
- 384 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Grandes enigmas de la historia
Descripción del libro
Hallazgos arqueológicos sorprendentes, anomalías históricas, dioses celestes, megalitos y viejas pirámides. Una crónica rigurosa de los misterios de la sabiduría ancestral.
Conozca los descubrimientos arqueológicos y paleontológicos más recientes y los más novedosos testimonios documentales que están contribuyendo a cambiar el paradigma histórico y antropológico de las grandes civilizaciones y culturas del pasado.
Crónicas ancestrales, hallazgos arqueológicos recientes, presumibles anomalías históricas, conforman las páginas de este libro. De la mano de la ciencia indagaremos en el significado del arte rupestre y su relación con las primeras prácticas chamánicas, examinaremos anomalías arqueológicas antaño proscritas por la ciencia, desvelaremos el conocimiento hermético que se agazapa en las estructuras megalíticas, las pirámides egipcias o el arte sagrado medieval, reinterpretaremos –a la luz de los recientes descubrimientos en geología planetaria– las crónicas ancestrales que nos hablan de grandes catástrofes y su posible relación con los mitos y leyendas de las civilizaciones antiguas.
De la mano de los Anasazi viajaremos al inframundo a través de los Kiva o buscaremos la tumba de Alejandro Magno.
Un completo compendio de los grandes misterios del pasado que han excitado la imaginación de millones de lectores de todo el mundo desde una nueva perspectiva.
Preguntas frecuentes
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Teoría y crítica históricasV
Sabios, guerreros y dioses
Capítulo 14
La ciencia de las primeras civilizaciones
Ya hemos visto la erudición científica que atesoraban algunas culturas de la antigüedad como la megalítica. Estas evidencias demuestran que la ciencia, entendida como conocimiento, no nació en Grecia en el siglo V antes de nuestra era. Las raíces de ese conocimiento científico se remontan mucho más atrás en el tiempo. Por ejemplo, tres milenios antes, ciertas civilizaciones del pasado ya atesoraban conocimientos prácticos en astronomía, matemáticas o ingeniería. Ahora bien, tenemos que reconocer que la formalización, como «especulación intelectual», de la ciencia sí que nació en Grecia.
Los griegos retomaron esa sabiduría científica suprimiendo los aspectos irracionales y edificando de este modo los cimientos de la ciencia de hoy. La que salva millones de vidas en todo el mundo, la que nos permite viajar más allá de nuestro sistema solar. Conviene recordar que la ciencia es nuestro santo grial49.
La noción de «ciencia» como disciplina no se desarrolló conforme a este criterio formal en Egipto, Mesopotamia, China o la India; tal vez porque la ciencia es en realidad fruto de la percepción que tiene el ser humano de sí mismo dentro de la cultura dominante que le toca vivir y que es la que finalmente le sirve como molde parar interpretar el lugar que ocupa en el cosmos.
A tenor de los novedosos datos arqueológicos de tiempos remotos, muchas de las convicciones de nuestro pasado son, por lo menos, cuestionables. Desde este nuevo punto de vista, las muestras de creatividad y el dinamismo intelectual que parecían haber surgido de repente, especialmente a partir del siglo IV a. C., tendrían un génesis anterior incontestable. Ahora bien, eso no quiere decir que aquellas prestigiosas civilizaciones no reflejaran su genio a la hora de establecer bases científicas de conocimiento. Eso explica que tanto egipcios como mesopotámicos idearan sus sistemas de escritura conforme a unos cánones determinados o que estructuraran matemáticamente los sistemas de numeración que empleaban en la vida cotidiana, lo que les llevo a reducir el número de símbolos y palabras para designar las cifras con las que computaban los bienes comerciales, pero también el tiempo o los ciclos cósmicos.
