Por un cambio en la economía
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Por un cambio en la economía

  1. 336 páginas
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Por un cambio en la economía

Descripción del libro

No cabe duda de que el terremoto financiero de 2008 dibujó un nuevo escenario al que el sistema capitalista debía adaptarse para sobrevivir. Sin embargo, la economía más ortodoxa, la que aún hoy impera, ha demostrado una capacidad de adaptación insuficiente al nuevo contexto. Urgen cambios y algunos especialistas ya están desarrollando otra economía más asentada en la realidad. Esas nuevas ideas son necesarias para afrontar desafíos como el paro masivo, la desigualdad y la inestabilidad.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788490567357
Categoría
Economía

TERCERA PARTE

LOS MIMBRES DE UN PARADIGMA ALTERNATIVO

10

DARWIN Y KEYNES SE ENCUENTRAN EN SANTA FE

QHay indicios recientes de que la economía está perdiendo su rígido sentido del determinismo, de que el largo dominio del pensamiento positivista se está debilitando, y de que la economía se está abriendo a un enfoque menos mecanicista y más orgánico.
BRIAN ARTHUR
La fase más difícil de cualquier proceso de cambio empieza cuando termina la crítica al régimen establecido. Porque entonces debe empezar el trabajo de creación de una realidad mejor que la del previo estado de cosas. En nuestro caso, la tarea parece ardua: se trata de explicar cómo el orden aparente degenera en desorden, cómo interactúan la tecnología, las finanzas y la producción en un marco institucional en rápido cambio y con creciente integración geográfica.
Si hubiera que partir de cero, la tentación de quedarse con el paradigma del equilibrio sería casi irresistible. Al menos es una teoría simple, ingeniosa y confortable, internamente consistente. Quizá con algunos retoques podría valer...
La suerte es que no hay que partir de cero. El aparente estado de postración actual de la economía oculta una fertilidad extraordinaria en el pensamiento económico. Por razones que le correspondería desentrañar a la historia de la ciencia, el paradigma de la Síntesis ha mantenido su posición preeminente, a pesar del avanzado desarrollo de otras corrientes de pensamiento y de la existencia de programas de investigación con gran potencial para entender la realidad del sistema económico moderno.
Estas corrientes alternativas, que ya han hecho su aparición en las dos primeras partes de este libro, son bien conocidas, pese a que el titulado medio en ciencias económicas las asocie con personajes raros y estrafalarios, que suelen preferir la prosa a la «perfección» de las matemáticas. La gran sorpresa positiva es que, durante las dos décadas previas al estallido de la crisis, estas corrientes han experimentado una revitalización acompañada de una notable convergencia.
Aun a riesgo de simplificar, este revulsivo en las corrientes marginales de la economía se puede interpretar como el acercamiento entre dos escuelas históricas, en gran parte espoleado por la aplicación a la economía de un movimiento científico fraguado en la física, la biología y otras ciencias naturales. Estas dos escuelas son el evolucionismo y el poskeynesianismo; y lo que actúa de acicate es la «economía de la complejidad».
La génesis del evolucionismo en economía es coetánea de la de la teoría neoclásica. Mientras Léon Walras y William Stanley Jevons construían una ciencia que aspiraba a emular a la física adoptando el lenguaje de las matemáticas, Thorstein Veblen se preguntaba por qué la economía no era una ciencia evolutiva. Como ya había sugerido Alfred Marshall en un pasaje de excepcional lucidez, la referencia para la comprensión de la economía debía ser la biología, y no la física. El objeto de estudio tendría que ser el proceso continuo de cambio en la vida económica, cuya fuerza primordial es la generación, difusión y acumulación de conocimiento humano sobre la forma de hacer frente a las necesidades materiales. El reto para la economía era construir una teoría semejante a la de la evolución de las especies para entender las leyes del cambio histórico y real en el ecosistema de las empresas, los consumidores, las organizaciones y el Estado.
El evolucionismo se convirtió así en la corriente más antagónica a la ortodoxia neoclásica dentro de la llamada escuela institucionalista, de la que Veblen fue el padre fundador, y John R. Commons, su principal exponente antes de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo, además, otros simpatizantes pertenecientes a otras escuelas, como es el caso de Joseph A. Schumpeter, quien trató de distinguir entre el análisis estático del equilibrio y una teoría dinámica evolutiva. Después de la conflagración perdió empuje, pero, aun ocupando un espacio muy modesto, mantuvo su actividad, centrada en el análisis de la empresa, de la dinámica de la industria y del progreso tecnológico.1
Los discípulos y compañeros de John M. Keynes en la Universidad de Cambridge, cuyas batallas dialécticas con sus colegas estadounidenses ya se reseñaron en la primera parte del libro, interpretaron la Teoría general como la primera piedra de una teoría de la economía alternativa a la neoclásica. Hundiendo sus raíces en las enseñanzas de los economistas clásicos, fundaron la escuela poskeynesiana, renunciando a contemporizar con la ortodoxia como hicieron los hijos «bastardos» del otro lado del Atlántico.
