
- 368 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Breve historia de la Ciencia ficción
Descripción del libro
Una historia completa de la cultura de la ciencia ficción en la literatura, el cine, la TV y los videojuegos. Desde Mary Shelley, Jules Verne, H.G. Wells, H.P. Lovecraft, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke hasta La guerra de las galaxias, Blade Runner, el Cyberpunk o el Steampunk. Desde el viaje fantástico, las máquinas inteligentes, las sociedades alternativas y las distopías hasta los robots y los superhéroes . Conozca la ciencia ficción, un género desconocido que, a pesar de ser considerado por muchos como secundario, ha resurgido en los últimos tiempos creando toda una corriente de seguidores, creadores, obras literarias, sagas cinematográficas, series de televisión, cómics y videojuegos.
Breve historia de la Ciencia ficción le guiará en un completo recorrido por este género, desde sus lejanos antecedentes con el Gilgamesh sumerio, la Biblia cristiana o el Libro de los Muertos, pasando por sus precursores Julio Verne y H. G. Wells, verdaderos padres de una forma de hacer, hasta su transformación en un fenómeno estadounidense propio del siglo XX, inventado presuntamente por Hugo Gernsback, la aparición de revistas como Astounding Stories, las leyes de la robótica de Asimov, la aparición de grandes películas que marcaron un antes y un después como La amenaza de Andrómeda, Encuentros en la tercera fase o La guerra de las galaxias, la experimentación y las nuevas corrientes como el Cyberpunk o el Steampunk, así como la ciencia ficción filosófica, la psicológica, la feminista o las distopías.
Luis E. Íñigo Fernández le ayudará a conocer esta corriente cultural que a través del cine y la literatura reflexionando sobre la condición humana y su destino en el lejano futuro, le mostrará cómo era un reflejo del contexto histórico del momento y le orientará recomendándole los mejores ejemplos que le ayuden a sumergir en este género y conocerlo en profundidad.
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Información
Editorial
Ediciones NowtilusAño
2017ISBN del libro electrónico
9788499678948Categoría
Teoría y crítica históricas1
¿Qué es la ciencia ficción?
Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Arthur C. Clarke: Perfiles del futuro (1962)
UN TERRENO RESBALADIZO
Abordar el análisis del camino seguido por la ciencia ficción a través del tiempo exige, como condición indispensable, reflexionar primero sobre la propia naturaleza del concepto: ¿qué es y qué no es ciencia ficción? ¿Cuáles son sus límites? ¿En qué se distingue de otros géneros similares, como la fantasía o el terror? No se trata de una cuestión baladí, pues de su resolución depende el recorrido posterior de la obra que nos ocupa, no por humilde poco rigurosa, que habrá de desarrollar en el tiempo la tesis formulada como punto de partida.
Por un instante, seamos clásicos; luego tendremos tiempo de dejar de serlo. Para la inmensa mayoría de los investigadores del fenómeno, la ciencia ficción ve la luz el día que llega a los por entonces poco nutridos anaqueles de las librerías una obra auroral, uno de esos libros únicos que marcan con nitidez un antes y un después en la historia de una disciplina o un género artístico: Frankenstein or the Modern Prometheus, escrito por Mary W. Shelley en 1818. ¿Pero qué hay en esta obra que la haga merecedora de un honor tan grande como el de dar a luz a toda una nueva especie literaria? ¿Por qué todos los estudiosos del género coinciden en afirmar que con ella nace la ciencia ficción? Dar respuesta cumplida a esta pregunta, en apariencia sencilla, nos proporcionará la clave para definir, siquiera de forma operativa, el fenómeno cuya historia está llamada a ser protagonista de las páginas siguientes. Debemos abordarlo, pues, con tanto cuidado como precisión. Cualquier mínima ambigüedad, como un minúsculo, casi imperceptible, error de segundos de arco en la trayectoria de una nave lanzada al espacio exterior, podría conducirnos luego, valga la hipérbole, a años luz de nuestro destino.
