Breve historia de la caída del Imperio Romano
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Breve historia de la caída del Imperio Romano

David Barreras Martínez

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Breve historia de la caída del Imperio Romano

David Barreras Martínez

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Acérquese al Imperio romano y descubra cómo tras su máximo apogeo aparecieron los primeros signos de debilidad que acabarían dando lugar a una grave crisis. Descubra cómo el Imperio romano logró reinventarse y emergió de sus propias cenizas el Bajo Imperio romano, que le permitió perpetuarse durante dos siglos más.Breve historia de la caída del Imperio romano le ayudará a sumergirse en este apasionante período de la Antigüedad y descubrir cómo, a pesar de todas las medidas tomadas por los más enérgicos emperadores, no fue posible evitar la caída definitiva del Imperio romano y el nacimiento de nuevas entidades territoriales bárbaras: los reinos germánicos.De la mano de sus autores, Cristina Durán y David Barreras, el lector se contagiará de todo el ardor de ese debate, narrado con la pasión inconfundible del que ama la historia y la objetividad imprescindible del que la respeta. Emperadores indolentes y generales ambiciosos, aguerridos legionarios y bárbaros iracundos, señores y esclavos, perseguidores y perseguidos desfilan trazando en conjunto un fresco inigualable de los últimos siglos de la civilización más brillante de la historia, aquella a la que debemos en gran medida lo que somos y lo que aspiramos a ser.

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Información

Año
2019
ISBN
9788499679006

1

Tiempos de gloria

TRAJANO EL CONQUISTADOR (98-117)

