
- 480 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Adriano
Descripción del libro
Esta es la biografía más exhaustiva que se ha escrito hasta ahora sobre el emperador Adriano, una figura fundamental para entender el devenir político e histórico del Imperio romano. Anthony Birley logra un retrato personal e íntimo de un hombre odiado en el momento de su muerte y enormemente respetado con el paso del tiempo."El carácter de Adriano era desconcertante y contradictorio: severo y jovial, afable y duro, impetuoso y dubitativo, mezquino y generoso, hipócrita y franco, cruel y compasivo, y siempre mudable en todo siendo una sola persona".
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Biografías históricas1
INFANCIA EN LA ROMA DE LOS FLAVIOS
El día noveno antes de las calendas de febrero, en el séptimo consulado de Vespasiano y el quinto de Tito César, Domicia Paulina, esposa del joven senador Elio Adriano Afro, dio a luz un hijo en Roma. Así recoge la Historia Augusta (HA) el nacimiento del futuro emperador Adriano ocurrido el 24 de febrero del 76—en Roma y no en Itálica, ciudad del sur de Hispania y lugar de procedencia de su padre—. Los senadores tenían como domicilio oficial Roma, y la mayoría de ellos, sobre todo quienes desempeñaban o aspiraban a una de las magistraturas tradicionales, residían de hecho en la urbe. Casio Dión registra el nombre del padre como Adriano Afro y dice de él que era senador y antiguo pretor. Esto podría significar, simplemente, que su carrera le había llevado hasta la pretura. No obstante, es probable que alcanzara ese cargo un año o dos antes del nacimiento de Adriano. La casualidad ha hecho que se conserve en papiro una parte de una carta escrita a Antonino por Adriano poco antes de su muerte; en ella menciona que su padre sólo vivió hasta los cuarenta años. Según informa la HA, Afro murió cuando Adriano tenía diez; en el momento de nacer su hijo era, por tanto, un hombre de veintinueve o treinta años, precisamente la edad media para la pretura. Pero también pudo haber ocupado antes aquel cargo. La legislación de Augusto concedía a los senadores un año de adelanto por cada hijo sobre la edad mínima de acceso a las magistraturas y Afro tenía además una hija que llevaba el nombre de su madre y era, probablemente, mayor que Adriano.1
Ni la HA ni ninguna otra fuente nos ofrece más detalles acerca de los nueve primeros años de Adriano—si exceptuamos una única inscripción que recoge el nombre de la nodriza del futuro emperador, Germana, sin duda una esclava—. Al igual que otras mujeres de alto rango, Paulina no dio el pecho a su hijo. A juzgar por su nombre, Germana debió de haber sido una mujer del norte, de origen bárbaro. Más tarde se le concedió la libertad y sobrevivió a Adriano. La vita nos ofrece un detalle único y revelador sobre la madre de Adriano y mucha información acerca de la familia de su padre. Domicia Paulina «procedía de Gades [Cádiz]»; era la ciudad más antigua de Hispania y, según la tradición, el primer asentamiento fenicio en Occidente, fundado a finales del segundo milenio a. C. Después de varios siglos de independencia y hasta de dominio sobre el sur de Hispania, Gades había caído en poder de los cartagineses a más tardar en la época de Amílcar Barca, padre de Aníbal. Al cabo de unas décadas, Gades cambió de bando durante la Segunda Guerra Púnica, y el 206 a. C. fue recibida por Roma como aliada. Varios de sus hijos adquirieron la ciudadanía romana.
