Breve historia de los nacionalismos
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Breve historia de los nacionalismos

Iván Romero Catalán

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Breve historia de los nacionalismos

Iván Romero Catalán

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Desde el nacimiento de los estados-nación europeos hasta la Guerra de los Balcanes pasando por el imperialismo, los nacionalismos en América, el auge de los fascismos y las dos guerras mundiales. Una visión histórica rigurosa de los nacionalismos en el mundo actual y su incidencia en la realidad política y social. Abre la obra una introducción en la que se relatará la situación de las principales potencias europeas a finales del siglo XVIII con el fin de comprender el contexto que dará lugar a la consolidación de los estados-nación en el continente y, en consecuencia, del nacionalismo como ideología y práctica política. En los capítulos posteriores se realizará un análisis del desarrollo de las distintas tendencias nacionalistas en cada uno de los ámbitos geográficos en los que esta ideología tuvo un papel determinante durante el siglo XIX. Una vez hecho esto, los siguientes capítulos tratarán de exponer la incidencia del nacionalismo como factor fundamental en el periodo que abarca los años 1914 a 1945, en el posterior proceso de descolonización y en conflictos periféricos como el irlandés o la Guerra de los Balcanes. La obra concluirá con un capítulo sobre los nacionalismos en el mundo actual y su incidencia en la realidad política de los estados en los que constituyen una fuerza apreciable.

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Información

Año
2019
ISBN
9788499679693

1

El origen del nacionalismo

EL NACIONALISMO ANTES DEL SIGLO XVIII

Como ya se ha comentado en la introducción, hoy en día la gran mayoría de teóricos sostienen que no se puede concebir el nacionalismo sin la presencia de una sociedad moderna y desarrollada, puesto que sin la misma no podemos aplicar los términos de autonomía política y autodeterminación. Esto no quiere decir, sin embargo, que a lo largo de la historia no se hayan dado algunos ejemplos de movimientos que, generalmente ligados a una etnia o una religión, han buscado la independencia política de una entidad superior en una suerte de nacionalismo arcaico.
Un ejemplo de estas características podría encontrarse en las guerras entre los judíos y el Imperio romano que se sucedieron entre el 66 y el 136 d. C. Estos conflictos, encabezados por la comunidad judía de Judea, provincia del Imperio romano desde el año 6 d. C., tenían como objetivo la independencia de dicho territorio, debido a los conflictos religiosos y a los elevados impuestos que los habitantes del mismo se veían obligados a pagar. Las distintas rebeliones fueron, sin embargo, aplacadas con dureza y su final supuso una intensísima persecución del pueblo judío.
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Triunfo de Tito. Relieve del arco de Tito (Roma) que representa la victoria de dicho emperador, cuando era solo el delegado militar de su padre Domiciano, contra los judíos rebeldes en el año 70 después de Cristo.
Casos similares son innumerables a lo largo de la Edad Antigua y no cabe mencionar todos ellos. Sí que hay que añadir que el nacionalismo comenzó a tomar cierta forma en los siglos bajomedievales, cuando algunos monarcas europeos apelaron a un sentido de unidad con el fin de acaparar el poder frente a los señores feudales. Este sentimiento de unidad, sin embargo, hacía referencia a un sector minoritario y elitista de la población, dejando de lado a la gran mayoría de habitantes del territorio.
