Las mujeres que sabían demasiado
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Las mujeres que sabían demasiado

Hitchcock y la teoría feminista

  1. 580 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Las mujeres que sabían demasiado

Hitchcock y la teoría feminista

Descripción del libro

Publicado originalmente en 1988 y reeditado en 2016, Las mujeres que sabían demasiado es un clásico sobre la teoría del cine y la crítica feminista. Desde el estudio de siete películas icónicas de Alfred Hitchcock: Chantaje, Asesinato, Rebeca, Encadenados, La ventana indiscreta, Vértigo y Frenesí, Tania Modleski reflexiona sobre la polémica relación entre el autor británico y sus personajes femeninos.Las mujeres que sabían demasiadoes un ensayo fundamental sobre uno de los cineastas imprescindibles y su mirada a la condición femenina. Estudiado y referenciado durante treinta años por filósofos, pensadores contemporáneos y críticos como Slavoj Zizek, D.A. Miller, Robin Wood o Susan White, se publica por primera vez en España.

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Información

Editorial
El mono libre
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9788494992797

1

Crecí en el campo – Cómo descubrí la música – Primeros recuerdos del cine – Hacerse pastor – Airado contra todo – Estudiante de filosofía – Comienzos en la radio y en la prensa
– El más joven Dramaturg de Alemania – 1968 y el terrorismo – Bergman, Bresson y el cine de autor – Mis películas favoritas.
A menudo ha dicho que una biografía no aclara una obra...
Así es, porque se limita el alcance de las preguntas que plantea una película al indicar que están ligadas a la biografía del realizador. Ocurre lo mismo con los libros. Siempre quiero enfrentarme directamente a la obra, sin buscar explicaciones en otra parte. Por eso me niego a responder preguntas de tipo biográfico. No hay cosa que me saque más de quicio que escuchar: “¿Qué clase de persona es ese Haneke para hacer películas tan sombrías?” Me parece tonto y no quiero entrar en ese falso debate.
Aun así, vamos a hacerle preguntas referentes a su juventud.
Será una decepción para todos, porque no tuve una infancia triste. Soy una persona muy normal. Quizá cueste creerlo, pero es verdad.
Su padre era actor y director, su madre, actriz. Creció en un medio artístico que debió influirle...
En absoluto porque no me criaron mis padres. Crecí en casa de la hermana de mi madre, en el campo, en una finca muy grande. Estaba en Wiener Neustadt, una pequeña ciudad a cincuenta kilómetros al sur de Viena, donde situé la acción de la película Lemminge.
Pero a su tía le interesaba la música, ¿no le marcó el ambiente musical en sus primeros años?
No mucho. Aunque hubiera podido marcarme, ya que había un músico en la familia. Al acabar la guerra, mi padre, que era alemán, regresó directamente a su país y no volvió a Austria. Mi madre se casó de nuevo con un compositor judío, Alexander Steinbrecher, que se fue a Inglaterra huyendo del nazismo y se convirtió en Kappelmeister, o sea director musical, del Burgtheater.
Es muy melómano...
Pero no por mi familia. Me entusiasmó el encuentro con la música misma. Cuando era niño, mi tía quiso, de acuerdo con lo que mandaba la tradición para el hijo de una familia burguesa, que aprendiera a tocar el piano. Al principio, lo aborrecí. Incluso quise dejarlo. Debo añadir que, mientras tocaba, mi tía siempre estaba a mi lado, repitiendo: “¡Desafinas, desafinas, desafinas!” Pero un día, lo recuerdo perfectamente, tendría unos diez años, en Todos los Santos la familia entera había ido al cementerio y yo no había querido acompañarles. Por la radio oí una música que me pareció extraordinaria. Al final de la pieza dijeron que era El Mesías, de Haendel. Para mí fue una revelación. Hasta entonces solo me había interesado por los Schlager, las canciones de éxito. A partir de ese momento empecé a escuchar música clásica y unos pocos años después –debía tener trece años– se estrenó Mozart, una película muy kitsch1, con Oskar Werner, que estaba absolutamente genial en el papel protagonista. Cuando