Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial
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Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial

Los hechos más singulares y sorprendentes del conflicto bélico que estremeció a la humanidad

  1. 400 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial

Los hechos más singulares y sorprendentes del conflicto bélico que estremeció a la humanidad

Descripción del libro

"Este libro es un magnífico compendio de curiosidades, de anécdotas, de la vida cotidiana de los soldados en el frente de batalla, de los animales que lucharon en la guerra y que fueron condecorados por ello, la dieta, las enfermedades, el arte, la cultura"
Desde el origen de los spaghetti a la carbonara hasta las anfetaminas que ingerían los soldados alemanes para evitar el sueño y el cansancio, este libro nos permite degustar el día a día que tuvieron que vivir miles de personas durante el mayor conflicto bélico de nuestra historia.

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Información

Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788497633529
Edición
1
Categoría
Historia

Capítulo I
Arte, cultura, guerra

Desde que el hombre es hombre, el arte le ha acompañado en todas las aventuras que ha emprendido. Allá donde ha ido, ha dejado la representación idealizada de lo que le rodeaba o de lo que imaginaba.
Por sorprendente que sea, también en medio del fragor de las guerras ha permanecido intacto el interés por las obras artísticas.
Incluso la cultura, un concepto situado en las antípodas de la guerra, se ha ido extendiendo al mismo ritmo de avance de los soldados; allá donde ha llegado un ejército, se instala también —para bien o para mal— la cultura de la nación a la que representa.
La Segunda Guerra Mundial no fue una excepción. Ya fuera para proteger las propias obras de arte, apropiarse de las del enemigo o recuperar las anteriormente confiscadas por este, durante la contienda de 1939-45 ambos bandos dedicaron esfuerzos y recursos a estas labores, en algunas ocasiones por encima de otras prioridades.

