LA VIUDA CORAJE Y TRES AMIGOS DE UCD EN AZCOITIA Y ELGÓIBAR
Azcoitia: de utopía de la España conservadora
a referente del nacionalismo
Azkoitia (Azcoitia entre 1457 y 1981) se halla en la comarca guipuzcoana de Urola Medio, protegida por el macizo de Izarraitz y atravesada por el río Urola. La villa guipuzcoana se ha distinguido siempre por ser cuna de nombres ilustres ligados a las hazañas militares, la Iglesia, la Ilustración, la política o la pelota vasca. Entre ellos destacan los Caballeritos de Azcoitia, sobrenombre con intención irónica con el que bautizó el jesuita leonés José Francisco de Isla a un grupo de nobles guipuzcoanos que estudiaban las ciencias y letras, con la misma metodología que los centros del saber franceses de finales del siglo xviii. Paulino Garagorri, filósofo donostiarra y liberal orteguiano, incluyó a los ilustrados azcoitianos en la categoría de los «españoles razonantes» con la que da título a uno de sus trabajos. Garagorri destaca su espíritu de robinsones de una isla para la crítica en el océano de esa intolerancia secular que dominaba al país. Aquellos ilustrados vascos fueron los impulsores de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP), primera y modelo de las que diez años después se extenderán por toda la geografía española, por impulso del conde de Campomanes.
Aquel triunvirato de Azcoitia que formaban Manuel Ignacio de Altuna, Xavier María de Munive e Idiáquez, conde de Peñaflorida, y Joaquín de Eguía, marqués de Narros, iniciaron en diciembre de 1764 este movimiento regenerador de influencia francesa. Quizá demasiado para un país que en los dos siglos posteriores daría tantos seguidores al Santo Oficio, el misoneísmo, el trabuco, el absolutismo o el crucifijo. Entre Azcoitia y la vecina Azpeitia hubo siempre una extraña convivencia o una indisimulada tensión entre el espíritu de la Ilustración y la Contrarreforma de la Compañía de Jesús, entre el nacionalismo y el tradicionalismo. A partir del siglo xix terminó por imponerse un catolicismo a ultranza que convirtió a Azcoitia en el principal bastión guipuzcoano del integrismo durante la Restauración y la Segunda República. Un integrismo que dejó firmemente implantado en la vida y costumbres de la población local autóctona un rigorismo jansenista bajo la máxima «Nada sin Dios», todavía presente entre los más ancianos del lugar. Azcoitia fue el pueblo más integrista de España, el feudo electoral de la tendencia católica que anteponía la cuestión religiosa sobre la dinástica. Organizados en el Partido Católico Nacional, sus seguidores encontraron siempre un escaño seguro en el distrito electoral del que formaba parte Azcoitia.
El 31 de mayo de 2015 falleció en Azcoitia Juan Ignacio de Uría Epelde, auténtico albacea de aquellos españoles razonantes en pleno siglo xxi. Uría, descendiente del conde de Peñaflorida, era la reencarnación de los caballeritos fundadores. Lo demostró al frente de la RSBAP entre 1977 y 1979 con su erudición y conocimiento, así como por su determinación para retomar, a la muerte del dictador, el espíritu de los ilustrados azcoitianos del xviii que lucharon por regenerar la sociedad. Alcalde de la villa del Urola por aclamación popular en 1976, en un momento en el que a pesar de la muerte de Franco todavía los alcaldes y concejales tenían que jurar «servir a España con absoluta lealtad al jefe del Estado y estricta fidelidad a los principios básicos del Movimiento nacional». Juan Ignacio de Uría, con el entonces gobernador civil de Guipúzcoa presente, Emilio Rodríguez Román, juró sobre una vieja Biblia y después remitió al rey (con el que tenía relación por la rama familiar paterna) un telegrama pidiendo la amnistía y la restauración foral. Sus contactos con la Casa Real, la nobleza y círculos políticos madrileños le dieron un papel destacado (y desconocido) para asesorar sobre temas vascos al rey y a ministros como Rodolfo Martín Villa.