regresé a casa, reuní mis ahorros y fui a comprarme las partituras de todas las sonatas de Mozart. Empecé a trabajar como un loco, sin parar. Mi pasión por la música me viene de esa época. Soñé con ser pianista, claro. Por suerte, mi padrastro me escuchó mucho. Él componía Singspiele, unas obras cercanas a la ópera cómica, y también lieder. Varias piezas suyas que casi han caído en el olvido hoy en día tuvieron mucho éxito en Austria. Era un hombre muy culto, que había sido una especie de niño prodigio con el piano. Cuando empecé a componer pequeñas piezas ingenuas –me había lanzado a escribir una misa, nada menos–, me dijo que estaba muy bien, pero que quizá sería mejor dejar de pensar en ser compositor.
¿Su primer impulso creativo tuvo que ver con la música?
Sí. Luego, con la pubertad me volqué en la poesía, como muchos adolescentes en aquella época.
Illustration
Beatrix von Degenschild y su hijo Michael.
Illustration
Fritz Haneke,
el padre de Michael.
¿Recuerda qué fuentes le inspiraban? ¿Leía mucho?
Siempre he leído mucho. En esa época no había televisión.
¿Qué clase de adolescente era? ¿Le gustaba vivir en la naturaleza?
La finca familiar estaba en medio del campo, pero también teníamos una casa en la ciudad vecina, Wiener Neustadt, donde crecí y fui al colegio. De adolescente, me sentía frustrado viviendo en el campo porque no había nada que hacer. Sin embargo, nunca me aburrí. Siempre leía, escuchaba música. Como cualquiera de mi generación, no tenía ordenador ni televisión. Pero hacíamos muchas cosas en grupo, como jugar al pimpón y al ajedrez.
¿Hacía mucho deporte?
Sí. Estaba algo delgado, y mis padres le preguntaron al médico qué era lo mejor para incrementar mi desarrollo. Recomendó la esgrima, un deporte que me gustó mucho. La practiqué hasta los dieciséis, diecisiete años; no se me daba mal.
¿Compitió alguna vez?
Sí, y me gustó. Luego ya no tuve tiempo. Otro deporte que practiqué desde muy joven fue el esquí cada invierno, en Bad Gastein. Incluso diré que era una norma para la burguesía austríaca, se me daba bien. Incluso gané una competición municipal una vez. Hoy todavía me encanta esquiar. Mi mujer y yo vamos regularmente a practicarlo a Zürs, en la sierra Arlberg.
¿Tenía muchos amigos en Wiener Neustadt, salía mucho?
No tengo recuerdos de cuando era pequeño. Pero en cuanto entré en el instituto, hacia los diez u once años, formé parte de un grupo de chicos. En esa época, las escuelas no eran mixtas. Tan solo en las clases de baile, cuando teníamos unos diecisiete años, los chicos entraban en contacto con las chicas. Dicho eso, mi familia poseía una finca a unos kilómetros de Wiener Neustadt que daba directamente al lago y donde pasaba todos los veranos. Allí, con los hijos de los vecinos, todos de la burguesía local, formábamos un buen equipo de chicos y chicas.
De niño también estuvo en Dinamarca, ¿por qué?
Para mí fue un episodio muy triste que evoqué en mi ensayo acerca de Au hasard Balthazar, de Robert Bresson2. Ocurrió inmediatamente después de la guerra. Mi madre y mi tía pensaban que por mi delgadez me sentaría bien participar en un programa que los países vencedores organizaban para ayudar a los niños de los países vencidos. Creían que Dinamarca, con su gran producción de mantequilla, ayudaría a su niño enclenque. Pero no imaginaron lo que representaría para un niño de cinco años, que nunca se había alejado de su hogar, encontrarse en el seno de una familia extranjera de la que no sabía nada. Fue una auténtica conmoción para mí. Hasta el punto de que, cuando regresé al cabo de tres meses, no hablé con nadie durante varias semanas.
¿Qué hacía allí?
¡Nada! Intentaron hablarme un poco en alemán, explicarme cosas, pero me sentía totalmente perdido. Recuerdo que había un columpio con una barra metálica delante para sujetarse y que me rompí un diente al darme con ella. Lo único que se me quedó grabado de mi estancia fue el recuerdo de un cine muy largo cuya sala daba directamente a la calle y donde vi una película sobre África. Después de la proyección, me encontré de golpe en la calle, llovía, y no acababa de entender cómo podía haber regresado tan deprisa de África a Dinamarca.
