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El poder visto desde dentro

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El poder visto desde dentro

Descripción del libro

La obra que revela, de manera certera y veraz, la cara más desconocida del líder de la nueva Rusia.«Hubert Seipel ha tenido acceso a Vladimir Putin como ningún otro periodista occidental.» Der Spiegel¿Cómo pasó Vladimir Putin de ser un simple oficial de la KGB en la República Democrática Alemana a convertirse en la figura más poderosa de la nueva Rusia, que se aleja cada vez más de los occidentales? Hubert Seipel fue el único periodista occidental que logró acompañar a Putin durante el último lustro. Sin demonizar al personaje, pero con una distancia crítica inexcusable, dibuja el retrato más certero del jerarca ruso escrito hasta la fecha. Pero va mucho más allá y traza un revelador recorrido por los hitos más señalados de la geopolítica internacional en los últimos años: el avión de las líneas aéreas malasias derribado sobre territorio ucraniano; la guerra en Chechenia y la ofensiva contra los oligarcas; la tragedia del submarino Kurks; la revuelta en Kiev y la respuesta de Putin en Crimea; y, desde luego, el candente conflicto de Siria y la actuación del agente fugitivo Snowden, que pusieron en vilo las relaciones entre Moscú y Washington.«Un libro alejado de cualquier tipo de cliché.¡Una lectura obligada!» Morgenpost am Sonntag«Un retrato del presidente ruso que incluye todos sus planteamientos políticos y humanos. Sin ningún prejuicio.» Die PresseLa presente obra de Hubert Seipel permite una profunda comprensión de los motivos e ideas de Vladímir Vladimirovich Putin, el verdadero hombre que se esconde detrás del perfil de trazo grueso que divulgan los medios de todo el mundo.

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Información

ISBN del libro electrónico
9788417418120
1. EL SOSPECHOSO HABITUAL
Quién derribó el avión de pasajeros MH17
El monótono zumbido del avión presidencial, un Iliushin II-96, ha amodorrado a la mayoría de los pasajeros. El vuelo de Rio de Janeiro a Moscú dura más de doce horas. En los días anteriores, la comitiva realizó el habitual tour de force que significa una visita de Estado de seis días a cuatro países. Pero, aquel 17 de julio de 2014, Vladímir Vladimiróvich Putin se siente, en líneas generales, satisfecho de su estancia en América del Sur. La acogida en Cuba, Nicaragua, Argentina y Brasil fue realmente cálida, y la comitiva trae bajo el brazo un puñado de contratos para la cooperación futura en los ámbitos de la energía y el armamento. También ha estado a la altura de las expectativas el encuentro de los países BRICS denominación de la alianza económica que une a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que este año se ha celebrado en Brasil con ocasión del Mundial de Fútbol. El presidente ruso ha estado dos años preparándose, junto con el jefe de Estado chino Xi Jinping, la anfitriona brasileña Dilma Rousseff, el primer ministro indio Narendra Modi y el presidente sudafricano Jacob Zuma para hacer realidad el plan de creación de dos bancos. Todos han firmado el acuerdo y han aportado 100 000 millones de dólares como capital inicial. El objetivo de los BRICS con esta operación es poder hacer frente en el futuro al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. En estas instituciones llevan la voz cantante los Estados industriales como EE. UU. y la UE. Para los representantes de estas naciones, con un total de 3000 millones de habitantes nada menos que el 40 % de la población mundial, el modelo financiero angloamericano resulta poco menos que insoportable. Con la fundación de los nuevos bancos aspiran a obtener un mayor margen de acción político. En pocas palabras, para Vladímir Putin todo ha salido a la perfección, si se exceptúa la entrevista tête-à-tête con la canciller alemana en Rio de Janeiro. La conversación con