
- 276 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La isla misteriosa
Descripción del libro
Tras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, en la isla se suceden fenómenos misteriosos que no consiguen explicarse. Ya bien avanzada la historia, hace su aparición el Capitan Nemo, y se devela el secreto de su misterioso pasado.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a La isla misteriosa de Julio Verne en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Classics. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
LiteratureCategoría
ClassicsPARTE II.
EL ABANDONADO
CAPÍTULO I
Hacía siete meses, día por día, que los pasajeros del globo habían sido arrojados a la isla de Lincoln. Desde entonces, por más investigaciones que habían hecho, no habían logrado ver ningún ser humano. Ni el humo había dado indicio de la presencia del hombre en la superficie de la isla, ni un producto de trabajo manual había ofrecido testimonio alguno de su paso en ninguna época próxima ni remota. La isla no solamente no parecía habitada, sino que debía creerse que no lo había estado nunca. Pero a la sazón todo este aparato de deducciones desaparecía ante un simple grano de metal, hallado en el cuerpo de un inofensivo roedor.
En efecto, aquel plomo había salido de un arma de fuego; ¿y quién más que un ser humano hubiera podido servirse de ella?
Cuando Pencroff puso el grano de plomo sobre la mesa, sus compañeros le miraron con profundo asombro, acudiéndoles a la imaginación súbitamente todas las consecuencias de aquel incidente, en apariencia insignificante. La aparición súbita de un ser sobrenatural no les habría impresionado más vivamente.
Ciro Smith no vaciló en formular desde el primer momento las hipótesis a que debía dar origen aquel suceso tan sorprendente como inesperado. Tomó el grano de plomo, lo volvió y revolvió en la mano, lo palpó entre el índice y el pulgar, y después, dirigiéndose a Pencroff, dijo:
—¿Está usted seguro de que el pecarí herido por este grano de plomo apenas podía tener tres meses de edad?
—Segurísimo, señor Ciro; mamaba todavía de su madre cuando lo he encontrado en el hoyo.
—En ese caso —dijo el ingeniero—, aquí tenemos la prueba de que hace todo lo más tres meses se ha disparado un tiro de fusil en la isla de Lincoln.
—Y de que un grano de plomo —añadió Gedeon Spilett—, ha herido, aunque no mortalmente, a ese animalito.
—Es indudable —repuso Ciro Smith—; y de este incidente debemos deducir las siguientes consecuencias: o la isla estaba habitada antes de que nosotros llegásemos, o ha habido un desembarco de uno o más hombres desde hace cuando más tres meses. Esos hombres, ¿han llegado voluntaria o involuntariamente, por haber tomado tierra o por haber sido arrojados a ella en un naufragio? Este punto no podrá ser dilucidado hasta más adelante. Tampoco podemos adivinar de modo alguno si esos hombres son europeos o malayos, enemigos o amigos de nuestra raza, si habitan todavía en la isla o se han marchado ya de ella. Pero estas cuestiones nos interesan demasiado para que debamos permanecer largo tiempo en la incertidumbre.
—¡No, cien veces no, mil veces no! —exclamó el marino levantándose de la mesa—. No hay más hombres que nosotros en la isla de Lincoln. ¡Qué diablo! No es tan grande; y si estuviese habitada, ya habríamos visto alguno de sus habitantes.
—Sería muy raro, en efecto —dijo Harbert— que no lo hubiéramos visto.
—Pero todavía sería más raro —dijo Gedeon Spilett—, que este pecarí hubiese nacido con un perdigón de plomo en el cuerpo.
—A no ser —dijo seriamente Nab— que Pencroff tuviera...
—¿Qué nos cuentas tú, Nab? ¿Tendría yo, por ventura, sin saberlo, un grano de plomo en la mandíbula? ¿Y dónde podría haberse ocultado por espacio de cinco o seis meses? —añadió abriendo la boca para enseñar los magníficos treinta y dos dientes que la guarnecían—. Mira bien, Nab, y si encuentras un diente hueco en esta dentadura, te permito que me arranques una docena de ellos.
