Agatha Christie
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Agatha Christie

  1. 192 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Agatha Christie

Descripción del libro

"Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia delante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único", escribió Agatha Christie sobre ella. Nacida cuando la emancipación de la mujer aún parecía lejana, la escritora inglesa fue un espíritu libre. Hecha a sí misma, movida por su tenacidad y con una curiosidad sin límites, con las convenciones sociales para vivir experiencias solo reservadas a los hombres. Vivencias —algunas extraordinarias, pero también las dolorosas— que se convertirían en el motor de su obra y la llevarían a ser la escritora más exitosa de todos los tiempos.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788491874584

4 ESPLENDOR EN ORIENTE

El secreto de permanecer siempre vigente es comenzar a cada momento.
AGATHA CHRISTIE
A finales de los años veinte, Agatha logró dejar atrás su primer matrimonio y emprender sola una aventura en Oriente que impregnaría muchas de sus obras. En la imagen de la página anterior, Agatha hacia 1930.
El 7 de diciembre de 1926, cuatro días después de su desaparición, el Daily News ofrecía cien libras a la primera persona que diera una pista con la que encontrar a Agatha Christie con vida. No sería, por supuesto, el único periódico en interesarse en la desaparición de la autora. Después del éxito que Agatha había alcanzado con El asesinato de Roger Ackroyd, el acontecimiento fue un jugoso regalo para la prensa. En todos los diarios aparecían entrevistas y artículos de autoproclamados expertos que aseguraban saber qué le había sucedido. Durante la semana siguiente, la policía, como muchos de sus lectores, buscó a la autora sin descanso. Las circunstancias matrimoniales de la pareja convertían a Archibald Christie en el principal sospechoso. Al ser interrogado, las palabras de Archie intentaron alejar su nombre a toda costa de la lista de principales culpables: «Mi mujer me dijo una vez que ella podría desaparecer de tal modo que desafiaba a que alguien tratara de encontrarla. Esto muestra que la posibilidad de crear su propia desaparición estaba ya en su mente».
Toda Inglaterra estaba buscando a la escritora de misterio, y algunos lo hacían con unos métodos más particulares que otros. El padre literario de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, también se sumó a la búsqueda. El autor, cuyo interés por el espiritismo era tan ferviente como el de Clara, llevó uno de los guantes de Agatha a una famosa médium con la esperanza de hallar respuestas, aunque solo obtuvo alguna frase ambigua y una fecha: Agatha aparecería el martes de la semana siguiente.
Mientras tanto, durante esa semana, uno de los músicos del hotel balneario Hydropathic de Harrogate informó a la policía de que, coincidiendo con la desaparición de Agatha, había llegado al hotel una mujer cuyo aspecto se correspondía con la descripción de la autora. Avisos como estos llegaban de todas partes de Inglaterra, pero, como si de alguna de las novelas de Agatha se tratase, enviaron a un detective privado a comprobarlo. El profesional no tenía dudas: era Agatha Christie.
El 14 de diciembre, la fecha anunciada por Arthur Conan Doyle, la policía llegaba al balneario de Harrogate y, tras ella, una legión de periodistas. Agatha se había registrado en el hotel el día siguiente a su desaparición y, según los huéspedes, había sido extremadamente agradable con todo el mundo. Solía socializar jugando al billar con otros clientes, aunque a veces prefería sentarse al piano, en el amplio y luminoso salón del hotel, y a los huéspedes los emocionaba escucharla. Agatha también se conmovía, y en ocasiones lloraba sobre el piano. A nadie le extrañaba. Teresa Neele, nombre al que Agatha respondía en el hotel balneario, les había contado que había perdido a su hijo recientemente.
A las 6:45 de ese mismo día, once días después de la desaparición de Agatha, Archie llegó al Hydropathic. Agatha, al verlo, pareció reconocerlo y, mostrándose serena y feliz, como si su presencia allí no tuviera nada de extraño, exclamó:
—¡Maravilloso! Mi hermano acaba de llegar.
Mientras Agatha le tendía los brazos y se acercaba a él, Archie se dio cuenta de que su mujer no fingía. Visiblemente consternado, rodeado de periodistas que los acosaban a preguntas y viendo que Agatha, enajenada, apenas si respondía con cierta cordura, la tomó del brazo y la condujo a su habitación.
Ese mismo día, el Daily News envió a Agatha un telegrama que publicaba entre sus páginas, en el que demostraba creerla tanto como lo había hecho su esposo:
En vista de las críticas generalizadas sobre su desaparición, le instamos encarecidamente a que dé una explicación a las miles de personas que se unieron a una búsqueda costosa y que no pueden entender su pérdida de memoria.
