Arqueología. Tesoros y tumbas
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Arqueología. Tesoros y tumbas

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Arqueología. Tesoros y tumbas

Descripción del libro

Desde las míticas tumbas de los quimbayas, o la exploración de Machu Picchu, hasta el grandioso descubrimiento de las cuevas de Altamira.¿Cuál es la tumba egipcia más extensa jamás creada? ¿Qué se esconde tras la aterradora e inquietante momia de Deir el-Bahari? ¿Existe un sarcófago egipcio hundido frente a Cartagena? ¿Qué historia subyace tras el descubrimiento de los cadáveres de Pompeya? ¿Los numerosos esqueletos hallados en el Pozo de la Muerte fueron objeto de sacrificio o, por el contrario, se trató de muertes voluntarias? ¿Cuáles fueron las motivaciones de Qin Shihuang para albergar en su tumba un ejército de terracota de más de 8000 soldados? ¿Cuál es el Tesoro de Aliseda? ¿Quiénes fueron los mayores saqueadores de tumbas?Francisco García del Junco, tras su exitoso Eso no estaba en mi libro de Historia de España, vuelve a sorprendernos con una obra repleta de aventuras, tesoros, exploradores, tumbas y misterios por descifrar. Un libro riguroso y fascinante que hará las delicias de los amantes de la arqueología y la historia (y de quienes muy pronto lo serán). Desde la existencia o no de un Diluvio Universal al enigmático legado de los faraones, pasando por la singular disposición de ciertos templos funerarios, un mundo oculto cobra vida en estas páginas para revelar lo que hemos sido. Es decir, lo que somos.«Muchas personas suelen pensar que los descubrimientos arqueológicos son fáciles y se realizan en poco tiempo: llegar, excavar y encontrar. Después, el arqueólogo vuelve a su país desde las áridas arenas del desierto y todos los periódicos cuentan sus brillantes descubrimientos. Sin embargo, casi nunca sucede así.»

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788417418618
Categoría
History
Categoría
World History
Breve guía para robar antigüedades
«Desde que a finales del siglo XVIII se despertó la afición a coleccionar objetos antiguos, han sido innumerables las piedras, los bronces, las estatuas y los cadáveres arrancados de las necrópolis, que hoy llenan las vitrinas de nuestros museos… a mediados del presente siglo [siglo XIX] había en Saqqara cuadrillas de excavadores que revolvían las necrópolis, y libraban verdaderos combates para apoderarse de las antigüedades que encontraban».
(Relato del egiptólogo español Eduardo Toda, en 1889).
Con frecuencia, a veces me preguntan ¿y cómo se conservan monumentos tan antiguos? La respuesta es la siguiente: «más bien, habría que preguntarse cómo es posible que se conserven». Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma… y muchos países más conservaron una gran parte de sus monumentos durante mucho tiempo. Y sí, es increíble el buen estado de muchos de ellos. El tiempo, solamente el tiempo, con frecuencia no es bastante para destruir un monumento. A veces sí. Pero muchas otras veces no. Ha sido el hombre: exploradores, aventureros, traficantes, viajeros, anticuarios y, sobre todo, los cónsules de Inglaterra y de Francia. Todos ellos han hecho tanto daño al patrimonio mundial, que resulta difícil de creer. Vamos a comenzar con el caso de Egipto, el más claro de todos. Pero han sido muchos más como indicaremos brevemente. Sabios y aventureros redescubrieron el antiguo Egipto en el siglo XIX y todos querían su colección de antigüedades.
Pero ¿cómo y cuándo comenzó todo esto? Si hay que fijar una fecha, incuestionablemente, ésta es 1789. Aquel año Napoleón realizó su expedición a Egipto. Esta expedición supuso el inicio del mayor expolio arqueológico de todos los tiempos. Exploradores, arqueólogos, traficantes, auténticas hordas de viajeros europeos que al llegar a Egipto tenían un objetivo común: llegar, ver y llevarse algo. Aunque con desgraciada frecuencia, ese «algo» era, casi siempre, lo mejor que encontraban. Comenzaron los ejércitos de Napoleón que no desaprovecharon la ocasión. Ellos comenzaron y los demás continuaron. Es cierto que la campaña tuvo una consecuencia positiva: la valorización de las antigüedades egipcias, pero su manifestación práctica no pudo ser peor para el país del Nilo. Durante el siglo XIX el arte egipcio fue troceado, esquilmado y repartido entre Inglaterra, Francia, Italia y Alemania. El nivel generalizado al que se llevó a cabo este expolio resulta difícil de comprender. No fue una ciudad, un yacimiento o una necrópolis. Fue todo Egipto. Si alguien cree que exageramos, algunos museos europeos son la prueba irrefutable de lo que decimos.