El anciano emperador romano Nerva (96-98), sintiéndose en una posición de cierta debilidad como consecuencia de su mala relación con el ejército, se vio forzado en octubre del 97 a adoptar, asociar al trono y designar como sucesor a Marco Ulpio Trajano. Trajano sería fácilmente aceptado por los dos núcleos de poder imperiales: la legión, dado que era un general de prestigio, y el Senado, puesto que era miembro del patriciado, aunque, eso sí, de origen provincial. El historiador Genaro Chic García se hace eco de la decisiva influencia que sobre Nerva ejercería un importante grupo de senadores hispanos para que Trajano fuese el elegido, lo que denota el notable prestigio que por entonces habían alcanzado en el Senado las ricas y poderosas familias aristocráticas originarias de la península ibérica. Es de destacar en este aspecto la presión realizada por dos de estos senadores hispanos, Julio Serviano y Licinio Sura.
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Estatua del emperador Tito (79-81). Hijo de Vespasiano (69-79), Tito demostraría su valía militar resolviendo con éxito la revuelta de Judea (70), durante la cual el templo de Jerusalén sería destruido y saqueado por las tropas romanas.
Trajano había nacido en el 53 en Itálica, en la Hispania del sur, y era miembro de una dinastía aristocrática que había logrado enriquecerse en la Bética. Su excelente carrera política y militar le condujo a alcanzar el consulado en el 91 y posteriormente el gobierno de Germania Superior. Con ello daba continuidad a la tradición familiar, dado que su padre había sido también cónsul en el 68, y había desarrollado su carrera política con Nerón (54-68) y Vespasiano (69-79); sería precisamente durante el imperio del segundo cuando Trajano participaría en las exitosas empresas militares de su progenitor en Palestina, Siria y el limes renano.
Debido a todo ello, cuando a los pocos meses de la designación de Trajano falleció Nerva, víctima de una neumonía (concretamente el 27 de enero del 98), el general hispano pudo sucederle sin ninguna dificultad y se convirtió así en el primer emperador de origen no itálico. El nuevo princeps a sus cuarenta y cinco años contaba con una excelente capacidad de mando militar y una amplia experiencia de gobierno, motivo por el cual estaba sobradamente preparado para administrar de la manera más correcta el imperio, al tiempo que conduciría con toda probabilidad a sus ejércitos por la senda de la victoria.
El único inconveniente que se produjo tras la muerte de Nerva fue que el nuevo emperador se hallaba en Colonia, en la Germania Superior, ocupado en los quehaceres propios de su cargo como legado. Debido a ello, Trajano no pudo dirigirse a Roma hasta finales del año 98, o incluso puede que bien avanzado el 99, una vez que la seguridad en los limes renano y danubiano quedaba garantizada en su ausencia. Ejemplos de las actuaciones que llevaría a cabo en este sentido los constituyen su avance en el territorio dominado por la tribu germánica de los hermunduros, el desarrollo que promovió de las redes de comunicación en los Agri Decumates —área que se conoce en la actualidad como Selva Negra— o la fundación en Germania de varios asentamientos romanos.
No obstante, mientras tanto, el gobierno favorable del Senado aseguró en la capital el mantenimiento del status quo, con lo que la traumática transición en el gobierno imperial que hubiera podido tener lugar —fenómeno este que no era infrecuente en el Imperio romano— no se presentaría en esta ocasión. El nuevo Augusto se mostraría sumamente agradecido al Senado por la fidelidad mostrada e iniciaría con ello un principado marcado por sus excelentes relaciones con este órgano de gobierno. Ello no significa que Trajano no se mostrara como un emperador autoritario; que, si bien exhibía su respeto hacia los senadores, sometiendo a consulta cualquier decisión política de peso, no admitía discusión sobre ellas, y así la función de gobierno del Senado quedaba relegada únicamente a la sanción favorable de este tipo de determinaciones. En este contexto, para tener todavía más de su parte al Senado, nada más entrar en Roma realizó la promesa de no emplear la prerrogativa imperial de la Lex Iulia Maiestatis —ley Julia de lesa majestad—, en vigor durante la dinastía Julio-Claudia, que permitía juzgar y condenar las ofensas contra el emperador. Esta herramienta había permitido a sus antecesores en el trono anteriores a Nerva deshacerse de aquellos políticos que pudieran resultar un estorbo. Del mismo modo que ya hiciera Nerva, estableció que fuera el Senado el órgano encargado de juzgar a sus propios miembros.
A pesar de todo lo anterior, y en resumidas cuentas, el nuevo emperador gobernaría siempre con mano de hierro, sin ver recortado su poder a costa de ceder una parte del mismo a los senadores. Por esa época, es sabido que siempre que Trajano se encontraba en la capital participaba en las sesiones del Senado, aunque el imperio caminaba ya por entonces por la senda del poder absoluto del princeps —príncipe en castellano—. Este principado acabaría dando lugar años más tarde a lo que la historiografía denomina Dominado —del latín dominus, en castellano ‘señor’—, que constituye un período histórico en el que el emperador romano dirigía ya el Estado como un auténtico monarca, y el cargo de senador quedaba relegado a un mero título honorífico.
Un ejemplo más de la política de buena sintonía de Trajano con el Senado lo constituye el hecho de que, si bien la clase senatorial continuaba perdiendo poder político, el emperador trató de contentar a su miembros individualmente, dando continuidad a que ejercieran el alto mando de las legiones al tiempo que les permitía copar los puestos más destacados de la administración imperial. Esta función la desempeñarían junto a los miembros del siguiente escalón nobiliario, es decir, los equites o caballeros, comenzando a desplazar así a los libertos, que eran los funcionarios imperiales tradicionales desde época de Claudio (41-54). Así, el emperador demostraba que continuaba favoreciendo a las clases altas de la sociedad sin que por ello la plebe resultara perjudicada, como comprobaremos en breve.