¿Cuál fue su relación con el cine en su juventud?
La primera vez fue aterradora. Mi abuela y yo fuimos a ver Hamlet, de y con Laurence Olivier, pero pasé tanto miedo que me puse a llorar ruidosamente. Tuvimos que irnos para no molestar a los otros espectadores. Pero, claro, no sé si de verdad recuerdo el episodio o si mi abuela me lo contó más tarde. Luego vi muchas películas, pero no de autor, no había salas de arte y ensayo en la ciudad. Veía películas alemanas de éxito.
¿Krimis, cine policíaco?
Más bien los Schlagerfilme, un género de comedia musical alemana, también melodramas. Y cuando ponían una película para niños, mejor aún. Más tarde, para la primera película en Cinemascope, La túnica sagrada, se abrió un nuevo cine en Wiener Neustadt, y recuerdo la sensación que me invadió delante de esa gran pantalla. Todo el mundo quería conseguir entradas. Entonces teníamos verdaderas ganas de ver cine. Durante toda mi juventud, en cuanto tenía un poco de dinero, iba al cine. Pero no era el único, todos mis amigos hacían lo mismo.
Verían muchas películas americanas...
Cuando llegaron las películas con James Dean fue como una especie de culto, lo mismo que Semilla de maldad, con Glenn Ford, que nos permitió oír rock por primera vez, concretamente la canción “Rock Around the Clock”. Recuerdo que aún no era lo bastante mayor para verla cuando se estrenó. Había policías de civil en la entrada que comprobaban la documentación de los que no parecían tener la edad requerida. Intentábamos colarnos, esperábamos los momentos en que no estaban. Pero no conseguí entrar para ver esa película. Solo la vi mucho más tarde. De hecho, no había tantas películas americanas, sobre todo pasaban cine alemán.
No descubrí el cine de autor hasta la universidad. Excepto las películas de Ingmar Bergman, que eran muy conocidas y pude apreciar desde mis años en el instituto. Entonces aún no se consideraba a Bergman como un cineasta elitista. La película El silencio provocó un escándalo y todo el mundo quería verla. No he vuelto a encontrarme con una cola tan larga delante de un cine en Viena. Ese éxito hizo que pudiera ver todas las películas siguientes de Bergman y otras como El manantial de la doncella, que fueron ampliamente distribuidas en Austria.
¿Iba a ver esas películas porque se hablaba de ellas o porque había leído críticas que las analizaba?
Al principio porque se hablaba de ellas, desde luego. Oíamos decir que era interesante e íbamos a verla. Pero no por razones cinematográficas. Íbamos por el contenido, los problemas que tenían que ver con la religión. El enfoque estético llegó después, cuando era universitario, gracias a las clases en las que me inicié.
Hace poco ha dicho que leía mucho de joven, ¿recuerda algunos títulos?
No recuerdo lo que leí de niño. Pero sí sé que al llegar a la pubertad, leí mucho. Sobre todo historias de amor. Me impresionó La dama de las camelias. En el instituto estudiamos a algunos escritores franceses, como Francis Jammes, pero mi libro favorito era El gran Meaulnes, de Alain Fournier. Durante mucho tiempo fue mi libro de cabecera. También leí, claro está, a Hein...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Prólogo a la nueva edición
  5. Prólogo
  6. 1.Los años de juventud – Los comienzos en la radio
  7. 2.Los años en el teatro
  8. 3.Und was kommt danach… – Sperrmüll – Tres caminos hacia el lago
  9. 4.Lemminge, primera y segunda parte
  10. 5.Variation – Wer war Edgar Allan? – Fraulein
  11. 6.Nachruf für einen Mörder – La Rébellion – El castillo
  12. 7.El séptimo continente – El vídeo de Benny - fragmentos de una cronología del azar
  13. 8.Lumière et Compagnie – La Tête du Maure – Funny Games y Funny Games USA
  14. 9.Código desconocido – La pianista
  15. 10.Le Temps du loup – Caché (Escondido)
  16. 11.Don Giovanni en la ópera – Enseñar el cine
  17. 12.La cinta blanca
  18. 13.Amor
  19. 14.Così fan tutte – Happy End
  20. Filmografía
  21. Bibliografía
  22. Créditos fotográficos
  23. Agradecimientos
  24. Índice