1. Una presencia activa
Porque donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18, 20).
Queremos adentrarnos sin temores en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la misma pasión que desde hace dos mil años gobierna la barca de la Iglesia. Más que por los recursos técnicos, aunque sean necesarios, queremos distinguirnos viviendo también este universo con un corazón creyente, que contribuya a dar un alma al flujo comunicativo ininterrumpido de la red (Discurso de Benedicto XVI a los participantes en el Congreso de la Conferencia Episcopal Italiana sobre la comunicación, 24 de abril de 2010).
1.1 Preguntas de partida
¿Qué es Internet, o el ciberespacio, para la Iglesia Católica? ¿Por qué y desde cuándo está presente la Iglesia en la Red? ¿De qué manera ha colaborado la primera en la segunda hasta llegar a su configuración actual? ¿Cómo ha ido evolucionando la visión eclesial del sexto continente? ¿Cómo puede ayudar la dimensión de red a un impulso mayor a la comunión y centralidad en lo esencial?
¿Está justificada la misión de la Iglesia en el mundo digital? ¿En qué palabras de Jesús y del Magisterio se apoya? ¿Qué modo de evangelización es más apropiado en ese ámbito? ¿Qué tipos de lenguajes son los más eficaces y convenientes? ¿Cómo cree, celebra, vive y ora la Iglesia en ese ambiente?
¿Hemos leído, meditado y aprovechado los fieles católicos los tres documentos básicos sobre la Iglesia en Internet publicados en 2002?, ¿y los mensajes pontificios para las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales? ¿Qué grado de implicación personal tenemos con la Misión digital?
¿Hemos llegado en la Iglesia a una madurez en nuestra dimensión comunicativa y relacional en la Red? ¿Somos más puentes que muros? ¿Transparentes y sencillos, sin nada que ocultar, buscadores y cooperadores de la Verdad, también en la Red, o preocupados por la filtración de determinadas noticias comprometedoras, negativas o perjudiciales?
Soy un apasionado de la escucha, la comunicación y la Verdad. Desde bien pequeño me ha gustado hacerme preguntas y hacérselas a los demás. No me considero experto en nada sino buscador y comunicador, a lo más testigo de una experiencia que deseo contarle. En absoluto tengo respuesta para todas las cuestiones, y me parece de mucha presunción -aparte de soberbia- quien así se crea en posesión de la verdad. La escucha pienso que es la clave para la comunicación de la fe. También para el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y esto último lo verifico cada día en mi trabajo como profesor de Religión Católica en las etapas de Infantil y Primaria.
A menudo, encontrará un sinfín de exhaustivas referencias bibliográficas y webgráficas, hiperenlaces, además de alguna que otra aportación y comentario que me han hecho llegar de manera informal, incluso anónima (pidiéndome que no revele su identidad), sobre todo a través de mensajes personales por la Red. Y es que la comunicación no se ajusta a un modelo lineal de normas de referencia, sino relacional, interpersonal.
He considerado de especial relevancia seguir a algunos autores que se han adelantado en el pensamiento, análisis y reflexión de este tiempo de Red para la Iglesia, como el P. Antonio Spadaro, SJ, con su «Ciberteología». Esta materia se comenzó a impartir en el año académico 2013-2014, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, como curso para la Licenciatura en Teología Fundamental. Se presentó así:
La red y la cultura del ciberespacio ponen nuevos retos a nuestra capacidad de formular y escuchar el lenguaje simbólico que habla de la posibilidad y de los signos de la trascendencia en nuestra vida. Tal vez ha llegado el momento de considerar la eventualidad de una cyberteología entendida como la inteligencia de la fe en el tiempo de la red. Esta sería el fruto de la fe que comunica desde sí un impulso cognoscitivo en un tiempo en el cual la lógica de la red determina la manera de pensar, conocer, comunicar y vivir. El manual citado tiene los siguientes capítulos: «Internet entre teología y tecnología», «El hombre decodificador y el motor de búsqueda de Dios”, «Cuerpo místico y conectivo», «Ética hacker y visión cristiana», «Liturgia, sacramentos y ‘presencia virtual’» y «Los desafíos teológicos de la ‘inteligencia colectiva’» (Mújica, 2013).
Internet es el espacio en el que también está presente la Iglesia una, santa, católica, apostólica y... perseguida, como institución y a través de sus miembros, sacerdotes, religiosos y seglares, algunos de ellos muy capacitados y cualificados en su presencia y misión en la Red. De la mano del Papa y algunos obispos, me sigo preguntando y aprendo de esos «cibermisioneros» cada día, leyendo sus publicaciones en blogs, vídeos, tuits, portales informativos, sitios web, redes sociales, libros y ebooks.
Con todos ellos, quiero animarle a que conozca y participe de la presencia activa y la misión digital de la Iglesia Católica en Internet, dejándose enredar solamente por Cristo.