En este sentido, es pertinente realizar un breve recorrido de los que suponen, según Benedict Anderson, los dos principales antecedentes culturales al nacimiento de la conciencia nacional: la comunidad religiosa y el reino dinástico. Esto no significa que el nacionalismo suceda y sustituya directamente a ambos fenómenos, sino que entre sus características se encuentra el germen cultural, que no tanto político, del mismo. No podemos, por lo tanto, reducir la aparición de los sentimientos nacionales al declive y la transformación de las comunidades religiosas y los reinos dinásticos.
En lo referido a las comunidades religiosas clásicas, todas ellas, desde el cristianismo al budismo, se han concebido desde su origen como centro del universo, ligadas por una lengua sagrada común y bajo el poder de un ente o entes ultraterrenales. Se caracterizan, generalmente, por una idea negativa del que es ajeno a la comunidad, lo que ha dado lugar a innumerables persecuciones religiosas a lo largo de la historia. Por supuesto, esto tiene todavía poco que ver con lo que hoy entendemos como conciencia nacional, si bien son evidentes ciertas semejanzas con la vertiente cultural de la misma en estas concepciones.
A pesar del innegable poder e influencia que estas comunidades religiosas mantuvieron durante toda la Edad Media, con el final de la misma llegó también su declive. Esto se suele atribuir generalmente a dos factores. El primero es el efecto de las exploraciones del mundo no europeo, lo cual supuso una ampliación del horizonte cultural y geográfico que chocó con la concepción centralista de la religión. En segundo lugar, la degeneración de las lenguas sagradas, como sería el caso de la derivación del latín en las distintas lenguas romances, privó a las religiones de esa supremacía cultural que había poseído a lo largo de los siglos anteriores.
Por su parte, la monarquía hereditaria fue, durante muchos siglos, el principal sistema de organización política. La legitimidad de una dinastía y, por lo tanto, el origen de su poder, proviene de un origen divino y no de los individuos que se hallan bajo su control. Esto supone que no podamos hablar de ciudadanos, sino de súbditos que no forman parte de la soberanía nacional. Estos Estados monárquicos se definían esencialmente, por su centro, la corte, y la vaguedad de sus fronteras permitía que sostuvieran un dominio continuo sobre poblaciones muy heterogéneas. Ya desde el siglo XVII, sin embargo, asistimos a una progresiva pérdida de la legitimidad divina que caracterizaba las dinastías. El principal ejemplo de este proceso es la decapitación de Carlos I de Inglaterra en 1649, acusado de alta traición.
Un hecho clave para conseguir la simultaneidad de ideas en un territorio, lo cual es imprescindible para el desarrollo del nacionalismo, es la invención de la imprenta en 1440. La imprenta permitió una expansión sin precedente de la cultura y que esta alcanzara a capas medias de la sociedad estamental. Además, las redes de comercio impulsadas por el incipiente capitalismo supusieron un creciente negocio editorial que favoreció la generalización del uso de las lenguas vernáculas, esenciales para el desarrollo de la conciencia nacional. En este sentido es también importante la progresiva burocratización y centralización de los Estados, cuyos funcionarios comenzarán a utilizar de forma oficial dichas lenguas.
Estas lenguas vernáculas impresas unificaron los campos de intercambio sociocultural y económico, lo cual supuso que miles de personas tomaran progresiva conciencia de su pertenencia a un campo lingüístico particular y, en consecuencia, comenzaran a desarrollar un sentimiento de exclusividad. El hecho de que las lenguas fueran impresas, además, suponía la fijación del lenguaje, por lo que esta nueva comunidad lingüística estaba supeditada a unas normas comunes. Por último, ese proceso conllevó la imposición de ciertos dialectos más cercanos a la lengua impresa sobre otros minoritarios en un factor más a tener en cuenta en la unificación.