Por eso fue nombrado senador por designación real en la legislatura constituyente y, a propuesta del PNV, senador en representación del Parlamento vasco durante tres legislaturas entre 1981 y 1987. Contribuyó a la redacción y aprobación del Estatuto de Autonomía para el País Vasco, y pasó a un segundo plano en su pueblo natal. Hay que destacar también que desde UCD y el ejecutivo de Adolfo Suárez se barajó su nombre como posible delegado del Gobierno en Euskadi, quizá como un intento de captarlo para sus filas. Juan Ignacio de Uría no era un nacionalista en sentido estricto, sino más bien un vasquista liberal que podía haber sido una referencia importante para el centro derecha vasco constitucionalista, siempre ayuno de vasquistas destacados. Y siempre forzosamente desplazado por el aberrigintza (hacer patria) del nacionalismo de la posibilidad de erigirse como defensor del herrigintza (construir país). La idea de patria vasca siempre es excluyente porque subordina la libertad de elegir a la obligación de ser, porque supone afirmar permanentemente un nosotros (la comunidad nacionalista) frente a un ellos (los no nacionalistas), con una línea divisoria entre ambos. Nada que ver con la idea de España de la Constitución de 1978, la primera de la historia que no deja españoles fuera.
En esa situación, las diferentes siglas que han representado el centro derecha vasco constitucionalista se han visto condenadas a estar en una esquina del tablero político vasco, con el terrorismo nacionalista apuntando sus armas y con una ideología defensiva de mínimos frente al nacionalismo. El carlismo y el integrismo, unidos al nacionalismo, eran la trilogía ideológica del confesionalismo en el País Vasco durante el primer tercio del siglo xx. De hecho, parte del nacionalismo en Guipúzcoa procede del integrismo. Es el caso de líderes destacados como el primer presidente del PNV en Guipúzcoa, Ignacio Lardizábal, el ideólogo Engracio de Aranzadi, Kizkitza o Telesforo Monzón. Monzón pasaría en su juventud del integrismo al nacionalismo para terminar en sus últimos años en el nacionalismo más integrista. La división entre carlismo e integrismo tenía que ver, más que con las diferencias personales de sus líderes y los resultados en las urnas, con sus mínimas diferencias ideológicas. Ambos eran antiliberales, antisocialistas, foralistas y defensores de un estado confesional. En Azpeitia y Azcoitia las rivalidades vecinales hicieron que la primera fuera carlista y la segunda integrista.
En 1931, trece de los dieciséis concejales del consistorio azcoitiano pertenecían a la Comunión Tradicionalista por tan sólo tres al PNV. Es cierto que a lo largo de la Segunda República la tendencia electoral se fue equilibrando entre tradicionalistas y nacionalistas, pero el tradicionalismo en su versión más integrista siempre mantuvo la hegemonía. Dos datos a tener en cuenta. La corporación municipal de Azcoitia es prácticamente la misma antes y después de la Guerra Civil, que duró dos meses justos en la villa del Urola. La fortaleza del tradicionalismo hizo que Azcoitia fuera una de las pocas localidades del interior de la provincia en las que se registró un intento de adherirse a la sublevación del 18 de julio, al alzarse la Guardia Civil de la localidad y un grupo de boinas rojas. El conato de rebelión fue sofocado y trece vecinos de la localidad fueran encarcelados, entre ellos Felipe Arzalluz Eizmendi, padre del que fuera presidente del PNV. Tras la contienda, Azcoitia continuó siendo un feudo del tradicionalismo en Guipúzcoa, a pesar de los intentos de las autoridades provinciales del Movimiento de introducir cargos afines a Falange. Los falangistas siempre fueron vistos en Azcoitia como un fenómeno extraño, ajeno, hasta el punto de que los autóctonos vascoparlantes solían decir sobre la Falange «aquí no hay afisión a eso».
Durante la dictadura franquista, los carlistas locales mantuvieron su círculo y su calendario de celebraciones, destacando la romería anual de Montejurra a la que fueron varios autobuses del pueblo hasta principios de los años setenta. No faltaba el homenaje en septiembre a seis requetés de la villa, excarcelados poco antes de la entrada de las tropas del general Solchaga y fusilados en Iraeta (Cestona) por un grupo de milicianos en retirada cuando intentaban pasarse a las filas de los nacionales. A ese acto de recuerdo acudían las familias carlistas de Azcoitia, entre ellas los Arzalluz Antia y, según los más veteranos, también acudió en diversas ocasiones Javier, el menor de la familia. Hasta hace pocos años, medio escondida en la maleza, una mole de piedra recordaba a los fusilados por «la horda marxista separatista». Después de la muerte de Franco, durante años, un grupo de mayores, cada vez más reducido por cuestiones biológicas e ideológicas, solía participar en el mismo acto. Entre los mismos había afiliados de Alianza Popular. Uno de ellos era Roque de Arámbarri Epelde, presidente regional de AP del País Vasco entre 1985 y 1988, genuino representante de ese carlismo vascoparlante de más de ocho apellidos vascos, foralista y españolista, que se identificará con AP y UCD.
