México para los mexicanos. 
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México para los mexicanos. 

La revolución y sus adversarios

Lorenzo Meyer

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La revolución y sus adversarios

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Esta serie de Antologías busca ofrecer una muestra reducida pero representativa de los principales trabajos de algunos de los colegas de El Colegio dedicados, preferentemente, a los estudios sobre la Independencia o la Revolución. Los trabajos reimpresos en estas antologías en ocasiones fueron seleccionados por otros especialistas y en otras por ellos mismos. A los setenta años de su fundación El Colegio de México se siente orgulloso de su tradición y renueva su compromiso con el desarrollo de la historiografía mexicana.

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Información

Año
2010
ISBN
9786074625073
Categoría
Storia
X
DE LA NACIONALIZACIÓN A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La decisión de expropiar las compañías petroleras extranjeras en México ha sido calificada como la más audaz en el plano internacional a partir del inicio de la Revolución.[1] El apoyo que como consecuencia de esta decisión recibió el jefe del Poder Ejecutivo tenía pocos precedentes en la historia moderna de México. Es verdad que las manifestaciones masivas que se sucedieron inmediatamente después del 18 de marzo, que habrían de repetirse en años subsiguientes, fueron en parte montadas por el régimen. Sin embargo, sobrepasaron los límites de las movilizaciones “hechas” para convertirse en una gran demostración de la unidad alcanzada por prácticamente todos los sectores políticos del país —incluidos ciertos grupos empresariales y la jerarquía eclesiástica— gubernamental. (El acercamiento entre la Iglesia y los gobiernos revolucionarios se había gestado en las postrimerías del gobierno de Calles, pero la expropiación brindó a la Iglesia una magnífica oportunidad para fijar su nueva posición de reconciliación con el Estado.) Si las colectas populares y la emisión de bonos para indemnizar a las empresas afectadas estuvieron lejos de solucionar el problema económico creado por la nacionalización, fueron en cambio manifestaciones impresionantes de la opinión pública en apoyo a la nueva situación de la industria petrolera.[2] Esta casi unánime aprobación de la conducta del presidente Cárdenas no pasó inadvertida para la embajada estadounidense; en más de una ocasión Daniels informó, tanto a Roosevelt como a Hull y a otras personas, que el apoyo interno a la acción contra las compañías era formidable: ningún poder bajo el sol haría dar marcha atrás a Cárdenas, cuya posición era más sólida que nunca. En su opinión, sólo una severa crisis económica que repercutiera en el ya por sí bajo nivel de vida de las mayorías podría hacer peligrar la estabilidad del gobierno.[3] Esta opinión de Daniels fue respaldada por la del cónsul general en la ciudad de México.[4] El departamento de Estado consideró correctas estas apreciaciones y nunca dudó del apoyo general a la decisión de nacionalizar la industria del petróleo.[5]
El golpe asestado a las empresas petroleras fue un paso fundamental en la consolidación del espíritu nacionalista a que dio origen la Revolución de 1910. “El momento histórico en el que se acendró el nacionalismo mexicano como sentimiento del propio valer de la nación, corresponde al de la expropiación petrolera…”.[6] La nacionalización fue vista por un amplio sector del país como un sacudimiento decisivo de las rémoras imperialistas que por tanto tiempo habían pesado sobre México impidiéndole confiar en su propia fuerza y capacidad.[7] La nacionalización recibió un apoyo casi general, pero no unánime; en algunos sectores se le vio con alarma o con franca hostilidad. En palabras del cónsul estadounidense en Monterrey, los círculos empresariales estaban contra la medida; sólo aquellos sectores “que no tenían nada que perder” apoyaban plenamente a Cárdenas.[8] Estos círculos empresariales, así como algunos funcionarios públicos y observadores, predijeron un futuro apocalíptico: las represalias económicas de las compañías y de Estados Unidos, dijeron, llevarían a “la pérdida de valor del peso hasta un punto tal que la confianza en él desaparecería; la actividad económica quedaría paralizada y el país iría a la bancarrota”.[9] El rumor de una represalia militar por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña no dejó de circular con insistencia en los primeros días que siguieron a la expropiación. El presidente y sus principales colaboradores tuvieron que salir al paso de los rumores. En los discursos oficiales inmediatos a la expropiación se percibe claramente un gran esfuerzo por restaurar la calma y la confianza: la expropiación, se aseguró, no significaría el caos, ni habría peligro de una invasión armada.[10] La apreciación de Cárdenas no sólo se basaba en el hecho de que una invasión a México pondría fin a la nueva política hemisférica de Roosevelt —en un momento que la solidaridad del continente le era particularmente importante—, sino tambien en las seguridades que Sumner Welles dio a Castillo Nájera el 25 de marzo en ese sentido.[11] Aunque no se esperaba una intervención, de todas formas el comandante militar de la región petrolera recibió la orden de incendiar los pozos en caso de que fuerzas extranjeras intentaran desembarcar en esa zona.[12]
