¿Acaso no soy una mujer?
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¿Acaso no soy una mujer?

Sojourner Truth, Alexandra Jamieson

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  1. 104 páginas
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¿Acaso no soy una mujer?

Sojourner Truth, Alexandra Jamieson

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El 29 de mayo de 1851, Sojourner Truth, una mujer afroamericana y antigua esclava, tomó la palabra públicamente para denunciar su doble opresión en su condición de mujer y negra. 170 años después, aquel discurso sigue siendo recordado como referente e inspiración de la lucha feminista.

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Información

Año
2021
ISBN
9789505568314
Categoría
Esclavitud

Presentación de un problema no saldado

¿Acaso no soy una mujer?
Sojourner Truth, discurso de 1851(1)
!
Los primeros años setenta son testigos de un proceso de examen, definición, clarificación y conceptualización de la relación entre las estructuras políticas y sociales estadounidenses y la segregación racial y sexual de su sociedad. «Nadie puede enfrentar con éxito la pobreza y la desigualdad social sin reconocer la dependencia estructural del capitalismo con el patriarcado racializado», concluye por ese entonces Zillah Eisenstein, profesora de la Ithaca Univesity.(2) Junto con muchas otras teóricas, en coalición con los movimientos sociales y otras organizaciones progresistas, de la mano de las marchas de protesta que exigían finalizar la guerra de Vietnam (1955-1975), esos años desembocaron en la radicalización de las demandas por los derechos civiles de las poblaciones de color y, consecuentemente, la paulatina separación de algunos de sus líderes de los grupos más progresistas y racialmente mixtos.
La relación entre clase social —en el sentido marxista—, etnicidad y sexo (aún no se había difundido la noción de género) comienza a explorarse en términos de una síntesis de las opresiones que crean las particulares condiciones de la vida burguesa estadounidense. Por eso, los primeros grupos del black feminism, es decir, grupos compuestos por mujeres feministas «negras», se abocan a la tarea de investigar cómo se conforma el entramado y cómo convergen las diferentes opresiones simultáneas que inscriben los lugares inferiorizados y subordinados de la población de color en general y de las mujeres en particular. De acuerdo con diferentes y variadas declaraciones públicas, volantes, discursos, marchas y lemas, se puede concluir que las primeras agrupaciones estadounidenses de mujeres de color se propusieron examinar todas o algunas de las siguientes cuestiones: 1) la génesis del feminismo «negro» contemporáneo; 2) el papel de la política en la preservación y/o reversión de las exclusiones o de las segregaciones y discriminaciones en los diferentes estados de la Unión; 3) las dificultades para organizar un feminismo «negro» que potenciase sus reivindicaciones; 4) la necesidad de construir una herstory del feminismo «negro»(3) y, por último, 5) la confección de una agenda de reivindicaciones de las mujeres «negras» y sus necesidades, porque «el feminismo negro no es el feminismo blanco en una cara negra».(4)
Las páginas que siguen recogen algunos de estos problemas; comenzaremos por un brevísimo resumen histórico.