Siguiendo a su maestro, el quehacer teórico de esta escuela se orientó a entender y paliar los dos problemas básicos que a su juicio afrontaba una economía monetaria de producción: la tendencia al desempleo y a la inestabilidad, y la desigual y arbitraria distribución de la renta. Trataron de desarrollar la visión de Keynes, proporcionándole un marco microeconómico no basado en el equilibrio y trabajando en una teoría dinámica del crecimiento liberada de la función de producción, en la que tanto la distribución de la renta como el progreso tecnológico ocupaban una posición esencial. Como ha reconocido uno de sus miembros de segunda generación, no consiguieron su propósito, y la revolución keynesiana quedó inacabada.2
Siguieron trabajando en el ostracismo durante las décadas de 1970 y 1980, con representantes brillantes en Estados Unidos (como Hyman Minsky) y otros países de Europa, y en los años previos a la crisis tomaron fuerza.
Una de las explicaciones de la marginación de estas corrientes de pensamiento no centrales tiene que ver con el método. Aunque muchos de sus miembros eran consumados matemáticos, resultaba difícil competir con los modelos formalizados del equilibrio mediante la prosa o mediante modelos menos deterministas. Quizá sea esta la razón que explica la trascendencia de la irrupción del enfoque de la complejidad en el ámbito de la economía.
La cuna de la economía de la complejidad es Santa Fe, ciudad fundada en 1610 por don Pedro de Peralta, otrora capital de la provincia española de Nuevo México y en la actualidad la capital estatal más antigua de Estados Unidos. En 1984, un pequeño grupo de físicos, químicos y especialistas en computación del Laboratorio Nacional de Los Álamos (en el que se creó la bomba atómica) decidió crear un instituto con vocación interdisciplinar e independiente dedicado al estudio de los «sistemas complejos». Una de sus aspiraciones era romper las barreras de separación entre las ciencias naturales y las sociales, aplicando a estas últimas los instrumentos más avanzados en matemáticas y computación.
Dos años más tarde, el consejero delegado del mayor banco estadounidense decidió financiar la creación de un programa de economía en el Instituto Santa Fe (Santa Fe Institute, SFI), con la idea de que pudiera contribuir a explicar algunos de los desórdenes financieros internacionales de su tiempo. En 1987, después de un primer seminario exploratorio, el SFI reunió a diez científicos con diez renombrados economistas para tratar de confrontar sus perspectivas y métodos. Desde este primer careo, se han celebrado otros dos grandes seminarios en 1997 y 2001 consagrados ya de lleno a la economía.3
A pesar de sus orígenes de reminiscencias cinematográficas, el SFI ha conseguido articular un marco de pensamiento económico distinto al del paradigma dominante y convertirlo en un programa de investigación en expansión (Arthur, 2013). Su método de trabajo, con una gran rotación de investigadores visitantes y encuentros relativamente abiertos, ha facilitado la difusión de la economía de la complejidad, así como la convergencia de esta con las otras dos corrientes no centrales.
Desde esta perspectiva, la economía se concibe como un sistema adaptativo complejo; un sistema donde la interacción de una multitud de agentes distintos (empresas, consumidores, organizaciones y gobiernos) genera patrones agregados de manera continua, los cuales cambian a medida que los agentes aprenden y reaccionan a los patrones que se van formando. Es un sistema dinámico no lineal que alterna fases de estabilidad, con ciclos no periódicos y comportamientos explosivos.
Partiendo de esta concepción general, la economía de la complejidad ha construido un programa coherente, alimentado por contribuciones de otras ciencias y otras escuelas, que incluye una visión distinta de la racionalidad humana y del marco en que se desenvuelve la economía, el estudio de las redes y de la emergencia de estructuras y patrones nuevos. Y ha puesto en práctica un enfoque metodológico pluralista, en el que el álgebra es solo una referencia y en el que cobra importancia la computación.
EL MEOLLO DE LA VISIÓN ALTERNATIVA
Llegados a este punto, cabe preguntarse dónde está la innovación elemental respecto a la ortodoxia. Nadie con un mínimo sentido de la curiosidad hacia la realidad duda de que la economía es compleja, producto de millones de interacciones, ni de la importancia de la innovación en su desarrollo. ¿Cuál es el meollo de esta nueva aproximación teórica y qué es lo que hermana el evolucionismo, el poskeynesianismo y la complejidad? La respuesta es: el tiempo, la incertidumbre y la tecnología.
