Breve historia del Imperio bizantino
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Breve historia del Imperio bizantino

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Breve historia del Imperio bizantino

Descripción del libro

Cruzadas, califas árabes, sultanes turcos, emperadores de Constantinopla, romanos, bárbaros: la esencia de la Edad Media es el Imperio bizantino. Generalmente se nos suele enseñar la Edad Media como una etapa de oscuridad marcada por continuas guerras entre señores feudales y por un cristianismo hermético. Un estudio a fondo nos demostrará que no es una imagen completa, ya que sólo tiene en cuenta el ojo occidental. Breve Historia del Imperio Bizantino nos presenta la historia del otro lado, la historia de la Edad Media vista desde un imperio majestuoso que supo conservar, desde su inexpugnable capital Constantinopla, durante más de un milenio los valores y la cultura del antiguo Imperio romano. El libro arranca en el S. III a. C. para ponernos en antecedentes acerca de la ruptura del Imperio romano en dos, el de Oriente y el de Occidente, sólo comprendiendo esto seremos capaces de aceptar que cuando se habla de la caída del Imperio romano, es el de Occidente el que cae, el Imperio oriental resiste, y su destino corre paralelo a la Edad Media. El Imperio Bizantino será no un nuevo imperio, sino la prolongación del Imperio romano hasta la modernidad. Conocer sus relaciones con los otomanos, o la influencia de las Cruzadas en Oriente, conocer las relaciones del Papa de Roma con el Emperador de Constantinopla, que desembocan en el cisma entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa, o presenciar la decadencia de la dinastía Macedónica y la destrucción de Constantinopla, es conocer la Edad Media en toda su complejidad. Razones para comprar la obra: - El libro muestra una alternativa a la explicación dogmática de la Edad Media y nos muestra una Edad Media atípica. - Defiende la tesis fuerte de que Bizancio no es un nuevo imperio sucesor del romano, sino que es su prolongación. - Los autores exponen y contrastan varios puntos de vista, aunque no estén de acuerdo con ellos, con el fin de dar una explicación más completa.

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Información

Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788497637121
Edición
1
Categoría
History
1
Roma, siglos III al V.
Génesis de un nuevo Imperio
CONCEPTO DE BAJO IMPERIO ROMANO
En palabras de Miguel Ángel Ladero, «el concepto de romanidad tardía o Bajo Imperio está hoy plenamente aceptado en la historiografía y ha sido descargado, hasta cierto punto, de la consideración peyorativa en que se le tuvo, a partir de la Ilustración, como época decadente, premonitoria de la posterior barbarie medieval».
En 193, el ejército de Panonia proclama emperador a Septimio Severo. En 284, las tropas orientales que habían combatido a los persas hacen lo propio con Diocleciano. Ambas fechas, como bien afirma Maurice Crouzet, encierran un periodo, el siglo III, de crisis multiforme de la que saldrá lo que realmente constituye el Bajo Imperio. Con la ascensión al trono imperial de Diocleciano, finalizada ya la llamada crisis del siglo III, surge un nuevo Imperio romano de las cenizas del anterior. El Alto Imperio puede darse por muerto. El Bajo Imperio nace como una adaptación de su versión anterior a los nuevos tiempos.
A los necesarios cambios producidos en la dirección política se une una auténtica revolución en todos los ámbitos: administración, economía, sociedad, e incluso religión. El mundo ha cambiado y el Imperio ha de renovarse o morir. La Pax Romana ya no está garantizada, los bárbaros han empezado a penetrar las fronteras del Imperio. Las soluciones utiliza das durante el Alto Imperio se adaptaban a un mundo bárbaro relativamente tranquilo. Ya no sirven ahora. Las nuevas soluciones son de lo más variopintas.
