El cerebro ilusionista
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El cerebro ilusionista

Jordi Camí, Luis M. Martínez

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  1. 320 páginas
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El cerebro ilusionista

Jordi Camí, Luis M. Martínez

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¿Cómo logran los magos hacernos ver lo imposible? ¿Qué interferencias producen en nuestros procesos cognitivos? ¿Cómo explica la magia el funcionamiento del cerebro?Los magos utilizan efectos ópticos y manipulan la atención: consiguen que miremos, pero que no veamos. Se aprovechan de nuestras predisposiciones y de la fragilidad de nuestros recuerdos, porque el secreto de la magia está en el funcionamiento de nuestra mente. Para desvelarlo, este libro nos propone un viaje a través de la cognición humana; un recorrido por el amplio mundo de la atención, la percepción, las memorias y las decisiones. De la mano de dos auténticos expertos en neurociencia y magia, nos adentramos en el funcionamiento de nuestro cerebro para entender cómo los ilusionistas nos convencen con espectaculares y asombrosos trucos. Un texto apasionante o, nunca mejor dicho, mágico.Descubre tu cerebro mediante la magia.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2020
ISBN
9788491876274
Categoría
Psychologie

SEGUNDA PARTE LOS MECANISMOS

4 CONSTRUIMOS UNA ILUSIÓN DE CONTINUIDAD

LOS LÍMITES DEL CEREBRO Y LA ILUSIÓN DE CONTINUIDAD

El cerebro asume que el mundo en el que nos movemos es continuo en el espacio y en el tiempo. Sin embargo, nuestros sensores no nos permiten experimentarlo de ese modo: no estamos en condiciones de procesar de forma simultánea todo el contenido de una escena en alta resolución debido a razones de espacio y también de consumo metabólico.
Además, a las restricciones del cerebro para procesar toda la información que recibe, se le suman las propias limitaciones del campo visual y algunas otras que nos obligan a mover constantemente los ojos (aunque no seamos conscientes de ello) con el fin de rellenar las continuas e inevitables lagunas en nuestra visión.
Esto es lo que da lugar a la denominada «ilusión de continuidad», entendida tanto en el espacio como en el tiempo.
Pongamos un ejemplo: cuando vemos un automóvil circulando por una carretera, aunque lo percibamos de manera completa (ilusión de continuidad en el espacio), solo nos fijamos en una parte del vehículo que procesamos con alta resolución. Lo mismo ocurre con su movimiento (ilusión de continuidad en el tiempo).
Esto sucede porque, como el cerebro es incapaz de procesar toda la información que constantemente llega del mundo exterior, una de las estrategias que utiliza es procesar principalmente allá donde se produce contraste, es decir, aquello que cambia o que está en movimiento.
En el sentido de la vista, estas limitaciones nos obligan a realizar diversos e imperceptibles movimientos escaneadores con los ojos que consiguen rellenar por cuenta propia una buena parte de la experiencia visual. De este modo, gracias a esta eficiente estrategia que consigue grandes resultados consumiendo poca energía y ocupando escaso espacio de nuestro «disco duro», es posible lograr la ilusión de que todo fluye de forma continua con muy poca información.