La oposición más extrema a la política petrolera cardenista, en el ámbito interno, provino del cacique de San Luis Potosí y ex secretario de Agricultura, Saturnino Cedillo, que después de haber dado su apoyo a Cárdenas en su conflicto con Calles, empezó a distanciarse de él por estar en desacuerdo con su programa de reformas. Finalmente, en agosto de 1937, Cedillo dejó su puesto en el gabinete de Cárdenas (el motivo aparente fue su divergencia con el presidente sobre la manera de solucionar un conflicto estudiantil en la Escuela Nacional de Agricultura).[13] La posibilidad de una revuelta encabezada por Cedillo no era desconocida para el gobierno cardenista ni para los estadounidenses.[14] El 15 de mayo, mes y medio después de haber sido decretada la nacionalización, la legislatura de San Luis Potosí, siguiendo la consigna de Cedillo y del gobernador del estado, hizo público un decreto desconociendo al general Lázaro Cárdenas como presidente de la República. Entre las razones que adujo la legislatura potosina para justificar su acción destacaba la expropiación petrolera, decisión que, asentaba el documento, no favorecía a la economía del país y que “visto bajo el sentido práctico de la vida real, resulta un acto antieconómico, antipolítico y antipatriótico”. La rebelión cedillista no tuvo posibilidades de triunfo porque no pudo coordinarse con otros focos de resistencia armada contra Cárdenas. Cedillo comenzó sus preparativos militares con anterioridad a la expropiación, inmediatamente después de dejar la Secretaría de Agricultura. A mediados de septiembre de 1937, la Secretaría de Guerra se preparó para hacer frente a Cedillo y a una parte del ejército que, se suponía, haría causa común con el general potosino.[15] Sin embargo, la rebelión fue retardada porque Cárdenas pudo privarle entonces de la mayor parte de sus aviones de combate, así como de una gran cantidad de pertrechos, a la vez que acantonó en el estado importantes contingentes leales a su gobierno.[16] Debido a esta situación, Washington consideró, a fines de octubre, que el peligro para Cárdenas había pasado, situación que no fue del entero agrado de ciertos funcionarios del Departamento de Estado, pues se suponía que a partir de esa fecha la reforma agraria se haría presente en San Luis Potosí, entidad donde los terratenientes estadounidenses tenía importantes propiedades susceptibles de ser afectadas.[17] De todas formas, el gobierno no dejó de vigilar a Cedillo. En abril de 1938, y con motivo del Día del Soldado, el presidente Cárdenas amenazó veladamente a éste cuando advirtió a los posibles descontentos que el ejército no dudaría en echar por tierra los intentos de aquellos elementos “traidores” que estuvieran pensando en actuar fuera de la ley.[18]
Cedillo siguió adelante con sus preparativos y Cárdenas decidió tomar la iniciativa y precipitar los acontecimientos; primero ordenó a Cedillo trasladarse a Michoacán con un nuevo cargo militar, y ante la respuesta negativa de éste, Cárdenas personalmente viajó a San Luis Potosí: Cedillo no tuvo entonces más alternativa que rebelarse o desaparecer definitivamente como figura política.[19] Cedillo optó por la primera alternativa y partió con algunos miles de hombres a las montañas; durante algunos meses bandas cedillistas operaron en San Luis Potosí, Michoacán, Guanajuato, Puebla y otros lugares, pero sin llegar a constituir el serio problema que algunos anticiparon.[20] Cárdenas redujo al mínimo el empleo de la fuerza para desbandar a estos grupos, recurriendo en cambio a la negociación.[21] Cedillo, prácticamente solo, murió en un encuentro con el ejército a principios de 1939.
Aparentemente la rebelión de San Luis Potosí, imposibilitada para llegar a constituir una amenaza militar, sólo sirvió para reforzar la posición de Cárdenas. Sin embargo, el trasfondo del movimiento cedillista es más serio de lo que parece a primera vista, pues por algún tiempo hubo rumores persistentes sobre la posibilidad de que Cedillo no fuera más que u...

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