Al rescate de la memoria

El problema no es sencillo. De un lado, quienes creyeron que el color de la piel no legitimaba ni exclusiones ni esclavitudes y osaron incluso apelar a la Ley y a los Tribunales «blancos» para recuperar hijos aún esclavizados y ganarle juicios al hombre blanco; tal el caso de Sojourner Truth. Del otro lado, quienes consideraron que alguien que no es «negro/a» no puede entender el problema del racismo, la exclusión y el sometimiento histórico de ese enorme conjunto de la población humana, y bregaron por no ser consideradas «mujeres»; porque ese concepto solo incluiría —a su juicio— a las «blancas» y a las burguesas. Ambas posturas manifiestan polos opuestos de una extensa tensión que admitió y admite aún una gran variedad de posiciones intermedias.
Apelando al primer criterio, y en tanto nada de lo humano me es ajeno,(5) me atreveré a hacer un breve e incompleto racconto de cómo el atravesamiento de etnorraza no solo iluminó valiosos espacios teóricos y de reconocimiento político y social sino que brindó a millones de personas (especialmente mujeres) conceptos y teorías para elaborar su autoconciencia étnica, de género y de clase, anclándolas en su «experiencia vivida» por decirlo en las conocidas palabras de Simone de Beauvoir.
Tal como lo relata Collins, en 1831 —nos situamos en EE. UU.—, Maria W. Stewart (ca. 1803, año en que la Revolución haitiana derogaba la esclavitud) se preguntaba cuánto más «las hijas de África» se verían forzadas a enterrar sus mentes y sus talentos entre ollas de hierro y teteras.(6) Stewart, nacida Miller y huérfana a los cinco años, sirvió como trabajadora doméstica en la familia de un pastor. Adquirió en soledad toda la educación que pudo y fue la primera mujer —según Collins— en hablar en público sobre cuestiones políticas que concernían a las mujeres «negras». Sus textos escritos y los borradores que quedan constituyen el primer legado de las mujeres afrodescendientes a la causa de su emancipación. Maria Stewart alentó a las demás mujeres «negras» a rechazar la imagen negativa que se había construido de ellas, y apuntó, con el vocabulario de la época, a la opresión de clase, de género y de etnia a la que eran sometidas. En un discurso de 1833, objetó la injusticia de su situación con imágenes fuertemente religiosas y referencias bíblicas: como Salomón, que no construyó el templo pero recibió las alabanzas, los blancos de EE. UU. obtuvieron su reputación y sus bienes gracias al trabajo y el sudor de «los negros». Es preciso, entonces, «poseer espíritu de independencia» y autodefinirse más allá «de la opresión y los privilegios de los blancos», porque «quizá muramos si lo intentamos, pero sin duda moriremos si no lo hacemos».(7) Claramente consciente de su situación presente, las palabras de Stewart se dirigen sobre todo a las madres que crían a sus niños «negros», pero también a los hijos de «los blancos»: «¡Eh, ustedes, madres!, ¡Qué responsabilidad descansa sobre sus hombros!».(8) Porque, «aunque no sepan cómo hacerlo, al menos deben intentarlo». Así, Maria Stewart fue una pionera y su importancia para las mujeres «negras» es inconmensurable. Defendió la importancia de la educación de los y las jóvenes de color, como modo de superación, autoafirmación y compensación de lo que en este momento Miranda Fricker denomina «injusticia epistémica»:(9) «/…/ recaudemos fondos nosotras mismas; y al final del año o al año y medio, tendremos dinero para depositar la piedra fundamental de una escuela secundaria propia, donde nosotras podamos disfrutar de las ramas más altas del conocimiento».(10) Sin duda, Stewart fue consciente también de los abusos sexuales que sufrían las mujeres «negras». La ignominia de la esclavitud, como lugar paradigmático de la discriminación, la exclusión y la opresión, se hace ineludiblemente presente en el «mestizaje», como bien lo señala Marie Ramos Rosado.(11) En ese sentido, Stewart bregó para que los principios morales fueran los mismos para blancos y negros, mujeres y varones, porque —como lo transcribe Collins— las almas de unos y otras aman del mismo modo la libertad y la independencia, y la sangre que corre por sus venas es del mismo color, bajo sus pieles diferentes. Con justicia, se lamenta Collins de que solo conozcamos una Maria Stewart, aunque probablemente haya habido muchas otras que trabajaron en soledad y que yacen en tumbas sin nombre.
Por su parte, cuando Sojourner Truth encaró a las sufragistas, preguntándoles «¿Acaso no soy yo una mujer?», el sentido de su pregunta apuntaba a un reclamo de inclusión, basado en la deconstrucción del concepto «mujer»: las «negras» también «somos mujeres y yo que defiendo el derecho de las mujeres al voto soy “negra”, soy mujer y reclamo nuestros derechos con independencia del color de nuestra piel».(12) Fiel al primer polo que señalamos, Sojourner Truth incluso recurrió a los tribunales «blancos» para rescatar de la esclavitud a sus hijos, ganándole el juicio que le entabló a uno de sus antiguos amos.
Nacida Isabella (Bell) Baumfree, Sojourner Truth fue una de los, al menos, doce hijos que tuvieron James y Elizabeth Baumfree, ambos esclavos.(13) James había sido capturado en Ghana, y su madre, Elizabeth, también conocida como Mau-Mau Bet, en Guinea. El amo de la familia Baumfree era el coronel Hardenberg, que vivía en Esopus Creek, actualmente estado de Nueva York, paraje antiguamente bajo control alemán, por lo que la familia Hardenberg-Baumfree se comunicaba cotidianamente en un dialecto derivado de ese idioma. Esopus Creek estaba emplazado aproximadamente a unos ciento cincuenta kilómetros de la actual ciudad de Nueva York. Hacia 1806, muerto el coronel, su hijo Charles heredó a los Baumfree, y cruel como suena, los vendió separadamente. Sojourner Truth, que tenía entonces unos nueve años y era conocida como «Belle», fue comprada por un hombre llamado John Neely, del que Belle solo recordaba que había sido cruel y violento. En los siguientes años, sería vendida y comprada varias veces, hasta que finalmente —ya liberada— se estableció en Nueva York y aprendió a hablar inglés por primera vez. Según la nueva legislación de ese estado, en una fecha incierta, como veremos más adelante, fue declarada libre.
También Harriet Tubman nació esclava, con el nombre de Araminta Ross, y si bien no quedan muchos datos de sus primeros años de vida, se conjetura que nació alrededor de 1820 o 1822, en Dorchester County (Maryland). Tras una infancia plagada de malos tratos, hacia 1849 logró escapar a Filadelfia y a partir de allí realizó aproximadamente trece misiones de rescate de esclavos, comenzando por los miembros de su propia familia. En todos los casos, utilizó redes familiares y de amigos e incluso de blancos antiesclavistas. Esas redes se conocían con el nombre de underground railroad, que podríamos traducir como «tren [o vías de tren] subterráneo». A partir de 1858, colaboró con el abolicionista John Brown y durante la guerra civil sirvió al ejército del norte antiesclavista como espía. Acabada la guerra, fue activista por el voto de las mujeres blancas y negras, hasta el punto de que, cuando falleció en 1913, se convirtió en un ícono de la lucha por los derechos civiles de la población de color.(14)
De ahí el simbólico reconocimiento que, como veremos, le rindió la colectiva que firmó el Manifiesto del Combahee River en 1977. Estas valientes mujeres, y muchas otras cuyos datos ignoramos, desenmascararon el racismo de una sociedad que «no veía» (y no quería ver) a las mujeres más que de un color: el blanco, y de una condición social: la burguesa más o menos educada. Pasarían muchas décadas y muchas luchas hasta que ...

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