Historia de la Revolución Mexicana. 1928-1934
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Historia de la Revolución Mexicana. 1928-1934

Volumen 5

Lorenzo Meyer, Rafael Segovia, Alejandra Lajous

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Historia de la Revolución Mexicana. 1928-1934

Volumen 5

Lorenzo Meyer, Rafael Segovia, Alejandra Lajous

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En la década de los cincuenta del siglo pasado Daniel Cosío Villegas integró a un grupo de historiadores para elaborar la Historia moderna de México, finalmente publicada en diez gruesos volúmenes, resultado de diez años de investigación. Esta obra abarca desde la República Restaurada hasta el Porfiriato. El Colegio de México, fiel al compromiso de Cosío Villegas, decidió concluir los trabajos para ofrecer una historia integra de la primera mitad del siglo pasado. Así, lo que el lector tiene en sus manos, ahora en ocho volúmenes, es, finalmente, la conclusión del proyecto y el pago de aquella deuda con nuestra historia.

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Información

Año
2021
ISBN
9786075642703
Categoría
Historia

SEGUNDA PARTE
EL CONFLICTO SOCIAL
Y LOS GOBIERNOS DEL MAXIMATO

Lorenzo Meyer

INTRODUCCIÓN

EN LA PARTE ANTERIOR SE INTENTARON DELINEAR A GRANDES RASGOS los principales procesos políticos que tuvieron lugar entre 1928 y 1934, pero los procesos locales, los problemas económicos y las estructuras sociales apenas quedaron esbozados, o no aparecieron decididamente. El objetivo ahora es precisamente abordar algunos de estos temas para dar una idea más justa de lo que fue el maximato. Una vez más, las monografías existentes resultaron insuficientes, sobre todo por lo que se refiere al estudio de los aspectos económicos, donde el papel del especialista resulta crucial. Por lo tanto, y como ya se había advertido anteriormente, algunas de las conclusiones deben ser tomadas como hipótesis que pueden servir de punto de partida para el trabajo monográfico del especialista.
En la literatura reciente dedicada a examinar los procesos latinoamericanos contemporáneos, la gran crisis económica que se inicia en 1929 es vista como el punto de partida para explicar el surgimiento de los regímenes populistas así como de los procesos de industrialización basados en la sustitución de importaciones. En algunos casos se tiende a dar por supuesto que lo que ocurrió en el cono sur también ocurrió en México. Sin embargo, al adentrarnos en los procesos económicos y sociales mexicanos, los efectos de la gran depresión parecieron menos determinantes de lo que se había supuesto. Obviamente, la crisis mundial constituye un elemento muy importante y que no puede ser dejado fuera de ningún análisis del México de los años treinta, pero su peso específico debe calcularse con mucho cuidado; el hecho de que la mayoría de la población del país viviera de la agricultura tradicional permitió que México saliera mejor librado que otros países de la región. Ciertamente, las raíces del proceso de industrialización de México no parecen haber crecido mucho entre 1928 y 1934.
El movimiento obrero pasó en esos años por una de sus crisis. El debilitamiento de la gran central obrera, la CROM, y el surgimiento de otra organización rival, la CGOCM, debe entenderse dentro de una perspectiva que tome en cuenta tanto los efectos de la recesión económica como la influencia de las divisiones y alianzas dentro del grupo gobernante sobre las direcciones sindicales. Las luchas obreras durante el maximato fueron a la vez resultado tanto de las reivindicaciones económicas como de la búsqueda de posiciones de las organizaciones de los trabajadores frente al gobierno, sobre todo al debatirse la sucesión presidencial de 1934. Por eso justamente en ese momento, y no cuando los efectos de la crisis mundial se dejan sentir con toda su fuerza, la agitación obrera alcanza su punto más alto.
En el campo, la hacienda aún dominaba la vida de la mayoría de sus habitantes, y el gran debate se centró en torno al futuro y naturaleza de la reforma agraria. El Jefe Máximo y la mayoría de quienes le rodeaban, deseaban dar por terminado, y cuanto antes, el proceso de transformación del sistema de tenencia de la tierra por medio de la expropiación de propiedades privadas. A sus ojos, el ejido no era más que una forma transitoria destinada a preparar al antiguo jornalero para cumplir con los requisitos de una agricultura moderna basada en la mediana propiedad privada. Sin embargo, y pese a los esfuerzos de Calles, los grupos que insistían en llevar la reforma agraria hasta sus últimas consecuencias no pudieron ser eliminados. Por ello, al concluir la administración del general Abelardo Rodríguez, las opciones para el desarrollo rural seguían abiertas y el debate continuaba. El impulso de quienes deseaban acabar con la hacienda no provino exclusivamente de los campesinos sin tierra, sino también de muchos líderes —en su mayoría locales— deseosos de reforzar sus posiciones frente al poder central mediante la organización y movilización de un campesinado aún disperso. En estas circunstancias, el alambique político permitía convertir las pérdidas de la hacienda en las ganancias no sólo del campesino, sino de quien le organizaba.
El estudio de los grandes procesos históricos tiende a que el observador concentre su atención en las alturas del poder, y por ello existe el peligro de olvidar que la vida local no siempre corre al parejo de la nacional. Ante la imposibilidad material de hacer un análisis de las microhistorias locales, hubo la necesidad de elegir sólo unas cuantas regiones: los estados de Veracruz, San Luis Potosí y Chihuahua. La decisión no fue enteramente arbitraria. Los dos primeros ofrecían la oportunidad de analizar situaciones en que existía una maquinaria política y unas organizaciones locales fuertes, en tanto que el tercero presentaba la situación opuesta. Además, mientras en San Luis Potosí se buscaba en buena medida contemporizar con las exigencias del poder central, en Veracruz se pretendió nada menos que imponerle condiciones. Este análisis de contrapunto pretende dar al lector una idea de la complejidad de los fenómenos locales y de la manera en que los procesos históricos generales afectaron la vida del individuo común y corriente.
Finalmente y para concluir, el autor desea hacer patente su agradecimiento a Beatriz Rojas, quien tuvo a su cargo buena parte de la investigación hemerográfica, y la redacción inicial de los subcapítulos quinto del capítulo III y segundo y cuarto del capítulo IV, a los que dedicó tiempo, acuciosidad e inteligencia; a Marcela Garciadiego y Romana Falcón por su colaboración esforzada en la exploración de los problemas obreros y campesinos, respectivamente, y a Eugenio Rovzar por haber recopilado parte del material económico.
L.M.

