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Mi conversión a una vida en el espíritu santo
Descripción del libro
El autor está casado y es padre de dos hijas. A pesar de haber sido bautizado con menos de un mes de edad, se apartó de la Iglesia cuando todavía era niño, por no tener padres practicantes ni otros ejemplos a seguir. De adulto su vida, indiferente a Dios, pasó a centrarse en el trabajo. En una peregrinación a Medjugorje con su mujer y sus hijas, tuvo una experiencia sobrenatural de Dios durante una aparición de Nuestra Señora.
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Información
Categoría
Théologie et religionCategoría
Biographies religieuses1. Los comienzos
Me llamo JOÃO Carlos da Silva Dias. Mis padres se casaron por la Iglesia católica cuando mi madre estaba embarazada de cerca de cinco meses. Nací en Lisboa el 22 de noviembre de 1958 y fui bautizado veintiocho días después en la Igreja de Nossa Senhora do Socorro en Lisboa. La iglesia estaba muy cerca de la casa de unos primos donde mi madre vivía por entonces, porque mis abuelos maternos vivían lejos, en el pueblo, y mi padre, que era enfermero, estaba embarcado en el navío Foz do Mondego que iba a la pesca del bacalao en Terranova (Canadá). La boda de mis padres también había sido en aquella iglesia y ese mismo día quedó acordado mi bautismo después del regreso de mi padre de la pesca, en diciembre.
Mis padres fueron católicos practicantes en su adolescencia y ambos habían hecho la Confirmación, pero dejaron de ser cristianos después de su boda. Como mis padres trabajaban todos los días de la semana (de la mañana a la noche) y no tenían quien me cuidase antes de entrar en la escuela primaria, estuve durante un año en casa de una señora que cuidaba de niños de preescolar y primaria. Ella era también catequista en la parroquia y por eso la oía hablar de Jesús y de Nossa Senhora de Fátima. Durante la escuela primaria, porque era obligatorio, fui a catequesis apenas durante tres años, porque hice los cuatro años de escolaridad en tres. Como mis padres no eran católicos practicantes, las únicas personas que me llevaban a misa eran mis abuelos paternos cuando pasaba con ellos las vacaciones de verano. Pero mi abuela paterna, que era la única verdaderamente católica practicante en la familia y que estuvo directamente envuelta en la construcción y fundación de dos iglesias, falleció cuando yo tenía apenas diez años. Mis abuelos maternos estaban casados solo por lo civil, porque ya se casaron tarde, cuando mi abuela tenía casi treinta años. Además ella era de ascendencia judía (cristiana nueva) y él era católico. A pesar de eso, educaron a los hijos en la fe cristiana y mi madre y mi tía fueron bautizadas y confirmadas e iban todos los domingos a Misa mientras vivieron en el pueblo. La hermana de mi abuelo materno fue también durante más de cincuenta años la sacristana y era quien tenía la llave de la iglesia en la aldea.
Con todo este contexto familiar no llegué a hacer mi Primera Comunión y dejé de ir a la iglesia después de la escuela primaria. En esa época, solo me acuerdo de asistir a las procesiones de Semana Santa porque pasaban por mi calle, que era la principal, y mi madre y las vecinas adornaban los balcones y las ventanas. Como a cualquier niño, siempre me gustó mucho jugar. Mis padres me castigaron muchas veces porque me escapaba de casa durante el día para ir a jugar a la calle y por la noche para juntarme con los chicos más mayores. Mis compañías eran normalmente niños de más edad y adolescentes, que estaban alejados de Dios. Yo fui un niño feliz y a esa infancia feliz contribuyó en gran parte que yo tuviese muchos amigos y que viviese en una tierra con playa y bosque, que era la Costa de Caparica, donde en aquella época todos nos conocían a mí y a mis padres.
Toda esa actividad y compañías de calle prosiguieron en mi adolescencia, en la que también jugábamos y nos divertíamos, además de hacer algunas fiestas con baile y bebidas. Me gustaba mucho montar en bicicleta y, a veces, daba paseos con mis amigos los sábados por la tarde, cuando no había partidos de fútbol entre los distintos barrios de la vecindad. El domingo estaba generalmente «consagrado» al fútbol por entero. Por la mañana jugábamos en la playa y por la tarde oíamos las noticias sobre los grandes clubes por la radio y, en ocasiones, asistíamos al partido del equipo de la zona. Después, cuando acababan los partidos de los equipos más importantes, participaba en la discusión que había sobre ellos en la plaza del pueblo, que estaba muy cerca de mi casa.
