1. INTRODUCCIÓN
Hemos titulado este libro Charles de Foucauld, Encontrar a Dios en desierto con la intención de mostrar que el proceso del encuentro con el Señor Jesús y con los hermanos implica un camino y una conversión. La palabra «camino» en el Evangelio de Lucas, que incluye su Evangelio y los Hechos de los apóstoles, la emplea el autor como medio que le permite situar adecuadamente la obra de Jesús, el puesto de la Iglesia y la tarea que está llamada a realizar. «El concepto, tanto en el AT y judaísmo como en el NT, tiene sentido ético, pero en Lucas adquiere además sentido soteriológico, pues es el camino de la salvación (He 16,17), el camino del Señor (He 18,25), el camino de Dios (He 18,26)» [1]. Así, pues, la palabra «camino» sugiere movimiento entre dos puntos mutuamente relacionados, uno como punto de partida y otro como punto de llegada. Y la palabra «conversión», en el lenguaje bíblico, expresa la idea de un cambio radical de dirección. San Pablo recuerda que los dos elementos fundamentales de la conversión son el regreso a Dios y el cambio del modo de vida: «Les he predicado que se arrepientan y se conviertan a Dios observando una conducta de arrepentimiento sincera» [2]. Pablo subraya aquí que, si falta un cambio real de vida, la conversión es ilusoria y vana. San Juan presenta la conversión como un nuevo nacimiento, un pasaje de las tinieblas a la luz. Como podemos ver en el texto que viene a continuación de San Agustín, que muestra bien el contenido de la conversión y que se conoce como Tarde te amé:
Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en sustancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.[3]
El camino del seguimiento de Jesús, el Resucitado, es un proceso, que implica, en primer lugar, una búsqueda apasionada de la verdad, que origina un cambio radical de vida, que no cesa a lo largo de toda nuestra existencia y que tiene momentos álgidos de conversión, donde el desierto ha jugado un papel importante, hasta que el Espíritu de Jesús Resucitado se adueña de todo nuestro ser. En las siguientes páginas vamos a ver cómo ha sido este camino de conversión en Charles de Foucauld en seis capítulos: 1º. Su vida antes de la conversión; 2º. Los acontecimientos previos a la conversión; 3º. Su conversión radical a Dios; 4º. Su conversión radical a los hermanos; 5º. Su peculiar manera de evangelizar; y, finalmente, como conclusión,6º Los frutos de su entrega.
Hemos incluido un mapa de Argelia al inicio de este libro para situar al lector sobre los lugares que visitó y donde vivió Foucauld buena parte de su vida. Esto permite hacerse mejor idea de lo recóndito de algunos de ellos, muy alejados de los principales centros de la entonces colonia francesa.
Mapa de Argelia tomado de http://www.mapa-del-mundo.es/pais/grande/argelia/
2. SU VIDA ANTES DE LA CONVERSIÓN
En el converso Charles de Foucauld vamos a señalar dos conversiones, que corresponden al principal mandamiento de Jesús: Una en relación al amor de Dios y otra en relación al amor a los hermanos, pero en realidad constituyen una grande y única conversión en la búsqueda del Rostro de Cristo y del camino junto a Él. La primera conversión fundamental, fue el camino interior hacia el cristianismo, hacia el «sí» de la fe, que se produjo el 29 o el 30 de octubre de 1886. La segunda y la más definitiva, después de un seguimiento radical de Jesús de Nazaret, ocurrirá en diciembre de 1914 cuando caerá gravemente enfermo y será asistido y alimentado por sus amigos vecinos, los pobres tuareg. Vayamos por partes.
Tiempo de preparación
Charles Eugenio de Foucauld, hijo de Isabel de Morlet y Francisco Eduardo, vizconde de Foucauld de Pontbriand, nació el 15 de septiembre de 1858, en Estrasburgo. Su padre, Eduardo de Foucauld, tenía treinta y cinco años cuando se casó, en 1855, con Isabel de Morlet, de veintiséis, hija única de un coronel, director de las fortificaciones de Estrasburgo. Eduardo era entonces subinspector de Aguas y Bosques en esta ciudad desde 1852. Justo después del nacimiento de Charles es nombrado inspector en Wissembourg, pequeña ciudad a 60 km. al norte de Estrasburgo. En agosto de 1861, cuando Foucauld tiene ya tres años, tiene una hermana pequeña, María. La madrina de María es Inés, la hermana de Eduardo, que viene expresamente de París, y que está casada con un riquísimo banquero, Sigisbert Moitessier. Su primera infancia fue piadosa. La señora de Foucauld inclinaba a sus dos hijos a la piedad más con actos que con palabras, por eso este recuerdo no se borro jamás. Pero su padre tiene crisis depresivas. La familia Foucauld le hace venir a París donde es ingresado en una casa de salud en Charenton. El niño Foucauld, de cinco años, se encuentra ante una realidad muy difícil: su padre está lejos, en el hospital psiquiátrico; su madre se refugia, a finales de 1863 en Estrasburgo, en casa de su padre, que es el tutor de los dos niños, muriendo con treinta y cuatro años. Su padre muere el mismo año. Los huérfanos quedaron entonces confiados en manos de su abuelo Charles Gabriel de Morlet, coronel de ingenieros retirado, que contaba cerca de setenta años de edad. Charles resultaba del agrado del anciano militar. Era cariñoso, vivaracho en el juego, laborioso, muy bien dotado para el dibujo, guapo y de aspecto resuelto. Pero, al mismo tiempo, era muy sensible y la burla más inocente le enfurecía.