El más destacado fue L. Cornelio Balbo, quien tuvo una enorme influencia como agente de César y, tras la muerte del dictador, fue nombrado, de hecho, miembro del Senado romano y cónsul el 40 a. C., siendo así el primer no nacido en Italia en ocupar esa magistratura. César había otorgado entretanto la ciudadanía a toda la comunidad. La riqueza de Gades era proverbial. El propio Balbo había sido extraordinariamente rico. En la época de Augusto había quinientos gaditanos cuyas propiedades les daban derecho a pertenecer al orden ecuestre. Varios hombres de esas familias debieron de haber seguido a Balbo en el Senado. Podemos suponer sin problemas que el padre de Domicia Paulina había alcanzado ese rango, si es que no lo poseían otras generaciones anteriores de la familia. En última instancia, su ascedencia era púnica: el nombre de la familia, Domicia, indica que descendía de una persona cuyo derecho de ciudadanía se había conseguido gracias a los buenos oficios de un Domicio miembro de la nobleza republicana.2
La línea paterna era muy diferente. Los Elios se habían asentado en Itálica, a unos ocho kilómetros aguas arriba de Híspalis (Sevilla), desde «la época de los Escipiones». En otras palabras, uno de sus antepasados había sido alguno de los «soldados enfermos o heridos» del ejército de C. Cornelio Escipión en Hispania que, en el momento en que este se disponía a regresar a Roma, el 206 a. C.—el mismo año en que Gades había recibido su condición de ciudad con tratado—, habían sido alojados en una nueva colonia, «en una ciudad que llamó Itálica, por Italia». El lugar no tenía condición de colonia, aunque más tarde se convertiría en municipium, y los soldados eran, sin duda, italianos aliados, pero no ciudadanos romanos. El primer Elio de Itálica procedía de Hadria, en la costa este de Italia, según se cuidaría de observar Adriano en su autobiografía. Unos doscientos años antes, un miembro de la familia, Marulino, atavus de Adriano—abuelo de su bisabuelo—, había entrado a formar parte del Senado romano. Por tanto, aunque en las generaciones intermedias no hubo ningún senador, los Elios eran, sin duda, una de las principales familias de Itálica y, en realidad, de toda la provincia de la Bética. Podemos identificar otras dos familias de Itálica con las que compartían esa posición: los Ulios y los Trahios o Trayos, antepasados de Trajano. Una de las dos o ambas procedían de Túder (Todi), en Umbria, y, al igual que los Elios, su asentamiento en Itálica se remontaba, probablemente, a la fundación de la ciudad el 206 a. C.3

La HA hace hincapié en el vínculo de Adriano con Trajano, y al padre de aquel, Adriano Afro, se le denomina «sobrino carnal ( consobrinus) del emperador Trajano». Según se suele suponer, el abuelo de Adriano se había casado con una tía de Trajano o, por decirlo de otra manera, con una hermana de Trajano el Viejo, M. Ulpio Trajano. Aquel hombre, tío abuelo, por tanto, de Adriano, era una de las personas más poderosas e influyentes de su tiempo. En el momento de nacer Adriano se encontraba en el este, ocupando el puesto de gobernador de Siria, y su hijo, el primo del padre de Adriano, estaba con él como tribuno militar. Trajano debía, sin duda, en parte esa distinción a sus capacidades militares, pero también a un golpe de suerte: había estado al mando de la X Fretensis como uno de los tres legados de la legión en la fuerza expedicionaria de Judea capitaneada por Vespasiano desde el año 66. Era, por tanto, uno de los hombres que se encontraban con él cuando su comandante en jefe fue proclamado emperador en julio del 69. Otros dos legados legionarios de Judea en aquella expedición habían sido un hombre de la localidad natal de Vespasiano, Reate (Rieti), Sex. Vettuleno Cerial, y Tito, el hijo de Vespasiano. Al parecer, se permitió a Vespasiano elegir directamente a aquellos dos legados—hecho sumamente excepcional—. Es posible que Vespasiano escogiera también a Trajano. Hay indicios de que su mujer, Marcia, tenía propiedades en la confluencia del Tíber y el Nar, equidistante de Tuder y Reate; y Marcia era, quizá, hermana de la primera esposa de Tito, Marcia Furnila. Sea como fuere, en su condición de antiguo compañero de armas del emperador y de su hijo mayor, Tito César, Trajano gozó en la década del 70 de una situación claramente excepcional. Además, siendo gobernador de Siria, dio muestras de su valentía al impedir a los partos hacer realidad una amenaza de invasión.4