LA ILUSTRACIÓN Y EL NACIONALISMO

La expansión de las ideas liberales es fundamental para comprender el auge del nacionalismo que posteriormente estallaría tras la Revolución francesa y las conquistas napoleónicas. A esto debemos sumar un proceso iniciado con anterioridad, el de la centralización de los Estados de la mano de un poder personalizado en la figura del monarca absoluto.
La centralización del poder estatal a lo largo de la Edad Moderna supuso que aquellos súbditos más cercanos a las altas esferas comenzaran a identificarse con el proyecto de unidad política que comprendían las monarquías absolutas. En este proyecto se unían los intereses tanto de los propios monarcas como de la creciente burguesía capitalista, puesto que ambos pretendían socavar la autoridad de la nobleza feudal. De esta forma, asistimos a la configuración de unos Estados caracterizados por la posesión de unos territorios relativamente estables, asegurados mediante un ejército regular y regidos por una administración unificada cuyo grado de burocratización era cada vez más elevado. Además, cabe destacar una tendencia generalizada hacia la secularización política.
En lo referido a los aspectos ideológicos ligados al nacimiento del nacionalismo, juegan un papel fundamental las ideas ilustradas expuestas por diversos autores que defendían la igualdad entre los hombres. A pesar de las salvedades que puedan hacerse a estas ideas, puesto que estaban dirigidas prácticamente en exclusiva a los varones blancos y burgueses, estas sirvieron para debilitar los cimientos de las jerarquías de la sociedad estamental y los poderes locales heredados del feudalismo.
Además, las ideas ilustradas de igualdad eran, evidentemente, opuestas a las bases de una monarquía absolutista. De esta forma, asistimos con el paso de los siglos a una progresiva separación entre los monarcas absolutos y la emergente clase burguesa. Muchos miembros de esta clase, imbuidos de las ideas ilustradas, se alzaron como representantes del progreso social y económico, rechazando las estructuras anticuadas de poder y buscando una nueva forma de organización estatal que favoreciera su desarrollo social y económico. En este sentido, dos de los principales autores del siglo XVIII que sentarán las bases del nacionalismo posterior son el suizo Jean Jacques Rousseau y el prusiano Johann Gottfried von Herder.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) es, sin duda, uno de los filósofos más reconocidos del siglo XVIII. Sus teorías ayudaron a componer la base del pensamiento político y educacional del mundo moderno. A pesar de la innegable relevancia de sus aportaciones pedagógicas, es pertinente para la obra centrarnos en exclusiva en su pensamiento político, de gran influencia para los protagonistas de la Revolución francesa y, como veremos, para el desarrollo del nacionalismo posterior.
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Michał Wielhorski (c. 1730-1794). Aristócrata, jurista y diplomático, el polaco Michał Wielhorski se preocupó por estudiar una constitución para su país, la mancomunidad lituano-polaca, aunque al final dicho Estado sería dividido en 1795 entre las potencias vecinas.
La base del pensamiento sociopolítico de Rousseau queda recogida en su obra de 1762 El contrato social. En ella sostiene que la sociedad se construye mediante el deseo de asociación de un conjunto de individuos libres e iguales que llevan a cabo un pacto para la aparición del Estado, compuesto por un órgano soberano en el que están integrados todos los pactantes y que denomina «voluntad general». Esta teoría, sin embargo, presenta un planteamiento vago a la hora de definir un Estado y esto quedará patente en las Consideraciones sobre el Gobierno de Polonia y su proyecto de reforma, publicada en 1771 tras la petición del noble polaco Wielhorski al propio Rousseau de que escribiera una suerte de proyecto constitucional.
En este sentido y tras la amplia definición que Rousseau había hecho de la sociedad en El contrato social, este recomienda a Polonia un proceso de singularización del pueblo que sirva para separarlo de los demás, en lo que claramente supone la aparición de lo que posteriormente será la idea de nación. Para que la nueva legislación sea aceptada por el pueblo polaco, Rousseau recomienda apelar a su particularidad y unidad a través de instituciones y tradiciones que generen vínculos colectivos relacionados con la idea de la patria ancestral.
Así, en este proceso juega también un papel fundamental otro de los principales asuntos trabajados por Rousseau, el de la educación. El polaco debe ser educado en la historia y las leyes de su país, para así asumirlas y seguirlas sin dudar. De esta forma, la historia y los símbolos de la nación pasan a convertirse en valores insuflados en la escuela que permiten la aplicación de la ley a todos los ciudadanos polacos que se identifican con su patria.
Johann Gottfried von Herder (1744-1803), por su parte, es reconocido por su labor de filósofo, teólogo, poeta y crítico literario como uno de los principales representantes de la Ilustración en el ámbito germano que sentó las bases del Romanticismo posterior. Su labor de investigación histórica, cultural y lingüística le permitió sentar las bases teóricas para el posterior desarrollo del nacionalismo alemán. Herder instó a los germanos a sentir orgullo de sus orígenes, en particular del período medieval, y para ello recogió numerosos poemas, mitos y tradiciones folklóricas de gran relevancia para la formación de la conciencia nacional.
En el aspecto teórico, Herder defiende la influencia del lenguaje a la hora de dar forma a los patrones de pensamiento y actuación de cada comunidad lingüística. Esto no quiere decir que el lenguaje determine el pensamiento de forma directa, sino que la cultura asociada a dicho lenguaje conforma una serie de pensamientos, sentimientos y tradiciones que sirven a grupos e individuos para expresarse, lo que supone un factor fundamental para comprender la formación de lazos colectivos.
Herder es uno de los principales contribuyentes a la asociación de la idea de patriotismo con el nacionalismo. Para Herder, el pueblo o volk es la única clase que conforma la nación, en una postura que adelanta la idea de la nación como un cuerpo jerárquico compuesto por masas, pero carente de clases sociales. Cada nación se distingue por su clima, su educación, sus tradiciones y su herencia. Herder, por lo tanto, rech...

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