HITLER, ENAMORADO DE NEFERTITI

En 2005, el busto de Nefertiti volvió a mostrarse al público en el Museo Antiguo de Berlín, en la Isla de los Museos. Esa escultura de piedra caliza, que representa el rostro de una bella y enigmática mujer, se situó de nuevo en el centro de todas las miradas.
Allí regresaba después de un exilio de 66 años que comenzó en 1939, cuando las autoridades nazis decidieron trasladar la célebre figura a un búnker antiaéreo por temor a que resultase dañada durante un bombardeo. Tras la derrota germana, los estadounidenses la llevaron a Wiesbaden, en donde se agrupaban las obras de arte desperdigadas durante la guerra.
En 1956 Nefertiti regresó a Berlín, pero al encontrarse el Museo Antiguo en el sector controlado por los soviéticos, se optó por trasladarla al museo Dahlem y en 1967 al Museo Egipcio, su lugar de reposo hasta 2005. El punto de destino de este largo viaje será el vecino edificio del Neues Museum. Pero, obviamente, la historia del universalmente conocido busto no se limita a este recorrido por los museos alemanes.
La reina que lo inspiró vivió en Egipto en el siglo XIV a.C. Los expertos consideran que la personalidad de la sobrerana era muy controvertida y que a su alrededor concitó adhesiones y odios por igual. En una inscripción hallada en una tumba, un miembro de la corte hablaba de "su voz dulce, sus piernas de gacela y sus manos maravillosas", mientras que un himno de aquel tiempo la calificaba como "señora de la dulzura". En unos momentos en los que el imperio se desmenbraba, el faraón Akenatón (1375-1357 a.C.) decidió nombrar a su esposa, Nefertiti, faraón corregente. Al parecer, esta decisión no sentó demasiado bien entre los sacerdotes, que maniobraron en su contra.
Según cuenta la correspondencia diplomática investigada por los egiptólogos, esta decisión no aportó la deseada estabilidad política; la anarquía se extendió por el país del Nilo y ambos faraones cayeron en desgracia. Las especulaciones sobre Nefertiti son innumerables: desde el significado de su nombre —supuestamente "La hermosa ha llegado"— hasta el hecho de si consiguió reinar en solitario, pasando por su supuesta momia, localizada en el Valle de los Reyes, que presenta pruebas de haber sufrido puñaladas en el rostro.
El célebre busto de la reina egipcia Nefertiti. Hitler, que tenía una reproducción en su despacho, no estaba dispuesto a devolver la estatuilla a Egipto.
El busto de la controvertida Nefertiti dormiría durante más de tres mil años sepultado en las arenas de Tell-el-Amarna, hasta que un arqueólogo alemán, Ludwig Borchardt, la sacaría de su letargo el 6 de diciembre de 1912. Borchardt se hallaba al frente de una expedición promovida por la Sociedad Germano-oriental cuando encontró el busto enterrado boca abajo, entre los restos del taller de Thutmés —un escultor de la época— en las ruinas de Amarna. Le faltaba el iris de un ojo y parte de las orejas. La arena que cubría los restos del taller fue tamizada cuidadosamente y se encontraron los fragmentos de las orejas, pero no así el iris porque, quizás, nunca fue colocado en el ojo. La razón de su ausencia es otro misterio más a sumar a todo lo que hace referencia a la enigmática reina.
La bella escultura fue enviada a Berlín, de acuerdo con el sistema que esa sociedad había acordado con el gobierno egipcio para la distribución de los descubrimientos. El Servicio de Antigüedades local debía dar su visto bueno para la exportación de cada pieza hallada, por lo que es extraño que este permitiese la salida del busto. Lo más probable es que fuera ocultado deliberadamente por los arqueólogos germanos. Se cree que Borchardt cubrió la estatuilla de barro para que aparentase ser un hallazgo de menor importancia. Más tarde aseguró que el barro que cubría el busto era el original y que hubiera sido una irresponsabilidad limpiarlo sin las debidas garantías.
Sea mediante engaño o no, la espectacular pieza salió de Egipto con toda la documentación en regla. El busto quedó alojado inicialmente en el domicilio particular del presidente de la Sociedad Germano-oriental, James Simon, pero a partir de 1913 quedó expuesto al público, alcanzando un éxito inmediato. El 11 de julio de 1920, Simon cedió la propiedad de la estatuilla al estado prusiano, quedando finalmente expuesta en el Kaiser Friedrich Museum.
La supuesta momia de Nefertiti en la que se pueden apreciar grandes heridas en el rostro, aunque se desconoce si la agresión se produjo tras su muerte. La mayor parte de su biografía permanece en el misterio.
Por su parte, los egipcios se sintieron engañados por cómo el busto había salido de su país e intentaron recuperarlo. Ofrecieron a cambio otros objetos de gran valor, pero siempre se encontraron con la negativa de las autoridades germanas. De todos modos, los expertos de Berlín albergaban serias dudas de que el busto hubiera sido conseguido de manera legal, por lo que siempre quedaba una puerta abierta a las reivindicaciones que llegaban desde El Cairo.
Con la llegada de los nazis al poder, estos comprendieron que la devolución de Nefertiti podía ser empleada para ganarse las simpatías del gobierno egipcio y, de este modo, conseguir una posición estratégica en el continente africano, de donde Alemania había sido expulsada tras la Primera Guerra Mundial. Los contactos con el rey Fouad I de Egipto, auspiciados por el entonces ministro del Interior Hermann Goering, discurrieron por buen camino y en 1933 todo parecía preparado para que Nefertiti regresase a la orilla del Nilo. Pero fue en ese momento cuando Hitler tuvo conocimiento de la operación y se mostró tajantemente en contra.
A través del embajador alemán en Egipto, Eberhard von Stoher, el dictador germano informó al gobierno egipcio que él era un ferviente admirador de Nefertiti y que tenía previsto alojarla en un lugar excepcional cuando se hicieran realidad sus sueños arquitectónicos en Berlín:
Conozco el famoso busto —escribió el Führer a las autoridades egipcias—, lo he observado maravillado muchas veces y me deleita siempre. Es una obra maestra única, un verdadero tesoro. ¿Sabe usted lo que voy a hacer algún día? Voy a levantar un nuevo museo egipcio en Berlín. Sueño con ello. Dentro de él construiré una cámara coronada por una gran bóveda y en el centro estará Nefertiti. Jamás renunciaré a la cabeza de la reina.
Este mensaje enojó a Goering, quien manifestó al dictador germano que "le había dejado en una situación excepcionalmente precaria" y que cercenaba así las posibilidades de generar una corriente de simpatía hacia el Reich en el norte de Africa. Las quejas de Goering no produjeron el menor efecto en Hitler.
Ante el disgusto que mostraron igualmente los egipcios por la negativa de devolver la estatuilla, el Führer ofreció a entregarles el arqueólogo que había sacado la figura de su país —quien era judío— para que lo castigasen por su supuesto engaño. Pero, naturalmente, los egipcios no querían el arqueólogo, sino la disputada figura. Así pues, Hitler sentenció la cuestión con un argumento definitivo que no admitía réplica: "Lo que está en manos de Alemania queda en Alemania". Los que conocían bien al autócrata nazi sabían que este nunca hubiera accedido a entregar el busto a los egipcios, pues no era partidario de desprenderse de ninguna obra de arte.
Si Hitler se oponía a ceder estos tesoros artísticos, su obstinación tenía por fuerza que ser más dura en el caso de Nefertiti. Al parecer, las "facciones arias" de la emperatriz habían cautivado hondamente a Hitler. La prueba de la atracción que sentía por la figura es que en su despacho tenía una pequeña reproducción.

