LA CATALUÑA AUTÓNOMA Y LA DIPLOMACIA ITALIANA
CATALUÑA Y LA OPOSICIÓN A LA DICTADURA EN LOS MOMENTOS PREVIOS A LA PROCLAMACIÓN DE LA II REPÚBLICA (1930-ABRIL DE 1931)
Una vez hemos situado la presencia social, económica y política italiana en Cataluña, entremos ya en la visión que su diplomacia transmitió, desde Barcelona y Madrid, a Roma.
En septiembre de 1923, en un clima de tensión política y social de gran magnitud, el general Primo de Rivera instauraba una Dictadura reaccionaria y monárquica que tendría en su anticatalanismo uno de sus elementos centrales. Provocada por los diferentes desastres coloniales españoles en Marruecos, por el clima de luchas sociales violentas entre el movimiento obrero anarquista y la patronal (especialmente en Cataluña) y por las demandas del catalanismo, la Dictadura vino a apaciguar a través de la represión todos los problemas existentes en España. Un régimen de orden que, en un primer momento, tendría el apoyo del catalanismo conservador de la Lliga Regionalista, pero que rápidamente se vería contrariado por las medidas anticatalanistas aprobadas: prohibición del uso de la bandera catalana, del uso del catalán como idioma de la administración y, finalmente, disolución la Mancomunidad de Cataluña en 1925.
Con estos orígenes, como ya he comentado anteriormente, la Dictadura, había establecido durante su existencia una política exterior de entendimiento con la Italia fascista de Benito Mussolini. Un cierto mimetismo, por lo menos en las formas estéticas y en algunas formulaciones teóricas y políticas, hizo que Italia considerara la España de la Dictadura una aliada en la política internacional. Además, se establecieron tratados de cooperación económica entre las dos dictaduras mediterráneas como el firmado en 1926. Por eso, cuando a principios de 1930 se empezó a fragmentar la estabilidad política y social que había reinado en España producto de la represión de la Dictadura, los diplomáticos transalpinos destacados en Barcelona o Madrid comenzaron a inquietarse.
Escudo de armas de Italia utilizado en el membrete del Consulado italiano en Barcelona.
Así, después de siete años de Dictadura donde había conseguido «solucionar» en una parte y aplazar en otra los principales problemas del país, en enero de 1930 el general Primo de Rivera dimitía de su cargo y se exiliaba a Parístras comprobar que no mantenía la confianza del conjunto del Ejército español. Después de la dimisión del dictador, el 28 de enero, le sucedía en el poder de la presidencia del gobierno el general Dámaso Berenguer.
Ante aquel nuevo escenario, los observadores del Consulado italiano en Barcelona empezarán a escribir sus informes en un tono progresivamente más alarmante. Una alarma producida por la fuerza en aumento de la oposición contraria a la monarquía de Alfonso XIII, una oposición que en Cataluña estaba representada principalmente por tres sectores: el catalanismo en sus diversas ramificaciones, el republicanismo y el sindicalismo anarquista. Tres corrientes no unificadas, pero en ciertos casos complementarias o, por lo menos, aliadas circunstanciales.
Por otro lado, el sector más importante del catalanismo, como era la Lliga Regionalista y especialmente su principal líder, Francesc Cambó, esperaban que aquél fuera el momento de su reaparición política para acceder de nuevo al gobierno español y, desde allí, imponer sus posiciones ahora desde la presidencia del gobierno.
Con este clima, el 8 de febrero de 1930, el Cónsul italiano en Barcelona, el coronel Guido Romanelli (enviado a la capital catalana en enero de 1927) enviaba un informe al encargado d’Affari de la Embajada de Madrid, O. de Peppo, en el que explicaba la efervescencia política existente en Barcelona después de la dimisión del dictador y las posibilidades futuras de la política catalana: «Es un hecho que actualmente, sea por reacción a la Dictadura o sea porque la Dictadura ha acariciado más que acosado el socialismo, Cataluña está orientada principalmente hacia las soluciones extremas: separatismo y socialismo».
