
- 284 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La Dorotea
Descripción del libro
La Dorotea es un texto enteramente dialogado del autor Lope de Vega, lo que él denominaba "acción en prosa", fuertemente influenciada por La Celestina. Se articula en torno a la relación de Dorotea con dos amantes, el poeta Fernando y el indiano don Bela.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura generalACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Don Fernando.—Julio
FER.— Apenas, oh Julio, he llegado, cuando quisiera no haber venido. Bien dijo aquel poeta:
¡Oh gustos de amor traidores,
Sueños ligeros y vanos,
Gozados siempre pequeños,
Y grandes imaginados!
JUL.— Pues ¿qué es lo que agora te da pena? ¿Esta era la prisa? ¿Esto decir que se había parado el tiempo? ¿Esto hacerme levantar antes que supiesen los pájaros que amanecía? ¿Para esto prometías tanto dinero a los mozos del camino porque te pusiesen en la corte el día que señalabas?
FER.— ¿De qué te admiras, Julio? ¿No sabes que se esfuerza más el deseo cuando tiene más cerca la causa? Otros que vienen de ausencias largas descansan de sus cuidados con ver el dueño dellos; pero ¡infeliz de mí!, ¿a qué he venido si no tengo de ver a Dorotea?
JUL.— ¿Quién te lo quita?
FER.— El mismo amor que me lo manda.
JUL.— No pienses en lo que piensas.
FER.— ¿Cómo puedo no pensar en lo que pienso?
JUL.— Divirtiendo el pensamiento.
FER.— Dame un libro.
JUL.— ¿Latino, francés o toscano?
FER.— Dame a Heliodoro en nuestra lengua.
JUL.— ¡Gentil devocionario! Toma.
FER.— Aquí dice: "Teágenes y Clariquea quedaron solos en la cueva, juzgando por gran bien la dilación de los trabajos que esperaban; porque hallándose libres, se dieron los brazos amorosamente" ¿Esto quieres que lea?
JUL.— Yo no; que tú lo pides.
FER.— Esto más enciende que entretiene. ¡Ay de mí, Julio! ¿Qué hará la cruel Dorotea?
JUL.— Deja, por Dios, esa imaginación que te atormenta.
FER.— Muestra el ajedrez; jugaremos un poco.
JUL.— Bien dices; pongo las piezas.
FER.— ¿Están puestas?
JUL.— ¿Pues no lo ves? Comienza. ¿Qué has hecho?
FER.— Derribélas todas, por no poner a peligro de perder la dama. Muestra las espadas negras.
JUL.— Quitaréles el polvo de nuestra ausencia.
FER.— De la postura angular dice Carranza que salen todas las heridas ¿Qué postura tendría el amor cuando me dio las mías?
JUL.— Pregúntale a Dorotea, que le dio el arco.
FER.— Bien hiciste esa treta; que del fin del tajo salen todas las estocadas. ¡Ay, Dorotea, que no me bastan reparos contra las tuyas!
JUL.— ¿Porqué arrojas la espada?
FER.— Porque no diga Alciato que está en manos del loco.
JUL.— A un gentil hombre, que tú conoces, se le ha muerto su dama. Yo quiero entretenerte con unos versos suyos a manera de edilios piscatorios.
FER.— Yo tengo dos del mismo, y los he puesto en famosos todos.
JUL.— Pues escucha éstos, que no son menos buenos que los que dices.
FER.— Di, si te acuerdas dellos.
JUL.—
"¡Ay soledades tristes
De mi querida prenda,
Donde me escuchan solas
Las ondas y las fieras!
Las unas que espumosas
Nieve en las peñas siembran,
Porque parezcan blandas
Con mi dolor las peñas;
Las otras que bramando
Ya tiemplan la fiereza,
Y en sus entrañas hallan
El eco de mis quejas.
¿Cómo sin alma vivo
En esta seca arena,
O cómo espero el día,
Si está mi aurora muerta?
O•¿pediré llorando
La noche de su ausencia,
Que, pues ya viven juntas,
Entrambas amanezcan?
Pero saldrán las suyas,
Y no saldrá mi estrella;
Que, aunque de noche salen,
Padece noche eterna.
Alma Venus divina,
Que día y noche muestras
La senda del aurora
Y del mayor planeta,
Por esta noche sola
Le da la presidencia,
Pues sabes que te iguala
su luz y su pureza.
