Historia mínima de Cuba
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Historia mínima de Cuba

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Historia mínima de Cuba

Descripción del libro

Este libro conjuga en breve síntesis el análisis de problemas fundamentales de la historia de Cuba con la información indispensable para comprender su peculiar evolución. Desde una perspectiva de "larga duración", el pasado cubano es examinado en sus aspectos más sobresalientes, plasmándolo en una narración de secuencia cronológica que atiende a la formación y transformación de las estructuras económicas y sociales de la isla, sin perder la vista a los protagonistas y a los diferentes escenarios de su actuación. Aprehendida en sus principales manifestaciones políticas, ideológicas y culturales, la construcción y el desenvolvimiento de la nación cubana hasta el presente se exponen en una obra de factura didáctica y estilo ameno, que proporciona además eficaces asideros a los lectores deseosos de adquirir conocimientos más profundos sobre la historia de la mayor de las Antillanas.

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Información

Año
2013
ISBN de la versión impresa
9786074624427
ISBN del libro electrónico
9786074624762
Categoría
Historia
1. NATURALEZA Y POBLACIÓN ORIGINARIA
Las condiciones naturales y la ubicación geográfica de Cuba han influido en su desenvolvimiento de manera muy notable, hasta el punto de haber dado pie a interpretaciones imbuidas de un cierto fatalismo geopolítico. Sin llegar a tales extremos, debe admitirse que para la comprensión de algunos pasajes de la historia cubana, aun en el más sucinto examen, resulta útil conocer las peculiaridades del medio natural. Algo similar ocurre con la población aborigen, cuya trascendencia social y cultural sería errado pasar por alto, ya que a pesar de su corto número y temprana desaparición con ella se inicia toda la historia.
Preámbulo geográfico
Como las restantes Antillas, Cuba es resultado de remotos movimientos tectónicos; sólo tras experimentar sucesivas inmersiones y emersiones llegaría este país a presentar su configuración actual. El espacio cubano, más que una isla, constituye en realidad un archipiélago, pues en su plataforma insular se asientan, además de la isla mayor, unos 1 600 cayos, islotes e islas, incluyendo entre estas últimas algunas de extensión superior a varias de las Antillas Menores.
Situado en el extremo occidental del arco antillano, entre los 74º y 85º de longitud oeste y los 19º y 23º de latitud norte, el territorio de Cuba se encuentra a la entrada del Golfo de México, separado por unos 150 km de los islotes meridionales de la Florida, que se hallan al norte, y por otros 210 km —al suroeste— de la península de Yucatán, privilegiada posición por la cual la mayor de las Antillas fue considerada “la llave del Nuevo Mundo”. Distante también por 85 y 146 km, respectivamente, de La Española y Jamaica, las más cercanas islas del Caribe, Cuba ostenta una insularidad que en ocasiones resultó suficiente para mantenerla aislada de ciertos procesos continentales, pero su estratégica ubicación también la ha hecho objeto de poderosas ambiciones imperiales.
La superficie total del archipiélago cubano es de 110 920 km2, concentrada principalmente en la isla de Cuba cuya longitud está cercana a los 1 200 km, medidos desde la punta Maisí, al este, hasta el cabo San Antonio en el extremo occidental. Como su anchura máxima no rebasa los 190 km y en algunas partes es incluso inferior a los 50 km, prácticamente ningún punto de ese territorio dista más de 100 km de las costas. Semejante configuración dota al país de un extenso perímetro costero, en el cual son frecuentes además las bahías, ensenadas y otros accidentes favorables al acceso marítimo —solo interrumpido en algunas secciones por los bajos y el cayerío—, lo cual ofrece evidentes facilidades para el comercio internacional.
