Simone Weil y los crucificados de la tierra
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Simone Weil y los crucificados de la tierra

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Simone Weil y los crucificados de la tierra

Descripción del libro

La filósofa francesa Simone Weil, judía, revolucionaria, heterodoxa, apasionada, radical, estuvo al lado de los más desfavorecidos en las fábricas, en las huelgas, en las guerras, en el exilio, en la adversidad y hasta en la muerte. Estamos ante una de las grandes místicas judías de la modernidad junto a Edith Stein o Etty Hillesum. Como ella misma afirma en carta a un religioso, su vocación es «ser cristiana fuera de la Iglesia», pero, como escribió en sus Escritos históricos y políticos: «Yo no soy católica, aunque nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno.

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Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9788412198478

III. ESPIRITUALIDAD

Para Simone Weil la belleza del mundo es la única prueba de la existencia de Dios, aunque ninguna facultad que no sea el amor puede llegar a reconocer al Creador. El orden del universo es sagrado porque es ajeno al error y a la falsedad, no admite nada contrario a la verdad. Amar la belleza es una forma de amar la verdad y el complemento del amor al prójimo es el amor a la justicia. Sin la inspiración del amor al prójimo y a la belleza del mundo, aun cuando sea un amor limitado, la humanidad continuará completamente extraviada, dado que es la única facultad que podría encauzar la práctica de la auténtica justicia y aproximarnos a la verdadera espiritualidad, en lugar de permanecer hundidos en el error y en la idolatría; es decir, inmersos en el profundo malestar de la inteligencia que no se subordina al amor. Se trata de orientar la inteligencia al bien, teniendo en cuenta que aquí en la tierra, en ausencia de Dios, solo es posible el bien que es limitado, cuya matriz es el amor, pues únicamente mediante la justicia y la verdad es posible limitar el mal.

3.1 El amor sobrenatural de Dios

La agnóstica Simone Weil se abrió a todas las dimensiones de lo real gracias a una pasión por la verdad que fue el gran motor de su vida. Así, supo descartar prejuicios e ideas preconcebidas, lo que le permitió acceder al conocimiento sobrenatural, una forma de conocimiento tan real y valioso como otros. Weil acogió humildemente la novedad de la dimensión espiritual, que tanto la había desconcertado anteriormente. Se aventuró en un camino ascendente de búsqueda de lo espiritual, que la llevó a vivir un proceso de purificación de la fe. Simone Weil descubre y vive a un Dios que su poder consiste en hacerse débil. Lo vive como un Dios que al tiempo que crea, se descrea, como San Pablo lo presenta en su Carta a los Filipenses:
El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre[61].
Para Simone Weil, Dios-Amor se muestra en el proceso de crear y descrearse, y en el abajamiento de la Encarnación, donde Dios presenta el modelo que propone a sus criaturas: Jesucristo. Esto es para Weil una invitación a abajarse como el mismo Cristo, corresponder con nuestra abnegación a la generosidad de Dios, que por amor se encarna. Estas son sus palabras:
La creación no es un acto de autoexpresión por parte de Dios, sino de retirada y de renuncia. Dios con todas las criaturas es menos que Dios solo. Dios ha aceptado esta merma y ha vaciado de sí una parte del ser. Se ha vaciado ya en ese acto de su divinidad; por eso dice san Juan que el Cordero fue degollado desde la fundación del mundo. Dios ha permitido la existencia de cosas distintas a él y que valen infinitamente menos que él. Se negó a sí mismo por el acto creador, como Cristo nos ordenó negarnos a nosotros mismos. Dios se negó en nuestro favor para darnos la posibilidad de negarnos por él. Esta respuesta, este eco, que nosotros podemos rechazar, es la única justificación posible a la locura de amor del acto creador. Las religiones que han concebido esa renuncia, ese distanciamiento o desaparición voluntaria de Dios, su ausencia aparente y su presencia secreta aquí abajo, son la religión verdadera, la traducción a lenguajes distintos de la gran Revelación. Las religiones que presentan a la divinidad ejerciendo su dominio allí donde puede hacerlo son falsas. Aun cuando sean monoteístas son idólatras[62].
El ser humano ha de responder con su propia renuncia a la renuncia fundamental de Dios: hacerse nada en Dios. Esto dice Weil: «Descreación como acabamiento que trasciende la creación; hacerse nada en Dios, que otorga la plenitud del ser, de la que está privada mientras existe, a la criatura hecha nada»[63]. Pero la fe de Simone Weil alcanzó una certeza existencial como muestran sus propias palabras:
No tengo necesidad de ninguna esperanza, de ninguna promesa, para creer que Dios es rico en misericordia. Conozco esa riqueza con la certeza de la experiencia, yo misma la he tocado. Lo que de ella conozco por contacto sobrepasa de tal modo mi capacidad de comprensión y gratitud que ni la misma promesa de felicidades futuras añadiría nada al significado que para mí tiene, de la misma forma que para la inteligencia humana la adición de dos infinitos no es una adición[64].

