Breve Historia del Che Guevara
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Breve Historia del Che Guevara

  1. 352 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Breve Historia del Che Guevara

Descripción del libro

"Se aborda una serie de aspectos que fueron calando en él, su asma, su tesón, su rebeldía, su formación socialista, su amistad con Fidel, los grandes momentos de la Revolución Cubana, su guerrilla en el Congo, y el sueño de revolucionar el mundo para cambiarlo. Asimismo, se apuntan otros aspectos tan misteriosos y desconocidos como la incertidumbre de su nacimiento, las cartas que escribía a sus padres, parientes y amigos, las traiciones que sufrió de la gente en quien más confiaba y que le significaron la muerte."(Web Over drive) La apasionante y turbulenta historia de Ernesto Che Guevara contada esta vez de un modo conciso y accesible: un mito del siglo XX entregado a la revolución y la lucha. La vida y la personalidad del Che han sido tratadas en innumerables ocasiones en el S. XX, desde todas las perspectivas y hasta el último detalle, pudiera parecer, por ello, que ya nada puede contribuir al conocimiento de la vida del revolucionario argentino, que ya lo sabemos todo. Nos demuestra Gabriel Glasman que no es así, que aún quedan datos por descubrir y enfoques novedosos para tratar la vida y la personalidad de este luchador incansable, de este idealista universal que luchó por la emancipación de los oprimidos en Cuba, en el Congo y finalmente en Bolivia donde fue traicionado y asesinado.Es por esto que Breve Historia del Che Guevara es un libro que no viene a subrayar de un modo redundante lo ya escrito sobre el Comandante sino que viene a completar lo que sabemos de él a través del análisis de su correspondencia más íntima. Comienza con los oscuros orígenes de Guevara cuya partida de nacimiento fue falseada por sus propios padres, pero conoceremos también su juventud, su formación como médico y sus ya míticos viajes en motocicleta por América.

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Información

Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788497635547
Edición
1
Categoría
Historia