La única forma de frenar a los germanos es luchar como ellos. El Ejército se transformará profundamente: adopta armas y tácticas del enemigo, recluta germanos e incluso nombra generales a algunos de sus líderes. Como podremos comprobar próximamente, la mejor manera de combatir a los germanos es enfrentarse a ellos con sus propias armas, sus propios soldados y sus propios caudillos.
Otro de los cambios importantes afecta al gobierno imperial, que ya no recaerá en un único emperador, si no que será dividido entre varios. Es la llamada colegiación imperial que estudiaremos más adelante.
Los nuevos y enérgicos emperadores, especialmente Diocleciano y Constantino, reorganizaron el Imperio y lo libraron del peligro bárbaro exterior y de la anárquica interior. En palabras de Crouzet, «una civilización surgió del caos entonces: es la que hay que considerar como la civilización del Bajo Imperio».
Todos estos cambios darán estabilidad al Imperio y le permitirán sobrevivir, en la parte occidental, tan solo doscientos años más, sin embargo Oriente perdurará por un milenio, es decir, a lo largo de toda la Edad Media.
Como indica Ladero, en el Bajo Imperio romano «hay, en efecto, elementos premedievales y grandes diferencias con las épocas anteriores del mundo clásico, al que, sin embargo, sigue perteneciendo. Fue esa Roma tardía, en lo que tenía de más específico, quien entregó la herencia de la Antigüedad». Otras opiniones expresan la idea de que el nacimiento del Bajo Imperio es paralelo al de la Edad Media.
LA CRISIS INTERNA DEL SIGLO III
Roma siempre estuvo acosada, en mayor o menor medida, por dos tipos de peligros: uno interior y otro exterior. El riesgo interno fue sin duda el más grave, y el que, aunque solo fuera indirectamente, acabó con el Imperio en Occidente, ya que creó el desorden necesario para que los bárbaros pudieran penetrar con facilidad las fronteras romanas.
La codicia de los militares y las clases dirigentes, que ansiaban hacerse con el poder, resultaba extremadamente peligrosa. Este era un enemigo que se encontraba acechando en el mismo corazón del Imperio. El propio emperador era muy consciente de ello.
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Relieve que representa a legionarios romanos del siglo II en aptitud de combate (Museo de la Civilità Romana, Roma). Finalizadas las conquistas en esta época, se consiguió que los mandos del Ejército perdieran poder y de esta forma no pudieran liderar conspiraciones contra el emperador.
Las conquistas activas habían concluido para el Imperio romano en tiempos de Trajano (98-117). El fin de la guerra ofensiva se tradujo en una considerable merma para el poder del Ejército y, de esta forma, se reducían las posibilidades de que alguna fuerza militar destituyera al emperador. Sin embargo, en tiempos de Marco Aurelio (161-180), a pesar de los deseos de los augustos por que imperara la Pax Romana, el despertar de los bárbaros situados en las fronteras forzaba a mantener una guerra defensiva. Estas contiendas otorgaban nuevamente un poder enorme al Ejército. A las puertas del siglo III, tras el asesinato de Cómodo en 192, la elección del emperador quedará en manos de los generales romanos. La anarquía militar estaba servida.
Septimio Severo (193-211) saldrá vencedor de los enfrentamientos civiles que tuvieron lugar, se sentará en el trono y lo logrará hacer hereditario para sus descendientes. Tras veinticuatro años de reinado de su dinastía y con el asesinato del último Severo, Alejandro, en 235, se inicia un nuevo periodo de anarquía de otros cincuenta años. Los mismos militares que coronan a sus candidatos, conspiran contra ellos, los asesinan y nombran otros sucesores. La pauta dominante es que el elegido se mantenga en el trono pocos meses, algunos tan solo días, muy pocos llegan a gobernar años. En muchas ocasiones varias provincias escapan al control del teórico emperador, incluso llega a darse la situación de la proclamación simultánea de varios emperadores por distintas facciones del Ejército.
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El castillo de Sant’Angello en la ciudad de Roma. Esta fortaleza fue construida en el siglo II, una época en la que el Imperio romano había alcanzado su máxima extensión y en la cual la Pax Romana imperaba en las tierras bañadas por el Mare Nostrum.