Angela Merkel el 13 de julio, en el palco del estadio de Maracaná, antes de la final del Mundial de Fútbol, no ha sido muy fructífera. El breve encuentro no ha contribuido a mejorar las tensas relaciones ruso-alemanas, marcadas por la crisis de Ucrania. Previamente, la canciller Merkel y Putin habían pactado la reanudación de las conversaciones entre los separatistas prorrusos y el Gobierno ucraniano. Angela Merkel se ha comprometido a hablar de ello con el presidente ucraniano. Y le asegura a Putin que ya lo ha hecho en repetidas ocasiones. Pero no ha habido grandes cambios. El conflicto está estancado. Hasta ahora, todos los acuerdos trazados por los ministros de exteriores de Alemania, Francia, Ucrania y Rusia con el propósito de aliviar la situación han fracasado en menos de 48 horas. Pero al menos la final ha sido entretenida. Los alemanes no derrotaron a los argentinos hasta la prórroga. Y ahora solo faltan 40 minutos para aterrizar en Moscú. El portavoz de Putin Dmitri Péskov trae la documentación para las próximas actividades programadas. Nada especial, rutina. Excepto la conversación telefónica con el presidente estadounidense después del aterrizaje. Está acordada desde hace tiempo. No es que Vladímir Putin espere gran cosa de una entrevista con Barack Obama. La mutua antipatía ha ido creciendo con los años. A Putin le irrita la postura de superioridad moral que el presidente estadounidense adopta públicamente sobre todo lo relacionado con Rusia. Por ejemplo, en su último desaire, cuando se refirió a Rusia como potencia regional y caracterizó al presidente ruso como un alumno atrasado sentado en el último pupitre.1 Hasta ahora, Vladímir Putin ha preferido prescindir de los ataques personales. En cambio, ataca sin cesar las ambiciones de EE. UU. de convertirse en la única superpotencia. Las declaraciones públicas de Washington antes de la reelección de Putin en 2012, en el sentido de que Obama prefería al presidente saliente Medvédev antes que volver a ver a Putin en la presidencia, tampoco contribuyeron a convertir el anunciado reset de las relaciones ruso-americanas en una atmósfera de trabajo relajada. Desde el cambio de régimen en Kiev, el clima se ha vuelto glacial y todo apunta a una nueva edad del hielo en las relaciones Este-Oeste. Putin se imagina perfectamente el contenido de la conversación telefónica. Su asesor en política exterior Yuri Ushákov ya lo ha puesto al corriente acerca de las nuevas medidas punitivas diseñadas por Washington. Los EE. UU. pretenden cortar el acceso de los grandes bancos rusos como Gazprombank o VEB al mercado financiero internacional. El avión presidencial ruso no es la única nave que atraviesa el espacio aéreo de Europa oriental a unos 11 000 metros de altura. A pesar de los intensos combates en el Este de Ucrania, la ruta sigue abierta. Muchas líneas aéreas siguen utilizando la misma ruta de siempre hacia Extremo Oriente para evitar costosos rodeos. Pocos minutos después, el puesto de control aéreo ucraniano de Dnipropétrovsk se pondrá en contacto con sus colegas rusos de Róstov. Dnipro Control no encuentra en la pantalla del radar el avión de pasajeros MH17. El vuelo regular de Malaysia Air, con 298 personas a bordo en ruta desde Ámsterdam a Kuala Lumpur, no responde a las llamadas. El último contacto fue hace dos minutos. El lacónico diálogo entre los controladores aéreos ucranianos y rusos a las 16:22, hora local, documenta sobriamente la crisis más grave entre Este y Oeste desde el final de la Guerra Fría.2
Control aéreo Dnipro a Róstov: «Róstov, ¿veis el Malaysian en el radar?» Control aéreo Róstov a Dnipro: «No, parece como si se hubiera desintegrado». Dnipro a Róstov: «No responde a nuestras llamadas. Les hemos enviado una solicitud de cambio de rumbo, la han confirmado y…» Róstov a Dnipro: «Y nada más, ¿no?» Dnipro a Róstov: «Exacto, han desaparecido. ¿Vosotros veis algo?» Róstov a Dnipro: «No, no vemos nada».
