
- 608 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
España en el diván
Descripción del libro
A lo largo de la última década, España se ha visto sacudida por una serie de desfondamientos que nos han llevado de la euforia económica al desengaño, de la seguridad a la incertidumbre, de la creencia en un porvenir más o menos próspero a la perplejidad, la indignación y el enfado. Un amplísimo relato que nos ofrece una lúcida crónica que abarca los años de consumo acelerado, en los que la corrupción, la especulación y el mal gobierno quedaron muchas veces en segundo plano como consecuencia de los beneficios inmediatos de una economía artificialmente acelerada por el crédito, hasta la actual situación de devaluación interna se ve abocado a una desigual modestia, momento presente que el autor analiza en una larga introducción.
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Historia europea1
CAROLINGIA YA NO VIVE AQUÍ

Mais além, mais além! («¡Más allá, más allá!»).
Lema del infante portugués
DON HENRIQUE,
O príncipe do mar, siglo XV
No es verdad que la tormenta económica haya pillado por sorpresa al presidente del Gobierno español, tozudo en su empeño de evitar la palabra crisis, hasta que no hubo otro remedio que rendirse a la evidencia. En julio de 2007, la Oficina Económica del Gobierno, dirigida por el economista David Taguas, advirtió al Jefe que se estaban dando las condiciones para una tormenta perfecta. Hombre de carácter impetuoso, Taguas es un brillante economista formado en el servicio de estudios del BBVA, donde trabajaba a las órdenes de Miguel Sebastián, al que hace unos meses podríamos haber definido como el valido de José Luis Rodríguez Zapatero. Valido en minúsculas.
¿El nuevo duque de Lerma? ¿El Olivares del zapaterismo? Un poco sí. Hasta hace unos meses. Sebastián es uno de los hombres en quien más ha confiado un hombre bastante dado a no fiarse ni de su propia sombra. Dicen, sus admiradores, que solo Zapatero sabe quién es José Luis Rodríguez Zapatero. Un núcleo rocoso se esconde bajo tanta flexibilidad y tanto deleite por la astucia.
Un metálico instinto de supervivencia política. Y una fe posiblemente desmesurada en las artes de la imagen. Zapatero se resistió a hablar de la crisis por dos motivos: por no aparecer como un mentiroso después de la campaña electoral de marzo de 2008, y para proteger los intereses de la banca española, cuyo talón de Aquiles es el riesgo de una morosidad a gran escala en un país de gente hipotecada hasta las cejas. Había riesgo real de catástrofe. El presidente del Gobierno no podía precipitar la sensación de debacle económica en una España muy endeudada, extraordinariamente endeudada. Y contó para ello con la preciosa ayuda de Emilio Botín, presidente del Banco de Santander. A la vuelta del verano de 2007, cuando la oposición intentaba centrar el debate preelectoral en el progresivo deterioro de la economía, el banquero más poderoso de España se quiso fotografiar con Zapatero para lanzar un mensaje de tranquilidad: no pasa nada, tenemos un buen futuro por delante, las hipotecas se podrán pagar. Ese mensaje protector de la banca acompañó al líder del PSOE hasta el día de las elecciones. Pedro Solbes no estaba solo la noche que derrotó a Manuel Pizarro en aquel decisivo debate económico ante las cámaras de Antena 3. El mensaje tranquilizador del vicepresidente económico —«vamos a un aterrizaje suave»— tenía detrás a la banca y a los principales grupos inmobiliarios, lógicamente interesados en evitar una brusca caída que ya se temían. Pero Taguas, el intempestivo Taguas, había avisado.
La Oficina Económica de la Moncloa, tantas veces denostada por los adversarios del Gobierno, envió la señal de advertencia, pero el presidente Zapatero se hallaba prisionero de un relato político en el que no había espacio para la crisis económica. Fracasado el proceso de paz con ETA por la negativa del sector más duro de la banda a la rendición a cambio de unas contrapartidas políticas más retóricas que reales y de una indulgencia que la magistratura española no estaba (ni está) dispuesta a otorgar, al líder del PSOE solo le quedaba una buena baza para afrontar la campaña electoral en ciernes: la aparente buena salud de la economía y la perspectiva de un futuro social más igualitario.