3.2 La importancia de la atención

La vida de Simone Weil fue una llamada a una especie de ascesis radical, como se refleja en sus escritos. Dicha ascesis se puede resumir en la palabra «atención», que es capaz de ver en cada acontecimiento una revelación. En su ensayo A la espera de Dios, define la atención como el mayor de los esfuerzos, pues consiste en desprenderse de sí mismo y en volver a entrar en sí mismo, como cuando se inspira y se expira. La mente en «atención» «debe estar vacía y a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella»[65].
Cuando la razón penetra con atención la realidad aprende a leerla, interpretándola no sólo de modo unitario, sino que por tal acción y esfuerzo, casi perfecto, es capaz de llegar a la no-lectura, una lectura no violenta del mundo, una adquisición de la verdad sin intencionalidad, y que deja ser a las cosas en su verdad. La atención para Weil no está ligada a la voluntad, sino al deseo de estar atento y presente, y por eso afirma que la atención, cuando llega a sus niveles más altos, constituye la facultad creadora del ser humano, quien por estar atento y despierto, es capaz de ir más allá de su «yo» y descubrir lo inconcebible. En dicho nivel de atención, que presupone la fe y el amor, se comprende y aprehende lo extraordinario de la realidad por medio de la paciencia y de un método de trabajo. Lo realmente valioso no lo procuramos por nosotros mismos, nos viene de fuera.
Si a partir de los estudios se formara la atención, con el tiempo se progresaría en la manera de captar la realidad, se aceptaría tal cual es y se tendría una mirada más justa hacia el mundo, hacia el prójimo y hacia uno mismo. También aumentaría la capacidad de orientar toda la atención y amor hacia una «realidad situada fuera de este mundo que responde a la Por este motivo y por otros semejantes «exigencia de un bien absoluto» que habita en el corazón de todo hombre y de la que desciende todo el bien susceptible de existir en este mundo, toda belleza, toda verdad, toda justicia, toda legitimidad, todo orden, toda subordinación de la conducta humana en obligaciones»[66]. De esta manera, el desarrollo de la capacidad de atención se vería reflejado en la intensificación de la capacidad de oración.

3.3 Atención a la belleza del mundo

Para ella, la conversión no supone adherirse a unas creencias, ni proviene de un esfuerzo por cumplir preceptos morales. La actitud vital que lleva a la conversión es una actitud de escucha, de renuncia, de espera, que ella explica a través de la noción de «atención» en dos vertientes: atención a la belleza del mundo y atención a los más desgraciados. Para Weil la belleza juega un papel fundamental en la conversión, ya que la naturaleza es el espejo de Dios. El universo se encuentra ante el ser humano como una primera revelación y este debe descifrarlo de manera creativa. La contemplación de la naturaleza constituye un aspecto fundamental de la espiritualidad, captado especialmente por las culturas orientales y que ha impregnado también el cristianismo. Si el cristianismo es la respuesta a todas las religiones, debe enseñarnos a ver en la belleza del orden del mundo una primera manifestación del amor de Dios que deja su huella en todo lo real. Debemos aprender a leer el mundo en todos sus elementos como un vehículo que permite el contacto con la verdad gracias a la belleza. Sólo así se podrá llegar a la reconciliación entre la ciencia y la religión. Solo así nuestra civilización científico-técnica comenzará a reconciliarse con la espiritualidad.