Todo eso fue posible porque no había ningún control en el saqueo y tráfico de antigüedades. Hay que tener en cuenta que no estamos hablando de pequeñas figurillas o papiros. Estamos hablando de grandes estatuas y enormes trozos de edificios, de pinturas y relieves, de sarcófagos y de momias. En esta competición por dejar a Egipto hecho un despojo jugaron un papel principal Drovetti y Salt, cónsules de Francia y de Inglaterra.
El botín de Francia se lo lleva Inglaterra
En 1798, con solo 28 años y devorado por una ambición enfermiza, Napoleón se lanza a la conquista de Egipto. En Francia, en esos años, gobernaba el Directorio, un grupo de cinco miembros (directeurs) que ostentaban el poder ejecutivo, muy desprestigiado y sin hombres capaces. En ese ambiente, jugando con el afán de gloria de Napoleón, el Directorio le plantea marchar a Egipto, conquistarlo y crear un imperio oriental que llegara hasta la India. Así, de paso, asestaría un golpe mortal en la joya de su eterno rival: Inglaterra. Cuesta trabajo pensar que, esta aventura que acabaría en desastre, la emprendió por iniciativa del Directorio pero para aumentar la popularidad que tenía entre los franceses, sobre todo, pensando en sí mismo.
La armada gala que invadiría Egipto y haría de Oriente su imperio, partió del puerto de Tolon (al sur de Francia) en mayo de 1798. La componían 30 navíos de guerra, casi 300 para el transporte de tropas y 32.000 soldados. Llevaban pólvora y artillería para lo que esperaban que fuera una rápida campaña militar, pero se equivocaron. El mes de julio, tras una escala de una semana en Malta para arrebatar la isla a sus soberanos, los Caballeros de la Orden de San Juan, Napoleón llegó a Egipto y desembarcó en Alejandría. Su afán de gloria le jugó una malísima pasada pues la flota inglesa, que lo perseguía desde hacía semanas, al saber que había tomado Malta supo que iba al norte de África y fue a por él. Para Napoleón, resultaría nefasto.
La conquista de Alejandría se ofrece como una de las grandes victorias en Egipto, pero no podía ser de otra forma, la ciudad solo contaba con 25.000 habitantes y unas murallas ruinosas. Controlar la ciudad era muy importante por su salida al Mediterráneo, imprescindible para no verse acorralados y tener una vía de escape. Después, con Alejandría asegurada, marchó a El Cairo. En esa marcha comenzó su purgatorio africano. Napoleón llegó a pensar —no pequeña torpeza en un estratega— que todo sería tan fácil como la conquista de la ciudad alejandrina. Allí dejó un destacamento que asegurara la ciudad pero, en su marcha a El Cairo, no había contado con dos importantes inconvenientes. Primero la escasez de provisiones: enorme torpeza en la intendencia para un ejército de más de 30.000 soldados. Y segundo el calor, mucho calor, calor en todas partes y a todas horas del día. Y ¡premio para la intendencia! escasez de agua en medio del desierto. La sed llegó a tales extremos que algunos soldados se suicidaron para no pasar aquel tormento.