Entre tanto, en el instituto de Almada, todavía antes de la Revolución del 25 de abril de 1974 en Portugal, tuve la asignatura de Religión y Moral, pero el profesor era un sacerdote con tendencias comunistas que nos hablaba sobre la lucha contra el régimen, la dictadura en que vivíamos y nos leía cartas de miembros de la resistencia antifascista.
Cuando tenía quince años se produjo la Revolución del 25 de abril. Como yo vivía en una región de fuerte influencia comunista, la presencia de la Iglesia en la comunidad se debilitó mucho, pues esta y los sacerdotes fueron asociados al régimen fascista depuesto. Los sacerdotes estaban mal vistos, se acabaron las procesiones y algunos de mis amigos que antes iban a la Iglesia, y que incluso eran monaguillos, dejaron de ir a la misa dominical. El domingo, como referí anteriormente, estaba totalmente «consagrado» al fútbol. Cuando no había fútbol, había siempre otras distracciones, principalmente en el salón de juegos recreativos, como el billar, americano e inglés, el futbolín, las cartas, etc. Se hablaba también de salir con chicas, de sexo, de mujeres, de fiestas… En el grupo de mis amigos, que iban de la extrema derecha a la extrema izquierda, nadie hablaba de Dios ni practicaba la religión ni la oración. Era un ambiente totalmente indiferente y ateo, en el que muchas veces hasta bromeaban con algunos de los pocos compañeros que iban a la misa dominical.
Después de la Revolución, en el Instituto pasamos a tener también una nueva asignatura, Ciencias Sociales y Políticas, cuyo profesor, que era el anterior director del instituto y estaba ligado al antiguo régimen, pasó a ser de extrema izquierda y anarquista para no perder su estatuto y por esa razón solo hablaba de comunismo, de la lucha de clases y de la anarquía. También tuve durante dos años la asignatura de psicología, en la que pasamos la gran parte del tiempo leyendo y estudiando autores ateos y cuestionando la Creación y a Dios. Más tarde, en 1976, entré en la Universidad de Lisboa, en el Instituto Superior de Agronomía, y continué estudiando estas materias en las disciplinas de Sociología, que eran impartidas por profesores con tendencias comunistas.
Mi vida prosiguió fuera de la Iglesia hasta que, en la última etapa de mis estudios de Ingeniero Agrónomo, cuando estaba realizando el trabajo de fin de carrera en la Universidad, en 1982, me enamoré de mi mujer actual, que era católica practicante y que tenía hábitos diarios de oración y de asistencia a la santa Misa. Como ella iba a Misa, yo la acompañaba de vez en cuando, la mayoría de las veces sin que me apeteciese y esperaba ansiosamente la bendición final del sacerdote. Pero es que el amor en aquel momento todo lo superaba…
Me casé el 4 de septiembre de 1983 en la capilla del palacio de Queluz. No hicimos ningún curso de preparación para el matrimonio, ni tuvimos ninguna reunión con el sacerdote que nos casó. El motivo tal vez fuese que, como mi mujer era su parroquiana, católica practicante, y él nos veía juntos en sus misas, quizás pensó que ya estábamos preparados para el sacramento que íbamos a celebrar. Además, fuimos novios cerca de un año y medio y decidimos casarnos menos de cuatro meses antes de la fecha prevista para la boda, el día 13 de mayo. Solo fijamos la fecha cerca de tres meses antes de la boda por lo que fue todo muy rápido y, de repente, estábamos en verano.
La decisión de una boda tan repentina se debió al hecho de que ambos habíamos conseguido empleo en la Escuela Superior Agraria de Castelo Branco y queríamos hacer vida de casados y comprarnos una casa, por lo que, si no nos casábamos, todo habría sido más complicado. En la ceremonia de la boda estaba previsto celebrar la Eucaristía pero, afortunadamente, a última hora el sacerdote no pudo porque tenía la agenda sobrecargada. La verdad es que yo no me había confesado ni estaba realmente preparado para el Sacramento del Matrimonio. A pesar de todo, nunca pensé en otra alternativa que no fuese la de casarnos por la Iglesia (¡mi mujer no se hubiese casado de otro modo!).
