1. Así nace un mito
El 11 de enero de 1898 el capitán Manuel Fernández Silvestre, que acababa de cumplir 26 años, cargó en el Potrero de la Caridad contra los mambises cubanos. Lo hizo al frente del segundo escuadrón de caballería del Príncipe que mandaba el comandante Nicanor Poderoso. En su arrojada acción recibió dos heridas de bala que no detuvieron su ímpetu y en el transcurso del combate recibió tres balazos más, once heridas de arma blanca y murió el caballo que montaba. A pesar de que en un primer momento se le dio por muerto, fue trasladado en gravísimo estado al Hospital Militar de Morón, en donde permaneció dos meses antes de trasladarse con licencia durante otros dos meses para reponerse, primero en Santiago de Cuba y luego en La Habana.(1)
Aunque ya había dado con anterioridad muestras de su acometividad y había recibido el bautismo de sangre en 1896 en los combates de Sabana de Maíz, la acción del Potrero de la Caridad marcará definitivamente la figura de Silvestre en la memoria del Ejército español y con el tiempo la narración del hecho alcanzará proporciones míticas. Llegó a escribirse que causó veintiocho muertos al enemigo por arma blanca, que los mambises le ataron a las ramas de un árbol y lo acuchillaron hasta dejarlo por muerto y que fue rescatado por los españoles, casi desangrado, llevándolo al Hospital de Morón.
Juan Pando(2), con más rigor, cuenta que en su segunda carga pasó por un bosque de machetes de los que trece le hirieron en la cabeza, tronco y extremidades. Cayó al suelo junto con su caballo muerto, y pareció que aparentemente había fallecido, gracias a lo cual no fue rematado por los combatientes enemigos. Lo cierto es que recibió un total de 21 heridas que, sumadas al balazo de Sabana de Maíz, totalizaban 22.
De las gravísimas heridas recibidas en este combate le quedarán cicatrices permanentes muy visibles y una importante limitación del uso del brazo izquierdo que Silvestre logrará disimular con habilidad durante toda su vida.
En el reconocimiento al que fue sometido por la Junta de Sanidad Militar el 4 de mayo de 1898 se detallan sus heridas con la austera prosa de los documentos militares: cuatro de arma blanca en la cara, seis en el codo y el antebrazo izquierdo y en ambas manos, seccionando en la izquierda huesos y tendones de los dedos índice, medio y anular. Cuatro de arma de fuego en el hombro y en el muslo derecho que afectan a la parte superior del prepucio y glande, y otras dos en el antebrazo derecho y pierna izquierda.
Como consecuencia de estas heridas, presentaba cicatrices lisas y bien consolidadas en las regiones parietal y occipital hechas con machete; otra cicatriz por arma de fuego en la región deltoidea derecha; otra de machetazo en el antebrazo derecho; otra de arma de fuego en el mismo antebrazo con fractura consolidada de cúbito; otra cicatriz de machetazo en la palma de la mano derecha; otra de machete en la parte posterior del codo; dos en el antebrazo y mano izquierda; dos cicatrices de machete en la cara; una entrada y salida de bala en el tercio superior del muslo derecho, y otras dos de bala en la pierna izquierda. La mayor parte de estas cicatrices no presentaban problemas funcionales, pero sí las de la mano derecha y el codo izquierdo.(3)
El doctor Joaquín Moreno de la Tejera, que presidió la Comisión Militar que examinó su maltrecho cuerpo en La Habana, quedó asombrado por el número y la gravedad de las heridas, y, pese a los intentos de Silvestre de reincorporarse al servicio sin estar del todo restablecido, aconsejó una licencia de cuatro meses y su traslado a la península. Silvestre embarcó en el vapor Montserrat el 16 de agosto, cuando prácticamente ya había terminado la Guerra de Cuba con la derrota de España ante los rebeldes cubanos gracias a la decisiva intervención de la escuadra y del Ejército norteamericanos.
El 21 de septiembre de este mismo año 1898, el ministro de la Guerra, Miguel Correa y García, comunicó a Manuel Fernández Silvestre que se le había concedido el empleo de comandante de Caballería por sus méritos en el combate del Potrero de la Caridad en el lugar del Ciego de Ávila. Así pues, a los 26 años, merced a su arrojo y sus méritos en campaña, el joven segundo teniente que había desembarcado en Cuba el 19 de junio de 1895 en tan solo tres años se había convertido en comandante, iniciando así lo que prometía ser una fulgurante carrera en la milicia.
Muy pocas semanas antes del embarque de Silvestre para Cuba, en junio de 1895, había estallado la que sería la última guerra de la Independencia en la isla tras producirse el Grito de Baire o de Oriente el 24 de febrero de 1895 siguiendo las órdenes de José Martí. Pese al heroísmo derrochado por oficiales como Silvestre, el Ejército español era incapaz de derrotar a los sublevados cubanos, y, tras la intervención militar de Estados Unidos en la isla con el pretexto de la voladura del Maine, la derrota de las tropas españolas sería inevitable.