1

Los primeros años

Corría el año 1927 cuando Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna sella ron, boda mediante, un apasionado ro mance que se había desencadenado poco tiempo atrás. Des bordantes de juventud y pertenecientes a un mun do social y económicamente aco mo dado, ni a Ernesto ni a Celia les acompañaban por entonces las tribulaciones mun danas de la subsistencia diaria. Por el contrario, dueños de esa seguridad que la herencia familiar les garantizaba, podían transcurrir por la vida con la certeza de un fu tu ro venturoso. No podían sospechar, por su pues to, que estaban a punto de ingresar a una di men sión impensada, donde buena parte de sus mundos imaginados colisionaran con otros nuevos, hasta modificar por completo sus existencias.
Pero por el momento, la vida de los dos ena morados discurría con cierta displicencia.
Ernesto Guevara Lynch había nacido un año después que el siglo, en 1901, en el seno de una familia que, junto a cierta fortuna, gustaba exhibir entre sus más preciadas pertenencias una galería de prohombres de notables y aventureras existencias. Paco Ignacio Taibo II consigna que entre los antepasados de los Guevara había un virrey de Nueva España –Pedro de Castro y Figueroa– quien hacia mediados del siglo XVIII accedió a tan caro cargo, aunque manteniéndose en él apenas un año.
El virrey de referencia tuvo un hijo de nombre Joaquín que, no se sabe si no tuvo mejor idea o mejor opción, lo cierto es que secuestró en terri torio de Louisiana a una muchacha que terminará siendo su esposa. Como fuere, serán sus descendientes quienes, tras vivir la fiebre de oro que sacudió en San Francisco a gentes de toda laya, terminaron un siglo más tarde asentando sus reales en tierras argentinas.
También Jorge Castañeda, por su parte, reconstruye la genealogía de los Guevara Lynch, en los que la sangre española e irlandesa se confundirán a partir de las correrías de un tal Patrick Lynch, capitán él, quien abandona Inglaterra para recalar en España, primero, y luego en la Gobernación del Río de la Plata.
Según el catedrático francés Kalfon, don Patrick llegó a aquellas playas cargando un cofre de monedas de oro; más tarde, su hijo Justo llegará a tener cierta carrera en la administración local, alcanzando a ser administrador de la Aduana Real.
Uno de sus hijos, a su vez, gozará de mayor fortuna y se convertirá con el tiempo en uno de los hombres más ricos del continente, acumulando una gran cantidad de campos que legará a sus nueve hijos.
Para mediados del siglo XVIII, todos los indicios señalan que los Lynch ya estaban establecidos con cierto posicionamiento entre la oligarquía local, al grado de que entre los fundadores de la Sociedad Rural Argentina –centro político, social y económico de los terratenientes criollos– figura el ya lustroso apellido portado por un tal Gaspar. También por entonces un Enrique Lynch tuvo activa participación en la misma entidad.
Con los años, los Guevara Lynch alcanzaron un poderío económico importante que se materializó en grandes extensiones de campos y varios establecimientos ganaderos.
Sin embargo, sea ya por los avatares de la economía en el periodo inmediatamente anterior a la gran crisis de 1929, o porque las rentas que daban los campos debían repartirse entre un numeroso elenco familiar, lo cierto es que los Guevara Lynch comenzaron a perder paulatinamente aquella fortaleza económica que los había distinguido. No había penurias en su presente ni en su futuro inmediato, pero no sería equivocado caracterizar a la familia como en cierta decadencia financiera.
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La Sociedad Rural en Argentina representa a los sectores más poderosos económicamente. Paradójico resulta encontrar entre los fundadores de dicha asociación a un ancestro de Guevara.
Celia, por su parte, había nacido en el seno de una familia que bien podía competir parejamente con los blasones sociales y económicos heredados por su novio. De hecho, el último virrey del Perú, don José de la Serna e Hinojosa, era quien estaba al frente de una ilustre progenie que, representante de la corona española, terminó mezclada e incorporada al criollismo rioplatense.
Claro que el insigne e ilustre virrey fue vencido justamente por Sucre en la batalla de Ayacucho, la misma batalla que consagró la derrota definitiva de los españoles en territorio sudamericano. Es decir, el famoso pariente era un “enemigo”, pero famoso y de alta alcurnia al fin de cuentas.
El origen de los De la Serna no debió haber acomplejado demasiado a ninguno de los integrantes de la familia. En verdad, las raíces “nacionales” nunca fueron para la clase terrateniente local un elemento fundante de identidad política y cul tural. Hacendados y grandes propietarios, la oligarquía nativa –de la que los De la Serna formaban parte– tenía a los imperiales de cualquier nación en la mayor estima, y volcaron sus influencias políticas y favores económicos para que los gobiernos locales labraran con aquellos los más variados acuerdos comerciales. Por supuesto, la oligarquía terrateniente se benefició como ningún otro sector social.
