II. HISTÉRICAS, ALCOHÓLICOS Y OTROS MALPORTADOS, 1910-1913
Consuelo y Amalia apenas salían de la adolescencia cuando sus familiares las internaron en La Castañeda. Para Guadalupe, la hermana mayor de Consuelo, el querer asistir a las fiestas populares de Azcapotzalco, escribir cartas eróticas, manifestar abiertamente el deseo de casarse y estallar con violencia cuando trataban de ponerle límites a su conducta, fueron evidentes signos de la histeria que consumía a su hermana. Por su parte, Amalia no ocultaba su bisexualidad; también bebía, fumaba y peleaba cuando la desafiaban. Cuando la madre la sorprendió teniendo sexo con dos hombres la internó en el Manicomio y su diagnóstico fue ninfomanía histérica. Ambas mujeres duraron sólo un par de meses encerradas ya que se “curaron”. No obstante, siguieron transitando el sendero de la locura: ambas regresaron a las puertas de La Castañeda, Consuelo seis veces y Amalia ocho. Además, ellas eligieron, en algún momento de sus vidas, el encierro psiquiátrico. Cuando se le dijo a Consuelo que estaba perfectamente sana, manifestó que prefería quedarse a vivir en el Manicomio ya que odiaba la posibilidad de regresar a la casa de la hermana; por lo que solicitó trabajo y se le concedió como profesora de manualidades. Mientras que Amalia, después de haber sido dada de alta por carecer de psicopatía alguna, fue a Mixcoac, se emborrachó y esa misma noche ingresó al Manicomio saltando la barda. Los médicos la acusaron ante la policía por allanamiento de morada y lograron librarse de ella. Así las cosas, estamos frente a dos casos que distan mucho de aquel imaginario típico del loco medicado, babeante y amarrado que es sometido a brutales tratamientos por parte del déspota aparato psiquiátrico. Más bien, nos encontramos pacientes que, cual actores sociales, interactuaron con la institución psiquiátrica; y esta última, en lugar de mantener una rígida estructura de poder, en muchas ocasiones se adaptó a las condiciones impuestas por las familias.
Los casos de Amalia y Consuelo formaron parte de los 2 290 pacientes que ingresaron a La Castañeda desde octubre de 1910 hasta finales de 1913. Estos internos, al igual que Consuelo y Amalia, poseen características que nos señalan notables diferencias con los “degenerados” locos porfirianos que vimos en el capítulo anterior. Una lectura cuantitativa de los internos en cuestión pone de relieve sustanciales diferencias.
El 30.94% de los pacientes que ingresaron en este periodo fallecieron durante el encierro. Las enfermedades diagnosticadas a las mujeres moribundas fueron: epilepsia, demencia precoz, demencia senil e imbecilidad; y solían vivir entre dos y tres años antes de morir. Mientras que en los hombres, las enfermedades más recurrentes fueron demencia senil, epilepsia y parálisis general progresiva; y por mucho lograban mantenerse vivos ocho meses en el Manicomio. En este grupo encontramos otro dato significativo: un porcentaje considerable de pacientes llegaron remitidos de otros hospitales (14.4% en mujeres y 17.5% en los hombres), posiblemente por el hacinamiento de dichas instituciones o porque los médicos imaginaban a La Castañeda como la panacea para enfermedades terminales, ya que allí llegaban personas que sólo vivían un par de horas y fallecían sin que ni siquiera se les pudieran tomar los datos.
De esta población de pacientes que fallecieron, nos llama la atención que el 35.5% eran Pensionistas; cantidad que supera la media (20%). Las características de estos pacientes se asemejan a los “degenerados” porfirianos cuyas afecciones crónicas hacían que las familias pagaran una cantidad de dinero para que les dieran buena atención a pacientes en estado terminal.

Frente a este decrecimiento de pacientes que llegaron a morir en el encierro, hubo un significativo aumento de los que “se curaron”; aunque no sabemos si en efecto se curaron, pero así quedó anotado en los Libros de Registro. A diferencia del 15.3% de pacientes que se curaron, procedentes de los viejos asilos para dementes, el 47.43% de quienes fueron internados –tanto hombres como mujeres– entre octubre de 1910 y diciembre de 1913 se “curaron” en menos de cuatro meses. De todo este grupo de sujetos “curados”, el 27.1% regresaron a las puertas del Manicomio un promedio de tres veces a lo largo de su vida, al igual que Amalia y Consuelo. Bien vale la pena preguntarnos el porqué de las reincidencias. ¿Acaso se debía a que no estaban del todo “curados” y tenían recaídas que los obligaba a volver al encierro terapéutico una y otra vez? La respuesta hemos de buscarla en los casos particulares, pero eso lo veremos en el capítulo 4.