LAS PARTICULARIDADES DEL CAMPO VISUAL

Nuestro campo visual, es decir, la porción del espacio que cada ojo es capaz de ver, es muy amplio. Aunque, debido a la distribución desigual de los distintos tipos celulares en la retina, también es asimétrico. Además, a esto hay que sumarle el relleno que se produce en el punto ciego, donde comienza el nervio óptico.
Por ello, en realidad, solo tenemos buena agudeza visual en la fóvea, de la que ya hemos hablado, una región central de la retina provista de una densidad muy alta de fotorreceptores (conos) y que solamente representa un 2 % del total de la superficie retiniana. En el resto de la retina, la agudeza es tan baja que, si careciésemos de fóvea, seríamos declarados legalmente ciegos.
Esta distribución tan asimétrica de la agudeza visual da lugar a que la mirada se acompañe siempre de una visión periférica mucho menos nítida, que no capta tantos detalles.
Por ejemplo, cuando miramos a alguien a la cara, la visión central prácticamente se fija solo en los ojos o en algún otro aspecto concreto, como la nariz o la boca, mientras que el resto permanece como en una nube de baja resolución.
Otro ejemplo muy ilustrativo de la distinta interpretación que se obtiene comparando la visión central con la visión periférica nos lo da Margaret Livingstone en su libro de 2002, ya citado en páginas anteriores.26 En él realiza un estudio sobre la pintura más famosa de Leonardo da Vinci, La Gioconda, también llamada La Mona Lisa. Pues bien, cuando centramos la mirada en los ojos de la figura femenina, la visión de la boca se sitúa en la periferia, mucho menos precisa. Entonces vemos que las sombras que rodean la boca realzan su curvatura generando la percepción de una sutil sonrisa. Por el contrario, cuando miramos directamente la boca, la visión central es capaz de diferenciar las sombras de la comisura de los labios, y entonces la sonrisa se desvanece.
Al hecho de que solamente tengamos buena agudeza visual en la fóvea, hay que añadirle el que las neuronas retinianas detectan y procesan información principalmente cuando hay cambios en la escena; en caso contrario, las células receptoras se adaptan y desconectan. Esto se debe a que en la retina los pigmentos de los fotorreceptores se agotan cuando absorben luz, de tal forma que necesitan un instante de oscuridad para regenerarse.
Por todo esto, la única manera de «ver» las imágenes estáticas y analizar una escena en su totalidad es realizar movimientos oculares, mover continuamente los ojos para evitar las consecuencias de la adaptación y, a su vez, lograr que la fóvea vaya escaneando las distintas partes de la escena de manera secuencial.
A su vez, estos «movimientos escaneadores» están estrechamente relacionados con la información que nos interesa obtener en un momento determinado, como ya evidenció el científico Alfred Yarbus al afirmar en 196727 que tendemos a mirar los aspectos salientes de una imagen, los que contrastan, y que la información procesada en fijación depende de las tareas o instrucciones recibidas. Es decir, que no es lo mismo buscar algo en un cuadro que memorizar su contenido.
Yarbus demostró sus tesis con el cuadro Visitantes inesperados, de Iliá Yefímovich Repin. Su experimento consistía en registrar el rastreo de los ojos de los espectadores tras hacerles preguntas concretas. Los resultados revelaron que, por ejemplo, al preguntar por la edad de los personajes, la mirada de los espectadores se dirigía a las caras de los protagonistas de la pintura, pero, en cambio, al preguntar por su situación económica, lo hacía en torno a la vestimenta o las posesiones materiales.
Otro experimento clásico es el de Anderson y Pichert, propuesto en uno de sus estudios publicado en 1978,28 y también destinado a demostrar que la reconstrucción de una determinada escena depende mucho del objetivo de la búsqueda, de las instrucciones recibidas.
En su investigación, los participantes en el experimento vieron un vídeo en el que se hacía una visita por el interior de una mansión residencial. Algunos espectadores fueron instruidos previamente para ver el vídeo con los ojos de un ladrón, y otros con los ojos de un potencial comprador.
Tras el visionado, el detalle de los recuerdos entre los dos grupos fue bien distinto: los potenciales «compradores» se fijaron en el número y tamaño de las habitaciones, en sus instalaciones, baños, etc. En cambio, los potenciales «ladrones» se fijaron en la accesibilidad de las ventanas desde el exterior o en los objetos potencialmente vendibles, como la televisión o el aparato estereofónico (eran otros tiempos).
La memoria del visionado fue, por tanto, imperfecta en ambos grupos, y los detalles y los recuerdos de los participantes fueron distintos según la tarea, es decir: quedaron filtrados y editados por las instrucciones y objetivos que se les había asignado previamente.

DIVERSOS TIPOS DE MOVIMIENTOS ESCANEADORES

Entre los distintos movimientos escaneadores de los ojos destacan los tres siguientes:
  1. Las sacadas o movimientos rápidos.
  2. Los movimientos suaves de búsqueda, movimientos de seguimiento de un objeto móvil.
  3. Los movimientos realizados durante las fijaciones, cuando la mirada del ojo se detiene transitoriamente en una determinada posición (entre 180 y 330 milisegundos).
Si percibiéramos todos estos movimientos continuos de los ojos, nos asustaríamos de nosotros mismos porque, por ejemplo, además de los tres tipos citados, cuando se mantiene la fijación por un largo periodo se producen también microsacadas, que tal y como las describen en sus estudios Susana Martínez-Conde y sus colegas29 Rayner y Castelhano,30 son movimientos pequeños e involuntarios que previenen la desconexión por adaptación.
En todo caso, lo importante es que la mayoría de la información procesable se obtiene durante los movimientos de fijación y los de búsqueda y, a partir de estas imágenes parciales y fraccionadas, el cerebro se las tiene que arreglar para rellenar la información que falta y lograr así la ilusión de continuidad, tanto en el espacio —ya que nunca escaneamos una escena en su totalidad— como en el tiempo.
Este rellenado temporal es muy relevante, ya que entre fijaciones estamos básicamente desconectados, ciegos al mundo.
Hagamos unos cálculos básicos:
  • Si realizamos una media de tres o cuatro microsacadas o sacadas por segundo y estamos unas 16 horas en vigilia, pasaremos cuatro de estas horas visualmente desconectados debido a que estos movimientos rápidos de los ojos pueden durar entre 150 y 300 milisegundos, dependiendo de su amplitud.
  • A ello debemos sumarle una media hora adicional de oscuridad debida a los parpadeos, que hacemos cada cinco segundos, con una duración media de 500 milisegundos.
Por lo t...

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