Con actuaciones como las descritas, en las que el emperador mostraría ser un soberano magnánimo, Trajano se ganó el apoyo no solo de los senadores sino también, como ya hemos mencionado, del otro poder fundamental del imperio: el ejército. Pero como parece sugerir el propio lema republicano, S.P.Q.R. —Senatus Populusque Romanus, en castellano ‘Senado y Pueblo de Roma’—, no hay que olvidar a la plebe. El emperador se ganaría el favor del pueblo con una postura que era habitual entre los emperadores romanos, la llamada política de «pan y circo», es decir, gozó de gran popularidad al impulsar una reforma económica en beneficio de los más necesitados, al tiempo que costeó pomposos espectáculos en circos y anfiteatros. Este programa económico de ayuda a los pobres consistía en fomentar y potenciar la asistencia social de las instituciones alimentarias, ya existentes antes de su reinado, conocidas como alimenta, que se encargaban del reparto de víveres entre la plebe, sobre todo entre aquellas familias con niños pequeños. Con Trajano las alimenta se financiarían a partir de los intereses recaudados en préstamos que el Estado concedía a los propietarios de tierras en Italia; esta actuación tenía también como objeto fomentar la agricultura local, muy degradada en la época. Al mismo tiempo, era su deseo que esta política tuviera como resultado una explosión de natalidad que dotara a los campos itálicos de mano de obra libre, así como de soldados que engrosaran las filas de las legiones. Sin embargo, mantener contento al populacho para evitar que generara altercados presentaba en este caso el inconveniente del consecuente abandono progresivo del ámbito rural a cambio de su traslado a las grandes ciudades, donde se podía sobrevivir a cargo de las arcas públicas o incluso de personajes acaudalados interesados igualmente en obtener prestigio social entre el pueblo. Es por ello que en época de Trajano la baja productividad, especialmente la agrícola, constituía un problema de peso para la economía imperial, sobre todo en Italia y en Grecia, donde buena parte de las tierras de cultivo eran clasificadas como agri deserti —en castellano, tierras abandonadas—, mientras que sus ricas urbes estaban atestadas de gentes improductivas a las que había que dar de comer. A este mal que afectaba al imperio contribuían también los personajes adinerados de los que ya hemos hecho mención, especialmente aquellos pertenecientes al orden senatorial, dueños además de latifundios, que en lugar de invertir su fortuna en hacer que sus tierras fueran más productivas, como por ejemplo con aperos adecuados, canalizaciones o mano de obra, preferían dilapidar ingentes cantidades de capital en aquello que pudiera otorgarles algo de popularidad, como bien podría ser sufragar combates de gladiadores, sobre todo de cara a progresar en su carrera política. Por esas fechas, en una economía de base rural como la romana, la principal mano de obra era esclava, aunque esta no era precisamente la que mayores rendimientos productivos generaba, como iremos desvelando en el transcurso de esta obra. No obstante, como también estudiaremos a lo largo de los próximos capítulos, tras la estancia en el trono de Trajano se acentuaría el giro que ya se estaba dando hacia el empleo agrícola de colonos libres, mucho más eficientes, en lugar de esclavos. Esta fue una de las soluciones adoptadas para enfrentarse al problema de la baja productividad en los campos de cultivo.
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Busto de Trajano. Antes de ser emperador, Trajano comenzaría su carrera política y militar bajo el imperio de los Flavios, dinastía con la que destacaría en el ejército, principalmente en Germania.
Esta baja productividad afectaría también, como es lógico pensar, a la distribución y comercialización de productos, con lo que los primeros atisbos de crisis económica comenzarían a vislumbrarse. No obstante, la política belicista de Trajano permitiría equilibrar la balanza y sanearía el tesoro imperial. Debido a ello, aunque el emperador desarrolló una política económica que incluía un amplio gasto militar —con un aumento del número de soldados auxiliares reclutados—, numerosas obras civiles —rehabilitación de monumentos antiguos y construcción de otros nuevos, calzadas, puertos, etc.—, grandes espectáculos públicos o un abundante reparto gratuito de alimentos entre los más pobres, los estragos de la recesión no se harían notar todavía y las arcas imperiales no se verían afectadas.
Este programa de política exterior agresiva quedaría plasmado sobre todo por la guerra de la Dacia —territorio correspondiente a las actuales Rumanía y Moldavia—, última de las grandes campañas de conquista del Imperio romano. Desde la perspectiva militar, dominar la Dacia suponía disponer de una base avanzada en una región fronteriza sumamente inestable, como era el caso del limes danubiano, para poner con ello freno a las incursiones de los belicosos bárbaros localizados en esta área. Desde el punto de vista financiero, la conquista de estas abruptas tierras boscosas, pobladas de minas de oro y plata y dominadas por una rica civilización que acuñaba su propia moneda desde época republicana, ponía de nuevo en funcionamiento la maquinaria económica romana. En otras palabras, la incorporación de este nuevo territorio permitía hacerse de manera inmediata con un buen botín de guerra, disponer de nuevos recursos que explotar, abrir otro mercado para el comercio romano, así como contar con una nueva fuente de esclavos. Recordemos que durante el principado de Trajano todavía era esta la principal mano de obra, sobre todo rural.
Dos campañas militares seguidas, las de los años 101 y 102, operaciones de castigo para frenar las incursiones dacias de saqueo en territorio romano lograron derrotar a estos bárbaros, liderados por Decébalo, desarmarlos e instaurar un protectorado en la región con una fuerte presencia de legionarios romanos. En un principio Trajano debió conformarse con esto, dado que en la misma frontera debía también combatir a los belicosos sármatas yázigos, cuadros y marcomanos. No obstante, bien pronto Roma tendría la excusa perfecta para conquistar de manera definitiva la región: sus ahora aliados dacios se alzaron en rebeldía en el 105, episodio en el que acabarían con la guarnición romana allí acantonada y continuarían con la invasión de la provincia romana colindante de Mesia Inferior —la actual Bulgaria—. En dos campañas militares seguidas, los ejércitos de Trajano acabarían derrotando de una vez por todas al caudillo dacio Decébalo, que incendiaría su capital, Sarmizegetusa —la actual Várhely—, antes de suicidarse. A partir de entonces su país quedaría convertido en provincia romana. El botín de guerra obtenido de manera inmediata, así como los metales preciosos que se fueron extrayendo de las minas dacias, dieron un respiro a la tesorería romana y permitirían a Trajano continuar con una política de elevados gastos.
Los primeros atisbos de crisis económica conseguirían paliarse, al menos por el momento, y la circulación de moneda de nueva acuñación reactivaría el maltrecho comercio, estancado por entonces, como demuestran en la arqueología submarina los pecios de fechas inmediatamente anteriores a la conquista de la Dacia, barcos que, en definitiva, transportaban mercancías, y que son más bien escasos a consecuencia del descenso en la producción de bienes de consumo. No obstante, el problema principal del imperio continuó siendo precisamente esa baja productividad, especialmente agrícola, debida al escaso rendimiento de los esclavos y al suces...

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