Es hora de despertar del sueño mecanicista. El sustrato de la economía es la acción humana y esta se desarrolla en el tiempo irreversible e irrevocable. La flecha del tiempo solo va en una dirección. El proceso económico no es solo movimiento, sino también cambio cualitativo continuo (GeorgescuRoegen, 1971). Y la implicación esencial de asumir el tiempo es la incertidumbre, la necesaria limitación de nuestro conocimiento respecto al futuro. El mundo es nuevo cada día y no podemos determinar a ciencia cierta hacia dónde va. Nuestra vida económica (y no económica) es un empeño continuo por descubrir, entender y aprender; pero es un proceso sin fin, porque no hay una única realidad inmutable y nunca la habrá. La incertidumbre es un ingrediente esencial y permanente de la actividad económica. Y soslayarla, como ha hecho el paradigma de la Síntesis, aleja a la teoría de la realidad de manera irremediable.
Asumir la incertidumbre lo cambia todo.
Cuando los agentes no conocen bien alguno de los resultados de las alternativas a su alcance, porque no se pueden definir los estados de la naturaleza o no es posible asignar una probabilidad, los problemas de decisión no están bien definidos. Y, por tanto, no pueden ser abordados con la lógica deductiva de la maximización; no es posible establecer una opción óptima. Cada agente imagina el futuro de una manera y trata de aprender en función de la realidad. Los resultados de nuestras acciones dependen también de las acciones del resto; y el resultado agregado depende de nuestras expectativas, lo que eleva la incertidumbre a la que nos enfrentamos.
Hay dos fuentes particulares de incertidumbre que condicionan la dinámica económica.
La primera fuente es la derivada de la inestabilidad en la producción y el empleo. Gran parte del entorno de nuestras decisiones económicas básicas está influenciado por el nivel de actividad y de empleo. La crisis ha sido un ejemplo palmario de ello. Comprarse un coche, ir a la universidad, viajar, tener un hijo, conceder un crédito... Cuando tememos la posibilidad de un escenario depresivo acumulativo, todas estas decisiones se conmocionan por la incertidumbre.
La segunda fuente de incertidumbre deriva del cambio tecnológico. A principios del siglo XX, Joseph A. Schumpeter apuntó a la tecnología como la principal fuerza perturbadora del equilibrio. Pero, como señala Brian Arthur, el primer director del Programa de Economía del SFI, la capacidad perturbadora del cambio tecnológico es mucho mayor de lo que previó el destacado economista austríaco-estadounidense. Las innovaciones tecnológicas se producen a partir de tecnologías previas y demandan tecnologías adicionales, generando un proceso acumulativo que afecta de manera continua a todos los niveles de la economía.
Al asumir el tiempo, la incertidumbre y el cambio tecnológico, el equilibrio, que es la base conceptual de la ortodoxia, queda como un caso particular. Lo cual no quiere decir que no existan mecanismos y fuerzas que tienden a hacer compatibles los planes de transacción de los agentes cuando se dan las condiciones. Pero el estado natural de la economía es el desequilibrio. Los agentes y las empresas son heterogéneos y están constantemente adaptando sus decisiones, planes y estrategias en continua interacción, tratando de enfrentarse de la mejor manera posible a la incertidumbre. Así pues, no existe un estado de reposo estable. El cambio en la economía es endógeno, es una propiedad derivada de su naturaleza.
Y todo el proceso se asemeja mucho a la evolución en biología, aunque a una velocidad mucho más alta. Aquí, son los agentes, sus estrategias, concepciones del mundo y planes los que van mutando; creciendo y ampliándose los que funcionan bien, y desapareciendo los que funcionan mal.
A pesar de la diversidad de orígenes históricos e intelectuales entre el evolucionismo y el poskeynesianismo, ambos comparten una visión de la economía muy similar.4 La irrupción de la complejidad no ha hecho sino evidenciar esta sintonía y facilitar el acercamiento entre ambas tradiciones. La esencia es la voluntad de anclar la economía de manera más firme a la realidad. En los próximos capítulos trataremos de mostrar cómo esta visión está tomando forma en la concepción del agente, de la empresa y del progreso tecnológico, del ecosistema financiero y de la macroeconomía.
¿DÓNDE QUEDAN LOS «AUSTRÍACOS»?
A estas alturas del texto, más de un lector habrá reparado en la escasa atención prestada a una de las tradiciones más fecundas, profundas y originales de la historia del pensamiento económico. De hecho, Carl Menger, su fundador, suele figurar junto con Jevons y Walras como progenitor de la revolución marginalista y de la economía neoclásica.
A pesar de que Menger formuló una teoría del valor subjetiva que suponía el decrecimiento de la utilidad marginal, la aproximación científica a la economía de la escuela que fundó siempre fue distinta a la de la teoría neoclásica.5 Su método era exclusivamente hipotético-deductivo, desconfiando de las matemáticas y de la contrastación empírica; y concebía la economía como el estudio de la acción humana, en...

Índice

  1. Dedicatoria
  2. Agradecimientos
  3. Introducción. Humildad y cambio
  4. Primera parte. La embriaguez del equilibrio
  5. Segunda parte. Cinco brechas en la ortodoxia
  6. Tercera parte. Los mimbres de un paradigma alternativo
  7. Cuarta parte. Reflexiones normativas más allá de la ortodoxia
  8. Conclusión. Un cambio hacia el pluralismo
  9. Bibliografía
  10. Notas