En cuanto a las enfermedades diagnosticadas también encontramos un cambio relevante: hubo una reducción de las afecciones propias de los “degenerados” del porfiriato, como la epilepsia, la demencia o el idiotismo, y hubo un notable aumento de dos “enfermedades” que corresponden a las diferencias de género: el 51.1% de los hombres padecían diversas afecciones relacionadas con el consumo de alcohol, mientras que el 33.4% de las mujeres fueron diagnosticadas bajo alguna forma de neurosis.

De todas las enfermedades consideradas como neurosis, la más diagnosticada en México fue la histeria: el 27.4% de la población femenina “neurótica” y el 10.5% del total de la población femenina. Este hecho es novedoso ya que, pese a ser la enfermedad sobre la cual más tinta corrió a finales del siglo XIX, fueron muy pocas las mujeres que ingresaron al Divino Salvador bajo el mencionado diagnóstico. Según un análisis estadístico hecho por Mariano Rivadeneyra en 1887 en ambos hospitales para dementes, sólo el 1.75% de las internadas padecía de histeria. Sin embargo, se aclara que en el 7% de los casos, la histeria era una “causa” de la locura.[1] Así, pese a que en las últimas décadas del siglo XIX se discutió ampliamente sobre la histeria entre los médicos, el encierro de esta afección tuvo lugar en los primeros años del Manicomio.
En resumen, la población que ingresó a La Castañeda entre octubre de 1910 y diciembre de 1913 tuvo dos notables características. Primero: un sustancial aumento en la cantidad de pacientes que se “curaron” en un par de meses, pese a que regresaron al Manicomio en más de una ocasión. Este hecho marca una ruptura con el porfiriato ya que la población de aquellos días permanecía encerrada hasta su muerte. Segundo: a diferencia de los locos porfirianos que fueron diagnosticados como imbeciles, epilépticos o dementes (precoz o senil), en los primeros años del Manicomio llegaron neuróticas, principalmente histéricas, y alcohólicos. Estas “enfermedades” no implicaban crisis crónicas o discapacidad alguna. Más bien, los síntomas tenían que ver con comportamientos trasgresores que evidenciaban “trastornos morales” que no necesariamente residían en algún órgano del cuerpo.
Estas diferencias nos llevan a plantear varias preguntas: ¿acaso desapareció o se redujo la cantidad de afectados por enfermedades como la epilepsia, las demencias y la imbecilidad en la sociedad mexicana y aumentaron las neurosis después de la fundación de La Castañeda?, ¿hubo un cambio en las ideas de lo que la sociedad consideraba como locura?, ¿o acaso fue que en verdad el novísimo Manicomio resultó ser de una abrumadora eficacia terapéutica para las neurosis y el alcoholismo?
Podemos afirmar que el discurso psiquiátrico y las técnicas terapéuticas en México no sufrieron cambio alguno con la fundación de La Castañeda en 1910. No hubo nuevos planteamientos sobre la epilepsia o las neurosis ni tampoco entró en vigor un nuevo corpus de enfermedades mentales al que se acogieran los psiquiatras. Es más, las categorías nosológicas usadas en el Manicomio durante su primera década de vida fueron esbozadas a fines del siglo XIX. Por lo tanto, si el cambio no ocurrió en el discurso científico, ¿hubo una transformación en las ideas que la sociedad capitalina tenía en torno a la locura? No precisamente. El cambio ocurrió en los referentes sociales a la hora de definir la locura que merecía el encierro. Es decir, pese a que existían diferentes formas de locura, no todas merecían el “secuestro” como tratamiento. Una muestra contundente de ello es que durante las dos últimas décadas del siglo XIX hubo una elevada producción de tesis y artículos en torno a la histeria. Sin embargo, si le damos una revisión a los informes sobre el Divino Salvador y San ...