La mayor de las bases numéricas de la historia se la debemos a Mesopotamia. Fue aquí donde se escogió el sesenta como el número base. No será hasta el año 2000 a. C., cuando deciden elaborar un sistema nuevo, parecido al actual, donde «el valor de un símbolo numérico cambia según el lugar que ocupa»; así, para hacernos una idea, por entonces el número 1 no representaba el valor de unidad que entendemos hoy, sino que representaba el valor del millar. Conforme a este sistema sexagesimal, el número 1998 se escribiría así: 33108 y es el resultado del siguiente cálculo: (33 x 60) + 10 + 8. El número cero lo representaban con un espacio vacío. Por su parte, los egipcios optaron por el sistema decimal; por cierto, el más frecuente en la historia. Para ellos los signos superpuestos se multiplicaban y si estaban alineados se sumaban, mientras que el número cero nunca era representado.
Tanto la cultura mesopotámica como la egipcia anticiparon cálculos como los teoremas de Tales o Pitágoras y fueron capaces de construir complejas operaciones utilizando fracciones, potencias, raíces, progresiones e incluso ecuaciones con varias incógnitas. También concedían un valor a π, siendo el egipcio el que más ha conseguido aproximarse al estándar real. Para los egipcios la superficie de la circunferencia era igual a las ocho novenas partes del diámetro, lo que daba a π el valor de 3,1605. Recordemos, sin embargo, que π es igual a 3,14159. Aun así, se aproximaron bastante al valor real, algo digno de admiración.
Como ya he insinuado al principio de este capítulo, la necesidad de llevar un registro de cuentas ayudó a desarrollar no sólo la escritura mesopotámica, sino también las matemáticas.
Aquellos escribas idearon un sistema de escritura conocido como cuneiforme, y conforme a los datos brindados por la arqueología podemos afirmar que comenzó a desarrollarse por primera vez en el sur de Mesopotamia entre el 3300 y el 2900 a. C.; aunque no debemos olvidar los símbolos de la cultura Vinca antes mencionados. Los testimonios conservados más antiguos de los que poseemos evidencia fueron desenterrados en Uruk, en el santuario consagrado a la diosa Inanna. Estas tablillas podemos considerarlas como documentos económicos, pues comparten signos logográficos y numérico-metrológicos en los que se refleja la animada actividad burocrática y administrativa de aquella civilización. Dado que las tablillas encontradas en el yacimiento de Uruk eran numéricas y pictográficas, facilitaban la posibilidad de incorporar signos jeroglíficos, fonético-silábicos y afijos gramaticales.
Entre las tablillas desenterradas por los arqueólogos en Ur datadas en el 2800 a. C., se han detectado indicios de sumerio; tal vez esto facilitó la adopción de la lengua semítica común de Mesopotamia: el acadio escrito. El caso es que en ambos casos –tanto en el sumerio como en el acadio– los signos cuneiformes acabaron formando palabras después de un proceso previo donde fueron adquiriendo numerosos valores, lo que facilitó su utilización como ideogramas e incluso como sílabas. Pero no fue hasta el 900 a. C., en plena Edad del Hierro, cuando los escribas consiguieron estructurar una escritura alfabética.
Estos documentos antiguos constatan que las matemáticas egipcias y las mesopotámicas respondían a la necesidad y al pragmatismo de unas sociedades que trataban de resolver problemas cotidianos de intendencia y de organización básicos para la subsistencia tales como la repartición, número de mercancías o materiales, cálculo de pesos, medidas, cálculo de intereses… Este complejo conocimiento les permitió estructurar el tiempo, la vida pública y religiosa a través de calendarios.
LOS CALENDARIOS MAYA Y AZTECA
La verdad es que nos queda mucho por descubrir aún sobre los fundadores de las primeras ciudades de América Central (1300 a. C.). Los estudios arqueológicos nos permiten vislumbrar una sabiduría empírica que con el paso del tiempo conformó unos sólidos conocimientos científicos en áreas tan complejas como la astronomía o la ingeniería. Una de las expresiones del genio de aquellas culturas precolombinas tiene que ver con el calendario de los mayas y de los aztecas.

La Piedra del Sol o calendario azteca. Museo de Antropología, México.