3.4 Atención a los más desgraciados

La desgracia es algo diferente al simple sufrimiento, pues se apodera de la persona y la marca hasta el fondo con el signo de la esclavitud. La desgracia es indiferente, anónima y fría, y es el frío de esta indiferencia el que hiela hasta el fondo mismo del alma de aquellos a los que alcanza. La desgracia es el extremo de la carencia de atención, de la falta de calor humano, pero es el lugar donde encontramos la iluminación más intensa de la verdad. La máxima verdad sobre la condición humana se encuentra en la desgracia, pues es donde se manifiesta lo que realmente somos, cuando desaparece todo lo que creíamos ser, es decir, cuando las circunstancias nos han privado de todo aquello que nos parecía parte de nosotros mismos. Pero los que conocen la verdad no pueden expresarla y no son escuchados por nadie; son los excluidos, los sin voz. Y Cristo fue uno de ellos. Por eso Cristo es la Verdad. La Cruz de Cristo es la asunción de la condición humana en su verdad, en su desnudez. La Pasión de Cristo, revivida por todos los desgraciados de la tierra, se convierte así en el lugar desde el que el mundo debe ser pensado y transformado. A través de la Cruz, Dios es el sufriente que está presente en todos los sin voz, en todos los excluidos, en todos los desgraciados.
Simone Weil muestra la desgracia como el estadio extremo en el que se manifiesta la verdad humana[67].La caracterización de la desgracia parte de su distinción respecto del sufrimiento:
Es algo diferente al simple sufrimiento. Se apodera del alma y la marca hasta el fondo con una marca que sólo pertenece a ella, la marca de la esclavitud. Solo hay verdadera desgracia cuando el acontecimiento que se ha apoderado de una vida y la ha desarraigado le alcanza directa o indirectamente en todas sus partes, social, psicológica, física… El gran enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desgracia. Es sorprendente que Dios haya dado a la desgracia el poder de alcanzar al alma misma de los inocentes y de adueñarse de ella absolutamente[68].
La desgracia es anónima, priva a los que la padecen de su propia personalidad para convertirlos en cosas. Cristo fue también un desgraciado porque no murió como un mártir sino como un criminal, ridículamente mezclado con los ladrones. La desgracia es el correlato de la idea de creación. En el momento de la creación, Dios se retira del mundo por amor al ser humano. Dios se ha vaciado y esta palabra envuelve la creación y la encarnación con la pasión. La creación es el espesor que Dios ha puesto entre sí mismo y sí mismo. Al crear, su Ser se ha inclinado y se ha volcado totalmente hacia el ser de la creación, multiplicándose y dispersándose. ¡Sólo le queda la nada!
Dar la palabra a los olvidados de la historia debe ser nuestro objetivo central: devolver la voz muda de los hambrientos, de los encarcelados, de los trabajadores anónimos, los enfermos y los hombres y mujeres de mala vida, aquellos cuya vida está efectivamente marcada por la desgracia. Estos son los que poseen una sabiduría secreta que proviene del contacto con la realidad. El conocimiento de la experiencia del mundo, coloca a estos desgraciados frente a una verdad que es pura impotencia, incapacidad radical de poder ser formulada por el discurso racional dominante:
Como un vagabundo acusado en un Tribunal correccional por haber cogido una zanahoria en un campo se mantiene de pie ante el juez, quien cómodamente sentado, ensarta elegantemente preguntas, comentarios y bromas, mientras que el otro no logra casi ni balbucear; así se mantiene la verdad ante una inteligencia ocupada en alinear elegantemente opiniones[69].

3.5 La compasión salva

La compasión consiste en ponerse en el lugar del desgraciado, en sufrir con él su misma miseria. Gracias a la compasión, el desgraciado deja de ser un sujeto anónimo al reconocerle su existencia. La compasión salva, cura del mayor sufrimiento del desgraciado, el de sentir que no cuenta para nada ni para nadie, que es un ser invisible, inexistente para los demás. La compasión humana participa de la compasión de Dios, pues los desgraciados son amados por sí mismos y Dios se hace presente. Frente al individualismo, que es el mayor enemigo de la compasión, Simone Weil reclama una vida comunitaria plena, en la que la relación entre los seres humanos sea más rica que la proporcionada por meras relaciones mercantilistas o por la sumisión común a un Estado. La consideración de las personas como individuos aislados, desintegra la vida comunitaria, engendrando soledad, egoísmo y angustia, lo que lleva a un consumismo desenfrenado, que puede explotar en manifestaciones de violencia. Aquí aparece el desarraigo, es decir, la pérdida de las raíces, la carencia de referentes y los efectos devastadores en múltiples experiencias de sin-sentido. Para Simone Weil, el arraigo es la necesidad más importante de la persona. Por eso, la destrucción del pasado es para ella uno de los mayores crímenes que se puede cometer, ya que el pasado que se destruye no se recupera jamás.
Pero todo ser humano está llamado a compartir la desgracia del otro; sufrir con otro es hacer común el sufrimiento hasta una i...

Índice

  1. Advertencia
  2. Breve cv del autor
  3. INTRODUCCIÓN
  4. I UNA VIDA INTENSA Y CORTA
  5. II. PENSAMIENTO
  6. III. ESPIRITUALIDAD
  7. IV. CONCLUSIÓN
  8. BIBLIOGRAFÍA
  9. NOTAS