El caos reinante posibilitó la invasión del Imperio por parte de las tribus bárbaras y de los reinos civilizados exteriores. Los bárbaros, en consecuencia, acabarán transformándose en el principal de los dos riesgos mencionados anteriormente. Los Balcanes sufrieron las incursiones de los godos y Asia Menor fue víctima de los persas. Y es que los trescientos mil hombres que tradicionalmente componían los ejércitos del Alto Imperio eran insuficientes para poder hacer frente a los múltiples peligros, internos y externos, que en el siglo III amenazaban la integridad y supervivencia del Imperio romano. La debilidad de las fronteras era manifiesta. Hordas de godos en Oriente y de francos y alamanes en Occidente atravesaron las fronteras y sometieron a saqueo las ciudades romanas. Solo con la llegada al trono de Diocleciano y Constantino se logró superar la crisis.
Hasta esas fechas, el Imperio había permanecido a salvo de estas catástrofes. Las revueltas internas eran de corta duración y, en el caso de triunfar, acababan sentando en el trono a emperadores capaces. El número de efectivos militares apostados en las fronteras resultaba suficiente para contener de forma efectiva a los bárbaros que, por otro lado, no habían mostrado aún signos de su peligrosidad potencial.
La presión de los germanos sobre las fronteras romanas siempre había existido. El Imperio era asediado casi continuamente por grupos invasores bárbaros, cuyo objetivo era amasar el mayor botín posible antes de regresar a casa. Pero el problema no pasó a ser mayor hasta que los germanos fueron conscientes de su fuerza y se produjeron los desórdenes civiles necesarios para que Roma llegara a ser vulnerable. Para cuando llegó el siglo III y sus revueltas internas, el mundo germánico había comenzado ya a dar signos de virulencia.
Para entender esta cuestión debemos situarnos en el reinado de Marco Aurelio (161-180). En 161, se rompe la Pax Romana en las fronteras orientales con Persia, cuando la dinastía parta lanza una ofensiva contra las regiones de Armenia y Siria. Finalmente, la situación queda controlada pero, casi al mismo tiempo que se alcanza la paz con los persas, en 167 el Imperio tiene que hacer frente a la penetración por la frontera danubiana de cuados y marcomanos. El Imperio romano salía de un conflicto exterior con los bárbaros partos para meterse de lleno en otro, con pueblos germanos en esta ocasión, que, a la larga, sería mucho más grave. Tras combatir a los germanos hasta el año 174 y obligarles a pedir la paz, la idea de Marco Aurelio era llevar la frontera o limes más allá de la línea del Danubio, para, así, mantener a raya a los belicosos cuados y marcomanos. Sin embargo, la muerte le sobrevino en 180. Su sucesor, Cómodo (180-192), decidió firmar la paz con estos pueblos, imponiéndoles, eso sí, unas durísimas condiciones. Con este gesto el nuevo emperador iniciaba su política defensiva frente a los peligrosos germanos. La larga guerra resultaba demasiado costosa para las arcas imperiales y lo más sencillo para Cómodo era fijar la frontera del este de Europa en el límite natural que demarcaba el río Danubio.
Cómodo, además, impuso a los germanos la obligación de aportar al ejército romano tropas auxiliares, en un número de unos trece mil efectivos a los cuados y algo menos a los marcomanos. Esto no era algo nuevo para Roma, ya desde tiempos de Octavio Augusto (24-14 a. C.), las filas del ejército imperial recibieron la entrada de soldados germanos a su servicio. Sin embargo, la acción de Cómodo marcaría el refuerzo de una tendencia que sería la dominante en el ejército romano durante los siguientes siglos: el reclutamiento de tropas germanas. La práctica resultaría además funesta a la hora de decidir el final del Imperio occidental, que sería destruido desde dentro a manos de los propios germanos alistados en las filas de los ejércitos imperiales. Tal es el caso de la caída de Italia en 476: Odoacro, general de origen hérulo de los ejércitos romanos de la región transalpina, deponía al último emperador, Rómulo Augusto.