Naufragio del USS Maine, ca. 1898.
2. Infancia y juventud de Silvestre
Manuel Fernández Silvestre, hijo de Víctor Fernández Villar y de Eleuteria Silvestre y Quesada, nació el 16 de diciembre de 1871 en El Caney, localidad cubana a cinco kilómetros de Santiago.
Prácticamente, nadie de los que ha escrito sobre Manuel Fernández Silvestre ha evitado definir su carácter y su conducta. Se le ha calificado como un hombre resuelto, abierto, impresionable, llano, aunque de trato aparentemente áspero, de lenguaje pintoresco, fanfarrón, convencido de su buena estrella, brusco, impulsivo, imprudente, irreflexivo, ambicioso, arrogante… Casi todo lo que se ha publicado sobre él es cierto, pero, en conjunto, más que una biografía, sobre Silvestre se ha edificado una leyenda que se ha impuesto sobre los hechos reales de su vida.
Ninguno de sus biógrafos ha dedicado especial atención al ambiente familiar en que se había criado de niño ni a la influencia que sobre él pudo tener su padre, teniente del Ejército español en la isla. Apenas se ha destacado que el padre de nuestro protagonista, Víctor Fernández Villar, citado muchas veces como Víctor Fernández Pantinga, fue un oficial que no pasó por ninguna academia.(4)
Ingresó en el Ejército como recluta en la caja de quintos de La Coruña el 27 de febrero de 1861 a la edad de 20 años. Había nacido en Olloniego, lugar a ocho kilómetros de Oviedo, el 15 de marzo de 1841, hijo de Manuel Fernández y de Javiera Villar. Encuadrado en el Regimiento de Caballería a pie, embarcó en Cádiz para la capital de la isla de Santo Domingo el 30 de marzo. En septiembre ascendió a cabo segundo, y el 1 de mayo de 1862, a cabo primero.
Era, con toda seguridad, un hombre echado para adelante. Participó en diversos combates y en junio de 1864 fue trasladado al Regimiento de Cuba que, a pesar de su nombre, estaba destinado en Santo Domingo. Por su actuación en las luchas en el río Jaina bajo el mando de Valeriano Weyler, a quien su actuación le valió la Laureada, le fue concedida una Cruz Militar. Entre el 13 y 15 de octubre participó en los combates de protección a un convoy y por su determinación en los mismos fue ascendido a sargento.
Con motivo de la evacuación de la isla de Santo Domingo, el 5 de junio de 1865 su unidad fue trasladada a Santiago de Cuba. En febrero de 1867 ascendió al grado de sargento primero por antigüedad y el 27 de septiembre de 1868 alcanzó el grado de alférez por su actuación en los combates en defensa de la Villa del Cobre, empleo que consolidó como recompensa por su participación en la acción ocurrida en el Ingenio del Caney el 20 de febrero de 1869. En 1870 siguió combatiendo en diversos frentes, y por los méritos mostrados alcanzó el grado de teniente, consolidando el empleo en el mes de octubre. En 1871 se le concedió la orden de San Hermenegildo, en 1876 fue ascendido a capitán y el 28 de febrero de 1878, a comandante, empleo que consolidó en el mes de noviembre del mismo año.
En 1882, tras más de veinte años en el Caribe, desembarcó en Cádiz, quedando de reemplazo en Valladolid hasta que al año siguiente fue destinado al Regimiento de Húsares de Pavía, donde desempeñará el puesto de cajero del cuerpo. A partir de 1886, se arraigó en Alcalá de Henares, aunque también residió algunas temporadas en Madrid. En 1887, tras alcanzar el grado de teniente coronel, solicitó el retiro, que le fue concedido con carácter definitivo en 1889 con el 90% del sueldo.
Desde luego, Víctor Fernández no fue un hombre vulgar, y, aunque en familia siempre usó su nombre de Víctor Fernández Villar, así aparece en la esquela de defunción de su esposa Eleuteria, es posible que, tras su ascenso a oficial del Ejército, adoptara el nombre de Víctor Fernández Villar y Pantinga por parecerle más apropiado, y así aparece en su acta de matrimonio. Probablemente, un hombre hecho a sí mismo como Víctor Fernández inspirara a su hijo Manuel no solo la vocación militar, sino también la convicción de que el tesón, la audacia y el valor eran instrumentos imprescindibles para ascender en la escala social y alcanzar la cúpula de la institución a la que iba a dedicar su vida.
Así pues, como tantos jefes que alcanzaron su fama en África, Manuel Fernández Silvestre había nacido en una familia de militares destinada en Cuba. Compartía pues origen social y geográfico con los generales Dámaso y Federico Berenguer, José Cavalcanti, Oswaldo Capaz, Emilio Mola, el coronel Gabriel Morales y los tenientes coroneles Enrique Manera y Claudio Temprano.
Su madre, Eleuteri...