Sex Code
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El manual práctico de los maestros de la seducción

  1. 672 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El manual práctico de los maestros de la seducción

Descripción del libro

Mario Luna. Fundador de un equipo de expertos seductores, se ha consagrado al estudio de la seducción y la atracción desde 1999. En 2001 comenzó a desarrollar sus propias teorías mediante las cuales estableció un sistema eficaz y concreto con el que aumentar la capacidad de cualquier hombre para atraer al sexo opuesto. Asegura que ha decodificado a la mujer y muchos lo definen como el primer científico de la seducción en España. Actualmente se dedica a impartir seminarios y talleres dirigidos a hombres que desean aumentar su éxito con las mujeres.

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Información

Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788497633741
Edición
1
Categoría
Medicina
Categoría
Éxito personal
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UN POQUITO DE MI HISTORIA
PERSONAL
Antes de entrar a abordar ningún otro tema, me gustaría responder a una pregunta que podrías llegar a plantearte:
¿Qué puede llevar a un hombre a querer consagrar su vida al estudio de la seducción?
Para contestar a esta legítima pregunta, he decidido compartir contigo un par de historias personales. Creo que en ellas encontrarás una respuesta bastante satisfactoria.

EL DÍA QUE TOQUÉ FONDO: LA HISTORIA DE MARTA
Por un momento, me sentí casi satisfecho.
La habitación estaba hecha un desastre. Había velas consumidas, un cenicero volcado, botellas vacías y un montón de cds desparramados por el escritorio. El sol, que empezaba a enseñar los dientes, se colaba por las rendijas de la persiana cerrada. Quedaba poco para que el verano se pusiera a reclamar lo que era suyo.
Normalmente no fumo, pero la noche anterior había sido una excepción. Decidí que aquel día también iba a serlo, así que saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesilla, lo encendí y le di una larga calada.
Con el humo, me invadió una extraña sensación de triunfo. Era como si algo en aquella paz vampírica me hiciese sentirme más auténtico, más libre, más especial, más… ¿Me atrevería a decir más hombre?
En medio de aquel desastre, me costaba identificar qué era. En principio, no parecía haber nada mágico en los condones que salpicaban el cuarto aquí y allá, ni en las prendas de ropa que adornaban el suelo, las sillas o el marco de la ventana. Pero hubiese jurado que había algo en todo aquello que me gustaba. Y, más allá de toda duda, la botella de güisqui a mi derecha y la silueta femenina que yacía a mi izquierda también contribuían a hacerme sentir importante.
Por supuesto, siempre podía adoptar una actitud fría y concluir que, sencillamente, una interminable noche de sexo había liberado en mi cerebro suficientes endorfinas como para animar a un elefante. Especialmente tras una mala racha de varios meses, durante la cual no había echado un solo polvo.
¿Habría, por fin, terminado la mala racha?
Entonces Marta despertó. Y sus primeras palabras tuvieron el efecto de una sacudida eléctrica, devolviéndome de inmediato a la realidad. Una de la que llevaba huyendo durante años y que quería olvidar a toda costa.
En un intento desesperado por anular mi conciencia y, con ella, lo que estaba empezando a sentir, apagué el cigarrillo, puse a Marta boca abajo y le bajé las braguitas justo por debajo de las nalgas. Ella aceptó mis maniobras con total sumisión, lo cual no tardó en excitarme de nuevo. Me enfundé un preservativo y empecé a penetrarla.
Una vez más, había logrado olvidar muchas cosas. Entre ellas, algunos de mis principios. Algo que, siempre que pudiera mantener a la realidad a raya, tampoco importaba demasiado. Y alejar la realidad era, precisamente, un cometido que la lujuria del momento parecía satisfacer bastante bien.
Pero todo acaba.
Y aquello también lo hizo. Acababa de eyacular y estaba haciendo un nudo en el preservativo. Tenía una sensación extraña en la boca.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó ella.
—No lo sé —respondí—. Creo que igual me voy de esta ciudad.
Aunque no estuviese planeando hacerlo, aquella hubiese sido una buena respuesta igualmente.
—Bueno —concluyó—. Si pasas por aquí, ya sabes dónde estoy.
Aunque a simple vista parecía una chica del montón, Marta se diferenciaba de las demás. No era como las otras treinta que meses antes no habían querido quedar conmigo.
Marta era otra cosa.
En ese momento recobré la conciencia de ello. Y las endorfinas de cien mil elefantes no bastarían ya para sustraerme de que…
—Son ciento veinte euros… —dijo.
Había pagado por follar. Una vez más.
Algo que, en condiciones normales, me había jurado no volver a hacer.
Pero mis condiciones distaban mucho de ser normales. Yo estaba desesperado. Desesperado sexual, emocionalmente. Y lo estaba hasta tal punto que había besado apasionadamente a Marta una y otra vez. Incluso había logrado olvidarme de lo mal que fingía.
Ahora, en su forma de hablarme y de mirarme, no había nada similar al amor o la atracción. Y, aunque intentaba ir de amiga cómplice, sabía que en el fondo me despreciaba. Como despreciaba a la mayoría de sus clientes.
Curioso, ¿no?
Ya desde la primera frase que cruzamos, desde su primera mueca de asco, me había estado preguntando si sería capaz de pagar por su desprecio. Y ahora, mientras yacía a su lado, me percaté de que esta era ya la segunda vez que me demostraba a mí mismo que era más que capaz de hacerlo.
Por supuesto, ignoraba la oscura causa de la repulsión que causaba en las mujeres que me atraían sexualmente. Pero conocía perfectamente lo que me había llevado a gastarme los ahorros en los gemidos pésimamente fingidos de Marta y otras prostitutas tantas veces: mi baja autoestima.
Había que reconocerlo. No había nada altruista en mi comportamiento. No tenía nada que ver con un instinto caritativo que me llevase a dejarme el sueldo en las putas más tiradas del país. Nada de eso.
Tenía que afrontarlo. Aquello lo hacía por desesperación pura y dura. Sencillamente había ido descendiendo hasta los peldaños más bajos de la existencia. Aquellos en los que seres humanos se debaten entre sus escrúpulos y su deseo de sentirse amados o deseados.
En otras palabras, había tocado fondo.

