La ley del espejo
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La ley del espejo

Yoshinori Noguchi, Sandra Ruiz Morilla

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  1. 104 páginas
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La ley del espejo

Yoshinori Noguchi, Sandra Ruiz Morilla

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Información del libro

A partir de una historia sencilla y emotiva, Yoshinori Noguchi (Hiroshima, 1963), reconocido experto en coaching y asesoramiento psicológico, nos sitúa delante de un espejo para mirar hacia nuestro interior.A Eiko le preocupa que los compañeros de colegio de su hijo Yuta lo maltraten, y se siente impotente y sola ante un problema que no sabe cómo resolver. Sin embargo, el enigmático Yaguchi le facilita un método sorprendente gracias al cual vivirá la situación más difícil de todas: enfrentarse a sus fantasmas y seguir adelante con espíritu nuevo.En el año 2010, los lectores de España y América Latina descubrieron este relato de Yoshinori Noguchi y las reflexiones que lo acompañan. Esta enseñanza, a medio camino entre el coaching y las constelaciones familiares, nos acerca a una filosofía oriental renovada y nos propone pautas claras y efectivas para resolver de raíz los problemas de la vida.

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Información

Editorial
Comanegra
Año
2021
ISBN
9788418857256
Edición
1
Eiko Akiyama es un ama de casa de cuarenta años. Está preocupada por su hijo Yuta, que va a quinto de primaria y sufre acoso escolar, aunque de momento la cosa no ha llegado a las manos. Normalmente, lo que pasa es que lo ignoran o lo acusan de ser culpable de cualquier cosa que pase. Él no deja de insistir en que no lo están acosando, pero Eiko lo ve tan triste que se le parte el corazón.
A Yuta le gusta el béisbol, pero sus amigos ya no lo invitan a jugar con ellos. Después del colegio, va al parque y se pone a jugar solo, tirando la pelota contra la pared.
Dos años atrás, Yuta sí que jugaba con los demás niños. Un día, cuando Eiko volvía de comprar y pasaba junto al patio de la escuela, vio a su hijo en el campo de juego. Yuta cometió un error y sus compañeros de equipo lo criticaron muy duramente, sin piedad.
—¡Eres lento de reflejos!
—¡Por tu culpa, perderemos tres puntos!
—¡Si perdemos, la culpa será tuya!
Eiko era consciente de que Yuta no era ninguna eminencia en los deportes, pero tenía muchas otras virtudes. «Es tan buen chico...», pensaba. La apenaba que los otros no pudieran ver sus puntos fuertes y fue muy duro para ella ver que su hijo se disculpaba y agachaba la cabeza ante sus compañeros de equipo, que no dejaban de hacerle reproches.
Después de aquel incidente, dejaron de invitarlo.
—Eres un estorbo para el equipo, así que no vamos a dejar que juegues con nosotros —le dijeron.
Lo que peor sentó a Yuta fue que no lo invitaran más a jugar al béisbol. Su malestar era evidente y llegó a pagarlo con Eiko, pero a ella lo que más le dolía era que no le contase lo que le preocupaba, que no le abriera el corazón.
—Estoy bien —repetía una y otra vez.
Cuando ella trató de enseñarle a hacer las paces con sus amigos, él se puso a la defensiva:
—¡Déjame en paz, pesada!
Cuando le propuso cambiarlo de escuela, él le respondió que, si le hacía eso, no se lo perdonaría en la vida.
Eiko se sentía impotente y desgraciada por no poder hacer nada para ayudar a su hijo.
Illustration
Una tarde, Yuta volvió del parque malhumorado y mucho antes de lo habitual.
—¿Qué te ha pasado, hijo?
—¡Nada! —respondió él secamente.
La verdad se abrió paso en forma de una llamada.
—Eiko, ¿te ha contado Yuta lo del parque?
—No. ¿Qué ha pasado?
—Hoy estaba en el parque, jugando en el columpio con mi hijo pequeño, cuando Yuta, como siempre, se ha puesto a jugar solo, lanzando la pelota contra la pared. Entonces han venido siete u ocho compañeros de clase que le han dicho que iban a jugar al balón prisionero y que él los molestaba. Uno de ellos le ha dado un balonazo y Yuta se ha ido corriendo. Lo he sentido mucho porque en aquel momento no he podido hacer nada. Lo lamento.