Arámbarri era un abogado azcoitiarra muy relacionado con los baserritarras (caseros) por su presidencia de la Cámara Oficial Sindical Agraria de Guipúzcoa, organismo vinculado al Sindicato Vertical. Desde el mismo dio el salto a las Cortes franquistas como procurador en dos etapas (1958-1964 y 1971-1977). Su conocimiento de las instituciones del Movimiento y del agro vasco tradicional, así como las transformaciones socioeconómicas experimentadas en su propio pueblo, le llevaron a la conclusión de que ese carlismo casi antropológico, estrechamente vinculado al modo de vida tradicional del caserío, que él había vivido y defendido, era más bien una reliquia en extinción de la que sólo se podían salvar algunos elementos ideológicos como el españolismo, la monarquía, la foralidad y una visión conservadora. Entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, Arámbarri participó en lo que se llamó la Academia Errante, una especie de universidad popular con encuentros entre guipuzcoanos con inquietudes intelectuales de distinta ideología, formación y profesión. En las sesiones desarrolladas en diferentes municipios de Guipúzcoa participaron entre los más conocidos, José Miguel de Barandiarán, Jorge Oteiza, Luis Martín-Santos, Koldo Mitxelena o Julio Caro Baroja, en un clima de respeto y tolerancia entre comunistas, socialistas, liberales, nacionalistas y carlistas.
La intolerancia de la dictadura franquista terminó con la iniciativa por medio del acoso policial. La participación de Roque Arámbarri en aquellos encuentros le transmitieron la inevitabilidad de la democracia, además de la necesidad de un aggiornamento del carlismo. Lo intentó años más tarde con Guipúzcoa Unida (GU), una plataforma electoral que para él representaba a la perfección ese carlismo actualizado. Ante el fracaso en las urnas de GU seguirá defendiendo lo mismo desde Alianza Popular. Su sorpresa llegó en las primeras elecciones municipales en las que los carloshuguistas del EKA obtuvieron dos concejales en Azcoitia. Arámbarri no daba crédito. A pesar de eso siguió creyendo en que del viejo carlismo se podía salvar algo. Las dos primeras personas de Azcoitia con las que compartiría en complicidad la necesidad de un carlismo diferente fueron José Tomás Larrañaga Joxe Txiki y Ramón Baglietto.
Joxe Txiki eta Ramón, casi hermanos de sangre
En Azcoitia todavía recuerdan al alcalde Pedro Alberdi Uría más conocido como Perón Txiki (Perón pequeño) o Perico Ezquerra, por acabar con la prohibición del baile agarrao y colocar la primera piedra para la fábrica conocida durante años como Acerías y Forjas de Zubillaga, a la que cedió gratuitamente los terrenos. Lo del baile agarrado, llamado allí «el dulce meneo», le supuso a Perón Txiki que el párroco retirase en la iglesia de Santa María la Real los bancos y reclinatorios reservados en lugar preferente a los miembros de la corporación municipal. Bajo la atenta mirada de los curas como guardianes de la moral, acompañados por una pareja de la Guardia Civil para mantener el orden, la prohibición eclesiástica reflejaba el ambiente católico integrista que se respiraba, lo que obligaba a los jóvenes del pueblo a ir a las fiestas de otros municipios como Zumárraga o Elgóibar, donde estaba permitido el agarrao frente a la mojigatería local. Pedro Alberdi, antiguo jefe de requetés y delegado local de excombatientes, rompe con la visión más ortodoxa del integrismo que mantenía a ultranza un modelo de industria local alpargatera, con mano de obra exclusivamente autóctona, obligando a más de cuatrocientos vecinos a trabajar en otras localidades próximas. Alberdi apuesta en 1955 por traer a su municipio la industria que evitase el éxodo laboral diario.
Los más viejos del lugar ponen el grito en el cielo porque ven quebrado su modelo de sociedad tradicional, su concepción integral del m...