Tras la derrota de Francia en 1870, el coronel de Morlet se estableció en Nancy. Por sus propias cartas sabemos que Foucauld tomó devotamente su Primera Comunión. Le sostiene la fe de su familia, sobre todo de su abuelo y su prima María, a quien admira mucho. Estuvo en la Escuela Episcopal de San Arbogaat, dirigida por los sacerdotes de la diócesis de Estrasburgo, y más tarde se matricula en Santa Genoveva de París, viviendo en régimen de pensionado con los Jesuitas. Fue aquí, a la edad de diez y seis años, cuando Foucauld empezó a perder la costumbre del trabajo regular y ordenado, no tardando en perder la fe. En todo este proceso vital suyo podemos destacar como el campo afectivo, seriamente dañado, condiciona su vida.
Una adolescencia desastrosa
En 1874, cuando acaba de cumplir diez y siete años, entra en la escuela de la Rue des Postes, en el segundo curso de preparación para poder hacer el ingreso en la escuela militar de Saint-Cyr. Es un año desastroso momento en el que rechaza su fe de niño y toda creencia.
No tener ninguna fe; nada me parecía suficientemente probado; la fe que es igual en el seguimiento de todas las religiones tan diversas me parecía la condena de todas, vivía sin negar nada y sin creer en nada, desesperando de la verdad y no creyendo ni en Dios, ninguna prueba me parecía evidente [4].
El 11 de abril de 1874 María Moitessier se casa y se convierte en vizcondesa Olivier de Bondy. «María era, sin duda, humanamente, el lazo más fuerte que lo unía a todo lo que hasta entonces creía. Este lazo se rompe. ¿Qué vale al lado de un joven marido un primito, gentil y caritativamente querido? María se aleja y Charles se desvía de todo lo que ella le hacía amar»[5]. Para Foucauld el noviazgo y casamiento de su prima, a la que consideraba como a su segunda madre, fue un golpe muy duro. El día de la boda fue para él un auténtico quebranto.
Esto explica que en 1876 fuese expulsado de la Rue des Postes por no hacer nada, pese a estar muy capacitado ya que había cursado favorablemente el bachillerato con catorce años; y, sobre todo, por ser un rebelde con ataques de cólera terribles.
Ingreso en la escuela militar de Saint Cyr
Foucauld regresa a Nancy a casa de su abuelo, el coronel Morlet, quien hubiera deseado que su nieto entrara en la Escuela Politécnica. Pero éste había optado por la vida fácil. Con aquella franqueza que constituyó uno de los rasgos invariables de su vida moral, declaró que prefería ingresar en la Escuela de Saint Cyr, porque las oposiciones a ésta exigían menos trabajo. Herido en su amor propio, se fue a París, donde trabajó sin tregua, preparando la prueba de entrada en Saint-Cyr, siendo admitido en la Escuela Militar en junio de 1876, con el número ochenta y dos, entre cuatrocientos doce, y consiguiendo así lo que deseaba. Estuvo a punto de ser rechazado en el examen médico, debido a su obesidad precoz. Son años de despreocupación. No trabaja, lleva una vida solitaria, pierde el tiempo, anda vagando, se entretiene con obras literarias y no encuentra sentido a la vida. El 25 de octubre firma en el ayuntamiento de Nancy su acta de alistamiento voluntario, prometiendo servir con fidelidad y honor durante cinco años a partir de esa fecha. El 27, por la tarde, deja Nancy y el 30 entra en la escuela militar especial, acabando de cumplir los dieciocho años.
Muerte de su abuelo
Con gran pesar, a los diecinueve años pierde a su abuelo, a quien admiraba mucho por su inteligencia y su ternura. Algo se rompe en él y su vida va a la deriva. De desesperación se abandona, se deja estar, va de fiesta en fiesta, derrochando la herencia de su abuelo. Su familia está muy triste. En 1878, Foucauld pasa de Saint Cyr a la Escuela de Caballería de Saumur. Allí comparte habitación con un compañero con quien se hizo amigo en Saint Cyr, Antonio de Vallombrosa, más tarde Marqués de Morés, destinado a tener una carrera brillante y breve, pues murió también asesinado en el desierto. Había un contraste notable entre Vallombrosa, en constante movimiento, buen mozo, deportista, y Foucauld, sedentario, apático, soñador. Sin embargo, por razones comunes o distintas, ambos eran queridos por los alumnos-oficiales. Foucauld se vestía con una elegancia rebuscada, nada más fumaba cigarros de una marca determinada y derrochaba de tal manera que el señor Moitessier, su tío, se vio en la necesidad de proporcionarle un tutor judicial. Pese a todo, en octubre de 1879, termina sus estudios en Samur a los veinte años, quedando el último del grupo.
Mayoría de edad
El género de vida que llevó al salir de la Escuela de Caballería, no fue mucho más ordenado. Con la mayoría de edad puede recibir su herencia. Es enviado a una guarnición en Pont-a-Moussony, para sus permisos, alquila una habitación en París, en la calle La Boétie, donde organiza suntuosas fiestas. Lleva un tren de vida muy alto: tiene una criada, un coche, un caballo. Es un gourmet que invita a sus camaradas a su casa para degustar salchichas con foie-gras rociadas con licor, teniendo siempre su bolsa abierta para ellos. ¿Es feliz? En todo caso se divierte mucho, incluso si constata un cierto vacío cuando se encuentra solo en su pequeño apartamento, hace todo lo posible por llenar este vacío y est...