
- 480 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Las estrategias de la cruel y despiadada guerra submarina en el atlántico norte, que fue clave para la victoria final en las dos guerras mundiales.
La guerra submarina es la gran desconocida en todos los libros de historia. Conocemos las fechas y las batallas terrestres y aéreas, pero ¿cómo participan los submarinos en estos conflictos? A lo largo de este libro conoceremos las distintas estrategias de este tipo de batallas a través de la Batalla del Atlántico (conflicto de suma importancia para las dos guerras mundiales del siglo XX) que se desarrolló en el Atlántico Norte por el dominio de las comunicaciones marítimas, fue cruenta y despiadada, ya que la victoria suponía ganar la guerra. Submarinos, aviones y barcos corsarios, lucharon sin cuartel contra los convoyes que atravesaban el Atlántico para impedir que alcanzasen su destino.
A lo largo de estas páginas disfrutará de los enfrentamientos y los detalles de cada encuentro no sólo entre submarinos sino la forma de luchar contra aviones y barcos, sus consecuencias y cómo influyó en el desenlace de ambas guerras.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Guerra submarina de José Manuel Gutiérrez de la Cámara Señán en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y Military & Maritime History. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
HistoryCategoría
Military & Maritime HistoryCapítulo 1
La «altruista» colonización del XIX. La gestación del conflicto
Probablemente, la mayoría de los que emprenden la lectura de estas líneas ha vivido parte de su existencia durante el siglo XX, el período en el que la humanidad ha sufrido el desgarro más terrible de toda su historia. La causa del mal, como en tantas otras ocasiones, ha sido el egoísmo humano. Este pretendió situar por delante del Supremo Hacedor a otros supuestos dioses de los que el dinero es el primero de la lista, convertido en el regulador principal del destino del hombre, en el fin por sí mismo, en lugar de ser un medio para el logro de finalidades más elevadas que colocan al hombre en el centro de la Creación, independientemente de su raza o nación.
La Gran Guerra, que tuvo lugar entre los años 1914 y 1918, se originó como consecuencia de una sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar en el siglo XIX en el que la evolución de la técnica dio un notable empujón al crecimiento industrial y a la mejora de los transportes. Paralelamente surgió la doctrina capitalista de Adam Smith, que aplicada por las naciones más avanzadas del momento, los principales accionistas de las empresas más importantes eran, por regla general, los hombres más influyentes en los gobiernos de sus respectivas naciones y, por lo tanto, los que dirigían la política económica.
Como los Estados se pusieron al servicio de las entidades productoras más importantes, las fábricas procuraron aumentar la producción para obtener mayores ingresos y el modo más sencillo era lograr un coste de fabricación lo más bajo posible. Para conseguirlo había que buscar las materias primas necesarias al menor precio posible y la mayor parte de estas se encontraban en el continente africano, en la parte oriental del continente asiático y en Oceanía, núcleos de enormes poblaciones humanas.
La clave del negocio estaba en convertir a esos grandes núcleos de poblaciones en los grandes consumidores de los productos fabricados por la industria de los supuestamente civilizados países y que hicieran efectivo su importe por medio de sus materias primas. Si el intercambio se lograba de una manera favorable para los productores, el negocio estaba servido.
Para cada país productor era fundamental vender sus productos manufacturados a menor precio que el país desarrollado competidor y no se encontró mejor manera de lograrlo que adueñarse de los territorios que contaban con las materias primas. Es decir, que iba a dar comienzo una colonización por puro materialismo, la «altruista» colonización del XIX. No era cuestión de preocuparse por la educación, cultura, desarrollo, evangelización, etc., razones que llevaron a las naciones ibéricas en los siglos XV y XVI a extender la civilización, aunque una empresa de esta envergadura no estuviera exenta de algunas injusticias que sin duda se cometieron, desde luego no fue el instinto puramente económico el que movió a españoles y portugueses a explorar nuevas tierras. La situación actual de Sudamérica es una prueba evidente de ello.