—La hipótesis de Nab es, en efecto, inadmisible —respondió Ciro Smith, que a pesar de la seriedad de los pensamientos que le agitaban, no pudo contener una sonrisa—. Es indudable que en estos tres últimos meses se ha disparado un tiro de fusil en la isla. Pero me inclino a creer que los hombres, cualesquiera que sean, que han tomado tierra en esta costa, o son recién venidos o no han hecho más que una corta estancia en ella; porque si cuando explorábamos el monte Franklin hubiera estado habitada, nos habrían visto, o nosotros les hubiéramos visto a ellos. Es, pues, probable que alguna tempestad seguida de naufragio en uno de los días anteriores haya arrojado a los náufragos a la costa. De todos modos, nos importa averiguar con exactitud el hecho.
—Pienso que debemos obrar con prudencia —dijo el corresponsal.
—Ése es también mi parecer —respondió Ciro Smith—, pues por desgracia es de temer que los recién venidos sean piratas malayos.
—Señor Ciro —preguntó el marino—, ¿no sería conveniente, antes de salir a descubierta, construir una canoa que nos permitiese, subir por el río o, en caso necesario, costear por la isla? No debemos dejarnos coger desprevenidos.
—La idea de usted es buena, Pencroff —respondió el ingeniero—; pero no podemos esperar, y necesitamos por lo menos un mes para construir una canoa.
—Una verdadera canoa, sí —contestó el marino—; pero no necesitamos una embarcación para alta mar, y en cinco días a lo sumo, yo me comprometo a hacer una piragua, suficiente para navegar por el río de la Merced.
—¿En cinco días —exclamó Nab— construir una embarcación?
—Sí, Nab, un bote a la moda india.
—¿De madera? —preguntó el negro en tono de duda.
—De madera —respondió Pencroff—, o mejor dicho, de corteza de árbol. Repito, señor Ciro, que en cinco días tendremos lo que nos hace falta.
—¡Vaya por los cinco días! —respondió el ingeniero.
—Pero de aquí a entonces, será conveniente vivir alerta —dijo Harbert.
—Muy alerta, amigos míos —añadió Ciro—, y por lo mismo ruego a ustedes que limiten sus excursiones de caza a las inmediaciones de la Casa de Granito.
La comida concluyó con menos animación de lo que Pencroff había esperado.
Así pues, la isla estaba, o había estado, habitada por otros. Desde el incidente del grano de plomo, éste era un hecho incontestable, y semejante revelación no podía menos de suscitar viva inquietud en el ánimo de los colonos.
Ciro Smith y Gedeon Spilett, antes de entregarse al descanso, hablaron largamente de estas cosas. Preguntáronse si por acaso este incidente tendría conexión con las circunstancias inexplicables de la salvación del ingeniero y otras particularidades extrañas que ya muchas veces les habían chocado. Sin embargo, Ciro Smith, después de haber discutido el pro y el contra de la cuestión, dijo:
—En suma, ¿quiere usted saber mi opinión, querido Spilett?
—Sí, Ciro.
—Pues mi opinión es que, por mucho que busquemos y por minuciosamente que exploremos la isla, no encontraremos nada.
A la mañana siguiente, Pencroff puso manos a la obra. No se trataba de hacer una canoa con cuadernas y tablones de forro, sino sólo un aparato flotante de fondo plano, que sería excelente para navegar por el río de la Merced, sobre todo cerca de sus fuentes, donde el agua era poco profunda. Trozos de corteza de árbol, cosidos uno a otro, debían bastar para formar la ligera embarcación, y en caso de que por dificultades naturales fuera necesario transportarla a brazos, el transporte no sería pesado ni embarazoso. Pencroff contaba formar la sutura de las tiras de corteza con clavos remachados, asegurando así con la perfecta adherencia de unas a otras la completa impermeabilidad del aparato.
Tratábase, pues, de elegir árboles cuya corteza, flexible y consistente al mismo tiempo, fuese a propósito para el objeto. Precisamente el huracán había abatido cierto número de douglas que convenían perfectamente a ese género de construcción. Varios de estos abetos yacían por tierra, y no había que hacer sino descortezarlos, si bien esto fue lo más difícil, atendida la imperfección de los instrumentos que poseían los colonos. Al fin se logró lo que se quería a fuerza de trabajo.
Mientras el marino, secundado por el ingeniero, se ocupaba sin perder tiempo en esta tarea, Gedeon ...
Índice
- Portada
- Créditos
- PARTE I. LOS NÁUFRAGOS DEL AIRE
- PARTE II. EL ABANDONADO
- PARTE III. EL SECRETO DE LA ISLA
- Otros títulos