1.2 Una Iglesia enredada por Cristo
El título de este libro, Enredados por Cristo es el mismo del primer post que escribí en el 2011 para el portal de información religiosa Religión en Libertad, inaugurando con el mismo el blog que edito ahí: Echad vuestras redes.
Dicho enunciado no debe llevarle a una mala interpretación, pues si bien la imagen veterotestamentaria de la red es subrayada como un arma divina, y junto con los cordones y las trampas, se convierte en una imagen del mal que tiende a atrapar a las buenas personas (Ez, 17,20), en las palabras de Jesús, la red se convierte en una imagen salvadora, especialmente en su conexión con la pesca milagrosa de Pedro, y llega a convertirse en el símbolo del Reino de los Cielos: «Arrojados al mar recolectan todo tipo de peces» (Mateo 13,47-50). Luego, a finales del siglo II, la red, llena de peces pequeños, simboliza a la Iglesia, y la encontramos en el rito del Bautismo donde el pescador simboliza al ministro y los peces a los bautizandos. En esta perspectiva, Internet, siendo un recurso ambivalente, puede ser comparable, con una figura metafórica, a una palanca capaz de elevar al individuo a la cima del conocimiento de lo bueno, o de hacer que caiga en los negros agujeros del mal. (Riccieri, 2011:79-80). Está claro que esto dependerá en buena parte de quien o con quien estemos aferrados o «enredados». Puede ser una trama de relaciones saludables, o un auténtica dependencia.
La red es un tema de plena actualidad para la Iglesia Católica. La oficina de Prensa de la Santa Sede, en la presentación del tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2019, expresó:
La metáfora de la red como comunidad solidaria implica la construcción de un “nosotros” basado en la escucha del otro, en el diálogo y, por consiguiente, en el uso responsable del lenguaje. Ya en su primer Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en 2014, el Santo Padre hizo un llamamiento para que Internet fuese “un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas”. La elección del tema del Mensaje de 2019 confirma la atención del Papa Francisco hacia los nuevos ambientes comunicativos y, en especial, hacia las redes sociales, en las que el Pontífice está presente en primera persona a través de la cuenta @Pontifex en Twitter y el perfil @Franciscus en Instagram.
Sabemos que la Iglesia Católica no sólo está presente en Internet, sino que también ha tenido y tiene que ver con su necesidad, sentido, origen y desarrollo. Esto hay que ponerlo delante desde el primer momento. La Iglesia ha realizado y realiza una misión evangelizadora tan maravillosa en la Red, comunicando a Jesucristo, esperanza de todo hombre, que sólo por eso, tiene sentido su presencia allí, y merece la pena que tantos internautas católicos, de modo prudente, dialogante, respetuoso, eficaz y maduro, den testimonio diario de la razón de su fe.
Nos dice el P. Spadaro, uno de los asesores más cercanos al papa Francisco en redes sociales, que
la Iglesia está naturalmente presente allí donde el hombre desarrolla su capacidad de conocimiento y relación: desde siempre ha tenido en el anuncio de un mensaje y en las relaciones de comunión dos pilares fundantes de su ser. Esta es la razón por la cual la red y la Iglesia son dos realidades destinadas ‘desde siempre’ a encontrarse. El desafío, por tanto, no debe ser cómo ‘utilizar’ bien la red, como a menudo se cree, sino cómo ‘vivir’ bien en tiempos de red. En este sentido la red no es un nuevo ‘medio’ de evangelización, sino ante todo un contexto en el que la fe está llamada a expresarse no por una mera voluntad de presencia, sino por una connaturalidad del cristianismo con la vida de los hombres (Spadaro, 2016:34-35.
Y es que, desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha mostrado una especial y clara preferencia por aquellos
lugares que normalmente no son evangelizados; sea porque son difíciles, sea porque parecerían ajenos a la misión de la Iglesia. Y ¿qué sitios, hoy, requieren una audacia particular por parte de la Iglesia para la evangelización? Muchos pueden catalogarse en esta etiqueta. Uno de ellos es… Internet. Sí, Internet. Porque la red ya no es solo un medio para pasar el tiempo, sino que es, como lo llamó Benedicto XVI, un «continente digital» en el que todos habitamos. A Internet vamos para informarnos, pero también para comprar cosas, para buscar trabajo, pareja o para el discernimiento vocacional. Internet es hoy un perno sobre el que gira nuestra sociedad. ¿Y la Iglesia, nosotros, somos indiferentes? (Ruiz, 2017).
En la periferia están aquellos que nosotros mismos situamos fuera de nuestro ambiente ordinario, o apartamos hacia la exclusión, pero en ellos está el Señor Jesús de forma preferencial. Hemos de fijarnos con ayuda del Papa en los pobres que no disfrutan de acceso a la Red, que sufren la llamada brecha digital, y también en los que, dentro de ella, son rechazados y acosados, porque
Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (cf. Flp 2,6-8; Jn 1,14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primerea...