La caída del avión MH17 es la primera información que el jefe del Air Traffic Control ruso notifica a Vladímir Putin nada más aterrizar en Vnukovo, el aeropuerto más antiguo de Moscú. La zona cerrada al público Vnukovo 3 está reservada para aviones gubernamentales. Justo a continuación, el jefe del Kremlin se pone al aparato. La conversación con Barack Obama transcurre como estaba previsto. El presidente americano argumenta que las nuevas medidas son la respuesta a las entregas de armas por parte de Rusia a los rebeldes de Ucrania oriental. A partir de ese momento, cuatro grandes bancos rusos dejarán de tener acceso a créditos a largo plazo en el mercado financiero internacional, y otras empresas se verán privadas también de hacer negocios en Occidente. La réplica de Vladímir Putin tampoco constituye una novedad. Este tipo de sanciones acabarán perjudicando a EE. UU. y a largo plazo no harán más que dañar los intereses nacionales estadounidenses. A continuación, Putin informa a Obama acerca de la caída del avión de pasajeros malasio, de la que el presidente americano, aparentemente, no tenía todavía noticia. Pero ninguno de los dos profundiza en el asunto. Enseguida volvieron a hablar sobre las sanciones, recordaba Putin cuando, poco tiempo más tarde, repasamos los trágicos sucesos de aquel día. Al cabo de poco, Dan Pfeiffer, asesor de Obama, comunica al presidente, que se desplaza hacia la base aérea de Andrews, las últimas novedades que el presidente ucraniano Petró Poroshenko difunde mundialmente por todos los canales en tono acusatorio. Según él, el responsable del derribo ha sido un cohete ruso. En cuestión de minutos, las noticias se atropellan. Washington activa el estado de alarma. En la Casa Blanca, los asesores empiezan a redactar textos para la batalla mediática de los próximos días. Josh Earnest, el portavoz de Obama, coordina la campaña y mantiene informado en todo momento al presidente. El vicepresidente Joe Biden habla por teléfono con el presidente ucraniano Poroshenko, que le describe el estado actual de las averiguaciones practicadas por Kiev. También la maquinaria del Kremlin funciona a todo gas. Dmitri Péskov ojea una vez más la declaración que han redactado sus compañeros de la administración presidencial de la Plaza Vieja, justo enfrente de la Plaza Roja, antes de que el presidente ruso hable ante las cámaras de televisión desde la dacha presidencial de Novo-Ogáriovo, en las afueras de Moscú, poco antes de medianoche.3 Tras un breve mensaje de condolencia y un minuto de silencio, Vladímir Putin promete hacer todo lo que esté en su mano para aclarar los detalles de la tragedia. Sin embargo, deja claro ya cuál es para él la verdadera causa última del desastre. Nada habría sucedido, afirma, «si no existiera el conflicto armado de Ucrania oriental. Y, por supuesto, la responsabilidad de esta horrible tragedia corresponde al Estado en cuyo territorio se ha producido».
La respuesta de Washington no se hace esperar. Al cabo de unas horas, Barack Obama declara desde la Casa Blanca: «Las pruebas demuestran que el avión ha sido abatido con un proyectil tierra-aire procedente de la zona controlada por los separatistas apoyados por Moscú». La violencia de la explosión fue tal que los restos del Boeing 777-200ER quedaron esparcidos en un radio de 35 kilómetros cuadrados en las proximidades de la ciudad de Tores, en Ucrania oriental. Las primeras imágenes muestran restos humeantes del fuselaje, cadáveres mutilados y combatientes barbudos armados. Una imagen da la vuelta al mundo. En ella, un miliciano prorruso sostiene en el aire, supuestamente como un trofeo, el peluche de una víctima infantil del siniestro. Este gesto saltará a las portadas como prueba aparente de la falta de escrúpulos de los separatistas. Pero en realidad es un fotograma de una escena de vídeo relativamente larga que demuestra justo lo contrario. Después de mostrar el animal de peluche a la prensa, lo deja cuidadosamente en el suelo y se santigua.4 Presentar un fragmento de este tipo como si fuera la historia completa es algo sintomático del conflicto de Ucrania. Desde el inicio de las hostilidades, hay un empeño por mostrar el punto de vista propio como el único correcto, dejando de lado la historia, los acontecimientos y los distintos intereses. Tanto el ejército ucraniano como los separatistas prorrusos disponían en las proximidades del lugar de la catástrofe de misiles antiaéreos Buk-M1 fabricados en Rusia, capaces de abatir aviones como el MH17 a gran altura. Para el fiscal holandés