I LA ECONOMÍA. LA CRISIS Y SUS CONSECUENCIAS

1. EL PANORAMA GENERAL

EN TÉRMINOS GENERALES, LA DÉCADA DE 1920 fue un periodo de prosperidad mundial, aunque hubo excepciones, como las de la Unión Soviética y Alemania, países que continuaron resintiendo los efectos negativos de la revolución y la primera guerra mundial. Estados Unidos se había convertido ya en el centro de la economía mundial desplazando a Gran Bretaña, y su economía mostraba una notable pujanza y vitalidad. Un buen número de economías periféricas disfrutaron entonces de los efectos propios del aumento de sus exportaciones y del ingreso de capitales externos que buscaban impulsarlas; casos típicos en América Latina fueron Brasil y Argentina.
México también resintió los efectos positivos de la ola de expansión económica, pero en menor medida que otros países del hemisferio por varias razones; es verdad que la minería aumentó su producción e incluso atrajo nuevas inversiones, pero no muy grandes, y que las exportaciones de petróleo fueron importantes hasta 1922, pero declinaron rápidamente. La suspensión de los pagos de la deuda externa que se prolongaba desde 1914, impedía que el gobierno mexicano pudiera obtener empréstitos en Norteamérica o en Europa. El retorno de una relativa estabilidad política a partir de 1920 y la normalización de las relaciones con Estados Unidos a partir de 1923 —que sufrieron un deterioro temporal entre 1926 y 1927— permitieron que a fines de los años veinte la producción en ciertas ramas de la economía volvieran a alcanzar los niveles anteriores a la revolución y, en algunos casos, los superaran. En el momento que todo apuntaba hacia una etapa de crecimiento, un cambio brusco en las condiciones del mercado mundial —la gran depresión de 1929— vino a nublar tan promisorias perspectivas.
De acuerdo con las cifras disponibles —las cuales, dadas las condiciones de la época, no pueden tomarse como un fiel reflejo de la realidad— el nivel de vida del mexicano promedio en 1932 —cuando la crisis golpeó el país con toda su fuerza— volvió a ser el de 1910,1 paso atrás menos dramático de lo que podría suponerse, puesto que entre 1910 y 1929 las condiciones políticas apenas habían permitido un modesto avance en el mejoramiento de las condiciones de vida materiales del pueblo mexicano. El propio atraso de la economía del país en relación con las de los países centrales le permitió absorber los efectos de la depresión con menos problemas que a otros. Como la economía de subsistencia dentro de la que vivía buena parte de la población rural mexicana nunca se había beneficiado notablemente de los buenos tiempos, tampoco se vio muy afectada por los malos. Numerosos desempleados en los sectores de exportación —no hay cifras precisas— pudieron ser absorbidos de nuevo por esta economía campesina.2 Si 1931 y 1932 fueron años difíciles para muchos mexicanos, ello podría atribuirse quizá tanto a la catástrofe de la economía mundial como a la sequía que padeció el país en 1929-1930 y a las inundaciones de 1932 en la costa del Pacífico. Tampoco se debe olvidar, en fin, que la crisis de la producción petrolera, acaecida a partir de 1923 y que se acentuó desde 1926, había disminuido un tanto la dependencia de la economía del sector externo, con lo cual se amortiguó el golpe en el momento en que se resintieron los efectos de la depresión.