En la topografía cubana predominan las áreas llanas, que constituyen casi dos tercios del territorio, mientras que los tres sistemas montañosos fundamentales —la Sierra Maestra en la región oriental, la de los Órganos en el extremo occidental y la de Guamuhaya al centro—, con una elevación relativamente moderada, se despliegan de manera tal que no ofrecen obstáculos apreciables a la movilidad interior, salvo para el acceso a ciertas zonas costeras en el sudeste. La red fluvial, por otra parte, está conformada por numerosos ríos de curso corto y escaso caudal que suelen correr desde el centro hacia las costas norte y sur sin representar estorbos mayores a la circulación terrestre, aunque tampoco, salvo en muy cortos tramos, ofrecen posibilidades a la navegación. Las cuencas subterráneas y los terrenos cársticos predominantes en varias regiones son propicios a la existencia de sistemas cavernarios y corrientes en el subsuelo que acrecientan los recursos hídricos del país. Tal conjunto de características, unido a la riqueza del suelo, especialmente de los terrenos arcillosos tan frecuentes en las llanuras, proporcionan vastas extensiones de tierras fértiles, aptas para diversos cultivos.
Extendida en sentido longitudinal, casi inmediatamente al sur del Trópico de Cáncer, y con un relieve suave, carente de diferencias sustantivas de altitud, Cuba se caracteriza por una notable homogeneidad climática. La cercanía del mar modera la temperatura, cuya media anual es de 25º Celsius; apenas cuatro o cinco grados más en verano y otros tantos menos en invierno, estación que resultaría imperceptible de no ser por las periódicas masas de aire frío que procedentes de Norteamérica afectan principalmente el occidente y el centro de la isla entre diciembre y marzo. Como la mayor parte de las tierras cultivables se hallan a pocos metros por encima del nivel del mar, apenas hay diferencias climáticas que propicien la variedad de los cultivos, de manera que la agricultura se circunscribe a los frutos tropicales y, salvo excepciones, se hace necesario importar los productos agrícolas propios de las zonas templadas. El componente más variable del clima son las precipitaciones, cuya frecuencia e intensidad determinan la existencia de dos estaciones: la de las lluvias, de mayo a octubre, y la de la seca, de noviembre a abril. Las grandes masas de agua de los mares circundantes son una fuente de evaporación que mantiene usualmente muy elevado el índice de humedad y propician la intensidad de las precipitaciones, que promedian más de 1 200 mm anuales, aunque con marcadas disparidades, no solo de acuerdo con las estaciones, sino también según las zonas del país.
Asociadas al clima también se producen las mayores catástrofes naturales que afectan a la isla, los huracanes, ya que la otra fuente de desastres, la actividad sísmica, solo es significativa a lo largo de la costa sur de la región oriental. Los ciclones tropicales se presentan por lo general durante la temporada de lluvias; tanto la intensidad de las precipitaciones como la fuerza de sus vientos suelen ser muy variables, pero en las tormentas más destructivas los vientos sostenidos superan los 200 km por hora e incluso llegan a registrarse rachas mayores. Si bien pueden transcurrir algunos años sin que Cuba se vea afectada por estos fenómenos, también se han sucedido varios en una misma temporada con muy devastadoras consecuencias, aunque por la alargada conformación de la isla los daños provocados por estos huracanes tienden a concentrarse en una u otra parte del territorio.
Cuba posee una flora de elevado endemismo, en la cual figuran desde los cactus típicos de las zonas áridas hasta helechos y otras plantas propias de áreas muy húmedas. La vegetación original dominante era la del bosque tropical, y formaba al parecer una floresta tan tupida que haría afirmar a algún cronista —con su habitual exageración— que la isla podía recorrerse de un extremo al otro caminando bajo la sombra de los arboles. Los distintos grupos humanos arribados al país a lo largo del tiempo, trajeron consigo otras plantas, especialmente para la agricultura, que han enriquecido —y en algún caso agredido— el panorama botánico, ubérrimo, pero siempre dentro de los límites trazados por la uniformidad climática. En lo relativo a la fauna la situación presenta otro cariz; la fauna original era muy rica en insectos, aves, moluscos, peces y reptiles, pero no así en mamíferos, pues los de mayor porte —no muy abundantes— en su mayoría ya se habían extinguido a la llegada de los europeos, de manera que —a excepción de los manatíes— esa clase se hallaba representada principalmente por pequeños roedores e insectívoros. En épocas posteriores se introducirían ganado mayor y menor, aves de corral y otros animales domésticos, aunque también especies dañinas como las ratas.
No obstante la homogeneidad característica del espacio cubano los geógrafos suelen distinguir en este cuatro regiones naturales: Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente, pero las diferencias entre ellas —sin duda perceptibles— han sido más el resultado del poblamiento y la explotación de esos territorios que de las peculiaridades de sus paisajes.