Fred Westerbeke, la hipótesis de trabajo más plausible hasta ahora también es que fue un proyectil tierra-aire de este tipo el que borró en un instante las vidas de 298 personas inocentes en esta frecuentada ruta aérea entre Oriente y Occidente. Westerbeke lidera un equipo internacional que investiga la tragedia y que evalúa también la sugerencia rusa de que fue un avión de combate ucraniano el que derribó la nave malasia. Westerbeke sabe que los resultados de su trabajo pueden tener consecuencias.5 Él y su equipo necesitarán todavía varios meses para estudiar los miles de fotos, vídeos y testimonios de que disponen. Un año después de la catástrofe, EE. UU. aún no ha publicado las imágenes de sus satélites espaciales que podrían ayudar a identificar definitivamente a los responsables del derribo. Y, una vez más, la culpabilidad del hecho se le atribuye a ese hombre que da pábulo a las más desquiciadas fantasías desde hace años: Vladímir Vladimiróvich Putin, nacido en 1952 y presidente de Rusia por tercera vez. «¡Parad a Putin de una vez!», tituló Der Spiegel tras el desastre, casi sugiriendo que el inquilino del Kremlin lanzó el cohete con sus propias manos. «Aquí, en el páramo de Ucrania oriental, se ha mostrado el verdadero rostro de Putin. El presidente ruso ha quedado
desenmascarado a los ojos de todos: ya no es un hombre de Estado, sino un paria de la comunidad internacional».6 Un título profundamente equivocado, admitió el actual redactor jefe de la revista Klaus Brinkbäumer haciendo autocrítica meses después. «Culpa de Rusia», comentó el Süddeutsche Zeitung sin el menor asomo de duda hasta hoy.7 «Hay que mostrar firmeza», comentó el FAZ, reclamando más recursos para las fuerzas armadas. «Occidente debe reforzar y hacer visible su capacidad defensiva en el ámbito económico, político y militar».8 Un día más tarde, Gabor Steingart, editor del Handelsblatt, afirma: «Estas frases se leen como decretos de movilización intelectual».9
2. ORIGEN Y ACCIÓN
Cómo el pasado condiciona la relación entre Putin y Merkel
En la Plaza Roja, delante del Kremlin, reina un ambiente relajado, a pesar de que esta mañana del 9 de mayo de 2015 tiene lugar el mayor desfile militar celebrado en Rusia desde la posguerra. El cielo está de un azul radiante, y el mausoleo de Lenin, construido en granito rojo, está recubierto también por mamparas azules. La manifestación de recuerdo histórico y poder militar actual, que se inicia a las 10:00 en punto, nada más sonar la campana de la Torre del Salvador, está coreografiada hasta el último detalle. 16 000 soldados, carros de combate y misiles desfilan frente a veteranos cargados de medallas e invitados de honor, antes de que los más modernos aviones de la fuerza aérea dibujen en el cielo los colores nacionales de la Federación Rusa, como manda la tradición.
Pero en la tribuna de honor los rostros no son los mismos que en años anteriores. Los países occidentales se han negado a participar en las celebraciones del LXX aniversario de la victoria sobre la Alemania de Hitler debido a la disputa en torno a Ucrania. A cambio, Vladímir Putin ha invitado a nuevos amigos a presenciar el espectáculo. Junto a él se encuentran el jefe de Estado chino Xi Jinping y el presidente indio Pranab Mukherjee, además de los presidentes de varias antiguas repúblicas soviéticas y los de Egipto y Su-dáfrica. También se encuentra allí el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
El tono con el que el presidente ruso inicia el discurso inaugural es moderado. Celebra la «grandiosa victoria» del Ejército Rojo en 1945 y recuerda que la Unión Soviética fue el país con el mayor número de víctimas de la Segunda Guerra Mundial: 27 millones de muertos. Putin no olvida mencionar a los aliados presentes en la ceremonia, y también tiene unas palabras para los antiguos aliados: «Estamos agradecidos a los pueblos de Inglaterra, Francia y EE. UU. por su contribución a la victoria. Y también tenemos una deuda de gratitud con los antifascistas de numerosos países que lucharon generosamente en la clandestinidad, incluso en Alemania».1
No pronuncia los nombres de Lenin ni del jefe militar supremo de aquella época, Iósif Stalin. La dosis homeopática de revisión de esa historia corre a cargo ese día de un periodista de la televisión rusa que, durante la retransmisión en directo, comenta que no hay que olvidar que el nombre de Iósif Stalin es inseparable del Gulag, los campos de trabajos forzados. Además, el patriotismo, añade, no es el amor al poder, sino el «amor a la patria».