Las inscripciones dinásticas se asientan sobre el calendario de cómputo largo; una medición que, por cierto, no inventaron los mayas, pero que sí perfeccionaron sustancialmente. El computo largo consiste en…
…la acumulación de cinco ciclos temporales, con los coeficientes numerales por los que han de multiplicarse. Esos ciclos son: baktún, ciento cuarenta y cuatro mil días; katún, siete mil doscientos días; tun, trescientos sesenta días; uinal, veinte días, y kin, un día. Una fecha del cómputo largo debía calcularse añadiendo ese total a la supuesta fecha de arranque del calendario, que por lo general se consideraba la fecha de creación de nuestra era presente. Así, usando una anotación moderna, la fecha del cómputo largo 9.8.9.13.0 equivaldría a 1.357.100 días desde el punto de partida, alcanzando una posición en el giro calendárico de 8 Ahau (en el cómputo de 260 días), 13 Pop (en el cómputo de 365 días).
Estas culturas precolombinas consiguieron un nivel de perfección inaudito. Esta comparativa habla por sí sola:
En el calendario Juliano, el año era de 365,242500 días, mientras que en el calendario maya el año era de 365,242129 días. Si lo comparamos con el cálculo reconocido actualmente de 365,242198 días, veremos que los mayas se acercaron bastante a nuestros cálculos modernos.
Sabemos que los primeros calendarios se regían por la Luna debido a que nuestro satélite posee un ciclo regular de 29 días y medio; sin embargo, se trata de un calendario de 354 días, por lo que ese desfase se debe arreglar ajustando las estaciones en los 365 días y cuarto del año solar.
El año mesopotámico tenía su comienzo en el equinoccio de primavera y se dividía en meses de veintinueve o treinta días y en semanas de siete días. El calendario mesopotámico comenzaba en el equinoccio de primavera y para corregir los desfases, pasados unos años, se le añadía un mes.
El calendario civil creado por los Egipcios estaba dividido en 12 meses de 30 días más 5 «días terminales» que se correspondían con el tiempo transcurrido entre dos solsticios de verano y el transcurrido entre las dos apariciones de la estrella Sirio durante las crecidas del Nilo, que coinciden con la primera estación agrícola y el principio del año. Ambas civilizaciones utilizaban una especie de cuadrante solar para medir el tiempo, conocido como Gnomon; pero también usaban relojes de agua (clepsidras).
Las unidades de medida primarias están íntimamente relacionadas con las unidades temporales, las de peso y las de longitud. Como ya he referido en el capítulo del antiguo Egipto, la Gran Pirámide de Guiza es un compendio de los sorprendentes conocimientos de aquellas gentes. El análisis de las pistas matemáticas que encontramos en las pirámides de la IV Dinastía resulta revelador y coincide plenamente con las concepciones cósmicas de las culturas anteriormente comentadas. De este modo, sabemos que el codo utilizado para construir la Gran Pirámide –de 524,1484 milímetros– se dividía en 28 dedos de 18,7195 milímetros cada uno. El resultado de la medición de las diagonales de la base, el perímetro, el lado, la apotema, la arista y las perpendiculares trazadas desde el centro de la base y la altura arrojan como resultado los siguientes valores numéricos: 49280, 34850, 11720, 12320, 9970, 5840, 4840, 7840. Lo fascinante es que todos estos números tienen su correlación astronómica; representan en días un múltiplo preciso de varios ciclos planetarios. Así, cuatro mil ochocientos cuarenta días es el equivalente de los períodos sinódicos de Mercurio, cinco mil ochocientos cuarenta días se corresponde con los períodos sinódicos de Venus. Estas vinculaciones se acentúan aún más en la Gran Pirámide y están –como ya he explicado en el capítulo dedicado al antiguo Egipto– estrechamente relacionadas con el viaje de las almas de los faraones fallecidos al cosmos.
La altura original de la Gran Pirámide era de 147 metr...
Índice
- Portada
- Créditos
- Índice
- Introducción. El oscuro túnel del pasado
- I. Misterios de la evolución
- II. Los orígenes del pensamiento mágico
- III. Más que piedras
- IV. Memorias de un tiempo perdido
- V. Sabios, guerreros y dioses
- VI. Mundos secretos
- VII. Enigmas de un pasado reciente
- Bibliografía
- Contraportada