CAPÍTULO 10
PROBLEMAS, PÁNICO Y PRESENCIA
FURGONETAS AZULES. LAS FURGONETAS AZULES ME ASUSTAN. Si alguna se me acerca, mi corazón late rápido y estoy listo para abalanzarme sobre el conductor o correr por mi vida.
¿Por qué?
Cuando era pequeño, mi papá estaba llevando a nuestra familia de regreso a casa después de cenar en nuestro lugarcito favorito de hamburguesas. Otro conductor que no aprobó la forma en que mi papá condujo después de las hamburguesas y las papas fritas nos siguió hasta la casa. Llegamos a la entrada para el automóvil cuando una furgoneta azul rechinó justo detrás de nosotros. Fue como una escena de una película de acción.
Un tipo bastante molesto salió de la furgoneta, gritando. Dijo una combinación de vulgaridades que harían que un chico universitario borracho se sonrojara. El hombre llegó corriendo a nuestro auto, con las fosas nasales expandidas, los ojos muy abiertos, los puños cerrados, y arremetió contra mi papá.
Mala decisión. Mi papá sabe defenderse, por lo que pronto el hombre corrió de regreso a su furgoneta azul, sano y salvo solo por la gracia de Dios. Aquella noche mi madre me sentó en la sala y me explicó en términos inequívocos que había un hombre por ahí que estaba extremadamente enojado con mi padre y probablemente con toda nuestra familia. Ese hombre ahora sabía dónde vivíamos y conducía una furgoneta azul. Me advirtió: «Si alguna vez miras una furgoneta azul, entra corriendo, cierra las puertas con llave y llama a la policía».
La amorosa pero severa advertencia de mi mamá se parecía mucho a la profecía de mi abuela acerca de otra depresión financiera. Así que surgió otro patrón de temor. Por años, cada vez que veía una furgoneta azul, entraba corriendo, cerraba las puertas con llave y me escondía debajo de la cama. Tal como mi mamá me dijo que hiciera.
En la actualidad, me pongo en alerta máxima si veo una furgoneta azul. La furgoneta azul es una amenaza y oprime mi botón de pánico.
Te aseguro que tú también tienes algunas amenazas que te llevan al pánico. Pueden ser un tanto irracionales, como mi aversión a las furgonetas azules. O pueden ser muy reales.
¿Qué amenaza perceptible te causa pánico? ¿No ser capaz de controlar tu futuro? ¿Una mala calificación? ¿La báscula que te dice que has ganado tres kilogramos? ¿Alguien que te mira mal? ¿Un amigo que se toma su tiempo en responder tu mensaje de texto o que no responde en lo absoluto? ¿Tu hijo o hija preadolescente que se comunica con mensajes de texto con una persona del sexo opuesto? ¿El tránsito de camino al trabajo? ¿Una conversación con tu mamá que revela que su demencia está más avanzada? ¿Tu jefe caminando por la oficina? ¿La idea de que puedas fallar?
Hemos dicho que tu vida se moverá siempre en la dirección de tus pensamientos más dominantes. Esas son buenas noticias si estás pensando en lo que es noble, correcto, puro, amable, admirable, excelente o digno de alabanza. Son malas noticias si estás pensando en lo que es indecoroso, falso, feo, ansioso, injusto, terrible o simplemente irracional. Nuestros pensamientos negativos desbocados pueden girar sin control y llevar nuestra vida en la dirección equivocada.
Entonces, ¿por qué entramos en pánico?
En nuestro cerebro hay una pequeña parte con forma de almendra llamada amígdala cerebral. La amígdala es responsable de las emociones y los instintos de supervivencia. Cuando tienes miedo, la amígdala se enciende como una máquina de pinball, y provoca una respuesta de lucha o huida. La amígdala despliega un tsunami de adrenalina y prepara el cuerpo para la acción.
NUESTROS PENSAMIENTOS NEGATIVOS DESBOCADOS PUEDEN GIRAR SIN CONTROL Y LLEVAR NUESTRA VIDA EN LA DIRECCIÓN EQUIVOCADA.
Eso es bueno si vas caminando por un sendero y te encuentras con una serpiente venenosa lista para atacar. Debes quitarte de su camino rápidamente. La amígdala hizo su trabajo.
También es bueno si vas conduciendo y repentinamente ves una vaca venir volando en dirección hacia tu parabrisas. (Vivo en Oklahoma, donde en promedio tenemos cincuenta y dos tornados al año y hay muchas granjas, así que, por supuesto, eso podría ocurrir). Debes reaccionar inmediatamente, elegir luchar con la vaca (¡buena suerte con eso!) o huir de ella (mi sugerencia). Cuando cambias de dirección y la vaca pasa volando, debes agradecer a tu amígdala cerebral por seguir vivo.
El problema es que la amígdala no es objetiva. La forma en que responde a una vaca a toda velocidad es la misma en que responde a una conversación hiriente. La manera en que responde a un ruido que te permite saber que un ladrón ha entrado a tu casa es la misma en que responde a una notificación que te hace saber que tu cuenta de banco está en números rojos.