Desde otro punto de vista, puede que el predominio de soldados germanos en las filas imperiales resultara decisivo a la hora de lograr la supervivencia de Occidente durante casi trescientos años más: sin la presencia de estos mercenarios el ejército romano no hubiera podido hacer frente a las invasiones por falta de efectivos y por las carencias de sus desfasadas armas y tácticas de combate.
EL PROBLEMA BÁRBARO
Los romanos llamaban bárbaros a todos aquellos pueblos que no compartían su cultura latina o no estaban integrados dentro de las fronteras del Imperio. Entre los bárbaros destacaban aquellos que vivían en las cuencas de los ríos Rin, Danubio y Vístula, conocidos como germanos. En palabras de Emilio Mitre, «los bárbaros en general y los germanos en particular serían protagonistas de primer orden en el proceso de desintegración del Imperio en el Occidente».
Como expone Ladero, hacia el tercer milenio a. C., aparece la primera cultura germánica en la península de Jutlandia. Posteriormente, estos pueblos iniciarán una migración hacia las regiones centroeuropeas que en torno al 500 a. C. les llevará a entrar en contacto con los celtas. El avance de los germanos por tierras celtas solamente será frenado cuando, en el siglo I a. C., Julio César conquiste la Galia.
En contacto con los romanos, y gracias a las rutas comerciales, como la del ámbar en el Báltico, los bárbaros germanos sufrieron un leve proceso de romanización. Algunos de ellos llegaron a entrar en el ejército imperial como mercenarios, pero nunca en número tan importante como a partir del siglo III. Incluso podríamos decir que durante la crisis que sufrió el Imperio romano en este siglo, se puso de manifiesto el proceso de barbarización al que se estaba viendo sometido. No solamente había cada vez más germanos en el Ejército, sino que a esto hay que añadir que algunos emperadores eran de origen bárbaro, tal es el caso de Maximino el Tracio y Filipo el Árabe.
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Acueducto romano que abastecía de agua a la ciudad de Hispalis, la actual Sevilla. La obra de ingeniería original data de la época de Julio César (101 a. C.-44 a. C.). Fue reconstruido en época árabe, e incluso se mantuvo en uso más allá de la reconquista cristiana, algo que viene a demostrar el profundo impacto que tuvo en el área mediterránea la civilización romana, a pesar del paso posterior de varias culturas, como son la visigoda y la musulmana.
Sin embargo, los pueblos germánicos no supusieron ningún peligro para el Imperio hasta finales del siglo II, como hemos podido ver en el punto anterior. Mitre afirma que «el limes, con el discurrir del tiempo, se fue convirtiendo no tanto en la frontera que separaba dos mundos como en la zona de contacto que permitía una progresiva simbiosis entre ambos». Durante los largos periodos de paz, el Imperio y sus vecinos germanos mantuvieron estrechas relaciones comerciales y políticas, que llevaron incluso a grupos de germanos a ocupar algunas de sus regiones.
Todos los pueblos germánicos conocían la agricultura sedentaria, no obstante su organización social era muy simple. Ladero hace mención a una organización de los germanos, en orden creciente de complejidad, alrededor de la familia amplia, la tribu y el pueblo. Las familias (sippe) se integran en tribus, posiblemente en torno al recuerdo de un antepasado epónimo, y el conjunto de grupos o tribus forma un pueblo (gau), con jefe común y reuniones anuales de sus guerreros, a menudo para elegirlo, en lugares a los que se confiere virtualidades sagradas. Por encima del pueblo, hay con frecuencia confederaciones, a veces forzosas, bajo la égida de alguno de ellos, que es más poderoso o ha resultado vencedor en anteriores contiendas. En opinión de Ladero «se trataba de un mundo primitivo, rural, casi analfabeto, sin verdadera organización estatal».