Mientras los ejércitos de Napoleón se enseñoreaban de Egipto, los 171 sabios de la expedición, hombres de ciencias y letras, medían, exploraban, pesaban, estudiaban, calculaban y reunían una fabulosa cantidad de información y de restos antiguos del país de los faraones. Las piezas arqueológicas repartidas por toda la geografía de Egipto eran innumerables y, tan en la superficie, que todavía no hacía falta excavar. El plan de Napoleón era dominar el país y estaba muy seguro de conseguirlo. Era la seguridad de quien cree que todo le pertenece y, todavía, no se había encontrado con quien le pudiera impedir sus planes. Sin embargo, esto iba a durar tan poco como un sueño de verano. Mientras estuvieron en Egipto, el equipo de «savants» (los sabios), fue cosechando antigüedades, muchísimas antigüedades faraónicas que debían llevar al «museo Napoleón». Hay que ser soberbio para querer erigir el museo más importante del mundo (esa era su idea) con su propio nombre.
Napoleón quiso llegar a Egipto como un musulmán más. Él mismo escribió, para que se comunicase a los egipcios: «Habitantes de Egipto, cuando vuestros gobernantes os digan que los franceses vienen a destruir vuestra religión ¡no les creáis!… Los franceses son verdaderos musulmanes» Y a continuación dio un aviso: «Cualquier aldea que oponga resistencia a los ejércitos franceses será quemada hasta los cimientos».
Pero todo se les derrumbó con la derrota naval de Abukir (o batalla del Nilo), contra el almirante británico Nelson en agosto de 1798. Napoleón había subestimado el poderío naval inglés. Cuando la flota francesa llegó a las costas egipcias, el vicealmirante DAigalliers ocupó un lugar seguro: la rada de Abukir, a 32 km de Alejandría. Sin embargo, Nelson, se jugó el todo por el todo. Atacó abriendo su escuadra en dos a medida que avanzaba en dirección a la flota francesa. El desastre fue enorme para los galos. Nelson, que tanto había perseguido a los franceses, por fin, les había dado caza. Y los términos del tratado de Alejandría, que se firmarían como consecuencia de esta batalla, no iban a ser, precisamente, generosos. En términos militares, para Francia, fue una derrota en toda regla.
Por ese fracaso, desde agosto de 1798, tuvieron que permanecer en Egipto 3 años. Precisamente porque no tenían barcos para volver a Francia. Por eso se dirigió a El Cairo. Cuando llegaron, los habitantes los miraban ya como invasores y no como viajeros desenfadados que iban a conocer un país. Tras El Cairo, en febrero de 1799, Bonaparte va a Siria para buscar un enfrentamiento con los turcos que eran los dueños de Egipto. En una de las poblaciones conquistadas, Jaffa, Napoleón se cubrió de deshonra: mandó ejecutar a 3000 prisioneros turcos porque no podía darles de comer y decía que, si los liberaba, volverían a convertirse en enemigos. Hasta sus oficiales criticaron este asesinato masivo. Después llegó a San Juan de Acre, de gran prestigio histórico y militar. Sin embargo, debido a la defensa anglo-turca no la pudo conquistar. Ya eran demasiados reveses; África y Asia no eran Francia. Decidió volver a Europa y dejar al ejército francés atrapado en Egipto. En realidad era una deserción en toda regla: ante una situación de acorralamiento por parte del enemigo, se escapaba. Fue un acto de deserción. Allí abandonó a sus soldados franceses y, sus soldados franceses, se sintieron traicionados por el general. Ni siquiera tuvo hombría para despedirse de Kléber pues temía que le echara en cara su actitud. Egipto y el deseado imperio oriental fueron el sueño de una noche de verano.
Napoleón acabó yéndose a Francia y dejando a su ejército en Egipto. La huida fue de novela pues se vio obligado a irse de incógnito. Él, que tanto ansiaba la gloria. Ya se encargaría el general Kléber de las conversaciones de paz con Nelson (que recayeron en Menou, por la muerte del anterior).
Como consecuencia de aquel combate naval, el poderío marítimo francés, que nunca fue muy grande hasta el siglo XIX, sufriría uno de sus mayores desastres. En 1801 se firmaron las capitulaciones de Alejandría por las que Inglaterra imponía unas duras condiciones a Francia. Pero las que aquí nos interesan son las derivadas del artículo 16 de dichas capitulaciones. En ese artículo se concretaba que Francia entregaría a Inglaterra todas las antigüedades sacadas de Egipto. Eran aquel cúmulo de objetos que, ahora, después de tantas fatigas, iban a ser para el eterno enemigo de Francia. Tanto los sabios como algunos generales franceses opusieron dura resistencia diplomática. Los sabios por razones científicas y culturales y, los generales, por su afán de lucro personal: pensaban conseguir mucho dinero por las piezas que se quedaran. Pero no estaban en condiciones de oponerse a nada.