Esta agresiva insistencia sobre su culpabilidad ignoraba completamente su relato de los hechos y el de los propios médicos, que le diagnosticaron un trastorno de identidad. Sin embargo, era muy difícil para los periódicos renunciar a una primera plana que reflejara a Agatha como una despechada escritora de misterio que había tratado de manipular a la opinión pública sin importarle el enorme desembolso que su búsqueda había supuesto para el erario público, solo por el placer de castigar a su esposo y, de paso, aumentar su fama y la venta de sus libros.
Agatha jamás habría abandonado de ese modo a su hija, como tampoco lo habría hecho con su coche y todas sus pertenencias. Carlo había testimoniado que no era dueña de sí desde unos días antes de la desaparición. Sin embargo, los mismos periódicos que celebraron la partida de la Expedición del Imperio —cuyo gasto fue tan desproporcionado como innecesario— decidieron ensañarse con la autora, recriminándola en letras de imprenta ante el mundo entero por el inflado presupuesto que habían calculado para su búsqueda: doce mil libras (una cifra que, tanto a algunos familiares como a miembros del cuerpo de policía, les pareció poco realista).
La prueba irrefutable para la prensa de que Agatha había planificado de algún modo su desaparición era un extraño mensaje que ella misma había dejado en el Times el 11 de diciembre: «Amigos y familiares de Teresa Neele, llegada de Sudáfrica, por favor, comuníquense con ella». Y, como dirección, había dejado la del Hydropathic. Agatha estaba en un estado de depresión por el duelo de su madre y la marcha de su esposo, y en un trastorno en el que parecía haber desarrollado una nueva identidad, no es de extrañar que el apellido elegido fuera el de la amante de Archie, la persona que disfrutaba de todo lo que ella había perdido.
Tras pasar la noche con su esposa en Harrogate, Archie procuró despejar las sospechas que planeaban sobre Agatha como autora consciente de un intrincado plan para atraer la atención de los medios. Cuando la prensa le preguntó, su marido hizo una firme declaración a favor de su esposa que recogieron muchos periódicos:
La misteriosa desaparición de Agatha, propia de una de sus novelas, pobló las páginas de la prensa. Arriba, fotografía aparecida el 11 de diciembre de 1926 en el Daily News que ilustra los posibles aspectos que podría haber adoptado la autora para mantener su anonimato. Abajo, el coche de la escritora tal y como se encontró, abandonado en la carretera.
No hay ninguna duda sobre su identidad. Es mi mujer. Ha sufrido una completa pérdida de memoria y no creo que sepa quién es. No me reconoce y no sabe dónde está. Espero que el descanso y la tranquilidad la ayuden a recuperarse.
Ese mismo día, Archie dejó a la escritora al cuidado de Madge y se instaló en Sunningdale. Acompañada por su querida hermana, Agatha se repuso durante un tiempo de ese inquietante incidente, cuya misteriosa sombra siguió persiguiéndola a lo largo de toda su carrera.
En febrero de 1928, Agatha se encontraba de nuevo en pie para enfrentarse al mundo. Durante el año en el que había decidido esperar a Archie, había soportado el acoso de la prensa, consejos tan dañinos como bienintencionados, y tratado de rehacerse y recordarse a sí misma, mientras los periódicos no dejaban de acosarla:
Me sentía como un zorro perseguido y acosado por todas partes por los ladridos de los perros. Siempre he odiado la notoriedad de cualquier tipo y, en esos momentos, la tuve en tal alto grado que pensé que no soportaría vivir más.
Por si todo esto no fuera suficiente, el momento elegido por Archie para solicitar el divorcio no podía ser peor económicamente. Agatha había invertido en la casa de Sunningdale la mayoría de sus ahorros y necesitaba desesperadamente escribir un nuevo libro para asegurarse un medio de vida. Pero cada nueva noticia en el periódico, la ausencia de Archie y, sobre todo, las engañosas ensoñaciones de lo que podría haber sido su vida no le permitían concentrarse en su trabajo. Debía abandonar Inglaterra, irse a un lugar donde nadie conociera su vida y, al mismo tiempo, no hubiera nada que le recordara cómo había vivido hasta entonces, pues la felicidad de la que había disfrutado en su tierra natal no hacía sino convertirla en una mujer más desdichada. Entonces, recordó el majestuoso volcán del Teide, en las Islas Canarias, que había admirado desde la cubierta del Kildonan Castle seis años atrás, cuando Archie y ella comenzaron juntos su vuelta al mundo. Era el momento de dejar Inglaterra, y las Islas Canarias fue el destino elegido para ello:
Me costaba mucho trabajo sobreponerme, pero sabía que la única forma de empezar de nuevo estaba en romper radicalmente con todo lo que me había hecho naufragar. No encontraba paz en Inglaterra, después de todo lo que había pasado. Rosalind era la única luz que brillaba en todo ese panorama. Estando sola con ella y con mi amiga Carlo, las heridas cicatrizarían y podría hacer frente al futuro.