Y, sin embargo, la misión que nos hemos impuesto se halla muy lejos de ser sencilla. Las aproximaciones al concepto de ciencia ficción que pueden registrarse en los muchos libros de historia y crítica del género son, en pocas palabras, apabullantes en su número y bastante disímiles en su perspectiva. Quizá tenía razón Nietzsche cuando decía que no se puede definir aquello que tiene historia, pues son tantos los cambios que le impone el tiempo que nada permanece en ello lo bastante inalterable para resultar reconocible con el paso de los años. No obstante, asumirlo así nos colocaría ante una paradoja irresoluble: quizá no se puede definir lo que tiene historia, mas ¿cómo hacer historia de lo que no se puede definir? Quizá la mejor salida de esta ratonera sea, precisamente, escabullirse de ella como lo harían los expertos, esto es, los ratones, apostando sin rubor por un pragmatismo lindante con el más puro cinismo. Tal hicieron autores como los muy respetados John Clute y Peter Nicholls, quienes, en su exhaustiva y ya clásica Enciclopedia de la ciencia ficción (1979), afirman sin ambages que «[…] no hay razones para creer que pueda formularse jamás una definición aceptable de ciencia ficción». Pero esto no es sino salir del atolladero arrojando la toalla. Y no es cosa muy distinta lo que hizo el autor norteamericano Norman Spinrad cuando dijo que «ciencia ficción es todo lo que los editores publican bajo la etiqueta de ciencia ficción». Desde luego uno de ellos, el mordaz Damon Knight, fundador de la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de los Estados Unidos (SFWA), pareció darle la razón cuando afirmó, con no poca arrogancia, que «ciencia ficción es lo que señalamos cuando decimos ciencia ficción».

Ilustración de la primera edición de Frankenstein or the Modern Prometheus, publicada en Londres en 1818, para la mayoría de los investigadores la primera manifestación literaria del género de la ciencia ficción.
Pero claro, semejantes butades no nos resuelven nada, como no sea agravar el problema recurriendo a tautologías tan ingeniosas como inútiles. Primero, porque la expresión «ciencia ficción» no apareció hasta cerca de medio siglo después de que viera la luz la obra de Shelley (el inglés Wilson la acuñó en 1851, más de setenta y cinco años antes que el que pasa por ser su inventor, el norteamericano de origen luxemburgués Hugo Gernsback), y segundo, porque los editores no siempre le ponen etiquetas a lo que publican, y si lo hacen, bien podríamos no estar de acuerdo con su clasificación, por otra parte muy cambiante a lo largo de la historia. Salta a la vista, digamos a título de ejemplo, que si un viaje a la Luna podía ser, desde luego, ciencia ficción cuando escribieron sobre él Julio Verne o Herbert George Wells, en las últimas décadas del siglo XIX, en nuestros días sería simplemente ciencia, ya que no habría en ello nada de especulativo.
Y es que, en efecto, la ciencia ficción es, ante todo, especulación. Cualquier obra que aspire a figurar en los anales del género debe responder, de un modo u otro, a la pregunta «¿qué pasaría si…?». Detengámonos a pensar un poco y comprobaremos que todas las grandes obras de esta curiosa especie literaria lo hacen, hasta el punto de que es, precisamente, el asunto sobre el que cada autor plantea su especulación el que nos permite encasillar su obra y delimitar así subgéneros dentro de ese casi infinito universo especulativo que constituye la ciencia ficción. Porque las preguntas que podemos hacernos en verdad no conocen límites. ¿Qué pasaría si pudiéramos viajar en el tiempo? ¿Qué nos encontraríamos si llegáramos a otros planetas? ¿Y si fuéramos capaces de fabricar copias vivas de nosotros mismos? ¿Existen los extraterrestres? ¿Serán los ordenadores los amos del mundo? ¿Algún día lograremos construir la sociedad perfecta? ¿Serán por fin la violencia y la guerra un triste y remoto recuerdo para los hombres y las mujeres del futuro? Podríamos formular muchas más y no habríamos agotado las posibilidades. Pero la pregunta, explícita o no, debe ser planteada. Es lo que los especialistas del género denominan el novum, esto es, en pocas palabras, ese «elemento que se escapa a nuestra experiencia cotidiana y, desde luego, a la posibilidad de que lo experimentemos en nuestra realidad inmediata» (Díez y Moreno, 2014: 15). El autor escoge una, o varias, de estas preguntas, o de muchas otras, y le da una respuesta. Tal es la esencia, una de ellas al menos, de la ciencia ficción.