Los Elios y los Ulpios eran, sin duda, gente adinerada. Al fin y al cabo, para ser miembro del Senado se requería ser dueño de importantes propiedades. Los Elios—como no es de extrañar—poseían productivos olivares aguas arriba de Itálica. Durante las guerras civiles de los años 49-45 a. C., algunos hombres de Itálica habían desempeñado un importante cometido en las campañas hispánicas—aunque, sobre todo, en el bando de los pompeyanos—. Se puede conjeturar que Marulino, el antepasado de Adriano, habría apoyado a César, lo que le habría valido como recompensa el rango senatorial. El auge de la elite colonial—en particular la de la Galia Narbonense y la Bética—continuó bajo la dinastía julio-claudiana, acentuado por la influencia de Afranio Burro de Vasión (Vaison-la-Romaine), prefecto de la guardia, y de Anneo Séneca de Córduba (Córdoba), principales consejeros de Nerón en la primera parte de su reinado. El hecho de que Galba, sucesor inmediato de Nerón, hubiera sido durante muchos años gobernador de la Hispania Tarraconense proporcionó un impulso adicional a la buena suerte de los hispanorromanos. Y Vespasiano supuso en los años 73-74 un nuevo paso adelante al otorgar la condición latina a todas las comunidades hispanas que todavía no eran romanas o latinas.5
Así, en el momento de nacer Adriano, varios magnates «coloniales» habían ocupado en Roma los cargos más altos. Valerio Asiático de Vienna (Vienne) había sido cónsul ordinarius (por segunda vez) el año 46. Pedanio Secundo de Barcino (Barcelona) había sido, incluso, prefecto de Roma bajo Nerón. A mediados de la década del año 70 había en las filas del Senado varias docenas de familias procedentes de las provincias occidentales—a las que se unía un puñado del Este de habla griega que se había subido al carro flaviano en el 69—. En su cargo de censores, Vespasiano y Tito habían llegado, incluso, a conceder a algunos provinciales la condición de patricios, miembros de la aristocracia primigenia de Roma. Entre los favorecidos se hallaban los Ulpios, los Trajanos, los Annio Vero de la colonia bética de Ucubi (Espejo), Cn. Julio Agrícola de Forum Iulii (Fréjus), en la Narbonense, que sería pronto cónsul (quizá en el 76, pocos meses después del nacimiento de Adriano) y luego gobernador de Britania, y los hermanos Domicios, Lucano y Tulo, procedentes de la localidad gala de Nemauso (Nîmes).6
La familia de Adriano pasaba, probablemente, los inviernos en Roma y los meses calurosos del verano en algún retiro suburbano más fresco. Lo más probable es que ya tuvieran, o compraran pronto, una villa en Tibur (Tívoli), donde, en el período flaviano, tenían casas de campo un grupo de notables hispanos. Es bastante dudoso que los padres de Adriano lo llevaran en su primera niñez al antiguo hogar de la familia. El contacto con Itálica y la supervisión de las fincas familiares de la Bética pudo haberse gestionado en gran parte por medio de administradores. Se esperaba que los senadores vivieran en Roma, su lugar de residencia oficial, excepto cuando se hallaban en alguna otra parte al servicio del Gobierno. Además, es de suponer que, al haber accedido recientemente al cargo de pretor, Adriano Afro habría ocupado varios puestos en el servicio público en los años inmediatamente siguientes al nacimiento de su hijo. Una posibilidad muy probable era el mando de una legión—la mitad de los pretores solían ser llamados a ese servicio cada año, sobre todo desde que Vespasiano hizo de la pretura, según consta, un requisito previo para el cargo (hasta entonces habían sido legados de la legión hombres más jóvenes, como Tito, legado de la XV Apollinaris a la edad de veintisiete años, cuando todavía no había ascendido en el escalafón más allá de la cuestura)—. A este destino podía seguirle el cargo de gobernador de una de las provincias «imperiales», como legatus Augusti en calidad de propretor—tal fue el caso de Julio Agrícola, pretor en el 68, legado de una legión en Britania y, luego, gobernador de Aquitania durante algo menos de tres años.7
También existían puestos menos exigentes, por ejemplo, para solo doce meses, como legado de uno de los diez procónsules, seguidos de otros doce como procónsul de una de las ocho provincias proconsulares reservadas a antiguos pretores—no antes de cinco años tras el nombramiento de pretor, según las normas establecidas—. La mayoría de los proconsulados se hallaba en provincias de la mitad del Imperio de habla griega. Una de las pocas provincias proconsulares occidentales era la Bética, que Trajano había gobernado en tiempos de Nerón. Además, el legado o procónsul se llevaría, sin duda, consigo, a su mujer y sus hijos. Existe por tanto una clara posibilidad de que Adriano pasase un año o dos en el Este griego durante su niñez. Es solo una conjetura. Podemos señalar, no obstante, que Trajano fue procónsul de Asia en el 79-80. Los procónsules de Asia y África se elegían entre los antiguos cónsules, y el primero de ellos podía nombrar tres legati. Conocemos a uno de los legados de Trajano, T. Pomponio Baso, quizá hispano, como él. Otro fue, probablemente, uno de los nuevos senadores griegos, A. Julio Cuadrato, de Pérgamo. El tercero—se trata de una mera conjetura—pudo haber sido muy bien Adriano Afro, sobrino del procónsul.8