LA VENUS DE MILO, EN EL EXILIO

Después de la conquista de Francia por parte de la intratable Wehrmacht [1] , París se convirtió en el destino soñado por cualquier soldado alemán. Aunque para muchos de ellos la estancia en la Ciudad de la Luz suponía, sobre todo, la irresistible combinación de vino, diversión y bellas mujeres, cuando tales aspectos festivos se veían ya satisfechos, su atención se fijaba en la extraordinaria oferta cultural que presentaba la capital gala.
Del mismo modo que en la actualidad no hay turista que omita en su agenda una visita el museo del Louvre, los más de 200.000 soldados alemanes que estuvieron en París no quisieron pasar por alto el histórico edificio que se encuentra a orillas del Sena, y que encierra tesoros culturales de valor universal, como la Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo.
Esta célebre estatua representa a Venus —Afrodita en la mitología romana—, la diosa del amor. El nombre de Milo se debe a que fue encontrada en la isla del Egeo del mismo nombre, en 1820. Se desconoce a su autor, aunque podría tratarse de un discípulo del gran escultor Escopas, por lo que pudo haber sido esculpida en el siglo I ó II a.C.
Los franceses engañaron a los alemanes, colocando una Venus de Milo falsa en lugar de la auténtica en su lugar del Museo del Louvre. Los alemanes no lo descubrieron.
No obstante, los visitantes germanos que, en el Louvre, admiraban la célebre estatua, estaban siendo víctimas de un monumental engaño por parte de los sometidos franceses. La figura que tenían ante sus ojos no era la auténtica Venus de Milo, pues esa estaba a buen recaudo, esperando que los alemanes se marcharan de Francia para volver a salir a la luz. La Venus que estaban admirando no era más... ¡que una reproducción en yeso! En efecto; las autoridades galas, cuando los panzer alemanes se estaban aproximando a París, decidieron ponerla a salvo para evitar que sufriese algún daño o incluso que fuese robada y trasladada a Alemania. Para mantenerla alejada de las consecuencias de la guerra, fue cuidadosamente embalada, quedando oculta en los sótanos del Castillo de Valençay.
Aunque la famosa Venus no fue objeto de la codicia nazi, los hechos posteriores demostrarían que esa precaución no fue exagerada, puesto que numerosas obras de arte pertenecientes a museos franceses o a ciudadanos particulares, sobre todo judíos, fueron "adquiridas" por Goering [2] , convertido ya en Mariscal del Reich y segundo en la línea de sucesión del Führer.
Cuando los Aliados entraron triunfalmente en París, el 25 de agosto de 1944, acabando así con los cuatro años de ocupación germana, ya nada podía poner en riesgo a la famosa estatua. Así pues, la Venus de Milo fue rescatada de su "exilio" en un húmedo sótano y pudo regresar al Louvre para seguir siendo admirada en el lugar que corresponde a la mítica diosa.
Inexplicablemente, ningún experto alemán en arte había detectado la burda falsificación, y durante esos cuatro años permaneció en el pedestal que había ocupado antes la obra auténtica. Además, es extraño que no se plantease la posibilidad de trasladar esta estatua a Alemania.
Este hecho es más sorprendente si tenemos en cuenta lo ocurrido a primeros de abril de 1944, cuando unos soldados alemanes destinados en Grecia desenterraron por casualidad una estatua en las cercanías de la ciudad de Tesalónica, mientras estaban realizando trabajos de fortificación.
El oficial al mando decidió entregar a los griegos el hallazgo, que resultó ser una figura vestida de la época de Constantino el Grande, con la autorización del ministerio de Propaganda dirigido por Joseph Goebbels, que aprovecharía este episodio para transmitir la imagen de que las tropas germanas estaban interesadas en la cultura clásica y en la con...

Índice

  1. Portada
  2. ÍNDICE
  3. INTRODUCCIÓN
  4. CAPÍTULO 1. ARTE, CULTURA, GUERRA
  5. CAPÍTULO 2. LOS ANIMALES, PROTAGONISTAS
  6. CAPÍTULO 3. LA GUERRA EN EL AIRE
  7. CAPÍTULO 4. LA GUERRA EN EL MAR
  8. CAPÍTULO 5. LA GUERRA MOTORIZADA
  9. CAPÍTULO 6. RELATOS DEL FRENTE
  10. CAPÍTULO 7. AL COMPÁS DEL ESTÓMAGO
  11. CAPÍTULO 8. MOMENTOS DE EVASIÓN
  12. CAPÍTULO 9. HISTORIAS DE SALUD
  13. CAPÍTULO 10. LA BATALLA DEL SÉPTIMO ARTE
  14. EPÍLOGO
  15. BIBLIOGRAFÍA
  16. NOTAS