Los primeros pobladores
Cuba carece de población autóctona. Su poblamiento original, que parece haberse iniciado hace unos 10 000 años, se llevó a cabo mediante sucesivas —y prolongadas— migraciones de comunidades amerindias, movimiento que se hallaba aún en curso a la llegada de los europeos. La comprensión de ese proceso, así como de las características de las poblaciones aborígenes, parte de una premisa fundamental: la de que su marco geográfico tiene muy escasa relación con la actual división política de la región, pues en la práctica tuvo como escenario a todas las tierras que circundan el Caribe, un espacio que, además, fue cambiando de manera muy notable a lo largo del tiempo. Esta última circunstancia resulta vital para sustentar la hipótesis ya generalmente aceptada acerca de los inicios del poblamiento insular. Según esta, los más tempranos pobladores procedían del norte del continente y habrían arribado a Cuba siguiendo un curso costero lo largo del Golfo de México y la Florida.
Hace unos 13 000 años, durante la última glaciación, entre esa península vecina y Cuba, en lo que hoy constituye el Gran Banco de las Bahamas, se hallaba emergida una gran isla, separada apenas por unos 70 kilómetros de la Florida y a una distancia mucho menor —unos 20 kilómetros— del entonces más extenso territorio cubano. Ese territorio emergido —según algunas hipótesis— pudiera haber servido de trampolín a los primeros inmigrantes, llegados hasta costas cubanas navegando en balsas rudimentarias. Si la procedencia de aquellos pobladores iniciales es todavía objeto de debate, en cambio ha quedado bien establecido que constituían pequeños grupos de cazadores, con un instrumental paleolítico, atraídos a Cuba por la caza de grandes mamíferos como la foca tropical (Monachus tropicalis), que todavía abundaban en estas latitudes, así como por las más benignas condiciones climáticas. Esos primitivos habitantes aparentemente habían desaparecido al iniciarse la conquista española, de modo que su existencia solo la atestiguan las evidencias arqueológicas, principalmente abundantes lascas de sílex y otros utensilios de piedra tallada encontradas en farallones y cuevas de las serranías nororientales, así como en puntos costeros del centro de la isla, un material también presente en algunos residuarios de La Española e incluso en varias de las Antillas Menores.
Las comunidades aborígenes cubanas con un registro histórico son las referidas por los cronistas de Indias, en particular fray Bartolomé de Las Casas. Esos autores adoptaron para identificarlas denominaciones que han perdurado hasta el presente, nombres unas veces empleados y otras rechazados por los arqueólogos, cuyas investigaciones —la más importante fuente de conocimientos respecto a la cultura material de aquellos hombres— han introducido nuevas tipologías y afinado conceptos para su caracterización. Empleando la denominación tradicional, la más antigua de esas culturas indígenas habría sido la de los guanajatabeyes, pequeñas comunidades asentadas en remotas zonas costeras como la península de Guanacabibes —en el confín occidental de la isla—, con las cuales los conquistadores españoles apenas tuvieron contacto. Se trataba de grupos recolectores, dedicados sobre todo a la pesca, que empleaban instrumentos mesolíticos. A partir de los fechados de radiocarbono disponibles, se les supone llegados a Cuba hace unos 3 500 años, probablemente también desde la Florida. Más nutridas y con una mayor dispersión en el territorio cubano se presentan las comunidades de la cultura llamada siboney. Para estas se apunta una posible ruta de acceso que siguiendo la costa sudoccidental del Caribe llegaría hasta las actuales Honduras y Belice, desde donde podrían haberse trasladado a Cuba navegando a través de la cadena de islas que entonces se extendía entre el punto más oriental de Centroamérica y Jamaica. Se trataba también de comunidades recolectoras o apropiadoras, con un nivel técnico correspondiente al mesolítico, pero que quizá como resultado de la lenta evolución característica de esas sociedades primitivas —o debido a una nueva ola migratoria—, no solo dispusieron de un instrumental lítico más adelantado, sino que parecen haber llegado a confeccionar algunos objetos de cerámica. La tercera y más numerosa de las poblaciones aborígenes fue la de los taínos —denominación de controvertida pertinencia—, cuya existencia y características están mucho mejor documentadas. En este caso se trataba de una rama de la familia etnolingüística aruaca —o arawaka—, oriunda de la cuenca amazónica, la cual habría llegado al Caribe siguiendo el curso del Orinoco; una vez alcanzada la desembocadura de ese gran río, dichas comunidades fueron saltando de una isla a otra a lo largo de las Antillas hasta llegar a Cuba en torno al año 800 d.C. Dentro de este grupo poblacional los arqueólogos hacen una distinción entre los que denominan subtaínos, que iniciaron aquel movimiento migratorio y constituían el grueso de los indígenas cubanos, y los taínos propiamente dichos, oleada migratoria posterior que comienza a llegar desde la vecina Haití durante el siglo que precede a la conquista española. Es así que el concepto de cultura taína, a veces asumido como un todo homogéneo, engloba en realidad un conjunto de expresiones, tanto coincidentes como diversas, que resultan apreciables en la mayoría de las islas del Caribe y alcanzaron en La Española su más alto grado de desarrollo.