Merece la pena dedicar al menos un momento de reflexión al hecho de que el niño Adriano pudiese haber acompañado a sus padres a Éfeso, Esmirna y otras ciudades antiguas y opulentas de la provincia de Asia. Las impresiones de la niñez son importantes, y los recuerdos más antiguos de la mayoría se remontan, más o menos, a la edad de tres o cuatro años. Aún resulta más atrayente la idea de que Afro pudo muy bien haber sido procónsul de Acaya a comienzos de la década del 80, cuando Adriano era un niño de cuatro o cinco años. Sin embargo, no hay necesidad de acudir a este tipo de especulaciones para explicar cómo alguien nacido en la Roma de los Flavios podía sentirse tan atraído por todo lo helénico. Por aquellas fechas, Roma era en cierto sentido —y lo había sido, de hecho, durante más de un siglo—la mayor ciudad griega del mundo. Esto significa que, de la misma manera que en cierto momento Glasgow fue la mayor ciudad irlandesa, o Nueva York la que contaba con la población judía más numerosa, los habitantes de Roma que hablaban griego habían sobrepasado probablemente con mucho a los de cualquier pólis griega del Este. La cultura griega de la capital había recibido un nuevo impulso por el entusiasta filohelenismo de Nerón y no se había debilitado con la caída de este. No hay duda de que esa cultura tenía, en parte, manifestaciones muy superficiales, como la moda de disponer de esclavos adiestrados en la recitación de diálogos platónicos para entretenimiento de las cenas festivas. Pero el entusiasmo por la literatura, la filosofía y el arte griegos era auténtico. Intelectuales griegos, como Plutarco, eran bien recibidos en la Roma flaviana. En cuanto a la literatura latina de la época, los propios títulos de la Tebaida y la Aquileida de Estacio, o los Argonáutica de Valerio Flaco, son suficientemente elocuentes. Merece la pena recordar que Quintiliano, el maestro más destacado de su tiempo, recomendaba enseñar griego a los niños—evidentemente, estaba pensando en la clase alta—antes que latín (que, de todos modos, iban a aprender), aunque no hasta el punto de «hablar y aprender solo griego durante mucho tiempo, como ocurre en casos muy numerosos», pues ello habría influido desfavorablemente en el dominio del latín por parte de los chicos. Aquella práctica común, considerada excesiva por Quintiliano, pudo muy bien haberse aplicado a Adriano en su niñez.9
Si en el verano del 70, fecha de la muerte de Vespasiano y del acceso al poder de su hijo mayor, Tito, Adriano—entonces de tres años—se hallaba en Roma, y no en Éfeso o en algún otro lugar con su padre, éste habría sido el primer acontecimiento público que quedaría grabado en su memoria. En el momento de fallecer—por unas fiebres, y no a causa de la gota, según informa Casio Dión—, Vespasiano se encontraba en Aquae Cutiliae, un balneario de la Sabina. A pesar de ello, «hubo algunos», según Dión, «que hicieron correr la versión de que Tito había envenenado a su padre en un banquete». Uno de esos correveidiles, añade, fue nada menos que el emperador Adriano. No se ha confirmado cuándo lanzó Adriano aquella acusación, y tampoco está claro dónde tuvo Dión noticias de ella. Podemos suponer que Mario Máximo citó a Adriano en este sentido. Adriano pudo haber encontrado una oportunidad para aludir a aquella historia en su autobiografía. Sin embargo, semejante afirmación de Adriano podría haber circulado durante años en medios senatoriales. Es difícil que Adriano hubiera oído la acusación en el 79, pues era todavía un niño, pero existe la posibilidad de que la denuncia aflorara bajo Domi...
Índice
- PRÓLOGO
- INTRODUCCIÓN: EL EMPERADOR ADRIANO
- 1. INFANCIA EN LA ROMA DE LOS FLAVIOS
- 2. EL ANTIGUO DOMINIO
- 3. TRIBUNO MILITAR
- 4. «PRINCIPATUS ET LIBERTAS»
- 5. EL JOVEN GENERAL
- 6. ARCONTE EN ATENAS
- 7. LA GUERRA CONTRA PARTIA
- 8. EL NUEVO SOBERANO
- 9. REGRESO A ROMA
- 10. A LA FRONTERA GERMÁNICA
- 11. EL MURO DE ADRIANO
- 12. UN NUEVO AUGUSTO
- 13. REGRESO AL ESTE
- 14. UN VERANO EN ASIA
- 15. UN AÑO EN GRECIA
- 16. «PATER PATRIAE»
- 17. ÁFRICA
- 18. «HADRIANUS OLYMPIUS»
- 19. MUERTE EN EL NILO
- 20. ATENAS Y JERUSALÉN
- 21. EL AMARGO FINAL
- EPÍLOGO: ANIMULA VAGULA BLANDULA
- ÁRBOL GENEALÓGICO
- ABREVIATURAS
- NOTAS
- BIBLIOGRAFÍA