Surge aquí otra cuestión interesante. ¿Nos remite todo esto al futuro lejano, como quizá esté pensando ahora mismo el lector? No necesariamente. La especulación no tiene por qué situarse en lo que está por venir, como en el ejemplo clásico de La máquina del tiempo de H. G. Wells, cuya acción transcurre nada menos que en el año 802.701 de nuestra era. Puede ubicarse, bien al contrario, en el más remoto pasado, como la tetralogía de los ochenta Exilio en el Plioceno, de Julian May, en la que los oprimidos del siglo XXII viajan seis millones de años atrás, hasta ese período geológico, huyendo de los abusos de sus coetáneos, para encontrar allí dos razas de extraterrestres dotadas de poderes psíquicos. Pero no es necesario ir tan lejos. La acción puede situarse, asimismo, en un pasado mucho más reciente, o incluso en un presente alternativo al que conocemos. Tal es el caso de la celebérrima Criptonomicón, de Neal Stephenson (1999) —el título es un claro homenaje a la obra de H. P. Lovecraft y su mítico Necronomicón—, que se inicia en 1942 y alcanza las primeras décadas del siglo XXI narrando las aventuras de un grupo de criptógrafos que unen sus esfuerzos al servicio de la libertad de información. Existe incluso todo un subgénero de ya muy larga tradición en la ciencia ficción, la denominada «ucronía», que se ha especializado en explorar las posibilidades que ofrece la especulación, racional o fantástica, sobre posibles desarrollos históricos alternativos al que conocemos. Buenos ejemplos de ello nos los ofrecen El hombre en el castillo, de Philip K. Dick (1962), en la que los nazis y sus aliados japoneses han ganado la Segunda Guerra Mundial, o Roma eterna, de Robert Silverberg (2003), cuya trama se desarrolla en un presente alternativo en el que nunca se ha producido la caída del Imperio romano.

Fotograma de la película The Matrix (1999). En el inquietante universo de un tiempo sin historia, los seres humanos sueñan vidas que creen reales conectados a máquinas inteligentes que se alimentan de su energía vital.
Por último, tampoco es necesario que la acción se desarrolle lejos de la Tierra, en una galaxia muy, muy lejana, como la saga Star Wars (entre 1977 y la actualidad) o, en el mejor de los casos, en un planeta desconocido, como era habitual en la época ahora lejana de los primeros vahídos del género. Por ello, no nos sirve ya la vieja definición del francés Michael Butor, quien, hace más de medio siglo, denominaba ciencia ficción a los relatos en los que se habla de viajes interplanetarios. Algunos de los casos que hemos visto más arriba ofrecen pruebas sobradas de ello, pero, forzando todavía más el argumento, la buena ciencia ficción ni siquiera exige como condición previa dejar claro dónde o cuándo se desarrolla la acción. ¿Acaso importa en qué momento o lugar sufren sus peripecias los protagonistas de la trilogía The Matrix (1999-2003)? ¿Podría acaso hacerlo cuando su argumento se basa, precisamente, en la premisa cartesiana de lo engañoso de los sentidos, en la inconsistencia inherente a la percepción humana de la realidad?
