LAS PECULIARIDADES DE LA HISTORIA MEXICANA: MÉXICO COMPARADO CON AMÉRICA LATINA, 1821-1992[1]
Ésta es una pieza ensayística de historia comparativa, no un ejercicio de ocurrencia folclórica. No intenta mostrar los secretos de lo mexicano, la mexicanidad o cualquier otro concepto cuasimetafísico que pueble el campo de la historia cultural mexicana.[2] Tampoco presta mucha atención a aquellos análisis más positivistas que intentan encapsular la cultura (política) mexicana en comparaciones estadísticas.[3] Más bien, ofrece ciertas generalizaciones comparativas acerca de la historia mexicana en el periodo nacional y lo mismo subraya los patrones generales de desarrollo socioeconómico como los factores específicos político-culturales. De este modo —para bien o para mal—, su modelo es Barrington Moore más que, digamos, Octavio Paz o Gabriel Almond. También está inspirado —y toma prestado su título— en el trabajo de E. P. Thompson que, a su vez, ha sido desarrollado por Geoff Eley y David Blackbourn en el contexto alemán, y por Philip Corrigan y Derek Sayer en el inglés.[4] Su propósito es el de ofrecer algunas explicaciones de lo distintivo (así como también de lo común) de la historia de México, comparada con la historia de América Latina en el periodo nacionalista.[5]
Comencemos por el final. En los últimos cincuenta años, México ha experimentado un rápido y conexo crecimiento económico aunado a una también relativa estabilidad política y social.[6] Los logros del “desarrollo estabilizador” de las décadas de 1950 y 1960 son bien conocidos: régimen sólido, rápidas tasas de crecimiento, inflación baja y aumento del ingreso per capita.[7] Si bien la década de 1980 fueron una década de estancamiento inherente, la posición de México dentro de América Latina no se ha deteriorado.[8] Además, los prospectos para un futuro desarrollo —de tipo capitalista, con todo lo que eso conlleva— se perciben mejor ahora que a finales de la mencionada década; tanto más si, como es probable, el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos queda concluido. Hay que comparar todo esto con la experiencia de Brasil, Argentina o Perú. Mientras tanto, de un modo más claro, México ha gozado de relativa estabilidad —“60 años de paz social,” tal como proclamaron las pancartas del PRI en 1989— comparado con el resto de América Latina. Con un característico régimen de partido, que combina el autoritarismo con una relativa libertad de expresión, México ha evitado los extremos del autoritarismo burocrático y el gobierno pretoriano;[9] su guerra sucia fue una pequeña escaramuza comparada con las barbaridades de las versiones del Cono Sur; no se ha visto comprometido en un etnocidio sistemático, como en Guatemala;[10] y no enfrenta insurrecciones rurales sostenidas, como las de Sendero Luminoso en Perú o las del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador.[11] En resumen, su gobierno, pese a serios problemas económicos y a desafíos políticos, ha conservado una medida de control y, por lo menos de manera parcial, está basada en una legitimidad que envidiaría la mayoría de los países latinoamericanos. El ejército ha permanecido acuartelado (a pesar de algunos sustos, como en 1976)[12] y las sucesiones presidenciales se han realizado con tranquilidad. Esto no desestima el impacto de la elección presidencial de 1988, las recurrentes confrontaciones electorales y la “alquimia”, los pujantes “nuevos movimientos sociales” y mucha palabrería sobre la deslegitimación del sistema entero.[13] Podría decirse que el sistema nunca fue legítimo por completo y que los “nuevos” movimientos sociales, aunque sin duda numerosos e importantes, no pueden serlo tanto como a menudo se supone.[14] De este modo, lo que atestiguamos en el México contemporáneo quizá no sea tanto una caída de gracia histórica y sí una fase particular en un ciclo prolongado de cambio social y político. Esto no es Lucifer expulsado del cielo, sino otro giro en un largo cuento histórico, que ha tenido su justa participación de vicisitudes en el pasado, mismas a las que el régimen ha sobrevivido. Cualquier comprensión del México contemporáneo requiere, por lo tanto, de un entendimiento del pasado y de la contextualización de ese pasado dentro de un marco comparativo más amplio. La historia tal vez no conceda lecciones fáciles; pero sí puede proporcionar moralejas o antídotos a entusiasmos “inmediatistas”.[15] La democratización, por ejemplo, tal vez sea la última moda desde Sofía hasta Santiago, pero incluso si tales tendencias globales son evidentes, significan diferentes cosas en diferentes lugares y, en algunos, tal vez, digan muy poco.
