Breve historia de la Primera Guerra Mundial
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Breve historia de la Primera Guerra Mundial

  1. 384 páginas
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Breve historia de la Primera Guerra Mundial

Descripción del libro

"El autor hace un despliegue increíble de conocimientos, no nos cuenta la historia, nos hace partícipe de ella y nos presenta varias lecturas del momento histórico. No solo existe una versión de lo sucedido y Álvaro Lozano nos muestra todos los puntos de vista posibles." (Blog Las historias del Tercer Reich) "Este trabajo, ameno y riguroso, se lee con fluidez, y se acompaña de información visual que complementa la información suministrada por el autor: cuadros sinópticos, fotografías, mapas" El resultado es una obra de gran calidad, apta para el gran público, en la que el autor narra con soltura lo más relevante de la Primera Guerra Mundial." (Web Anika entre libros) " Breve Historia de la Primera Guerra Mundial es un ensayo que atrae y engancha desde el comienzo haciendo que vivamos y sintamos en muchos momentos la incertidumbre de estar frente a Tierra de Nadie a punto de saltar con nuestro batallón" a la muerte o a la gloria." (Blog Historia con minúsculas) Una nueva visión de la guerra que asoló el mundo en los albores del S. XX basada en una combinación de historia bélica e historia humana. La mayoría de los libros que tratan el tema de la Primera Guerra Mundial, lo hacen incidiendo en los avatares bélicos de la llamada Gran Guerra, una contienda de la que se dijo que acabaría con todas las guerras. La novedad de este libro que nos trae Álvaro Lozano es que presenta la guerra desde una perspectiva total, remontándose a los factores previos a 1914 que facilitaron el enfrentamiento, y llegando a los cambios en las estructuras políticas y económicas que resultaron de la Primera Guerra Mundial y que fueron determinantes a lo largo de todo el S. XX e incluso en el naciente S. XXI.

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Información

Año
2011
ISBN del libro electrónico
9788499672694
Edición
1
Categoría
Storia
1
El suicidio de las naciones
La guerra en 1914 era imposible pero probable.
Henri Bergson
ASESINATO EN SARAJEVO
El 28 de junio de 1914 nadie creía en la inminencia de una guerra. Europa entera se preparaba para disfrutar de un verano cálido y luminoso en un ambiente de confianza económica. Los gobernantes europeos y los militares se encontraban planificando cómo escapar del calor estival. Existían motivos que invitaban al optimismo. En 1914, Europa se encontraba en su apogeo material, cultural y político. A lo largo de los quince años precedentes, las grandes potencias habían conseguido preservar la paz a pesar de las numerosas crisis internacionales que habían estallado durante ese período.
Aquel junio de 1914 los campos del norte de Francia prometían una cosecha excelente. En un precioso día de verano se disputaba, en París, el Grand Prix, la prestigiosa carrera de caballos con destacada presencia de políticos y diplomáticos y la flor y nata de la sociedad francesa. En Londres, la mayoría de los miembros del gabinete británico, dirigido por el primer ministro, Herbert Henry Asquith, ultimaba los preparativos para dirigirse a Escocia donde practicarían la pesca y otros deportes. En Viena, el emperador Francisco José esperaba con ilusión el verano para dirigirse con su amada, Katharina Schratt, al balneario de Bad Ischl en el Tirol. Winston Churchill recordaría posteriormente que aquel verano de 1914 «se caracterizó en toda Europa por una tranquilidad excepcional».
El 28 de junio era un día muy especial para el pueblo serbio. En esa fecha se recordaba la trágica batalla de Kosovo de 1389 en la que el reino serbio había sido derrotado por los turcos, iniciando un largo período de sufrimiento bajo dominio otomano. En 1914 esa opresión estaba representada por el Imperio austro-húngaro, sucesor del Imperio otomano en los Balcanes. Ese fatídico día fue el elegido por el heredero de la casa de Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando, para realizar una visita a la ciudad de Sarajevo acompañado por su mujer, Sofia Chotek. El archiduque estaba ilusionado con esa visita, ya que en Sarajevo ambos serían recibidos con alta formalidad, algo impensable en el estricto protocolo de Viena, pues su mujer no era de sangre real. Sofia, embarazada de su cuarto hijo, podría acompañar a su marido en el mismo automóvil en un acto oficial, algo que no le estaba permitido en Viena1.
