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Descripción del libro
El tema relacionado con la pena de muerte es sumamente complejo y enrevesado y, como en la totalidad de los problemas de esta envergadura ha concitado la atención y el análisis de intelectuales, políticos y cineastas, y las opiniones han estado y están divididas entre simpatizantes y detractores de este tipo de penas.
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Información
Editorial
Digital ReasonsAño
2016ISBN del libro electrónico
97884943775871. Reseña histórica de la pena de muerte
Esta cuestión que tanto preocupa hoy y que tanta polémica ha suscitado, no se planteó hasta que ya habían dejado la vida en el cadalso muchísimas personas. La doctrina de Santo Tomás y de sus seguidores abrió el debate en los campos de la filosofía, la teología y la criminología, al considerar legítima la imposición y la ejecución de esta pena, doctrina combatida con abundantes y sólidos argumentos por Duns Escoto y otros tratadistas, aunque a decir verdad, con escasa influencia en la práctica. Hasta finales del siglo XVIII no se plantearon seriamente las dudas sobre la justificación de este tipo de pena.
Pero el repaso a la historia de este enfrentamiento dialéctico y político es una exigencia para comprender en sus justos términos cómo ha sido tratado el asunto. Por los antecedentes conocidos, la pena de muerte se aplicó en la antigüedad como una parte de los sistemas penales, y así ocurrió entre los sumerios. Israel, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. En épocas posteriores, esta pena se aplicó en Babilonia e incluso en la América precolombina.
1.1 El Código de Hammurabi.
En los estudios de la Carrera de Derecho, en la asignatura de Historia del Derecho, se cita como cuerpo de leyes y elemento más antiguo de los conocidos, el Código de Hammurabi, que aun de manera incipiente compendia una serie de preceptos de contenido penal; puede decirse que es el primer documento de Derecho Penal del que se tiene noticias.
Se sitúa su promulgación en el año 1728 a. c., por el Rey de Babilonia; sus 282 leyes están esculpidas en una estela de piedra que se conserva. Considera la pena de muerte como la piedra angular del sistema penal, contenido en el mandato de «diente por diente, ojo por ojo» o, dicho de otro modo, vida por vida, de manera que el acusado de asesinato debe pagar con su propia vida.
Castigaba con la pena de muerte, entre otros delitos, los siguientes:
Yacer en el lecho con la hija de uno (incesto).
Corrupción de un juez (que al tiempo era sacerdote) en sus sentencias contra inculpados, que equivalía a la traición a la patria.
Traición de un ministro o funcionario de alto rango a su gobierno y al rey.
Ser funcionario de policía y no cumplir con las demandas de los ciudadanos y no llevar ante la justicia a los inculpados.
Matar a un hijo de un semejante conllevaba la muerte del asesino y la de uno de sus hijos.
Al arquitecto que haya construido una casa y que se desplome sobre sus ocupantes y les haya causado la muerte.
La base de ese sistema penal descansaba sobre el principio de ojo por ojo, pero impedía que cada uno pudiera tomarse la justicia por su mano, así es que solamente quienes encarnaban la autoridad del pueblo estaban legitimados para arrebatar la vida a un ciudadano.
1.2 En la Grecia clásica: Sócrates y Platón.
La naturaleza de las cosas y el orden lógico en el que han de ser expuestas las ideas reclama, como apartado preferente, conocer lo acontecido acerca de un fenómeno a lo largo de la Historia, en cuanto se haya podido contrastar, porque la experiencia puede ser un factor valioso para sacar conclusiones. A las etapas históricas a las que hago referencia se deben los principios del saber humano. Hay datos que hacen pensar que en la totalidad de los pueblos antiguos se aplicaba la pena de muerte con gran profusión, como lo demuestra el Código de Hammurabi al que acabo de hacer referencia; algunos historiadores afirman que de ese comportamiento se libra Egipto, pero carezco de datos que me permitan sostener una opinión fundada sobre esta cuestión.
De Sócrates se ha dicho que no estaba ni a favor ni en contra de la pena de muerte, y realmente así era. En su pensamiento filosófico apuntaba la inmortalidad del alma, asegurando que la muerte es solamente la liberación del alma encerrada en el cuerpo y aunque el cuerpo muere, el alma no, porque es inmortal. Sin embargo, a la pregunta que le formuló uno de sus discípulos de si tenía certeza de que el alma sobrevive a la muerte, respondió que no lo sabía. Se dice que no estaba a favor ni en contra de la pena capital pues afirmaba que, si la ley disponía que alguien tuviera que morir, entonces tenía que cumplirse la ley.