UNA DECISIÓN
No recuerdo si fue en ese preciso instante o en alguno de los días que, a continuación y como espesos nubarrones grises, se fueron sucediendo. Lo que está claro es que en un momento dado mi espontáneo comentario sobre dejar la ciudad debió de transformarse en una decisión auténtica y real. Una decisión que alteraría mi vida para siempre.
Iba a cambiar mi suerte con las mujeres. O a dejar los mejores años de mi juventud en el intento.

EL CAMBIO
Algunas semanas después, justo el día de mi cumpleaños, mis pensamientos se agitaban tanto como el barco que me alejaba de mi pasado. Mientras aquel se abría paso por un mar inquieto, rumbo a la isla exótica donde prestaría mis servicios como animador turístico, yo trataba de abrirme paso por una imaginación poblada de miedos y fantasmas.
Había partido en busca del Dorado, del conocimiento que tanto anhelaba. No tenía ni idea de lo que hacía responder sexualmente a las mujeres, pero sí tenía una cosa clara: si había algo que pudiese ser aprendido al respecto, yo iba a hacerlo. Este fue, pues, el primero de mis numerosos viajes y el inicio de una larga y excitante aventura. Una aventura que me llevaría a adquirir la perspectiva y las ideas que ahora pretendo compartir contigo.

EL DÍA QUE EMPECÉ A CREER EN LOS AVEN:
LA HISTORIA DEL MELLAO
Estaba a punto de llegar a una conclusión equivocada.
Había transcurrido ya casi un año desde que decidí consagrar mi vida al progreso en este campo. Por supuesto, había visto ya considerables resultados. Es más, mi vida, mi relación con las mujeres, había cambiado por completo. Pero, al igual que un año atrás había creído tocar fondo, ahora tenía la sensación de haber tocado techo.
El verano anterior había trabajado como animador turístico en Formentera y creía haber aprendido todo lo que puede aprenderse sobre cómo atraer al sexo opuesto. Vestía a la última y estaba moreno como un zulú. Había esculpido mi cuerpo, estaba en forma y casi podía decirse que sabía bailar, aun cuando lo hiciera sobre un escenario y delante de cientos de personas. Me depilaba y era adicto a toda clase de potingues que mejoraban mi aspecto notablemente. Usaba lentillas, había cultivado una mirada letal y trabajado sobre una sonrisa devastadora, con unos dientes blancos como las teclas de un piano.
Por si esto fuera poco, ya no me acordaba del significado de la vergüenza o del miedo al rechazo.
A diario, trataba con cientos de seres humanos diferentes de múltiples nacionalidades. Bromeaba con ellos, jugaba con ellos, me hacía querer por ellos. Me tomaba confianzas que no me habían dado, hasta el punto de auto invitarme y sentarme a comer a sus mesas en el restaurante o de tirarles del brazo y arrancarlos de sus plácidas hamacas para que vinieran a jugar conmigo a la petanca o a los dardos. Hablasen el idioma que hablasen, no me cortaba lo más mínimo a la hora de chapurrearlo, ya fuera en la intimidad del trato personal o a través de un micrófono que podía oír todo el hotel.
Poco después de la cena, me vestía de payaso y secuestraba a los niños de sus familias. Más tarde, podía estar presentando y dirigiendo un concurso ante un numeroso público, o cantando pésimamente, o interpretando papeles dementes bajo un disfraz estrambótico dentro de coreografías musicales que yo mismo había diseñado. En ocasiones y para ciertos sketches humorísticos, dejaba incluso que todo el recinto me viera en pelotas durante unos segundos.
Dentro del pequeño universo del hotel, me había convertido en el payaso y en la estrella. Si alguna vez había padecido algún tipo de inhibición, ya no quedaba ni rastro de ella. Y, por más que abusase de la confianza de la gente, jamás nadie mostró hacia mí la menor hostilidad. Era el juguete de todos y todos me querían. Sencillamente, era adorable.
Y, cualquiera que fuese el significado de “ser el rey del mambo”, yo lo estaba viviendo segundo a segundo.
Por eso digo que había tocado techo.
Las TBs habían dejado de parecer seres de otra galaxia. Trataba con ellas de continuo, salía con ellas por las noches y, a menudo, me acostaba con ellas en sus habitaciones o en la arena de la playa. Normalmente, incluso se hacían cargo de mis consumiciones o me pagaban la entrada de los lugares a los que me llevasen.