Cubra funesto luto,
Barquilla pobre y yerma,
De la proa a la popa,
Tus jarcias y tus velas.
No ya tendal te vista,
Ni te coronen fiestas
Marítimos hinojos,
Mas venenosa adelfa.
Las juncias y espadañas
Que de aquestas riberas,
Con sus dorados lirios,
Tejidas orlas eran,
Y los laureles verdes
Secos tarayes sean;
Lo inútil de sus hojas
Mis esperanzas tengan.
Y rómpaste de suerte,
Que parezcas deshecha
Cabaña despreciada,
Que los pastores dejan.
No ya por la mesana
Tus flámulas parezcan
Sierpes de seda al viento,
De tafetán cometas.
No de alegres colores,
Sino de sombras negras,
Las palas de tus remos
Las ondas encanezcan.
No las desnudas ninfas,
Cuando la vela tiendas
A la embreada quilla
Arrimen las cabezas.
Deshechos huracanes
Te saquen y te vuelvan,
Pues ya la mar de España
Les concedió licencia.
Vosotros, ¡oh barqueros!,
Que en aquestas aldeas
Dejáis vuestras esposas
Hermosas y discretas;
Si obligan amistades
A mis tristes endechas,
En tanto que las olas
Por estas rocas trepan;
Pues viven retiradas
Las barcas y las pescas,
Ayudad con suspiros
Mis lastimosas quejas.
El, que a la mar saliere,
Para que presto vuelva,
Embárquese en mis ojos,
Y le tendrá más cerca.
El que estuviere alegre,
Ni venga, ni me vea;
Que volverá, de verme,
Con inmortal tristeza.
Cortad ciprés funesto,
Y acompañad mi pena
Con versos infelices
De míseras elégias.
Y el que mejores rimas
Hiciere a las exequias
De mi querida esposa,
Tal premio se prometa:
Aquí tengo dos vasos,
Donde esculpidas tenga
La desdeñosa Dafnes
Y la amorosa Leda;
Aquélla verde lauro,
Y con las plumas ésta
Del cisne por quien Troya
Llamó su fuego a Elena;
Ydos redes tan juntas
Que si sus nudos cuenta,
Podrá suspiros míos,
Y yo del mar la arena.
Sacarán las Nayádes,
Las Dríadas y Oreas,
Aquéllas de las ondas,
Las otras de las selvas,
Las frentes que coronan
Corales y verbenas,
Para que doble el llanto
Tan mísera tragedia.
'Ya es muerta, decid todos,
Ya cubre poca tierra
La divina Amarilis,
Honor y gloria vuestra;
Aquella cuyos ojos
Verdes, de amor centellas,
Músicos celestiales,
Orfeos de almas eran;
Cuyas hermosas niñas
Tenían, como reinas,
Doseles de su frente
Con armas de sus cejas;
Aquella cuya boca
Daba lición risueña
Al mar de hacer corales,
Al alba de hacer perlas;
Aquella que no dijo
Palabras extranjeras
De la virtud humilde
Y la verdad honesta;
Aquella, cuyas manos
De vivo azar compuestas
Eran nieve en blancura,
Cristal en transparencia;
Cuyos pies parecían
Dos ramos de azucenas,
Si para ser más lindas,
Nacieran tan pequeñas;
La que en la voz divina
Desafió sirenas
Para quien nunca Ulises
Pudiera hallar cautela;
La que añadió al Parnaso
La musa más perfeta,
La virtud y el ingenio,
La gracia y la belleza.
Matóla su hermosura,
Porque ya no pudiera
La envidia oír su fama
Ni ver su gentileza.'
Venid a consolarme,
Que muero de tristeza.
Mas no vengáis, barqueros,
Que no quiero perderla;
Que si mi vida dura,
Es sólo porque sienta
Más muerte con la vida,
Más vida que sin ella.
Ya roto el instrumento,
Los lazos y las cuerdas,
Lo que la voz solía,
Las lágrimas celebran.
Su dulce nombre llamo,
Mas poco me aprovecha;
Que el ...
Índice
- La Dorotea
- Copyright
- LAS PERSONAS QUE SE INTRODUCEN
- ACTO PRIMERO
- ACTO SEGUNDO
- ACTO TERCERO
- ACTO CUARTO
- ACTO QUINTO
- Sobre La Dorotea