Las estimaciones acerca de la cuantía de los pobladores aborígenes han fluctuado bastante a lo largo del tiempo. En la actualidad, correlacionando testimonios de los cronistas, experiencias etnológicas y, sobre todo, el número, dispersión y magnitud de los sitios hallados por los arqueólogos, se ha llegado a un consenso que fijaría su monto entre los 100 000 y 200 000 habitantes al producirse la llegada de los europeos. La distribución de estos primitivos pobladores era muy desigual, tanto en lo espacial como en su número. Los guanajatabeyes, que no pasarían de unos pocos miles, se hallaban dispersos por las áreas costeras y el cayerío en la zona más occidental del país, constituyendo pequeñas comunidades integradas por unos 30 o 40 individuos en los sitios principales y apenas 5 o 10 en lo que probablemente fueron sus estaciones de caza y pesca. Las evidencias de la población siboney, no solo son más numerosas sino que se hallan más ampliamente distribuidas desde la costa norte occidental hasta la cuenca del río Cauto al este, incluyendo diversos puntos en el centro de la isla, tanto en terrenos montañosos como en las costas cenagosas al sur de la actual provincia de Camagüey.
La gran mayoría de la población indígena estaba constituida por los taínos. Asentamientos que los arqueólogos catalogan como subtaínos se han encontrado desde la región oriental hasta el occidente de la isla, en torno a la bahía de Matanzas y aún más al oeste. Su mayor concentración parece haber estado en la zona nororiental de Maniabón, pero también se han descubierto sitios de grandes proporciones hacia el centro del país, en particular el gran residuario de Los Buchillones, en las cercanías de Morón, donde recientemente se hallaron, bien conservados en el cieno, numerosos restos de viviendas, instrumentos y otros artefactos de madera hasta ahora únicos en el ámbito antillano. Los mayores núcleos poblacionales, sin embargo, parecen haber sido resultado de la última oleada de inmigración taína, que al iniciarse la conquista ya se hallaba extendida por Baracoa, el valle de Guantánamo y otras áreas de la parte más oriental de la isla, donde Las Casas asegura haber encontrado poblados con más de un centenar de edificaciones, lo que parecen corroborar ciertas evidencias arqueológicas.
Las sociedades aborígenes
Tan desigual como su monto demográfico era el desarrollo material y social de estas poblaciones. Los utensilios de concha y otras evidencias halladas en los residuarios mesolíticos más tempranos —guanajatabeyes atestiguan la existencia de un instrumental bastante diversificado —gubias, raspadores, anzuelos, puntas de flecha, etc.—, elaborado mediante fractura, abrasión y fricción, al cual deben añadirse con toda probabilidad otros enseres de madera, incluyendo canoas, que no se han conservado hasta nuestros días. Con estos recursos pueden haberse dedicado a la pesca en el litoral, así como a la recogida de moluscos, la caza de animales pequeños y la recolección de frutas y raíces comestibles —que cocían al fuego—, en circunstancias que solo permitirían sostener pequeñas comunidades con muy bajo crecimiento poblacional y corta esperanza de vida. En tales condiciones, también debe suponérseles cierto nomadismo y una elemental distribución de tareas por sexos y edades. Sus asentamientos se hallaban por lo general en cuevas y abrigos rocosos —donde también se han encontrado enterramientos—, aunque algunos hallazgos también permiten suponer la existencia de otros habitáculos a cielo abierto, probablemente al resguardo de rudimentarios cobertizos.