LOS MAESTROS ITALIANOS
El verano anterior, cuando había empezado a trabajar en aquel hotel de Formentera, solo sentí algo similar a lo que debe sentir una planta cuando la arrancan de su parcela de tierra antes de plantarla en otra.
Me había unido a un equipo de animación compuesto casi exclusivamente de italianos. Como la clientela era italiana en su mayoría, también lo era el equipo de animación. De un equipo de nueve personas, otra chica y yo éramos los únicos no italianos.
Pues bien, dejando de lado numerosas anécdotas que no vienen al caso, lo que más me descolocó fue el descaro y la desenvoltura con que aquellos italianos parecían manejarse entre las mujeres. Y, más aún, cómo estas parecían responder a sus avances. Por supuesto, aunque entonces no podía saberlo, me encontraba ante un grupo de lo que en el mundo de las Artes Venusianas se conoce por Naturales. Es decir, ante hombres que, de forma inconsciente, sabían a la perfección cómo comunicarse con las mujeres y qué hacer para que las cosas tomasen un cariz sexual.
Al principio resultó traumático. Por un lado, me dolía ver cómo aquellas TBs se ofrecían completamente a ellos, mientras yo me limitaba a hacer de testigo. Por otro, estaba convencido de que yo jamás podría llegar a echarle el morro que le echaban ellos. Y, aun cuando lo hiciese, jamás lograría obtener la menor reacción positiva por parte de aquellas diosas atractivas.
Estaba equivocado. Con respecto a ambas cosas.

TODOS LO LLEVAMOS DENTRO
Aún puedo revivir los nervios de la primera vez que probé mi suerte. Había salido con uno de los animadores italianos, únicamente con la idea de hacerle de comodín con una chica que había conocido ese mismo día.
Con todo, me había puesto dos sencillos objetivos. El primero era no salir con nada raro. El segundo, basarme en lo que hiciera a la hora de actuar. Vamos, inspirarme en él y seguir sus pasos. Y ¿sabes qué? La cosa salió mejor de lo que nunca hubiera podido imaginar. De hecho, fue terriblemente simple.
Estábamos tomando un refresco en una terraza junto al mar. No recuerdo lo que era, lo único que recuerdo es que pagaban ellas. También recuerdo que, antes de que pudiera darme cuenta, Giuseppe1 y su Objetivo ya se habían esfumado por completo. En terminología Aven, la había aislado y, al hacerlo, automáticamente también yo lo había hecho.
Recuerdo que me encontré realmente incómodo, tanto que sentía que estaba a punto de echarlo todo a perder con alguna tontería. Con todo, traté de ser fuerte y de mantenerme fiel a la promesa que me había hecho a mí mismo. Me pregunté qué habría hecho Giuseppe de estar sentado en mi lugar, y decidí actuar de manera acorde.
—Me apetece relajarme junto al mar… ¿Te vienes?
Se lo dije en mi italiano rudimentario, pero ella accedió. En realidad, la barrera idiomática no hacía más que ayudarme todo el tiempo. De hecho...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. LEGALES
  4. ÍNDICE
  5. CARTA AL LECTOR
  6. 1. UN POQUITO DE MI PROPIA HISTORIA PERSONAL
  7. 2. ¿QUÉ NOS ATRAE Y POR QUÉ?
  8. 3. NOCIONES PREVIAS AL JUEGO
  9. 4. EL CAMINO DELAVEN
  10. 5. MATERIAL ENLATADO
  11. 6. GLOSARIO
  12. 7. BIBLIOGRAFÍAY FILMOGRAFÍA
  13. 8. AVEN QUE CUENTAN CON UN PESO ESPECIAL POR SUS CONTRIBUCIONES
  14. CONTRAPORTADA