Para siete jóvenes serbo-bosnios, aquella visita era una provocación y ofrecía una oportunidad única para llevar a cabo un atentado contra el heredero del odiado Imperio. En Serbia se habían formado sociedades ultranacionalistas como «La Mano Negra», cuyo objetivo era conseguir con métodos terroristas la anexión de Bosnia a Serbia. Las conexiones de «la Mano Negra» con el Ejército y la Administración serbias eran conocidas por casi todos los miembros del Gobierno, y cuando el primer ministro serbio, Nikola Pasic, tuvo noticias indirectas de lo que se tramaba, se encontró ante un dilema de difícil solución. Si dejaba actuar a «la Mano Negra» y esta atentaba con éxito, saldrían a relucir las numerosas conexiones de los terroristas serbios con el Gobierno serbio, lo que llevaría sin duda a un conflicto con Austria-Hungría. Por el contrario, si avisaba directamente al Gobierno austriaco, sus compatriotas lo considerarían un traidor y se convertiría en el siguiente objetivo de la organización terrorista. Finalmente, decidió avisar al Gobierno de Viena en términos vagos, de forma que no se inculpase directamente a «la Mano Negra». La advertencia a través del representante serbio no fue captada por su interlocutor austriaco.
Llegada del Archiduque y su mujer al ayuntamiento de Sarajevo.
Tal y como se había proyectado, el 28 de junio Francisco Fernando llegó con su mujer a Sarajevo tras participar en unas maniobras militares en la zona. Una multitud esperaba a lo largo de la ruta, aunque no todos los presentes deseaban dar la bienvenida a la pareja. Siete terroristas se encontraban apostados también en el trayecto. Al paso de la comitiva, uno de ellos lanzó contra el vehículo una bomba que rebotó en la parte trasera y fue a parar al suelo. Tras llegar al ayuntamiento, el archiduque y sus colaboradores se plantearon si debían de continuar con la visita. Francisco Fernando decidió proseguir, aunque modificando ligeramente el trayecto para poder visitar a los heridos en el atentado de la mañana y como medida prudente de seguridad, pues nadie los esperaba por la nueva ruta.
Gavrilo Princip (a la derecha de la imagen) antes de realizar los dos primeros disparos de la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, uno de los terroristas, Gavrilo Princip, se encontraba en la antigua ruta decepcionado por el fracaso del primer atentado. El conductor del archiduque giró para adentrarse en la calle que figuraba en la ruta original. El general que acompañaba al archiduque gritó al conductor para que rectificase, y este frenó justo delante de Princip. Pocas veces un error ha tenido unas consecuencias tan trágicas. Princip realizó dos certeros disparos que alcanzaron mortalmente al archiduque y a su mujer, que se convirtieron en las dos primeras víctimas de la guerra mundial.
En la capital francesa, aquel 28 de junio todo se desarrollaba con absoluta normalidad, cuando entre la tercera y la cuarta carrera del Grand Prix, un ayudante de campo se acercó al presidente francés, Raymond Poincaré. Tras pasarle un mensaje escrito, el ayudante observó que el presidente palidecía. Tras meditar durante unos segundos, Poincaré le entregó el mensaje al embajador del Imperio austrohúngaro, susurrando algunas palabras. Pronto la noticia se extendió como reguero de pólvora: «¡El heredero de la casa Habsburgo y su esposa acababan de ser asesinados en Sarajevo!». Sin embargo, tras la fuerte conmoción inicial, el público recobró su interés por la carrera y el presidente Poincaré permaneció allí para ver el final. Al cabo de unas horas, París recuperaba la normalidad.
De hecho, aquel verano toda Francia estaba mucho más interesada por el truculento caso Caillaux. El escándalo tenía todos los elementos para mantener la atención de los franceses: sexo, violencia, intrigas internacionales y amor. En marzo de ese año, Henriette Caillaux, la mujer del ministro de Finanzas, Joseph Caillaux, que había abandonado el Gobierno en 1911 por sus supuestas tendencias pro alemanas, había ingresado en las oficinas de Gaston Calmette, editor del diario de derechas Le Figaro, y le había disparado con un revolver. La señora Caillaux había cometido el atentado para evitar que Calmette publicase sus cartas de amor con Caillaux, escritas cuando el ministro de Finanzas todavía estaba casado con su primera mujer. París entero era un caldo de cultivo de rumores que apuntaban a que el juicio revelaría que Caillaux había mantenido contactos secretos con Alemania. El resultado era esperado con enorme interés, en particular por los políticos de la derecha, siempre atentos a cualquier posible atisbo de traición a la patria. En las calles, izquierdistas y derechistas se peleaban a favor y en contra del ministro. No había tiempo que dedicar a la muerte de un aburrido archiduque austriaco en una lejana ciudad de los Balcanes.
Asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo.
En Viena, el escritor Stefan Zweig describió el histórico momento del atentado:
Hacía un tiempo espléndido; el cielo sin nubes se extendía sobre los grandes castaños y era un día para sentirse realmente feliz. Se acercaban las vacaciones para pequeños y mayores y, en aquella primera fiesta estival, los veraneantes, con el olvido de sus preocupaciones diarias, anticipaban en cierto modo la estación entera del aire radiante y el verdor intenso. De repente la música paró en mitad de un compás […] Algo debía haber causado aquella brusca interrupción; mientras me acercaba, observé que la gente se agolpaba en agitados grupos ante el quiosco de música, alrededor de un comunicado que, evidentemente, acababan de colgar allí. Tal como supe al cabo de unos minutos, se trataba de un telegrama anunciando que Su Alteza Imperial, el heredero del trono y su esposa, que habían ido a Bosnia para unas maniobras militares, habían caído víctimas de un vil atentado político […] Al cabo de dos horas ya no se observaba señal alguna de aflicción. La gente charlaba y reía, y por la noche la música volvió a sonar en todos los locales.
En el Mar del Norte, el káiser alemán, Guillermo II, se encontraba disputando una regata a bordo de su yate Meteor. En tierra, el jefe de su gabinete naval, el almirante Von Müller, había recibido un mensaje codificado del cónsul general alemán en Sarajevo que describía el asesinato. Se dirigió a toda velocidad en una lancha y abordó el Meteor, donde dio la sorprendente noticia. A bordo del yate del káiser – comenzaron unas deliberaciones angustiosas. Finalmente, Guillermo II decidió regresar a Berlín para, con sus palabras: «Controlar la situación y preservar la paz en Europa».
En todas las capitales de Europa, la reacción al asesinato del heredero de la Corona austriaca fue sosegada, hasta el punto de la indiferencia. La mayoría de los europeos nunca había oído hablar del archiduque y ni siquiera podía situar la ciudad de Sarajevo en un mapa. Ninguno de los principales mandos militares ni de las figuras políticas europeas consideraron que el asesinato fuera un acontecimiento lo bastante relevante como para asistir al funeral o cancelar sus ansiadas vacaciones estivales. El antihéroe creado por el escritor checo Jaroslav Hasek en su obra El buen soldado Schweik, reaccionaba ante la noticia del asesinato del archiduque señalando que él sólo conocía a dos Fernandos: uno que se había bebido por equivocación una botella de tinte para el pelo y otro que recogía estiércol, «ninguno de los dos supondría una gran pérdida», añadía.
Si el asesinato en Sarajevo se hubiera producido un siglo antes, habrían pasado semanas, o incluso meses, antes de que la noticia llegara a todos los rincones del planeta, lo que probablemente hubiera calmado los ánimos. Sin embargo, la tecnología había transformado el tiempo y el espacio. En la era del buque a vapor y, sobre todo, del telégrafo, las noticias viajaban a gran velocidad. Las agencias de noticias del mundo entero supieron casi inmediatamente del asesinato, y en cuestión de horas las condolencias comenzaron a llegar desde lugares tan lejanos como la Casa Blanca, en Washington. En las calles de Viena, una descripción de lo que había sucedido fue distribuida inmediatamente por la Agencia Oficial de Telegrafía austriaca.
Un mes más tarde, y de forma inesperada para los analistas políticos, el doble disparo de Sarajevo precipitaba a Europa a la más terrible de las guerras, ocasionando 13 millones de muertes, sufrimientos y convulsiones inimaginables. El conflicto provocaría en cadena la Revolución rusa, la desaparición del Imperio austrohúngaro, la Alemania imperial y el desmembramiento completo de Europa central. Sus consecuencias directas fueron el auge del nazismo en 1933, la Segunda Guerra Mundial, en definitiva, la desaparición de una forma de ser de la civilización europea y una ruptura general del mundo conocido hasta entonces. La guerra destruiría el sistema europeo que se basaba en monarquías europeas que habían adoptado medidas de representación democráticas, pero cuya legitimidad dinástica era un factor evidente de estabilidad.
Procesión funeral del archiduque y su mujer.
