagelado. Libro de las Horas de Jeanne d’Evreux, reina de Francia (ca. 1324-28), Jean Pucelle.
SEGUNDO MISTERIO
La flagelación del Señor
HACE YA HORAS QUE los apóstoles han abandonado a Jesús. Y son las autoridades religiosas de su propio pueblo, del pueblo escogido, las que quieren acabar con él. Lo procesan, pero no consiguen encontrar en él falta alguna para condenarlo. Entonces Caifás, sumo sacerdote aquel año, lo conjura a responder si él es el Mesías, el Hijo de Dios. Y él, con una voz de infinita majestad, con la voz del Verbo eterno, responde: Yo lo soy, y un día me veréis sentado a la derecha del Padre sobre las nubes del cielo. Y toda la asamblea clama: ¡Ha blasfemado! ¡Es reo de muerte!
Pero solo la autoridad romana podía ejecutar esa sentencia. Lo llevaron, pues, ante Pilato, acusándolo de sublevar al pueblo contra el César, ¡a él, que había enseñado: Dad al César lo que es del César! Pilato, convencido de su inocencia, intentó liberarlo de varias maneras. Todo inútil: el populacho reunido por los sacerdotes, e instigado por ellos, no cesaba de gritar: ¡Crucifícalo!
Entonces discurrió Pilato un recurso extremo: hacerlo flagelar, para que al verlo todo herido, ensangrentado y medio muerto, desistieran de su petición. Así, pues, los soldados lo desnudaron y, atado a la columna, comenzaron a azotarlo por turnos, cuantas veces quisieron. Esos látigos eran de cuero o de cadenillas terminadas en piezas de metal, y arrancaban a Jesús la carne viva. Los interminables golpes (¡hasta cuándo, hasta cuándo!) resonaban en el corazón de María, a punto de caer desfallecida, si no la sostuviera en pie la Magdalena.
¿Eres tú, Jesús, esa piltrafa humana que se tambalea, goteándole por todo el cuerpo su propia sangre, cuando te desamarran del pilar? Con razón un salmo profético había puesto en su boca estas palabras: Yo soy un gusano y no un hombre. En esa facha lo presentó Pilato a la turba: He aquí al hombre. Sí, he allí al verdadero hombre, a la cumbre de la excelencia humana, a la plenitud divina de la humanidad, oculta bajo el manto de su sangre redentora.
Pero el gentío no se conmovió ni tuvo lo suficiente, sino que rugía más fuerte aun: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Ante esa feroz insistencia Pilato se dio por vencido, y lo entregó a la tropa para el horrible suplicio de la crucifixión. Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en que te he contristado? ¿Por haberte amado tanto, nos pregunta Jesús, por haberte dado tantos tesoros de naturaleza y de gracia me tratas así? ¡Perdón, Jesús, perdón por los pecados nuestros que siguen desollando tu santísima carne a través de los siglos!
Cristo coronado de espinas (ca. 1748–72), Giovanni Domenico Tiepolo.
TERCER MISTERIO
La coronación de espinas
AHORA JESÚS QUEDABA en manos de la tropa, que lo acompañará con golpes y patadas, con burlas y escupitajos, hasta la crucifixión misma. Fue entregado en manos de los pecadores. ¿Qué manos son esas sino las nuestras, quiénes son esos que lo llevan a crucificar sino nosotros, qué golpes son esos sino los de nuestros pecados?
Esa pandilla tenía licencia para hacer con su víctima lo que se les antojara, para desfogar con ella sus impulsos más bestiales. Que sea un rey este hombrezuelo desfigurado, revestido con el traje de su propia sangre, es para ellos motivo de gran hilaridad. Y no desaprovecharán la ocasión de seguirle el juego de la realeza. Le echan encima un manto de púrpura, seguramente andrajoso: es la parodia del manto de los reyes. Y ahora se aprestan a jugar con él ese juego de tropa o de carnaval: la caricatura de los honores que rendían al emperador.
Uno de los soldados divisó por allí unas ramas de espino, y con grandes risotadas trenzaron una especie de corona: un casquete que, con las gruesas espinas hacia adentro, le plantaron sobre la cabeza, y que él llevaría puesto hasta ser clavado en la cruz. Han coronado al rey de cielo y tierra como se corona a un rey bufo que ...

Índice

  1. Portada
  2. Portada interior
  3. Créditos
  4. Índice
  5. El rezo del rosario
  6. Misterios gozosos
  7. Misterios luminosos
  8. Misterios dolorosos
  9. Misterios gloriosos
  10. Letanías de la virgen