1. Juan Amos Comenio:
Padre de la pedagogía y la escuela moderna
La primera de las personalidades que vamos tratar es, con certeza, uno de esos precursores de la sociedad contemporánea. Dentro de la historia de la pedagogía hay varios personajes que destacan por sus contribuciones, ya sea innovar, crear, teorizar, etc. Pero hay uno que merece una consideración especial, ya que sus aportaciones marcaron el comienzo de lo que podríamos llamar la educación moderna, en gran por parte de sus prácticas y métodos, siendo además un protagonista vinculado al pacifismo, el intercambio académico o la formación de una liga de naciones que medie entre los conflictos internacionales.
Nuestro personaje nace el 28 de marzo de 1592, siendo bautizado con el nombre de Jan Amos Komensky (luego latinizado como Comenius y en vulgar Comenio) en Moravia, hoy en la Republica Checa. Se desconoce el lugar exacto y tres poblaciones donde pasó sus primeros años se discuten haberlo sido, siento estas Komna, pequeña localidad de cuyo nombre proviene el apellido Komensky; Nivnice, donde pasó su infancia más temprana y donde es más posible que naciera según los historiadores; Uherský Brod, que es el pueblo al que se mudó durante su niñez y donde hoy hay un museo dedicado a su memoria.
Sus padres, Ana y Martín Comenio, humildes agricultores, procedían de Hungría y pertenecían a la hermandad moraba, iglesia descendiente de las propuestas del reformador Juan Huss, anterior a Lutero. De hecho, su nombre le fue puesto en honor a este reformador. Tuvo tres hermanas, pero de pequeño queda huérfano, mueren dos de ellas y tras el incendio de su casa huye con su tía a la población de Straznice; luego pasó por varios tutores que se desentendieron de él y no le pudieron otorgar la educación que merecía. Este hecho le hizo comenzar sus estudios cuando ya tenía dieciséis años en la Escuela de Gramática de Prerov. Con todo demostró ser un alumno brillante y tenaz.
Aprendió latín y sentía especial predilección por los poetas clásicos Virgilio, Ovidio y Cicerón, mostrando gran predilección por la Biblia. Con gran valor y rectitud, Comenio expresaba sus desacuerdos sobre algunos textos ante sus profesores, desconcertándolos por su pensamiento libre y no andarse con rodeos en sus afirmaciones. Todo esto demostraba ya el espíritu librepensador e independiente de una personalidad en ciernes que se cuestionaría gran parte del panorama social de su época hasta el final de sus días. Solía mostrar su disconformidad por el método memorístico con el que se enseñaba en la época y proponía que se buscase el interés de los alumnos hacia los temas a estudiar, con lo que se adelantarían años en el aprendizaje. Eso le llevó a redactar manuales para aprender lenguas de forma natural, tal como se aprende en la infancia, basándose en frases y no en reglas, las cuales debían ser redactadas después por el alumno, tras haber dominado la lengua aprendida.
Gracias a la influencia de Johann Heinrich Alsted (1588-1638), profundizó en el pensamiento de Aristóteles y se adentró en los temas pedagógicos. Además, Alsted fue quien lo motivó en su búsqueda de una conjugación de los saberes, lo que le llevará más adelante a su idea de la Pansofía.
Se formó en algunas de las mejores universidades de la época, como la de Heidelberg, estudiando lenguas, ciencias naturales y teología. Seguidor de Ratke, pedagogo alemán que proponía nuevos métodos de enseñanza y creador del término didáctica. Allí empezó a planificar una sistematización de la pedagogía. Se basaba en que, al igual que la Tierra no era el centro del universo sino el Sol, gracias a las ideas de Copérnico, el maestro no era el centro sobre el que pivotaba la educación, sino el alumno. En gran medida, Comenio sería el Copérnico de la educación. A partir de aquí empiezan sus propuestas de una nueva educación.
Su vida fue un duro peregrinaje en el que tuvo que alternar su docencia como maestro de escuela y reformador educativo a la par de muchos viajes huyendo de las guerras y persecuciones religiosas, ya que sus modernas ideas irritaban tanto a católicos como a protestantes, sobre todo a los calvinistas, y también huyendo de las plagas de peste que asolaron Europa en aquella época. Solo encontró reposo en Inglaterra, Holanda y Suecia, donde sus ideas fueron escuchadas, y en el caso de Suecia llevadas a cabo, de ahí que en el norte de Europa (Suecia, Finlandia, Noruega) aún hoy en día tengan los mejores métodos educativos del mundo.
Se casó tres veces. La primera, en 1618, contaba con veinticuatro años, su mujer se llamaba Magdalena, hermana de un amigo suyo. Tres años después las tropas españolas se acercan a Fulnek, donde vivía. Él decide huir pues sabe lo que le espera a los pastores protestantes como él. Su mujer embarazada lo espera, su hijo nace, pero poco después ella fallece de peste junto a sus dos hijos. No pudo despedirse de ellos ni de la esposa, por lo que les dedica su obra Reflexiones sobre la perfección. Ocho años después, mientras vivía en Polonia, donde se encontraba exiliado, se casa de nuevo. Regresa junto a su familia de su exilio a su patria Checa, 14 años después, mas allí su esposa María Dorotea cae enferma falleciendo al poco y lo deja solo con cuatro hijos. En 1649 se casa por tercera vez, ésta será la única de sus esposas que le sobreviva.