Entre los descendientes de Celia se hallaba Juan Martín de la Serna, un poderoso terrateniente propietario de grandes extensiones de tierra y varias estancias, y que fundó, como señala Kalfon: “…a pocas leguas de la capital, la ciudad de Avellaneda.”
Poseedores de campos y estancias como los Guevara Lynch, aunque más prósperos que estos, los De la Serna también conocieron desde antaño la vida sin apremios, garantizada sobradamente por las generosas rentas familiares.
En estos contextos acomodados, Ernesto y Celia se conocieron, enamoraron y proyectaron juntos continuar con sus vidas.
Por entonces, Ernesto era un muchacho de veintiséis años muy apuesto y con cierto aire de seductora despreocupación. Detrás de sus anteojos amanecía un hombre locuaz, gran conversador y de apasionado verbo, condiciones que acompaña ba con indumentaria elegante y cui dada. Educado, culto y de refinados modales, había incursionado en los estudios universitarios aunque ciertamente de manera poco exitosa, y acu mu laba sendas decepciones en las carreras de arquitectura e ingeniería.
En cambio, había sorprendido a más de uno con su tenaz inclinación hacia la administración de los bienes familiares y una particular vocación por los emprendimientos empresariales, una ca racterística que parece haber heredado de algunos de sus lejanos parientes, cuyas historias de arriesgadas aventuras había escuchado en boca de sus padres y tíos.
Por entonces, Ernesto había invertido buena parte de la fortuna que había heredado en el Astillero San Isidro, una constructora de yates que just amente pertenecía también a otro de sus familiares. El negocio parecía bastante próspero, aunque no tan fascinante como para comprometer su vida en él.
Ciertamente, Ernesto se dejaba conquistar más fácilmente por desafíos de otro tipo, como el que bien pudo representar en su imaginario un cultivo de yerba mate en las selvas de Misiones. Por lo menos, las posibilidades de hacer fortuna con el llamado “oro verde” se asemejaban bastante a la empresa que alguno de sus antepasados ensayó durante la fiebre del oro californiano, por lo que no le costó demasiado trabajo involucrarse en una aventura selvática.
Así, cambiando talleres industriales prolijamente instalados por montes vírgenes, Ernesto Guevara Lynch se dedicó a estructurar su nuevo negocio.
Celia, su novia, vivía ciertamente una situación bastante más compleja, pero que no será en absoluto reactiva a la de su galán. Cinco años menor que Ernesto y la más pequeña de siete hermanos, la muchacha había perdido tempranamente a sus padres, por lo que creció prácticamente criada por su hermana Carmen.
No obstante, la educación inicial y su línea a seguir habían sido trazadas por el legado familiar, por lo que Celia terminará atesorando una férrea educación católica que cosechará trabajosamente en el colegio del Sagrado Corazón, en Buenos Aires. Pierre Kalfon la define por entonces como una joven “…muy piadosa, hasta el punto de martirizarse colocando cuentas de vidrio en sus zapatos…” Incluso, sostiene Kal fon, es probable que Celia se inclinara por to mar como propio el destino de los hábitos, algo que no sucedió justamente por habérsele cruzado en su camino quien sería su futuro esposo.
En verdad, esta visión tan devota de la muchacha no parece sostenerse demasiado, y la influencia de Carmen parece haber sido decisiva en ello. En efecto, Carmen era una mujer que se había relacionado intensamente con el mundo de la cultura y por entonces se había envuelto en un apa si onado romance con Cayetano Córdova Iturburu, un poeta comunista con quien finalmente se casaría en 1928.
Por supuesto, Carmen no tardaría en incorporarse a las filas del comunismo vernáculo y desde ese lugar ejercería una contundente influencia crítica contra cualquier vestigio religioso en la más pequeña de sus hermanas. Desde este punto de vista, no resulta extraño que Celia se termine adhiriendo rápidamente a las vanguardias feministas y socialistas que, por entonces, constituían un verdadero ariete contra la cultura conservadora y reaccionaria dominante en la Argentina de los años veinte.
Es probable que el celo de Carmen incidiera notablemente para que Ernesto no fuera del todo bien recibido en la familia. Y mucho menos cuando Celia habló de casamiento inminente, siendo que aún no había cumplido siquiera la mayoría de edad que la liberara del engorro de pedir la necesaria autorización.
Los De la Serna, pues, decidieron no permitir el casamiento de Celia, al menos por el momento. No sabían que lejos de conjurarse el arranque romántico de la menor, las cosas empeorarían sensiblemente.
La negativa familiar no acobarda a la pareja, que finalmente optará por quemar sus naves en una única y dramática jugada: una fuga de corte romántico, ensayo que finalmente logró su cometido. Los De la Serna cedieron, y el 10 de diciembre de 1927 Ernesto y Celia quedaron unidos legalmente.