A continuación, Vladímir Putin participa en una marcha por Moscú con varios cientos de miles de personas, muchas de ellas con imágenes de sus padres o abuelos, afectados por la «Gran guerra patria». Él también lleva la foto de su padre. Lo que les ocupa es su identidad y la interpretación de su historia, con o sin Occidente. El ambiente es relajado. A la mayoría le preocupa poco la anexión de Crimea. Es cierto que la situación política internacional ya no permite celebrar conjuntamente la victoria sobre la Alemania nazi a pesar de todas las diferencias, pero eso no parece quitarle el sueño a nadie.
El estallido se produce al día siguiente. Angela Merkel, acompañada por el presidente ruso, deposita una corona de flores floral ante la tumba del soldado desconocido, junto a la muralla del Kremlin. La ceremonia funeraria está pensada como compensación política por la renuncia a tomar parte en el desfile de la victoria a causa de la anexión de Crimea. Al principio todo va como estaba previsto. Música militar y niños que quieren hacerse una foto con la canciller y el presidente. Pero la visita, concebida como puesta en escena y símbolo de la buena voluntad alemana en tiempos difíciles, y para mostrar disposición al diálogo, descarrila horas más tarde durante la conferencia de prensa común, que se emite en directo por televisión. El lenguaje corporal de la canciller denota una actitud de absoluta distancia hacia el interlocutor. La misma Angela Merkel que acaba de realizar una ofrenda floral mira ahora a las cámaras con su habitual gesto compungido y, después de la ofrenda floral, manifiesta verbalmente su repudio a los actos de su anfitrión.
«La anexión de Crimea, un acto criminal y contrario al derecho internacional, y el conflicto militar en Ucrania oriental, han asestado un golpe muy duro a la cooperación». La palabra «crimen» solo aparece una vez más en las declaraciones de la canciller en Moscú, pero en otro contexto: al referirse al «crimen del Holocausto». Vladímir Putin toma nota de esa equiparación, realizada además en una jornada de fiesta nacional. No hace comentario alguno sobre esa andanada, escasamente diplomática. La situación es difícil. Pero no olvidó en absoluto semejante comparación, realizada precisamente en un día como aquel.2
Aquello le dolió, por más que, como siempre suele hacer, intentara racionalizarlo y quitar importancia al escándalo, calificándolo de mera fórmula política sin nada extraordinario. «Era la única jefa de Gobierno del G7 que se encontraba en Moscú. Y, lógicamente, todo lo que tiene que ver con la guerra despierta emociones personales y políticas», resumió con mesura un mes más tarde en nuestra conversación en torno a la nueva etapa de las relaciones ruso-alemanas. En aquella situación, continuó, Merkel tenía que hacer un gesto favorable a Ucrania, pero aquello no pasaba de ser un mensaje perfectamente calculado de una profesional de la política, algo con lo que siempre hay que contar, y por supuesto él no coincidía con aquella valoración. De ser...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. 1. EL SOSPECHOSO HABITUAL
  3. 2. ORIGEN Y ACCIÓN
  4. 3. O NUEVAS REGLAS O NINGUNA REGLA
  5. 4. DEBE Y HABER: BALANCE PROVISIONAL
  6. 5. DESEO Y REALIDAD
  7. 6. EL PODER Y SU PRECIO O IGLESIA Y ESTADO
  8. 7. GOD’S OWN COUNTRY A LA RUSA O EN BUSCA DE LA IDENTIDAD
  9. 8. ¿ESPÍAS O AGENTES DE LA SOCIEDAD CIVIL?
  10. 9. LA MORAL COMO ARMA POLÍTICA
  11. 10. LA CARTA DE BERESOVSKI O SALUDOS DESDE EL PASADO
  12. 11. EL KREMLIN O LA RULETA RUSA
  13. 12. EL FRACASO COMO OPORTUNIDAD Y LAS CIRCUNSTANCIAS
  14. 13. LA LLEGADA AL KREMLIN
  15. 14. AMPLIACIÓN DE LA ZONA DE COMBATE
  16. 15. EL PODER Y LOS MEDIOS
  17. 16. SOMBRAS DEL PASADO
  18. 17. EL ENSAYO GENERAL
  19. 18. SOCHI Y EL PODER BLANDO
  20. 19. FRUSTRACIÓN Y LIBERTAD
  21. 20. PACTO Y CONFIANZA
  22. 21. GUERRA Y PAZ
  23. EPÍLOGO
  24. ANEXO
  25. NOTAS
  26. BIBLIOGRAFÍA