El récord reciente de México resulta todavía más extraordinario si se tiene en cuenta las dos generaciones posteriores a la Independencia (1821-1876). Entonces México era el enfermo de Hispanoamérica, una víctima de la inestabilidad febril, de anemia perniciosa financiera y de una amputación mayor. Entre 1821 y 1871, México fue gobernado y desgobernado por cerca de 45 administraciones. Los gastos del gobierno sobrepasaron a los ingresos, el crédito se atrofió y las deudas se acumularon y volvieron vulnerable al gobierno frente a los agiotistas nacionales y a los cañoneros extranjeros.[16] Incapaz de imponer su autoridad en las provincias lejanas, el gobierno perdió Texas a favor de los texanos, mitad de su territorio pasó a manos de Estados Unidos y por poco los mayas se quedan con Yucatán. La inestabilidad obstaculizaba el comercio y la industria; México carecía de comunicaciones adecuadas (la primera concesión ferrocarrilera importante, una línea que conectaba la Ciudad de México y Veracruz, se firmó en 1837, pero no se concluyó sino hasta 1873)[17] y los empresarios tuvieron que tener en cuenta una política económica en extremo politizada, en la que los contactos y el clientelismo inhibían la búsqueda “racional” de la utilidad.[18] En comparación con las otras naciones latinoamericanas, sin mencionar a Estados Unidos, México experimentó un lento desarrollo.[19] Un factor clave, de manera obvia, fue la falta de una exportación dinámica y estable, comparable a la del café brasileño, la lana argentina, incluso el guano de Perú o el cacao ecuatoriano. En términos políticos, también, la estabilidad de Brasil bajo el imperio y de Chile bajo el gobierno de Portales son comparaciones favorables frente al “maratón de violencia” en México.[20] No es de sorprender que los ideólogos mexicanos comenzaran a buscar con añoranza la estabilidad y el progreso del Cono Sur, en especial los de la oligárquica Argentina.[21]
Bajo Porfirio Díaz (1876-1911), parecía que las esperanzas de aquellos pensadores se habían cumplido. El círculo vicioso de la inestabilidad política y del estancamiento económico en México dio lugar a un círculo virtuoso de “orden y progreso”. Ahora, el país experimentaba una fase de un relativo gobierno oligárquico, durante el cual se estableció una infraestructura, hubo un auge en las exportaciones y la economía creció y se diversificó (incluso en las industrias nacientes).[22] Las ciudades se desarrollaron y adquirieron nuevos servicios, floreció la clase media, nació una clase trabajadora industrial y, con ella, la conciencia del surgimiento de la “cuestión social”.[23] Nada de esto era exclusivo, desde luego. En términos generales, el porfiriato estableció un paralelismo con los regímenes latinoamericanos que de manera genérica habían sido denominados oligárquicos; sus premisas fueron el desarrollo hacia afuera, la inversión extranjera, una fuerte clase terrateniente y una limitada participación política; de manera aproximada embonó en el modelo de Barrington Moore de una “revolución desde arriba”.[24] En términos de participación política y de formación de partidos, no obstante, el porfiriato demostró ser más restrictivo que muchos regímenes oligárquicos: el México porfiriano se parecía, por así decir, a Venezuela o a Ecuador más que a Argentina, Chile o incluso Brasil (si bien don Porfirio fue un tirano menos egregio que Juan Vicente Gómez o Gabriel García Moreno).[25] En buena medida, se carecía de la “contienda liberal temprana”, la cual Dahl advierte como un prerrequisito vital d...