La colonización del XIX fue muy distinta. Para los industrializados colonizadores el alma del colonizado no tenía gran interés, solo importaba su aportación física al mercado de materias primas que constituían el verdadero objetivo de la conquista. De este modo los países más avanzados se lanzaron en cruenta carrera para acaparar más que el vecino. Un triste espectáculo motivado por la codicia y el egoísmo.
Cínicamente, se hablaba de libertad, palabra que estaba muy de moda en el siglo XIX, pero en realidad todos los avances, tanto técnicos como diplomáticos, todo lo que movía las maquinarias de determinados estados se puso en marcha con el único fin de conseguir las materias primas requeridas por las respectivas industrias. Se utilizarían las armas tanto para conquistar a las naciones atrasadas, pero dotadas de materias primas, como para defenderse del posible competidor industrializado y evitar que ganase la carrera.
Aunque algunos políticos cayeron pronto en la cuenta de que aquel cúmulo de desatinos no podía conducir a nada bueno, no fueron capaces de oponerse a los criterios de una sociedad que solo veía su futuro en la obtención de las preciadas materias primas, aun cuando muchos de los que entraron en el engranaje de las grandes fábricas fueron sometidos a unas tiránicas medidas de trabajo que a duras penas pudieron soportar.
Es decir, que también en los mismos países industrializados el hombre fue de entrada sacrificado mediante la reducción del número de horas que disponía para disfrutar de su familia por el progreso o, mejor dicho, por el beneficio de los empresarios, que eran los primeros explotadores. Precisamente estos pobres desgraciados serían los que luego morirían en los campos europeos luchando, en defensa de una supuesta libertad, contra la nación que hacía mejor la competencia, a la que se tachaba de imperialista y de obstruir el libre desarrollo, cuando el delito de la nación vecina también industrializada era en definitiva el mismo que el de la propia nación, es decir, ser un duro competidor en la carrera industrial.
Aunque las naciones se echaron en cara la política armamentística, en realidad estaban preparándose para la guerra y procuraban establecer acuerdos con terceros países para tener resuelto el problema que se veía venir. Con una sociedad planteada de este modo, era previsible que el inestable equilibrio acabase produciendo un terrible desmoronamiento de las estructuras.
Y lo cierto es que nadie quería la guerra, pero los que tenían en sus manos el destino de las naciones europeas tampoco hacían nada para evitarlo. Se hablaba mucho de las consignas de la Revolución Francesa, de igualdad, libertad y fraternidad, pero no eran más que huecas palabras a las que se anteponía una manera egoísta de actuar, que explotaba a las poblaciones indígenas de los países exportadores de materias primas en aras de una mayor producción y, asimismo, se explotaba a los obreros de las grandes empresas, en el fondo por las mismas razones, olvidándose tanto del hombre como del Creador, que lo hizo a su imagen y semejanza.
El continente africano estaba totalmente inexplorado en el XIX, tan solo España y Portugal tenían algunos puntos en su litoral. España, cuyos intereses en África siempre fueron defensivos, solo contaba con algunos pequeños enclaves, los presidios de Vélez de La Gomera, Alhucemas y las islas Chafarinas, vestigios del pasado que se mantienen en la actualidad y que se empleaban como bastiones defensivos tras la larga lucha de tres siglos contra la piratería berberisca. Estaba también la ciudad de Ceuta, conquistada por Portugal en 1414, que evitó que entrasen en la Península nuevas masas de invasores que partían de la región de El Habt (‘zona de desembarco’) entre Alcázar Zaguer y Cabo Espartel, que previamente se habían concentrado en los llanos de Rabat. Ceuta continuó perteneciendo a España por voluntad propia después de la emancipación de la nación vecina. Por último, contaba España con la ciudad de Melilla, ocupada por don Pedro de Estopiñán en 1497 aprovechando el armamento organizado para el segundo viaje de Cristóbal Colón.