El tratado se llama «Capitulaciones de Alejandría» porque fue en esta ciudad donde el ejército inglés impuso sus condiciones. Al principio, una vez terminadas las hostilidades, y Francia sin barcos, el general francés Menou viendo lo que se le venía encima, actuó de manera sagaz, aunque no le sirvió de nada. Mandó al almirante inglés Nelson lo que él consideraba unas condiciones imprescindibles antes de firmar la rendición. ¿Quién era Menou? Un personaje curioso. De esmerada educación pero nulo estratega. Cuando murió el general Kléber, nombrado por Napoleón jefe supremo de Egipto, le correspondió el cargo y, a todas luces, se vio que «le venía grande». Aunque era mayor para su época, en Egipto se enamoró de una musulmana hija del dueño de unos baños. Entonces se hizo musulmán y se añadió el nombre de Abdullah. Fue a él a quien le tocó la desagradable tarea (desagradable para un francés) de negociar las condiciones de una rendición ante un enemigo que ya se sabía vencedor.
El artículo 16 era una de las condiciones propuestas por Menou. Era el 30 de agosto de 1801 cuando las mandó a Nelson. La redacción francesa de dicho artículo era la siguiente:
«Los individuos que componen el Instituto de Egipto y la Comisión de Artes deberán llevarse consigo todos los papeles, planos, memorias, colecciones de historia natural y todos los monumentos de arte y de la antigüedad recogidos por ellos en Egipto».
Pobre Menou. Todavía no se había dado cuenta de que no estaba en condiciones de imponer nada. El mando británico, que conocía bien el botín que los galos habían arrancado de Egipto, no transigió. Estaban al corriente del gran valor de muchos de los objetos que los franceses atesoraban. Calcularon, pusieron, quitaron y redactaron de nuevo con la confianza de quien tiene la sartén por el mango. El artículo quedó así:
«Los miembros del Instituto pueden llevarse todos los instrumentos de artes y ciencias que han traído de Francia. Pero los manuscritos árabes, las estatuas y otras colecciones que han conseguido para la República Francesa serán considerados como propiedad pública inglesa y estarán sujetos a la disposición de los generales del ejército combinado».
Menou y los sabios se escandalizaron, quedaron en estado de shock. No acababan de creerse que los ingleses les quitaran todo lo que ellos habían expoliado a los egipcios. Volvieron a negociar cada uno por separado. Un grupo elegido entre los sabios fue el encargado de entablar nuevas conversaciones que les permitieran llevarse a Francia, al menos, una parte del botín. De nuevo, no se daban cuenta de que habían perdido. Ante la intransigencia británica, uno de los científicos amenazó así: «Quemaremos nuestros tesoros nosotros mismos. Después podrán disponer de nuestras personas como gusten». No obtuvieron apenas nada, aunque las conversaciones se alargaron unas semanas. Y el propio general francés, en quien caía la ú...

Índice

  1. Nota del autor
  2. La tumba más larga de Egipto: el final del túnel
  3. Las momias egipcias
  4. Un sarcófago egipcio hundido frente a Cartagena
  5. Los cadáveres de Pompeya
  6. Sacrificios humanos en la tumba del rey
  7. Los guerreros de la tumba de Xi’an
  8. Lágrimas por la arqueología(o la destrucción de antigüedades)
  9. ¡Tesoros!
  10. Barcos antiguos hundidos en el mar
  11. Un viaje de ida y vuelta
  12. Un descubridor acusado de mentiroso
  13. El mundo subterráneo: las catacumbas
  14. El Diluvio Universal de la Biblia… ¡era verdad!
  15. Qumrán. Los rollos del Mar Muerto
  16. Breve guía para robar antigüedades
  17. El descubrimiento de Machu Picchu: historia de un engaño
  18. ¿Por qué está en Madrid el mayor tesoro de América?