Aquel verano, mientras Taguas, el intempestivo Taguas, señalaba el horizonte y advertía: «Cuidado, que ahí veo unas nubes que no me gustan nada», el ministro de Trabajo y Bienestar Social, Jesús Caldera, en funciones de ideólogo presidencial y de secretario de acción electoral del PSOE, abría la caja del superávit para ensayar una política «socialdemócrata» hasta la fecha casi desconocida en España: la política del cheque. El 3 de julio de 2007, mientras Taguas advertía de los riesgos de tormenta y Mariano Rajoy intentaba noquear a Rodríguez Zapatero en el Congreso de los Diputados, castigando sin cesar el fracasado proceso de paz, el presidente se escabullía y lograba romper el juego de su oponente prometiendo un cheque de 2.500 euros por cada hijo recién nacido. Qué caray, España iba bien.
Luego, en septiembre, vendría el cheque juvenil (bonificación de 210 euros mensuales para los jóvenes, con una renta máxima de 22.000 euros anuales, que alquilasen una vivienda). Y luego, ya en plena campaña, la promesa de una devolución horizontal de 400 euros, a cuenta del impuesto sobre la renta. Tres planes de rescate electoral que se demostraron eficaces, puesto que el PSOE logró alejar del centro del escenario los dos argumentos preferidos por la oposición: la ETA irreducible y los densos enredos de la política territorial. En una brillante operación táctica, el foco quedaba situado en la promesa de una política social más igualitaria y especialmente atenta a los jóvenes y a las mujeres. El mensaje era: hay dinero para repartir y algunas libertades aún por conquistar.
El Partido Popular también acabó orillando el discurso de ETA. Se olvidó Mariano Rajoy, con buen criterio, del «España se rompe», y ofertó a los españoles una catástrofe de nuevo tipo: «Nos vamos al garete». Manuel Pizarro, el fichaje estelar de los populares en la campaña, defendió la inminencia del desastre con verdadero tesón aragonés en su debate con Solbes. Y perdió. Perdió, porque era mucho más seductor el discurso del aterrizaje suave. Perdió Pizarro apuntando en la buena dirección. Perdió Pizarro, porque la mayoría de los españoles no deseban comprar la estampa depresiva. Ningún dirigente empresarial —ninguno— movió un dedo en esa dirección. Ni el banquero Botín, evidentemente, que no escatimó mensajes de apoyo a Zapatero. Ni Francisco González, presidente del BBVA, siempre distante del Gobierno socialista. Ni los presidentes de las cajas de ahorro. Ni los grandes constructores, ni los gestores inmobiliarios, que aguantaban la respiración ante el vértigo de una caída que sabían próxima. Ni el recién elegido presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Gerardo Díaz Ferrán, quiso apuntarse al coro de la catástrofe. Una parte muy importante de España se resistía al pesimismo. Y esa resistencia tiene un origen antiguo que en este primer capítulo intentaremos explicar. Con un planisferio. Con un mapa del mundo. Un mapa cuyo centro ha cambiado.
España fue forjada por el Imperio de los Austrias, dicen los historiadores. España no creó el imperio, sino que fue este, con sus expolios, requerimientos y exigencias, el que dio forma a un país invertebrado, que llegó a la pubertad nacional (siglo XIX) en plena agonía del dominio colonial. España fue, durante siglos, un «subcontinente» (la península más las Américas y otras posesiones), atormentado por las conspiraciones externas y las contradicciones internas.
Una rápida plenitud imperial y una larga agonía, que comienza a mediados del siglo XVII con la crisis de Flandes y concluye con la sangrienta guerra civil del siglo XX. Tres siglos de lento atardecer. Esa deriva dibujó un mapa muy tortuoso en la mentalidad española. Un mapa con muchas curvas, mucho orgullo y mucho resentimiento. Y mucho incienso de la Iglesia católica. Stendhal lo describió con brillantez y desdén en sus notas sobre la Vida de Napoleón: «El español, como el turco, al que tan poco se parece por su religión, no sale de su país para llevar la guerra al de los demás, pero en cuanto ponen el pie en su casa todo el mundo es su enemigo [...]. Se tiene tanto orgullo nacional, se es tan patriota en España, que hasta los sacerdotes lo son. Hoy, la mitad de los generales que combaten en América por la libertad han sido educados en las clases de los curas. Ese es otro parecido con los turcos. Tal vez la fisonomía del clero sea el rasgo que más separa a España del resto de Europa [...]. El español no es avaricioso, atesora, sin ser avaro, pero no sabe qué hacer con su fortuna; se pasa la vida, ocioso y triste, pensando en el orgullo, en el interior de un soberbio aposento. Sangre, costumbre, lenguaje, modo de vivir y de combatir, en España todo es africano. Si el español fuera mahometano, sería un africano completo». África empieza en los Pirineos. Como vemos, el autor del eslogan que tanto impacto ha tenido en sucesivas generaciones españolas es Marie Henry-Beile, Stendhal, el grandísimo creador de El rojo y el negro y de La Cartuja de Parma.