Pero la especulación, por sí sola, no basta. La ciencia ficción, ya se encarne bajo la forma de literatura, de cine, de radio o de cómic, es arte, y el arte —otro fenómeno harto difícil de definir— debe, al menos, producir una emoción, placentera o nauseabunda, pero una emoción. Es lo que muchos autores han denominado el sentido de lo maravilloso, la sensación de sorpresa, de inevitable asombro ante lo desconocido, lo nuevo, lo inesperado. Si una obra especulativa no despierta esa sensación en aquellos que a ella se acercan, no es ciencia ficción; será, quizá, una reflexión, más o menos atinada, más o menos racional, sobre los posibles efectos de un cambio en alguna de las dimensiones de la vida humana, pero no ciencia ficción; no sin emoción. Como escribiera Lester del Rey, otro célebre autor y editor norteamericano, la ciencia ficción es «un intento de tratar las posibilidades alternativas de forma racional, logrando que sean entretenidas». Y es que, como ha apuntado con acierto Pollux Hernúñez (2012: 29):
La ciencia ficción no es más que otra forma, más moderna, de reflejar en la literatura la misma ansia que siempre ha sentido el ser humano por lo sobrenatural, la magia, la mitología, lo fantástico. Escapar de la realidad, triunfar sobre el misterio de la existencia, participar en el juego de cambiar el entorno, con un barniz de verosimilitud aportado antes por lo que era divino e incuestionable y ahora demostrado e incontestable: la verdad científica y su aplicación técnica, sea el vapor, la evolución, la relatividad, la bioquímica, la cibernética, el psicoanálisis, etcétera.
¿Hemos conseguido, entonces, concluir nuestro retrato? ¿Resulta por fin reconocible nuestro protagonista? ¿Acaso cualquier especulación capaz de despertar el sentido de la maravilla es ciencia ficción? No, por desgracia no es tan sencillo. Porque existe otro género, la fantasía, que comparte con la ciencia ficción esos dos rasgos, lo especulativo y lo maravilloso, pero es otra cosa distinta que, desde el humilde punto de vista de este autor, no debe confundirse con ella, aunque parece que tiende a hacerlo cada vez más en las últimas décadas. Pensemos, a título de ejemplo, en la novela fantástica por antonomasia, la trilogía de El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien (1954-1955). Sin duda, constituye un verdadero epítome de la capacidad humana de inventar mundos alternativos, de especular, en fin, cautivando al tiempo al lector, atrapándolo en una sutil red mágica de magnífica coherencia, al punto de despertar en él el deseo de abandonar la prosaica realidad en pos del maravilloso viaje que el autor propone. ¿Pero es eso ciencia ficción? No, porque ¿dónde está la ciencia? ¿Es acaso Sauron, el Señor Oscuro, un científico loco que se vale de la tecnología que solo él posee para imponer al mundo sus atroces designios? No, no existe semejanza alguna entre este ser perverso y los mad doctors de la ciencia ficción clásica. Aquel se vale de la magia; estos, de la ciencia. En el mundo de la fantasía cuanto sucede es imposible y lo seguirá siendo cualquiera que sea el punto de vista que adoptemos; en el de la ciencia ficción, lo es solo en nuestra experiencia, pero puede dejar de serlo si encontramos la forma de que así suceda. Se trata de una frontera de naturaleza epistemológica y, por ende, insalvable. Fantasía y ciencia ficción son dos mundos distintos.
En efecto. La ciencia ficción no solo debe ser especulativa y maravillosa; debe incluir entre sus elementos, necesariamente, la ciencia. Este, y no otro, sería el más relevante de los parámetros que, en opinión de un autor de tanto prestigio como Orson Scott Card, delimitan con claridad las fronteras del género (Scott Card, ...
Índice
- Portada
- Créditos
- Índice
- Prólogo
- 1. ¿Qué es la ciencia ficción?
- 2. En un pasado muy muy remoto
- 3. Precursores del futuro
- 4. El alumbramiento (1929-1936)
- 5. La Edad de Oro (1937-1965)
- 6. La era de la rebelión (1965-1970)
- 7. La madurez (1970-1980)
- 8. Los límites de la ciencia ficción (1980-2000)
- 9. El presente… y el futuro
- 10. La ciencia ficción en el mundo hispanoparlante
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