Nuestra luna de miel consistió en viajar por el norte de Portugal e ir a Santiago de Compostela, en Galicia, donde visitamos las iglesias y santuarios, porque a mi mujer le gustaba. Yo la acompañaba, aunque mi mente también estuviese pensando en las playas y en la observación de la pesca y la agricultura locales.
Pero después de habernos casado, de la luna de miel, y de haber comenzado a trabajar en mi primer empleo, mi situación de distanciamiento de la Iglesia se mantuvo, debido a mi apego al trabajo, y con el agravante de que a veces también hacía que mi mujer se apartase. Mi vida en aquel tiempo era trabajo, trabajo y trabajo, porque además de dar clase a veces también tenía que trabajar los fines de semana en mi tesina, lo que era una buena disculpa para no acompañar a mi mujer a la santa Misa del domingo. Como a ella no le gustaba ir sola, no teníamos coche y vivíamos a algunos kilómetros de la iglesia, ella acabó también por faltar algunas veces a la Misa dominical.
En épocas especiales como Semana Santa o Navidad, mi mujer me pedía que me confesase. Como ella se privaba de la Misa para quedarse a hacerme compañía, yo también tenía que retribuirle aquel amor. Pero en aquel momento yo le decía que no tenía pecados (la verdad es que no tenía conciencia de ellos), y normalmente le pedía: «Venga, dime uno o dos pecados». Ella me los decía y yo, para no oírla más, iba obediente a la iglesia con mis confesiones, que normalmente no duraban más de veinte segundos. O sea, yo decía al sacerdote los pecados que ella me había revelado y volvía a su lado todo contento porque sabía que durante una temporada estaría tranquilo. Entre tanto, también comulgaba y solo después de convertirme, investigué el asunto y llegué a la conclusión de que antes no había hecho la Primera Comunión solemne.
Trabajando ya en la Universidad de Lisboa como profesor asistente, después de la defensa de mi tesina el 19 de enero de 1987, en la que obtuve la calificación de sobresaliente, llegó el momento de hacer el Doctorado. Además de los trabajos de la tesis doctoral, tenía las clases, y la orientación de los alumnos, por lo que mi vida continuaba siendo trabajo, trabajo, trabajo… Era raro que hubiese un fin de semana en el que yo no fuese a trabajar a «mi universidad» en mis proyectos de investigación. A veces me llevaba a mis dos hijas, que entre tanto habían nacido. Mi mujer, cuando iba a la Misa dominical, siempre se las llevaba con ella y era raro que yo las acompañase porque todos los fines de semana tenía algo que hacer. Mi universidad, mis proyectos de investigación, mis alumnos, eran lo más importante para mí.
Dos tercios de mi tesis doctoral Taxonomía de las Coles Galaico-Portuguesas Utilizando Caracteres Morfológicos, Isoenzimas y RFLPs, así como otro trabajo de investigación sobre resistencia a las enfermedades y marcadores moleculares en coles, fueron realizados en la Universidad de Wisconsin y en la Universidad de Cornell, en los Estados Unidos de América.
En la Universidad de Wisconsin, en Madison, donde la primera vez estuve trabajando un año, mi mujer me visitó por un período de un mes y medio, en diciembre y enero, y en aquella época yo fui con ella a la Misa dominical. Cuando ella regresó a Portugal fui algunas veces más a la Misa del domingo y comulgaba siempre. Debido a mi falta de formación catequética, yo no sabía que si faltaba a Misa un domingo, tenía que confesarme para poder comulgar nuevamente.
Acabé el Doctorado en Ingeniería Agronómica con Mención Honorífica en 28 de julio de 1992, y mi vida de trabajo, trabajo, trabajo, generó frutos, producción científica y la construcción de un laboratorio que causó cierta incomodidad y envidia entre algunos de mis colegas. Todo esto culminó con un litigio entre un colega de la universidad y yo en 1997 por causa de la orientación de una alumna mía de doctorado. Los dos, que en el pasado fuimos grandes amigos, perdimos el trato.
Esa alumna mía, después de unas prácticas que había hecho en una estación de investigación en Inglaterra, vino a hablar conmigo y me dijo que quería cambiar de orientador por causa de un malentendido, después de haber trabajado bajo mi tutela y en un proyecto mío durante un año y medio. Yo le dije que era libre, pero que si cambiaba de orientador tendría que variar el tema de la tesis, pues el que había estado trabajando era parte de un proyecto mío. Pero ella no quería cambiarlo para no perder un año y medio de trabajo.