España africana. España mahometana. Casi un siglo después de las anotaciones de Stendhal sobre la frustrada aventura napoleónica en el solar hispánico, el escritor y poeta portugués Fernando Pessoa observó la dimensión no europea de España de la siguiente manera: «El tercer grupo religioso europeo es el ibérico, compuesto por tres naciones reales y dos políticas [España, Portugal y Cataluña]. Se yuxtaponen en nuestra península dos religiones: el cristianismo y el mahometismo. Un tipo de fe, que no teniendo nada que ver con el protestantismo, tampoco es el catolicismo latino tradicional. Decaída la civilización árabe, que fue notable aunque breve; decaído el arabismo, quedó su parte inferior: el fanatismo religioso. Este, que tenía sobrada capacidad para infiltrarse en el cristianismo, produjo una de las formas crististas más desoladoramente antipáticas que ha habido: este catolicismo de salvajes de nuestra península, esta fe que había de producir la Inquisición» (Fernando Pessoa, El regreso de los dioses).
Africanos, sí. Solar de fanáticos, sí. Poseídos por un furor mahometano, sí. La guerra civil de 1936-1939 lo confirmó con creces. Perdidas todas las posesiones imperiales, el ejército colonial se lanzó sobre la península espoleado por el temor de las oligarquías al desmembramiento del país tras la proclamación de la autonomía catalana, y por el terror del clero ante la pérdida de poder e influencia, a manos de un anticlericalismo compulsivo, que también cedió al salvajismo, como demuestra la sistemática quema de iglesias y conventos. Fanáticos contra fanáticos. Africanos (en el sentido stendhaliano) contra africanos.
Este mapa tortuoso y aparentemente incorregible de España comenzó a modificarse en las elecciones democráticas de 1977. Sorpresivamente, el país cambiaba de régimen de manera pacífica y sin entregarse a los tormentos del pasado. Bajo la cápsula del franquismo habían madurado, por fin, unas clases medias capaces de dotarse de un régimen parlamentario estable. También habrían madurado las clases medias con la República, si esta hubiese podido asentarse. Con libertad, habrían madurado mucho mejor, con mayor hondura, con más sentido de la responsabilidad cívica. La democracia es sólida en España, pero no deberíamos olvidar cuáles han sido sus dos principales nutrientes en estas últimas tres décadas: el bienestar económico y el despliegue de una libertad hedonista. Dos nutrientes que hoy se hallan en apuros. Tendremos noticia de ello en los próximos años, si la crisis económica persiste con la dureza hoy prevista.
El mapa comenzó a modificarse y de pronto los españoles se vieron mentalmente inmersos en Europa. De nuevo Stendhal: «Aunque la nación española se sienta muy contenta en su estercolero, tal vez dentro de doscientos años logrará arrancar una Constitución, pero una Constitución sin más garantía que ese viejo absurdo que llamamos juramento, ¡sabe Dios, además, con qué ríos de sangre habrá de comprarla!». Ríos de sangre los hubo. E hicieron falta ciento setenta años desde el 1808 napoleónico. En 1978 se aprobaba la nueva Constitución democrática y en 1986 —casi doscientos años después del vaticinio stendhaliano— España conseguía abrir las puertas de Europa. El mapa ya era otro. Presos de un optimismo inédito, los españoles se sentían casi en el centro del mundo: cada vez viajaban con más frecuencia al exterior, sus hijos aprendían idiomas y muchos de ellos marchaban a estudiar y trabajar al extranjero. Ese es un dato clave en la historia reciente del país.
Una primera generación de cuadros profesionales formados en el exterior, hijos o sobrinos de la vieja nomenclatura madrileña, retomaba en los años noventa el timón de los negocios capitalinos y conseguía articular una poderosa coalición de negocios inmobiliarios, capital financiero, poder mediático y empresas de servicios privatizadas que acabaría quebrando la hegemonía del PSOE de Felipe González. El banquero Mario Conde intentó ser su profeta, pero amenazó demasiados intereses. Por ello, por amenazar demasiados intereses y por infringir descaradamente las reglas del juego, acabó dando con sus huesos en la cárcel. España había conseguido madurar. Solo un partido de masas bien articulado con los centros de poder podía echar a los socialistas del Gobierno.