Según las conclusiones del investigador norteamericano Jon Lee Anderson, la historia de amor de Celia y Ernesto sumaba un condimento extra y que al final resultó determinante para apresurar y asegurar el casamiento: Celia estaba embarazada, y el escándalo se cernía sobre las dos familias. La necesidad de resolver positivamente el entuerto seguramente decidió las posturas desesperadas de los dos jóvenes, como la amenaza de fuga.
Por suerte para ellos, todo se resolvió dentro de lo planificado. Solo restaba armar una justificación acorde al próximo parto –Celia llevaba tres meses de embarazo cuando se casó– pero en verdad eso ya parecía un problema menor. Por lo pronto, la cuestión principal se había resuelto, y la pareja de recién casados halló el sosiego necesario para organizar su vida inmediata.
Por otra parte, los planes yerbateros de Ernesto resultaban funcionales para que ambos “desaparecieran” con sobrados motivos de los ambientes sociales que solían frecuentar. De esta manera, el embarazo de Celia quedaba sin exponerse a las comunes y frecuentes habladurías.
Los aspectos económicos de la aventura selvática no constituían tampoco un grave problema. Al casarse, Celia recibió una buena parte de la herencia paterna que le correspondía, y Ernesto no tardará en convencerla sobre la necesidad de que la misma, o una porción de ella, fuera invertida en la explotación del “oro verde”. Celia accederá; aún desconocía la inveterada costumbre de su marido de realizar pésimos negocios.
Así las cosas, Ernesto y Celia partieron raudamente hacia Misiones, donde adquirieron doscientas hectáreas de pura selva sobre una de las márgenes del río Paraná. El campo, situado en Caraguatay, fue bautizado “La Misionera”, y muy pronto contó con una casa amplia, aunque se entiende que sin aquellas comodidades que las construcciones urbanas solían tener.
Por el momento, todo andaba sobre rieles para los recién casados. Los días se escurrían en proyectos y sueños compartidos en interminables caminatas por la región y el descubrimiento de una asombrosa naturaleza, tan colorida como intrigante. Además, entablaban relaciones con sus vecinos, y volvían una y otra vez a realizar paseos y planificaciones. Mientras tanto, la panza de Celia crecía y los preparativos del parto comenzaron a ocupar mayormente el tiempo de la pareja. Se acercaba, pues, el momento de recibir al primogénito.
ERNESTITO
La historia familiar va a consignar que hacia junio de 1928, Ernesto y Celia abandonaron momentáneamente “La Misionera” para emprender el regreso a Buenos Aires, donde la futura madre podía recibir la atención médica adecuada y que, por otra parte, un matrimonio en su situación económica no tendría problemas en pagar.
No obstante, el proyecto de dicha atención se ve drásticamente alterado cuando un trabajo de parto prematuro sorprende a Celia en pleno viaje, a la altura de Rosario. Entonces todo va a precipitarse y a culminar, en la ciudad santafecina, con el nacimiento del primer hijo de la pareja. Era el 14 de junio y los padres, felices por el acontecimiento, aventaron cualquier sospecha apelando a un diagnóstico que nadie se animaría a poner en duda: “prematuro”.
Anderson, en cambio, sostiene que el nacimiento fue en realidad exactamente un mes antes, el 14 de mayo, habiéndose alterado el acta de nacimiento. Según el investigador estadounidense, la propia Celia confesó tardíamente:
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Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna son los padres del pequeño Ernesto. El vástago de ese matrimonio terminará escribiendo páginas notables en la historia latinoamericana y mundial.
...que la mentira había sido necesaria porque el día de su boda con el padre del Che estaba en el tercer mes de embarazo. Fue por eso que inmediatamente después de la boda, la pareja se alejó de Buenos Aires en busca de la remota selva de Misiones. Allí, mientras su esposo se instalaba como emprendedor dueño de una plantación de yerba mate, ella vivió los meses de embarazo lejos de los ojos escrutadores de la sociedad porteña. Poco antes del alumbramiento –concluye Anderson– viajaron río abajo por el Paraná hasta la ciudad de Rosario. Allí dio a luz y un médico amigo falsificó la fecha en el certificado de nacimiento: la atrasó un mes para proteger a la pareja del escándalo.
Mas allá de que la historia de Anderson resulta completamente verosímil y que no son extraños a la sociedad de la época los intentos de disfrazar cualquier hecho que pudiera poner en duda la moralidad de la familia, lo cierto es que el recié...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Índice
  5. Introducción
  6. Capítulo 1: Los primeros años
  7. Capítulo 2: Política, medicina y amor
  8. Capítulo 3: Descubriendo América
  9. Capítulo 4: Hacia la revolución: la experiencia guatemalteca
  10. Capítulo 5: Haciendo revoluciones
  11. Capítulo 6: En el gobierno revolucionario
  12. Capítulo 7: El internacionalismo guevariano
  13. Capítulo 8: Trascendiendo fronteras
  14. Capítulo 9: El último acto: Bolivia
  15. Cronología
  16. Bibliografía básica