Falleció en Ámsterdam a los 78 años de edad. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Naarden, Holanda. País donde pudo vivir tranquilo y donde residió sus últimos años de una manera simple, sin parar de trabajar, vinculado a lo que él llamaba Lo Único necesario, título de su última obra en la que expone cómo tenemos que vincularnos a aquello que es esencial y desvincularnos de lo no esencial, para tener una vida digna, justa y fructífera. En él vemos un místico, un hombre de Dios, desilusionado de las religiones oficiales, a excepción de la Hermandad Moraba que abocaba por un cristianismo esencial, fuera de dogmas e intermediarios y en la que fue obispo. Pero también vinculado a la reforma social desde la ciencia, desde lo efectivo y práctico para todos, respondiendo a las necesidades reales del ser humano, aquellas que son universales y atemporales, y no las que responden al capricho, lo sectario, caduco y la moda de los tiempos, siempre pasajera. Bebía tanto de la Biblia como de la mitología y el saber clásico.
Hay que decir que gran parte de su trabajo en los países bajos lo dedicó a la cultura de su tierra checa, creando una gramática y diccionario de esa lengua, obras en las que recogía costumbres y folclore, así como realizar una cartografía actualizada de ese país.
Comenio era un cristiano convencido; no obstante, también descubrimos en él alguien que busca el cristianismo más profundo y simple, aquel que es útil para una sociedad mejor, y no la religión que entorpece el desarrollo del hombre. De hecho, llegó a decir: «el primero de los deberes es comer, antes de ser cristiano», significando con ello que había que sacar de la miseria y menguar las grandes desigualdades entre ricos y pobres antes de evangelizar. Tal afirmación le granjeó críticas entre los protestantes. Mas su vocación estaba más bien ligada al esoterismo. Así, era un seguidor de la obra del teósofo alemán Jakob Böhme (1575-1624), al que se ha querido relacionar con el rosacrucismo, el cual expresaba una espiritualidad teñida de un esoterismo fruto de sus profundas experiencias místicas. Pero, sobre todo, será el vínculo directo de Comenio con la Fraternidad, una relación que hará del él un hombre tolerante y respetuoso que le hizo famoso.
En este sentido, tuvo amistad con alguno de los prohombres de la época, la mayoría vinculados, como él, a la tradición Rosacruz, como Jean Valentin Andrea (1586-1654), considerado uno de los promotores de los manifiestos rosacruces de los que hablamos en el capítulo precedente, y autor de Las Bodas químicas de Cristian Rosenkreuts. De hecho, parece que este fue el maestro de Comenio en cuanto a rosacrucismo se refiere. Pasado el tiempo, nuestro protagonista escribió a Andrea recordándole los buenos tiempos pasados en el grupo de Tubingien, y le animaba a regresar a la actividad rosacruz e incluso que lo acogiera de nuevo como su discípulo. Pero en ese momento, Andrea era ya un distinguido pastor luterano y no deseaba que su reputación se viera manchada vinculándosele a una hermandad que ya estaba bastante mal vista por el clero protestante.
Sobre su relación con Descartes hablaremos en el capítulo siguiente, baste decir que el filósofo galo se reunió con él varias veces en su búsqueda incesante de los rosacruces.
Considerado algo más que un simple miembro, Comenio fue uno de los líderes de la mítica Fraternidad en sus albores, aunque él nunca lo afirmó. Cosa lógica por otro lado, pues como se explica en las obras rosacruces, un auténtico Rosacruz nunca revelaría su vinculación a la misma, tal como certifica un rosacruz moderno, Max Heindel, «...ningún verdadero hermano lo hace públicamente. Únicamente los rosacruces conocen al hermano Rosacruz. Ni aun los más íntimos amigos o familia advierten la relación de un hombre con la Orden. Únicamente los Iniciados conocen a los escritores del pasado que fueron rosacruces, porque siempre a través de sus obras brillan las inconfundibles palabras, frases y signos indicativos del profundo significado que permanecía oculto para los no iniciados. Los rosacruces tales como Paracelso, Comenius, Bacon, Hellmond y otros, han dado vislumbres en sus obras y han influido en otros». En este sentido, Comenio, en su libro El laberinto del mundo y el paraíso del corazón, publicado en 1623, expresa claramente las expectativas que había puesto en este movimiento en un capítulo titulado El peregrino contempla a los Caballeros Rosacruces. En esta obra habla en forma metafórica sobre el impacto que el rosacrucismo causó cuando aparecieron los manifiestos, añadiendo que el que no ha encontrado a estos sabios es porque no estaba preparado, pero que no debe desistir en hacerse merecedor de ello y, cuando esté capacitado, los rosacruces se le mostrarán. Además, este capítulo va justo a continuación del que dedica a los alquimistas, los cuales, debido a su ignorancia y falta de pericia, no dominan el Arte y no son capaces de culminar la obra, poniendo a los rosacruces como verdaderos maestros de la transmutación y poseedores de la Piedra Filosofal.
También en su obra Clamores Eliae compara al mundo desde su creación con una gran obra de teatro divino y en relación al momento en que los rosacruces aparecen en escena dice: «…cuya sabiduría (la divina) ha hecho que hace medio siglo la Fraternidad Ros...