La asamblea de guerreros era la depositaria de la soberanía popular al elegir jefe, tratar sobre paz y guerra o juzgar los delitos mayores. Los germanos prestaban juramento a este caudillo libremente escogido, combatían por él y este los dirigía en la batalla con el objetivo de la victoria. Ni tan siquiera podemos hablar de una auténtica organización a nivel estatal. Esta era la base de una estructura social concebida única y exclusivamente para la guerra.
Pueblos guerreros por naturaleza, los germanos se irán desplazando hacia las proximidades del limes romano en busca de nuevas tierras de cultivo y atraídos también, sin lugar a dudas, por las posibilidades de botín. Coincidiendo con la crisis del siglo III, algunas tribus iniciarán una serie de migraciones que producirán el empuje de otras hacia el interior de las fronteras romanas. El movimiento de burgundios y vándalos provocará la presencia de sajones en la desembocadura del río Elba, de francos en los cursos inferior y medio del Rin y de alamanes en el alto Rin y el alto Danubio. Los desplazamientos de godos y hérulos tendrán el mismo efecto sobre carpos y sármatas iazigos, que se asentarán a lo largo del Danubio.
El Imperio únicamente pudo superar estas invasiones a finales del siglo III, en época de Diocleciano y Constantino. Pero la crisis solo pudo ser salvada haciendo una serie de concesiones territoriales: los Campos Decumates y la Dacia se perdieron para siempre y el limes quedó definitivamente constituido por el curso natural de los ríos Rin y Danubio. No obstante, algo cambiaría para siempre a partir de ese momento. El Imperio había dado las primeras muestras de debilidad en toda su historia, al mismo tiempo, los germanos comenzaban a ser conscientes de su poder.
En los siguientes años, las relaciones entre romanos y germanos sufrieron una mutación: el pacto y la negociación en muchas ocasiones se mostraron como el arma más efectiva a la hora de frenar a estos bárbaros. La fórmula también podía consistir en lograr la retirada del enemigo mediante el soborno o el pago de un tributo periódico. Otras veces lo más sencillo y efectivo para Roma, con un ejército incapaz de controlar los innumerables ataques bárbaros, consecuencia de su escasez de efectivos y por el desfase de sus armas y tácticas, era aliarse con un pueblo germano para, de esta forma, poder combatir a otro.
Algunos emperadores empezaron a contratar mercenarios bárbaros para reforzar el ejército. La falta de mano de obra agrícola en las regiones fronterizas devastadas por la guerra hace que Roma opte por permitir la instalación de grupos de germanos en ellas. En consecuencia, comenzaron a darse los pri meros asentamientos definitivos de germanos aliados de los romanos, los llamados federados o foederati. El ejército romano se fue barbarizando al mismo ritmo que los grupos de germanos federados se fueron romanizando y, por lo tanto, alcanzaron una mayor madurez organizativa. Este hecho ponía al Imperio en grave peligro. El asunto acabó yéndosele de las manos a Roma y con el tiempo estos asentamientos germanos llegaron a convertirse en reinos dentro del Imperio, reconocidos además por el emperador. La evolución y el crecimiento organizativo de estos estados germánicos continuó a buen ritmo en las provincias del oeste, de forma que, a las puertas del siglo IV, Occidente era un puzle de reinos bárbaros y su emperador, que solo tenía el control de la península itálica, era además un títere en manos de sus generales germanos.
Como indica Crouzet, a la muerte de Septimio Severo (193-211), la inseguridad imperaba. Los sajones llegaban en sus piraterías hasta el canal de la Mancha y las co...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Dedicatoria
  5. Indice
  6. Prólogo
  7. Introducción
  8. Capítulo 1
  9. Capítulo 2
  10. Capítulo 3
  11. Conclusión
  12. Bibliografía
  13. Contraportada