CAUSAS DE UNA GUERRA ANUNCIADA
El asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo provocó una reacción diplomática en las Cancillerías europeas. Esa intensa actividad diplomática que terminó en el estallido de la guerra mundial es conocida como «Crisis de julio». El primer país en reaccionar fue Austria-Hungría. El Imperio austrohúngaro se encontraba en declive a imagen y semejanza de su emperador, que tenía ya ochenta y cuatro años. Había ocupado el trono desde los dieciocho, y durante su vida había sufrido varias tragedias. En 1898, su mujer, Elisabeth de Baviera, había sido apuñalada mortalmente en Ginebra por un anarquista. Más crucial para el destino de la monarquía fue el suicidio de su único hijo en 1889, un escándalo que había sacudido al Imperio, pues el archiduque Rodolfo se había suicidado con su amante en Mayerling. No había más varones en la línea hereditaria inmediata2. El legado del Imperio tenía que recaer en el primo de Rodolfo, Francisco Fernando, que pensaba renovar todo el sistema imperial atrayendo a los eslavos y reconciliando a las nacionalidades hostiles en una federación moderna. Temiendo que esas concesiones apaciguasen a los eslavos partidarios de la creación de una Gran Serbia, el archiduque se había convertido irónicamente en un enemigo para los partidarios de crear un gran Estado para los eslavos del sur.
Serbia había obtenido la independencia en 1878, y en 1912 se había enfrentado a los búlgaros por Macedonia. Los serbios habían resultado vencedores y, animados por los rusos, sus ambiciones aumentaron en consonancia. Los nacionalistas serbios comenzaron a soñar con reconstituir la Gran Serbia del siglo XIV, una ambición peligrosa, dado que los territorios que ansiaban pertenecían casi todos al Imperio austrohúngaro. El logro de tal objetivo estaba ligado así a una conflagración general en la región. Las guerras balcánicas de 1912 y 1913 tan sólo habían exacerbado la tensión. Por otra parte, Rusia, derrotada por los japoneses en 1904, había perdido la posibilidad de expandirse en el Pacífico, por lo que se volvió hacia los Balcanes. Contaba con el apoyo de los «eslavos del sur» para destruir el Imperio otomano, apoderarse de los estrechos y obtener una salida al Mediterráneo para su flota del mar Negro. Sin embargo, Rusia se enfrentaba en la zona a dos rivales considerables: políticamente, al Imperio austrohúngaro, y económicamente, al Imperio alemán. En 1878, y posteriormente en 1908, Rusia se vio obligada a reconocer la soberanía de Austria sobre los antiguos territorios turcos de Bosnia-Herzegovina.
Para Austria-Hungría, el hecho de que el asesino del heredero se identificase con el más subversivo de sus enemigos, Serbia, era una afrenta imperdonable. Eliminar a ese país se había convertido en una necesidad vital, e incluso el emperador, que en muchas ocasiones había apoyado al sector moderado, se encontraba en esos momentos entre los partidarios de una acción de fuerza. No obstante, antes de iniciar una guerra contra Serbia, era preciso conocer la postura del Gobierno húngaro y la actitud de Alemania. El 2 de julio se conocía que los autores del atentado habían estado en contacto con los servicios secretos serbios. Los militares austriacos solicitaron que se declarase la guerra de inmediato, pero era necesario contar con la eventualidad de que Rusia no abandonase a Serbia, y por ello era fundamental conocer la posición de Alemania. Austria envió al conde Alexander Graf von Hoyos a Alemania para entrevistarse con los dirigentes alemanes y para recabar su apoyo.
El conde Hoyos mantuvo una reunión el 4 de julio con el káiser Guillermo II y el subsecretario de Exteriores alemán, Arthur Zimmermann. El káiser afi...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Título
  4. Copyrigth
  5. Dedicatoria
  6. Cita
  7. Índice
  8. Prefacio
  9. Capítulo 1. El suicidio de las naciones
  10. Capítulo 2. Los contendientes 1914-1917
  11. Capítulo 3. 1914. El fracaso de los planes
  12. Capítulo 4. 1915. Los desastres mal planificados
  13. Capítulo 5. 1916. Los desastres bien planificados
  14. Capítulo 6. 1917. El año del «sufrimiento indescriptible»
  15. Capítulo 7. El frente interno
  16. Capítulo 8. 1918. El amargo final
  17. Capítulo 9. Conclusión. Generaciones perdidas
  18. Bibliografía recomendada
  19. Anexos
  20. Cronología
  21. Contraportada