Eiko se quedó helada. «¿Le habrá pasado eso y no me ha dicho nada?» Estaba triste, porque su hijo no había confiado en ella, y se sentía sin fuerzas para hablar con él, para intentar sonsacarle lo que había pasado.
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Al día siguiente, Eiko decidió llamar al señor Yaguchi, un conocido de su marido. No había hablado nunca con él, pero su marido le había dado su tarjeta una semana antes. Ambos habían coincidido en el club de kendo del instituto. Se habían perdido la pista durante casi veinte años, pero se habían encontrado por casualidad en la calle la semana anterior.
Como hacía mucho que no se veían, decidieron ir a tomar algo a una cafetería y pasaron casi dos horas charlando. El señor Yaguchi trabajaba como asesor de empresas. Su marido le había explicado que sabía mucho de psicología y que ayudaba a resolver problemas tanto del mundo empresarial como del personal. Le había explicado el caso de Yuta y se ofreció a echarles una mano y por eso le pasó su tarjeta.
Cuando volvió a casa, su marido se la dio y le dijo:
—Llámalo. Ya le he contado el problema.
—¿Y por qué tengo que ser yo quien llame? ¡No lo conozco de nada! Deberías hablar tú directamente.
—Eres tú quien me preocupa. Estás muy afectada por los problemas de Yuta. De eso estuve hablando con Yaguchi.
—¿Insinúas acaso que soy yo la que tiene un problema? Soy su madre. Es normal que esté preocupada. Como tú estás todo el día arriba y abajo con el camión y no estás nunca en casa, te da igual. Yo soy la que se pasa aquí día y noche cuidando a nuestro hijo, mientras tú te desentiendes de todo. No pienso hablar con ese hombre, porque estoy segura de que no sabe nada de cómo criar a un hijo —dijo Eiko, lanzando la tarjeta sobre la mesa.
Aquello había ocurrido una semana antes. Después de la llamada que había recibido, Eiko estaba tan desesperada y tan deprimida que se habría agarrado a un clavo ardiendo.
Odiaba sentirse así. Necesitaba ayuda desesperadamente y ya no le importaba de dónde pudiera llegar. Entonces recordó al señor Yaguchi. Afortunadamente, no tardó en encontrar la tarjeta.
Decidió llamarlo una hora después de que Yuta volviera a la escuela. Eiko no podía imaginar las sorpresas que le depararía aquel día.
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Una recepcionista descolgó el teléfono y le pasó con el señor Yaguchi. Ella se presentó. La voz de él era agradable, pero dudó si explicarle sus problemas. No sabía qué palabras escoger. Afortunadamente, él rompió el hielo.
—¿Es usted la esposa de Akiyama?
—Sí, soy yo.
—¡Encantado de conocerla!
—Igualmente, señor Yaguchi. ¿Le ha contado mi marido algo sobre el tema?
—Sí, alguna cosa. Me dijo que estaba usted preocupada por su hijo.
—¿Podría usted ayudarme? ¿Podría dedicarme algo de tiempo?
—Ahora tengo una hora libre. Si le parece bien, me puede contar el problema por teléfono. Dígame.
Eiko le dijo que Yuta no tenía amigos, que sufría acoso en la escuela, y también le contó lo que había ocurrido en el parque el día anterior. Le resultaba fácil hablar con el señor Yaguchi.
Cuando acabó, él le dijo:
—No hay nada más difícil para una madre que ver sufrir a un hijo, ¿verdad?
Eiko notó las lágrimas que le resbalaban por las mejillas al escuchar aquellas palabras. El señor Yaguchi se dio cuenta de que lloraba y esperó a que se calmara antes de continuar.
—Usted quiere solucionar el problema de su hijo, así que le haré unas preguntas que tal vez nos den alguna pista de por dónde empezar a buscar la solución.
Eiko no acababa de creer que se pudiera solucionar aquel problema en el que había pensado tanto tiempo. Deseaba de todo corazón que desapareciera y que fuera verdad que aquellas preguntas la ayudaran a encontrar el camino.
—Pregunte lo que quiera. Haré lo que haga falta.
—Muy bien. Tal vez sea una pregunta algo indiscreta, pero necesito saber si hay alguien próximo a usted por quien sienta algún tipo de rencor.
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—¿Cómo dice?
—Le parece que he cambiado completamente de tema, ¿verdad? Podría explicarle toda la teoría, pero nos llevaría horas y, lamentablemente, no disponemos de tanto tie...

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