Platón, en su obra Las leyes, se declaró abiertamente partidario de la pena capital, principalmente cuando se trataba de castigar delitos y crímenes contra el Estado. Santo Tomás recuerda cómo Platón justificaba la pena de muerte en el sentido de considerarla como un medio político para eliminar de la sociedad a un elemento nocivo y pernicioso; esta es la doctrina que más tarde adoptó el santo.
1.3 En las Sagradas Escrituras.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay señales del tratamiento que se da a la pena de muerte. En el Antiguo Testamento se ordenaba la pena de muerte para los asesinatos, secuestros, pecados de bestialidad, adulterio, homosexualidad, prostitución, violación, simulación de falsos profetas y otros delitos. Cuando Dios reprochó a Caín haber dado muerte a su hermano no lo castigó con la muerte; se dice en el Génesis que Dios reprochó a Caín por haber matado a su hermano y le preguntó: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas lejos de este suelo». En el Éxodo 21,12-14 se dice:
“Aquél que hiera mortalmente a otro, morirá; pero si no estaba al acecho, sino que Dios se lo puso al alcance de su mano, yo te señalaré un lugar donde éste pueda refugiarse. Pero al que se atreva a matar a su prójimo con alevosía, hasta de mi altar le arrancarás para matarle». «El que pegue a su padre o a su madre morirá». Y en el mismo Libro (22.29) se dice: “El que ofrece sacrificios a otros dioses, será entregado al exterminio».
En los restantes libros del Antiguo Testamento también se trata de esta pena; en el Levítico se dice:
«Asimismo, el hombre que hiera de muerte a cualquier persona morirá irremisiblemente. El que mata a un animal lo restituirá, pero el que mata a un hombre morirá».
San Juan constata en el Apocalipsis que “Si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto».
En la práctica, todos los libros sagrados castigan con la muerte las infracciones más graves de los mandatos divinos; el delito y el pecado tienen el mismo origen y la misma razón de ser, y el castigo también. Pero la Historia Sagrada está plagada de contrastes: David cometió adulterio y asesinato, pero Dios no lo castigó; según las escrituras se arrepintió de sus graves pecados, pues cuando el sacerdote le puso en conocimiento de que un hombre que tenía cien ovejas le había robado la única que tenía al pobre, David exclamó iracundo «que el tal era reo de muerte». El Génesis 9.6 dispone que «El que derrama sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre».
No tengo constancia de que el pueblo hebreo ofreciera sacrificios humanos a Yahvé; el pasaje bíblico en el que se relata la ascensión de Abrahán y su hijo Isaac al monte, por mandato de Dios, para que le ofreciera en sacrificio a su único hijo, no puede considerarse como una oferta humana; lo que Dios pretendía con su mandato era probar la fidelidad de Abrahán a sus mandatos, porque iba a ser el jefe y la cabeza de su pueblo.
En más de un pasaje del Nuevo Testamento hay testimonios fehacientes de la desaprobación por parte de Jesucristo de la pena de muerte. Abolió la ley del talión y mandó devolver bien por mal; absolvió a la mujer adúltera, a pesar de que había cometido un delito castigado con la pena de lapidación.
San Pablo reconoció el poder del gobierno para instituir la pena capital cuando era necesario (Romanos 13:1-5). El mismo apóstol advierte de la necesidad de recordar que fue Dios quien permitió la pena capital; sin embargo, Dios siempre demanda la pena capital cuando es merecida, y esto no deja de provocar cierto desconcierto. En el Nuevo Testamento se impone al gobierno civil la responsabilidad ordenada por Dios de mantener la ley y el orden, protegiendo a los ciudadanos de los malhechores. Durante la dominación romana del pueblo de Israel, el ius gladii, o imposición y ejecución de la pena de muerte, era de la exclusiva competencia del César, y por esa razón los sumos sacerdotes implicaron a Poncio Pilato en la condena a muerte de Jesucristo.
Sin perjuicio de que en los Evangelios se aluda expresamente a la misericordia, parece apoyarla en la parábola de los viñadores, aunque perdonó a la adúlt...
Índice
- Advertencia
- Breve cv del autor
- Expresiones de gratitud
- Prólogo
- 1. Reseña histórica de la pena de muerte
- 2. El triste espectáculo de las ejecuciones públicas.
- 3. La historia de la pena de muerte en España.
- 4. Defensores y detractores de la pena de muerte.
- 5. La pena de muerte y los distintos credos religiosos.
- 6. ¿Es lícito matar al tirano?
- 7. Los fundamentos y los fines de las penas.
- 8. Crítica de la pena de muerte a la luz de las anteriores consideraciones.
- 9. La criminología y el relativismo filosófico.
- 10. El error.
- 11. La pena de muerte en los tratados internacionales.
- 12. La doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
- 13. La Constitución española y la garantía de protección de la vida.
- 14. La doctrina de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte
- 15. Conclusiones.
- 16. Referencias