La decisión de irse a las Canarias resultó ser todo un acierto. Cuando no estaba ocupada con su cadáver, como solía llamar a su trabajo, su mente encontraba la paz en el horizonte dominado por el Teide, la brisa marina en su piel y las cenas al aire libre que permitía la cálida temperatura isleña. Allí pudo concentrarse, al menos durante algunos períodos de tiempo, en su próxima novela, aunque Rosalind, que entonces tenía ocho años, parecía no llevar del todo bien la separación. Necesitaba ver a su madre y la interrumpía constantemente. Esto, inevitablemente, le hacía aún más difícil el trabajo. Agatha, sin embargo, sentía que Rosalind era la razón principal que la anclaba al mundo: debía terminar el libro, pues el futuro de su hija dependía de ello. A pesar de que el mediático seguimiento de su desaparición fue una de las pruebas más evidentes de que Agatha se había convertido en una famosa escritora, ella misma recordó en sus memorias que no fue hasta entonces, cuando estuvo bajo el nítido cielo canario, cuando consideró la literatura como su medio de vida:
Para empezar, no sentía ninguna alegría al escribir, ninguna inspiración.[...] Me impulsaba desesperadamente el deseo o, mejor dicho, la necesidad de escribir otro libro y ganar algo de dinero. Ese fue el momento en el que me transformé de escritora aficionada en profesional. Asumí todas las cargas de una profesión como la de escritor, en la que tienes que escribir aunque no te guste lo que estás haciendo y aunque no esté demasiado bien escrito.
El resultado de su trabajo en las islas, El misterio del tren azul, fue un éxito tan rotundo como el anterior. Aunque tanto editores como público alabaron la obra, la autora despreció siempre esta pieza, y las únicas reflexiones que se permitió sobre ella fueron de dónde sacó la energía para terminar de escribirlo. Afortunadamente para Agatha, ni siquiera en los momentos más dolorosos de su vida la abandonó la fuerza de voluntad para enfrentarse a lo inevitable.
La Agatha que regresó a Inglaterra poco se parecía ya a la mujer destrozada que había partido semanas atrás. Si en el pasado pudo enfrentarse a las barreras físicas de una guerra para reunirse con Archie, ahora que era él mismo quien se alejaba de ella no estaba dispuesta a esperarlo eternamente y, desde luego, no podría perdonarlo sin más, como todos le aconsejaban.
Con mejor ánimo y el carácter endurecido, la escritora estaba más que dispuesta a plantar cara al mundo. La primera de sus decisiones, impensable unos meses antes, se resolvió con pragmática frialdad. Concertó una cita con Archie y le preguntó por última vez si estaba seguro de su decisión:
—Solo hay una cosa que realmente quiero: ser feliz. Y no lo seré hasta que me case con Nancy.
A partir de entonces, Agatha no volvió jamás la vista atrás. El Archie al que conocía había desaparecido para siempre. Con el pulso firme, tomó su estilográfica, escribió a sus abogados y puso en marcha el trámite de divorcio.
Una fría tarde de otoño de 1928, Agatha paseaba por las calles de Londres aprovechando el monótono ruido de sus firmes pasos para enlazar y descartar argumentos de su siguiente novela. El piso del céntrico barrio de Chelsea que había comprado y donde se había instalado temporalmente con Rosalind y Carlo la situaba lejos de Styles y de Ashfield; era el lugar idóneo para rediseñar su vida como mujer divorciada. A lo largo del paseo, mientras su mente entrelazaba con pericia los funestos destinos de sus nuevos protagonistas, disfrutaba de esa olvidada sensación de libertad que la había invadido durante los últimos meses, desde que el divorcio con Archie se había hecho efectivo en abril de ese mismo año. Ese día, además, se sentía especialmente ociosa, pues hacía poco que su hija Rosalind había comenzado el curso en un colegio interna. ¿Qué iba a hacer ahora que estaba tan libre de responsabilidades?
Con estas preguntas rondándole por la cabeza, hubo uno de los escaparates de la ciudad que le llamó especialmente la atención: era el de la agencia de viajes Thomas Cook. Los coloridos pósteres que colgaban detrás del cristal anunciaban con letras elegantes y de gran tamaño una larga lista de destinos que jamás se había planteado visitar: Zagreb, Belgrado, Sofía, Estambul... De golpe, sintió un ardiente deseo por viajar.
¿Cómo no se le había ocurrido justo tras firmar los papeles del divorcio? Cuando estaba casada con Archie, solo permanecía en Inglaterra porque su marido, que trabajaba en los negocios, no podía tomarse unas largas vacaciones. Pero ahora que era una célebre autora que podía escribir y producir desde cualquier parte del globo, ¿cómo no lanzarse a un mundo que parecía tenderle la mano? Además, ya no podría estar con Rosalind hasta las vacaciones de Navidad. No necesitó reflexionar mucho tiempo para abrir la puerta de las oficinas de la agencia de viajes Thomas Cook y reservar unos pasajes para Jamaica y las Indias Occidentales.
Sin embargo, dos días antes de su partida, un joven comandante le habló con inusitada emoción de una ciudad que el resto de sus conciudadanos siempre habían criticado: Bagdad. Pronto, Agatha se dio cuenta de que lo fascinante de la ciudad era precisamente aquello que los...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Prólogo
  5. Una dama con un plan
  6. Hacia delante
  7. Un giro inesperado
  8. Esplendor en Oriente
  9. La reina del crimen
  10. Cronología