Mapa de África en 1911 con los reclamos europeos. Wikimedia Commons.
Los portugueses contaban con factorías en Angola, Mozambique y el golfo de Guinea; Inglaterra disponía de algunos establecimientos en El Cabo, Sierra Leona y Gambia, pero tendría que avanzar el siglo para que las expediciones científicas explorasen los grandes ríos africanos. A partir de 1830 se exploraron los cursos del Níger y el Nilo. En la segunda mitad del siglo se alcanzaron las fuentes del Nilo, el Sahara Central, Sudán Oriental y la región de los Grandes Lagos; Livingston atravesó el continente desde el Atlántico hasta el Índico y Stanley penetró en el corazón de África siguiendo el curso del río Congo.
También los franceses, partiendo de Argel, que habían tomado en 1830, ocuparon el litoral desde Orán a Bizerta para después extenderse hacia el Sahara, Túnez y Marruecos. Italia veía con muy malos ojos la instalación de Francia en Túnez, firmada en 1881 con el sultán de este país, pues los italianos no querían a una nación poderosa dominando el lado africano del exiguo canal de Sicilia, importante paso que controlaba el tráfico mediterráneo desde que en 1869 se abrió el canal de Suez, financiado por Napoleón III, aunque el principal número de acciones estaba en manos de Inglaterra.
En 1882 los ingleses bombardearon Alejandría y ocuparon El Cairo. Lord Kitchener consiguió dominar la sublevación de los mahdistas5 a raíz de la ocupación y faltó poco para que se originase una guerra con Francia en 1898, aunque los ingleses consiguieron que los franceses renunciasen a sus aspiraciones en Egipto a cambio de apoyarles en Marruecos, quedando Inglaterra como dueña y señora del valle del Nilo.
Los alemanes se instalaron también en...
Índice
- Portada
- Créditos
- Índice
- Prólogo
- Introducción
- Capítulo 1. La «altruista» colonización del XIX. La gestación del conflicto
- Capítulo 2. Primeras escaramuzas de la Gran Guerra y el éxito de los submarinos
- Capítulo 3. La guerra submarina con restricciones y la batalla de Jutlandia
- Capítulo 4. Se fragua una nueva contienda
- Capítulo 5. Comienzo de la batalla del Atlántico
- Capítulo 6. La falta de mentalidad naval de los gobernantes alemanes
- Capítulo 7. Una oportunidad desaprovechada: la mina magnética
- Capítulo 8. Primeras confrontaciones de la Segunda Guerra Mundial
- Capítulo 9. La caída de la costa occidental europea hasta la frontera española
- Capítulo 10. La batalla de Inglaterra
- Capítulo 11. Los «lobos» atacan en manada. La rudeltaktik
- Capítulo 12. Desarrollo aéreo de la batalla del Atlántico
- Capítulo 13. El ataque a la URSS abre un nuevo frente marítimo
- Capítulo 14. Acciones de superficie contra el tráfico marítimo aliado. Batalla del río de La Plata
- Capítulo 15. Corsarios alemanes disfrazados de mercantes
- Capítulo 16. La guerra submarina y la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial
- Capítulo 17. Evolución de los medios antisubmarinos y de los métodos de los submarinos
- Capítulo 18. Punto de inflexión
- Capítulo 19. La guerra en el Ártico
- Capítulo 20. La persistencia del almirante Dönitz
- Capítulo 21. El último año
- Capítulo 22. Consideraciones finales
- Epílogo. El futuro de la guerra antisubmarina
- Cronología de la batalla del Atlántico en la Gran Guerra
- Cronología de la batalla del Atlántico en la Segunda Guerra Mundial
- Anexo I. Guerra antisubmarina
- Anexo II. Guerra de superficie
- Anexo III. Guerra de minas
- Bibliografía
- Contraportada