Si el producto interno bruto (PIB) se considera un indicador aceptable de la realidad económica de la época, resulta que sólo disminuyó 16% entre 1929 y 1932 a pesar de que se registró un descenso de 50% en la producción minera, otro tanto en las importaciones y las exportaciones, y de que se redujo casi un tercio incluso la actividad manufacturera. Esto se explica en gran medida por el hecho de que las actividades agropecuarias tampoco descendieron mucho, aunque no crecieron. Y era justamente de esas actividades de las que la mayoría de los mexicanos derivaban su subsistencia. En un gran número de países la gran depresión trajo consigo cambios sociales y disturbios políticos de magnitud pues las bolsas de valores de Chicago y Búfalo cerraron; se iniciaba el “gran crac”. Miles de órdenes de venta de acciones no encontraron comprador; el pánico se apoderó del mundo financiero norteamericano y rápidamente se extendió al otro lado del Atlántico. Al cierre de las bolsas seguiría la quiebra de bancos —en 1931 cerraron 2 294 en Estados Unidos— y, obviamente, la baja en los índices de producción. El desolador panorama alcanzó su clímax en 1932. A pesar de los denodados esfuerzos que hizo el gobierno norteamericano para reactivar la actividad económica por medio del gasto y de reducciones fiscales, el valor de la producción de bienes y servicios en Estados Unidos no consiguió recuperar los niveles anteriores a la crisis hasta 1941.
Para el ciudadano común y corriente de los países industrializados el cierre de las bolsas, e incluso de los bancos, no era algo que le afectara directamente; resintió los efectos de la crisis por el desempleo y el hambre. En 1933 había en Estados Unidos 13 000 000 de personas sin trabajo ¡la cuarta parte de la fuerza laboral! Sin embargo, los peores golpes se les reservaban a los europeos. En 1932, la producción industrial de Europa apenas representaba 72% de la de 1929. En Alemania la situación era catastrófica, con 40% de las personas ocupadas en 1929 cesantes. Pero la recuperación europea fue más rápida que la norteamericana y para 1936 se volvieron a alcanzar los niveles de producción anteriores a la crisis.
Tan tremenda conmoción de los cimientos de la economía capitalista tuvo que sacudir seriamente las estructuras sociales y políticas de los países centrales. En 1931, en Estados Unidos se dieron casos de saqueos de tiendas de comestibles al mismo tiempo que ciertos agricultores destruían sus productos en un intento de evitar la caída de sus precios. Para los poderosos de aquel país nada bueno presagiaban acontecimientos como el de la marcha sobre Washington en la primavera de 1932, cuando 15 000 antiguos combatientes desempleados se concentraban en la capital para exigir la redención de los bonos con que se les habían recompensado sus sacrificios en el frente europeo durante la primera guerra mundial. Las cargas de la policía y el ejército, e incluso la utilización de vehículos blindados para desalojarlos de las inmediaciones del Congreso estremecieron al mundo. Las estructuras políticas liberales estaban siendo sometidas a su prueba más dura. El Partido Demócrata, con Franklin D. Roosevelt a la cabeza, reemplazó en 1933 a los desconcertados republicanos. Es entonces cuando el nuevo líder decide que la única solución es aumentar el control del Estado sobre la economía de mercado, el llamado “nuevo trato”. El “Estado fuerte” propuesto entonces por Roosevelt se vio desecha...

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