La coalición de las nuevas potencias centrales (inmobiliaria, financiera, mediática, telefónica y energética) acabó siendo liderada por José María Aznar, nieto de uno de los hombres más astutos de la vieja nomenclatura madrileña, Manuel Aznar Zubigaray, joven tradicionalista navarro, luego nacionalista en el País Vasco (admirador de Sabino Arana y columnista del diario Euskadi con el seudónimo Imanol), después director del diario republicano El Sol, falangista al finalizar la guerra civil, hábil director de La Vanguardia en los años cincuenta, y embajador de Franco en Marruecos, Santo Domingo y las Naciones Unidas. Un perillán, según Indalecio Prieto. Un tipo verdaderamente simpático, según Manuel Irujo, patriarca del nacionalismo vasco.
Al frente de la más poderosa coalición de la España emergente, Aznar intentó redactar una nueva cartografía española, con eje en el océano Atlántico. A su izquierda, el continente americano; a su derecha, España y Gra...
Índice
- PORTADA
- CRÉDITOS
- DEDICATORIA
- CITA
- PRÓLOGO. PRIMERAS PALABRAS EN EL DIVÁN
- LA ESPAÑA DE LOS PINGÜINOS
- PRÓLOGO
- I. EL SIMULACRO DE LAS DOS ESPAÑAS
- UN VIAJE A CÁDIZ
- 2. EL GRÁFICO DE MARIANO RAJOY
- SÍSIFO EN EL BARRIO DE SALAMANCA
- 3. ZAPATERO, ¿UN SUÁREZ DE IZQUIERDAS?
- 4. LA NOCHE QUE GONZÁLEZ HIZO VUDÚ A MARAGALL
- 5. LA LEYENDA DEL CAFÉ PARA TODOS
- EL FERRARI DEL SEÑOR RUS
- 6. AUGE Y DOMINIO DEL GRAN MADRID
- MEDITACIÓN EN EL DESIERTO DE PITIS
- 7. EL MALESTAR DE CATALUÑA
- OTEANDO EL FUTURO CON UN TORO PARLANCHÍN
- 8. SOBRE LA FRIVOLIDAD CATALANA
- EL 18 DE BRUMARIO DE PASQUAL BONAPARTE
- 9. Y EL PRIVILEGIO VASCO SEGUIRÁ EN PIE
- 10. TRES RETRATOS DE GALICIA
- 11. TEORÍA DE LA CATÁSTROFE
- EL ALTAR DE ATOCHA
- 12. CATÓLICOS DIFUSOS, CONSUMIDORES ASUSTADOS
- ELOGIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
- EPÍLOGO
- BIBLIOGRAFÍA
- LA DERIVA DE ESPAÑA
- 1. CAROLINGIA YA NO VIVE AQUÍ
- 2. LA EUROPA FILIFORME DEL 2030
- 3. UN LUGAR LLAMADO REGIÓN
- 4. ZAPATERO ANTE EL EFECTO MODIGLIANI
- 5. DON MARIANO RAJOY EN TIEMPOS DE OBAMA
- 6. EL CENTRO CON EL SUR
- 7. LAS TIERRAS LOGÍSTICAS DE JAUME I
- 8. EL GRAN LUXEMBURGO
- 9. SUCEDE EN CATALUÑA
- 10. ¡MADRID Y CORRIGE ESPAÑA!
- 11. ANDALUCÍA, LA INTOCABLE
- 12. EL VERDADERO SUR (EL NOROESTE)
- 13. DESAFÍO AL PAPA
- 14. SOSTIENE OLIVARES
- EPÍLOGO
- MODESTA ESPAÑA
- 1. EL CABALLERO DEL VERDE GABÁN
- 2. EN CAMPO ABIERTO
- 3. EL PARTIDO ALFA
- 4. EL HOMBRE QUE NO PENSABA EN LOS ELEFANTES
- 5. CATALUÑA DESPUÉS DE LOS HERMANOS MARAGALL
- 6. LA CONSTITUCIÓN DE GADES
- 7. EL COLLAR DE LA PALOMA
- 8. LA RECENTRALIZACIÓN
- 9. LA VARIABLE MEDITERRÁNEA
- 10. EL DOMINÓ DE LA EUROPA DEL SUR
- APUNTE DESDE EL CASTILLO DE ALMOUROL
- 11. EL HOMBRO DEL CARDENAL
- 12. ESPAÑA, AÑO 2050
- EPÍLOGO
- BIBLIOGRAFÍA
- NOTAS