1. EL PRINCIPIO
Cueva abarcante
La cueva, la caverna, el subterráneo, la boca de la Tierra, ha sido desde tiempo inmemorial lugar de la divinidad femenina;22 receptáculo de energía productora y protectora, prototipo de lo continente, arquetipo del vientre y de la matriz de la madre tierra, fuente y cauce del agua purificadora, regeneradora y vivificante.23 Por su carácter abarcante, era figura del principio femenino universal, terreno y divino al mismo tiempo.24 En ella estaban representadas las deidades fecundas que proyectaban su fertilidad en las mujeres, en el ganado y en los campos, porque los pueblos primitivos, llenos de un horror profundo y visceral a la esterilidad de las mujeres, de los animales y de las tierras, a la precariedad de la vida, a la alta mortalidad infantil y al riesgo permanente de guerras, catástrofes y enfermedades, sentían que era justo y necesario adorar a la Tierra para que no dejara de producir sus bienes, sus alimentos, sus milagros de vida. Lógicamente, el culto a la Diosa Madre Tierra fue elemento clave de la religiosidad de las sociedades del sur de la Península Ibérica, de marcado carácter agrícola.25
No es que los antiguos no adoraran al Sol, sino que la Tierra estaba más cerca, era tangible; lo que el Sol daba, lo daba a través de la Tierra, luego la Tierra era mediadora.26 Por eso el ser humano se ha sentido siempre vinculado a la vida tangible y a su trascendencia a través de lo femenino, porque la Tierra es madre, no padre. Y por eso los cultos a la madre universal han sido consustanciales al ser humano, espontáneos, intuitivos, suponiendo en muchos casos el contrapunto de los cultos solares a menudo impuestos por la clase sacerdotal dominante en cada cultura.27 Observemos que, frente a los cultos solares, que veían la muerte como liberación de la «prisión terrena», la religiones de la Gran Madre contemplaban el tránsito como un eterno retorno hacia estados ulteriores de perfección. Dicho de otra forma: donde el culto solar era pesimista, el culto terreno era optimista. Mientras uno basaba su esperanza en la muerte, el otro la basaba en la vida.28
No por casualidad, la cueva ha sido ámbito natural de la Virgen María. En la Reconquista española fueron numerosas las invenciones marianas en cuevas, empezando por Covadonga (Cova dominica, «Cueva de la Señora»), donde dicen que la Virgen cambió el giro de la Historia. En Carmona, un pastor descubrió en «lugar y cueva escondido», bajo las puertas de Morón y Marchena, la imagen de Nuestra Señora de Gracia, que fue llevada al pueblo pero que volvía una y otra vez a la concavidad.29 En tierras de la capital hispalense, en una de las oquedades de extracción de arcilla al otro lado del meandro de San Jerónimo, apareció la Virgen de las Cuevas, que sería titular de la Cartuja.30
De 1492 es la sevillana Virgen del Subterráneo, que apareció bajo los cimientos del antiguo templo renacentista de San Nicolás de Bari.31 Se incorporó así al marianismo de la ciudad un título recurrente. Recordemos a Nôtre-Dame-de-Sous-Terre, la Virgen Negra y templaria de la Catedral de Chartres que tiene en su zócalo la leyenda «Virgine pariturae»: «la Virgen que parirá»;32 a Nôtre-Dame-Sous-Terre, Nuestra Señora de la abadía del Mont-Saint-Michel; a la Soterraña de Ávila y a la de Santa María la Real de Nieva (Segovia).33 Recordemos a la Virgen del Soterraño de Jaén, hoy llamada de la Antigua, y también a la Virgen del Soterraño de Barcarrota (Badajoz), que se apareció a un pastor que cosía su calzado poco después de la cristianización del lugar, vinculado a las tensiones fronterizas de la templaria Olivenza.34 En Sevilla, el telúrico título del Subterráneo aparece cada Domingo de Ramos con la Dolorosa que sigue a la griálica Sagrada Cena Sacramental y al Cristo de la Humildad y Paciencia.