En la medida en que los sitios de características mesolíticas se adentran en la isla y se dispersan hacia las regiones centrales y orientales, se va encontrando un instrumental más complejo, con la presencia de puntas de sílex y otros utensilios —majadores, percutores, etc.— elaborados con material rocoso de gran tenacidad que eran empleados para el procesamiento de semillas y frutos, así como hachas, incluyendo las de piedra pulida y forma petaloide, posiblemente usadas en la tala de árboles. Este utillaje, que se considera característico de la cultura siboney, en algunos sitios ha aparecido acompañado de fragmentos de cerámica, evidencias de una alfarería simple, tanto desde el punto de vista de su técnica de confección como de sus formas, presumiblemente destinada a cocinar alimentos, depositar líquidos y guardar vegetales, indicativa de lo que pudiera ser una etapa tardía en la evolución de aquellos grupos humanos, en esencia apropiadores. La tradicionalmente admitida correlación entre la confección de alfarería y las prácticas agrícolas, ha hecho que algunos autores consideren probable el desarrollo de algún tipo de agricultura por estas últimas comunidades —de hecho las califican como “protoagrícolas”—, lo cual implicaría una mayor estabilidad en sus asentamientos. Aunque estos hubiesen sido todavía movibles y sus viviendas efímeras, estas ya se construían de madera y se techaban con hojas de palma en agrupaciones que podían albergar varias decenas de habitantes. Una mayor especialización laboral, igualmente plausible, habría permitido según algunos autores la constitución de grupos “forrajeros” y partidas de caza y pesca, cuya existencia parecen atestiguar pequeños residuarios que quizá cumplían la función de estaciones o paraderos eventuales. El hecho de que estos grupos se desprendiesen de la comunidad principal durante varios meses, debe haber profundizado la división del trabajo y promovido la domesticación de plantas y animales por parte del núcleo más estable, posiblemente constituido por una mayoría de mujeres.
Los vestigios de la cultura material, la organización social y el mundo espiritual de los taínos son mucho más abundantes y esta cultura ha sido, por tanto, mejor estudiada por antropólogos, arqueólogos e historiadores. Así, los numerosos entierros descubiertos han permitido establecer con bastante precisión el aspecto físico de estos aborígenes: individuos de baja estatura —1.58 m como promedio los hombres y 1.48 m las mujeres— con rasgos mongoloides, que tenían por costumbre deformarse el cráneo mediante una técnica —tabular oblicua— que fue bien descrita por los cronistas.
Clasificadas como agroalfareras o productoras, las comunidades taínas disponían de un amplio utillaje de perfil neolítico con artefactos de piedra, perfeccionados mediante lascado, desmenuzamiento y pulimentación, lo cual les dotaba de toda una gama de utensilios especializados de mayor productividad, además de permitirles la fabricación de objetos de adorno o carácter ritual. También notable era el desarrollo de la alfarería, generalmente por el método de acordelado, con el cual se confeccionaban vasijas de distintos tamaños y formas, para la cocina y el almacenaje, que en algunos casos eran decoradas con artístico refinamiento. En la confección de utensilios podían combinarse diversos materiales como concha, piedra y madera para realizar tare...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. PRESENTACIÓN
  5. DEDICATORIA
  6. 1. NATURALEZA Y POBLACIÓN ORIGINARIA
  7. 2. CONQUISTA Y COLONIZACIÓN
  8. 3. LA SOCIEDAD CRIOLLA
  9. 4. LA PLANTACIÓN: ECONOMÍA Y SOCIEDAD
  10. 5. AVATARES DE LA GESTACIÓN NACIONAL
  11. 6. EL CAMINO DE LA INDEPENDENCIA
  12. 7. UNA REPÚBLICA TUTELADA
  13. 8. FACETAS DE LA CRISIS REPUBLICANA
  14. 9. LA REVOLUCIÓN
  15. 10. LA EXPERIENCIA SOCIALISTA
  16. NOTA BIBLIOGRÁFICA
  17. COLOFÓN
  18. CONTRAPORTADA