Si te enfrentas con un bovino enojado o con un ladrón agresivo, necesitarás que la adrenalina ponga tu cuerpo en acción. Si estás enfrentando un mensaje decepcionante o un cónyuge desagradable, no necesitas la adrenalina, y esta solo merodeará por tu cuerpo, actuando como un indeseado animador de espectáculos. Te sentirás estresado, agitado, nervioso. ¿Puedes deletrear P-Á-N-I-C-O?
¿Qué te hace entrar en pánico? Qué tal si te confieso lo que a mí me lo causa y quizá te sientas cómodo para admitir lo que a ti te lo provoca.
PÁNICO DESENFRENADO
Antes de exponer lo que me causa pánico, quiero que sepas que no estoy alardeando ni quejándome. Tampoco estoy diciendo que mi mundo sea más difícil que el de los demás. Cada cual tiene lo suyo, sus propios problemas. Mi mundo no es más difícil, solo diferente. Podrías desear tener mis problemas y viceversa.
Yo lucho con lo que llamo ansiedad por el contenido. Una gran parte de lo que hago es crear contenido. Con sermones para mi iglesia, pláticas para conferencias, mensajes trimestrales para nuestro personal, episodios para mi podcast de liderazgo y videos semanales de entrenamiento para liderazgo, puedo estar trabajando en docenas de mensajes a la vez.
Bien, no todos los mensajes requieren el mismo esfuerzo. Algunos de los más pequeños puedo prepararlos relativamente rápido. Pero los más grandes se llevan de doce a dieciséis horas por mensaje. De vez en cuando demandan hasta veinte horas.
Trabajar en doce mensajes por, al menos, doce horas por cada uno es, bueno . . . muchas horas. A menudo siento que no hay suficientes horas para trabajar todas las que debo completar. Así que para tratar de crear más horas, comencé a levantarme más temprano y a permanecer despierto hasta más tarde. A menudo me levantaba muy temprano, a las 3:30 de la mañana, para estudiar, continuar todo el día, y luego trabajar después de que los chicos se hubieran acostado por la noche.
Contrario a la creencia cultural, los pastores no hacen más que solo predicar los domingos. Yo también tengo que hacer lugar para reuniones, entrenar nuevos empleados, proveer cuidado pastoral y demás. Las exigencias por mi tiempo no terminan.
Sin embargo, mi estrés no se debe únicamente a las horas y a la carga de trabajo. No únicamente tengo que escribir mensajes; tienen que ser creativos y relevantes, todos y cada uno. Mantener las cosas frescas no es tan fácil como suena. He aquí la realidad: cada vez que leo la Biblia, nada en ella ha cambiado. El mundo es creado. Adán y Eva pecan. La tierra se inunda y el arca flota. La zarza arde y el mar se abre en dos. Cada Navidad, la Virgen María tiene un bebé, y su nombre es Jesús. Cada Domingo de Resurrección, la tumba está vacía.
No, no me malinterpretes. Estas verdades transformaron mi vida. Me siento honrado al predicar las buenas nuevas cada semana. Solo que siento una presión constante en cuanto a presentar la Palabra en una forma que continúe impactando la vida de la gente. Contar las mismas historias con un nuevo marco. Personalizarlas para la cultura en constante cambio sin degradar nunca el mensaje.
En 2019 tuve que decidir el título de una serie de mensajes para mi iglesia. Debido a todo el trabajo de preparación que nuestros equipos creativos y de medios invierten para nuestras series, necesitaba informarles lo que iba a hablar con un par de meses de anticipación. Lo he hecho por décadas, pero esta vez no estaba sucediendo. Parecía que estaba llegando al límite. Por primera vez en mi ministerio, me paralicé. No tenía ninguna idea nueva, ni percepción de las Escrituras, ni revelaciones de Dios, ni nada significativo que decir.
Estaba vacío. Sentí un miedo indescriptible. Tenía que luchar para recobrar el aliento. Parecía que las paredes a mi alrededor iban acercándose lentamente. Por primera vez en más de un cuarto de siglo como pastor, consideré que tal vez me había esforzado demasiado, que no tenía nada más que dar y que debía dejar esa actividad. El miedo se apoderó de mí. Me entró pánico. La vida se me convirtió en una masiva, confusa y desgarradora bola de ansiedad incontrolable.
¿Qué estaba sucediendo? Mi amígdala cerebral trabajaba a toda marcha, cumpliendo doble función, enviando adrenalina en estampida por todo el cuerpo, lo que me dejaba en un pánico cual nunca había experimentado antes.
Muy bien, esa es mi franca confesión. (¿No te pusiste un poco tenso al leer acerca de cómo me sentía?).
¿Hizo mi confesión que te sintieras mejor? ¡Tal vez la cosa no es tan mala como pensabas! O puedes preguntarte por qué estás leyendo un libro acerca de ganar la guerra en tu mente escrito por alguien tan desquiciado. De cualquier forma, ¡fui sincero! Ahora es tu turno.
¿Qué pasa contigo? Sé t...