También en cuevas se ha aparecido la Virgen en persona. Cuatro años después de que Pío IX proclamara el dogma inmaculista el 8 de diciembre de 1854 por la bula Ineffabilis Deus,35 la Virgen Inmaculada se apareció dieciocho veces a Maria Bernada Sobirós (Bernadette Soubirous, en francés, para la Historia) en la gruta de Lourdes, afirmando, en la lengua de la chiquilla, el gascón occitano de los cátaros: «Que soy era Immaculada Councepciou»: «Yo soy la Inmaculada Concepción».36 Y en 1917, el 13 de mayo, «la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iria».37
Hasta rezamos a la Virgen de la Cueva invocando o saludando a la lluvia: «Que llueva, que llueva». Aunque no se lo pedimos en Semana Santa, ciertamente.
Toda cueva es concavidad y toda concavidad viene a ser como una cueva. Cóncavo era el Mar de Bronce del Templo de Salomón, imagen de un mar de gracias y virtudes, figuración de las aguas primordiales.38 La Iglesia vio en María un reflejo del Mar de Bronce,39 como ha visto siempre en Ella las aguas esenciales, amnióticas. Quizá por esto existe, más allá del fundamento vinculado a san Fernando y a la conquista de la ciudad,40 la advocación a la Virgen de las Aguas.
Encontraremos la cueva en nuestra búsqueda del Santo Grial. Y, cuando nos encontremos con Nuestra Señora de frente en su paso de palio, sentiremos que estamos en el pórtico de su cueva sagrada.
Montaña de salvación
Las cuevas, puertas de entrada a las entrañas de la madre Tierra, están a menudo en las montañas. Por eso ambos símbolos, aunque parezcan contradictorios, no solo son perfectamente compatibles sino que son incluso complementarios. La piramidal montaña, la gran roca, la muestra de la energía de la Tierra, alta y vertical, siempre ha sido símbolo universal de elevación espiritual, de trascendencia y eternidad, concepto primordial de lo sagrado, lugar de meditación y de comunión de los santos. En Mesopotamia, el centro era la montaña de los países, similar a un zigurat, uniendo Cielo y Tierra. En la India está el monte Meru, colina primordial, rodeada de agua, sobre el cual brilla la estrella polar y en torno al cual giran el Sol y la Luna. El Fénix vuela entre sus árboles. En Egipto, el Ave Fénix se representaba sobre la tierra surgida de las aguas.41
Por su sentido central, nuclear, la montaña es para los pueblos el centro del mundo, el «ombligo de la tierra».42 Y, a imitación de la montaña, todos los templos y todo lugar sagrado son asimilados a una montaña sagrada, axis mundi, punto de convergencia de la Tierra con el Cielo, sellando la puerta del Infierno.43 Para el pueblo judío errante dirigido por Moisés (o por Yavé a través de Moisés), el centro del mundo fue primero el monte Sinaí; lo fue después el monte Tabor; y lo fue definitivamente el monte Moriá. Otro monte, el monte Sión, en las afueras de la ciudad vieja de Jerusalén, lugar del cumplimiento de la promesa de la tierra esperada, tumba de David, cenáculo de la despedida eucarística de Jesús y abadía benedictina de Hagia María dedicada a la Dormición de la Virgen, es sinécdoque de la propia ciudad y de toda la tierra de Israel. Y otro monte, el Calvario, es centro del mundo cristiano, porque en él murió y fue enterrado el Redentor, como recordamos cada Semana Santa.44
Detalle de los grifos enfrentados en los respiraderos bordados del paso de María Santísima de la Esperanza Macarena
Faldón izquierdo del paso de María Santísima de la Estrella Coronada