Aquello que parecía ser un asunto pacífico y de fácil resolución, porque yo pensaba que tendría a todos los otros profesores de mi parte, se transformó en una pesadilla, porque mi colega asumió la orientación de la alumna con el tema inicial de mi proyecto. Y esto no se quedó ahí. Para encargarse de la orientación de la alumna él, que era jerárquicamente superior a mí y presidente de la sección, hizo «juego sucio». Como yo reaccioné, él comenzó a hacerme acusaciones graves, muchas de ellas falsas, llegando a poner en duda mi idoneidad profesional. Casi todos los meses tenía una acusación suya ante los órganos directivos y científicos de la universidad. Yo refutaba estas acusaciones por escrito y le acusaba también a él, siendo algunas de mis denuncias igualmente graves. La situación se fue poniendo peor, porque las incriminaciones cada vez eran más elaboradas.
Yo no tenía tranquilidad, ni mi familia tampoco, porque el asunto se desbordó y llegó a mi casa. Mi mujer y mis hijas, que eran pequeñas, intentaban consolarme, pero ni ellas ni nadie me podía ayudar. Mi vida pasó a ser un infierno y más alumnos de doctorado y de postgrado, orientados por mí, me abandonaron por el chantaje de mi colega, aunque algunos continuaban siendo financiados por mis proyectos de investigación. Otros alumnos, ya graduados, que habían manifestado la intención de querer hacer las prácticas conmigo durante el semestre, por miedo a ser perjudicados, renunciaban a su propósito cuando se daban cuenta de la situación existente entre mi colega y yo.
Mi actividad científica estaba en auge, y había recibido en 1999 y 2000 cinco distinciones internacionales (tres medallas de oro, una de plata y una de bronce) por mi trabajo científico y pedagógico, además de tener varios proyectos nacionales e internacionales en marcha. Pero de repente, y sin poder hacer nada, me quedé sin los mejores alumnos y solo trabajaban en mi laboratorio personas que oficialmente no tenían ningún vínculo conmigo.
Además de todo lo referido anteriormente, mi colega boicoteó dos veces la formación de jurados en mi universidad para la realización de mis pruebas académicas de agregación [1] necesarias para poder progresar en mi carrera académica y llegar a ser Profesor Catedrático. Me sentía impotente, porqué él violaba leyes y reglamentos y conseguía denigrar mi imagen ante terceros y ante algunos de los profesores catedráticos que habían sido nombrados miembros del jurado de las pruebas. Esas personas pasaban a creerle a él. Más tarde, y ante aquellos boicots, tuve que ir a Universidad de Évora a hacer mis pruebas académicas de agregación e, incluso así, hubo una nueva tentativa por su parte de dificultar la formación del jurado y de influenciarlo.
Pero gracias a la idoneidad y seriedad de algunos profesores Catedráticos de la Universidad de Évora y de otras universidades, el jurado fue constituido y realicé las pruebas satistactoriamente. Fui aprobado por unanimidad y bastante elogiado por todos los miembros del jurado, y obtuve el título académico de agregado el 5 de julio de 2002. Hasta fue bastante curioso porque, cuando aún no habían comenzado las pruebas, el presidente y todos los profesores Catedráticos del jurado comenzaron a felicitarme como si yo ya hubiese sido aprobado, pues ellos mismos sabían lo que mi colega me había hecho anteriormente y reconocían mis méritos y la calidad de mis trabajos científicos y pedagógicos y, por consiguiente, de mi currículo. Además, la Rectoría de la Universidad de Évora, cuando solo había transcurrido uno de los dos días de las pruebas de Agregación, preparó anticipadamente un cóctel para conmemorar mi Agregación con los miembros del jurado y los asistentes el segundo día de las pruebas, cuando estas finalizasen. Estas se realizaron en la antigua Capilla del Espíritu Santo, actual salón de actos de la Universidad de Évora, lo que para mí también fu...
Índice
- Advertencia
- Breve cv del autor
- 1. Los comienzos
- 2. Un giro inesperado en Medjugorge
- 3. Iniciando un camino
- 4. Aprendiendo a Caminar
- 5. Caminando sin parar
- 6. Y para terminar…
- NOTAS