Tiempo habrá, más adelante, cuando reflexionemos sobre el jardín que es el paso de palio, para encontrarnos con el monte Carmelo, con el profeta Elías, con san Simón Stock y con santa Teresa de Jesús. En la Edad Media, la idea del monte de la salvación solía representarse con un monte y una figura complementaria encima: una flor de lis, una estrella, un creciente lunar, una corona, un triángulo, una cruz…45 Wolfram von Eschenbach, al que estudiaremos a lo largo de este libro, sitúa el Grial en Montsalvatge, el monte de la salvación y de la salud, símbolo de la realización espiritual suprema, sobre el que descendían las llamas del Espíritu Santo; en su cima estuvo el castillo-convento de sus cofrades.46 Albrecht von Scharfenberg, autor del Manuscrito de Fernberger-Dietrichstein, continuación de la leyenda del rey Arturo en la misma línea, describe esta montaña como hecha de ónix y «resplandeciente como la Luna».47
En una montaña cercana a Córdoba fundó el dominico san Álvaro de Córdoba —el que trajo a España el Viacrucis y la devoción a la Virgen de las Angustias— el convento de Scala Caeli, la Escalera del Cielo, en su obra de reforma de la orden.48 También fundó fray Álvaro en Sevilla el convento de Porta Caeli, pero este convento desapareció. Reparemos en que Porta Caeli es la Virgen María, según la Letanía Lauretana, y en que es frecuente representar la alegoría mariana de la Puerta del Cielo en lo alto de un monte. Tal vez imaginó fray Álvaro una montaña en Sevilla…
También la montaña es la Virgen. Son numerosísimas las asociaciones de la montaña con la Virgen María, porque tanto la montaña como la Virgen nos acercan a Dios. En una montaña, con vistas a tres provincias andaluzas, está el santuario del altar del cielo (Ara Caeli), que se edificó a raíz de que Luis Fernández de Córdova trajera la devoción de la Santa María in Aracoeli romana, erigiéndose en la montaña de Lucena el santuario de la que sería patrona de la localidad y del campo andaluz. La Virgen de Araceli goza de gran devoción en Sevilla, con presencia significada en San Andrés.49
Sevilla está rodeada de montañas marianas: al norte, en Cazalla, la Virgen del Monte; al sur, en Villamartín, la Virgen de las Montañas; al este, en Cabra, la Virgen de la Sierra; al oeste, en Moguer, la Virgen de Montemayor, y, ya entrando en la sierra, la Virgen de la Peña en Puebla de Guzmán y su gemelar, la Virgen de Piedras Albas, en El Almendro. Hago aquí un breve inciso sobre las Vírgenes gemelares, un fenómeno que se ha dado frecuentemente, con dos imágenes que inspiran devociones separadas pero complementarias, con determinados rasgos comunes porque están unidas por un vínculo que las hace inseparables y porque en el fondo representan una única entidad sagrada bajo dos aspectos diferentes.50 Y hago el inciso porque no puedo dejar de pensar si no se da un caso de gemelidad en dos Dolorosas paradigmáticas de Sevilla, a ambas orillas del río. Lo dejo ahí, y vuelvo a la montaña.
En Sevilla no hay montes, salvo que consideremos un monte el Cerro del Águila. Pero en Semana Santa sí. Del convento dominico de Nuestra Señora del Monte Sión nos queda, por una parte, un templo desacralizado, ocupado por los notarios, y por otra, afortunadamente, la capilla y la hermandad de Monte-Sión, que rinde culto público a la Oración en el Huerto y a María Santísima del Rosario en sus Misterios Dolorosos. Tenemos a la Virgen de Montserrat, de la hermandad fundada por catalanes devotos de Nuestra Señora de la montaña serrada, la «Moreneta», a la que le cantan en su himno: «Tu nombre dé principio a nuestra historia / que Montserrat es nuestro Sinaí. / Seamos pues las gradas de la gloria: / ese peñón creado para ti».51 Y tenemos el Miércoles Santo a otra Dolorosa: Nuestra Señora de la Cabeza, en homenaje al ejemplo más notable de Virgen Negra de la montaña andaluza, cuyo primer santu...