Esta visión, ciertamente extrema, de los últimos meses de la monarquía, pero todavía a un año de la proclamación de la II República, respondía a una realidad política y social incuestionable, que no era otra que la reaparición de la vida política con la apertura del gobierno Berenguer. Sin lugar a dudas, el paso de la Dictadura donde todo partido u opinión política disidente era perseguida a la dictablanda provocaba que con la recuperación de la actividad de los partidos políticos el Cónsul italiano se mostrara preocupado. De este modo, en su informe afirmaba: «todos los partidos se apresuran a reconstituirse y hacerse de cualquier manera vivos; y las gradaciones políticas son tales y tantas que no se pronostica nada de bueno en el porvenir de este país (...)». Esta revitalización del mapa de partidos políticos daba sus primeras señales de vida desde septiembre de 1923 y se manifestaba en una oposición cada vez más fuerte ante el régimen de la monarquía borbónica, un mapa de partidos políticos catalanes que, a partir de mediados de 1930 y hasta marzo de 1931, sufriría una actividad frenética de fundaciones, escisiones y fusiones de partidos y plataformas políticas diversas. Hecho que no sucedía desde que un año antes del golpe militar de Primo de Rivera, cuando el sistema de partidos catalanes acababa de ampliarse en los sectores catalanistas con la aparición de Acció Catalana (ac) como escisión de la Lliga, más nacionalista y más de centro, así como por la formación separatista Estat Català (ec), liderada por el activo Francesc Macià, ambas creadas en junio de 1922. Se trataba de partidos que, una vez fueron puestos en la ilegalidad, liderarían desde diferentes posiciones y acciones, la «resistencia» del nacionalismo catalán a la Dictadura. Al margen de estas formaciones, en 1923 Cataluña estaba dominada por las formaciones monárquicas (liberales y conservadores) y por el Partido Radical de Alejandro Lerroux (formación básica de la ciudad de Barcelona), partidos que en el curso político 1930-1931, con la recuperación de la vida política, no conseguirían reactivar su militancia y sus apoyos sociales por lo que desaparecerían prácticamente de la lucha política en Cataluña.
El Coronel Guido Romanelli, Cónsul italiano en Barcelona entre 1927 y 1933.
Ante la desaparición del bloque monárquico, durante la Dictadura, Macià, líder de Estat Català (y diputado a Cortes desde 1907 a 1923 ininterrumpidamente), y figura ya popular desde 1907, se había convertido en el principal icono del separatismo catalán. Protagonizó las tentativas más destacadas y espectaculares contra la monarquía y el régimen de Primo de Rivera. Fue suyo el intento de alzamiento y conquista de Cataluña desde Prats de Molló en 1926. Y también, aunque fuera de manera indirecta, Macià podría asumir las implicaciones del Complot del Garraf de 1925. Actuaciones que, junto con el proceso judicial al que fue sometido en París como consecuencia del desbaratamiento de lo que se conoció como los «hechos de Prats de Molló», lo convirtieron en una figura de una extrema popularidad en Cataluña y ampliamente conocida en el resto de Europa. A pesar de esto, en 1930, Macià, calificado por el Consulado de «rey del catalanismo», seguía en el exilio dejando el liderazgo del nacionalismo catalán a otras organizaciones entre las cuales destacaba, según la opinión italiana, Acció Catalana. Este partido de la clase media ilustrada, que quiso situarse siempre en el centro político, sería visto por los italianos como la formación potencialmente más preparada para el liderazgo del nacionalismoseparatismo, una proyección o predicción que la evolución política catalana desmentiría como tantas otras observaciones de los diplomáticos italianos que, al fin y al cabo, y de la misma manera que el resto de observadores internacionales, no hacían nada más que jugar al totocalcio (quinielas) de futuribles políticos. De este modo, si ya en el período 1930-1931 Acció Catalana tuvo un papel secundario, aún lo tendría más en los años del régimen republicano, a pesar de contar con destacados políticos e intelectuales en sus filas.
Así, haciendo un retrato de la situación existente en el mapa del catalanismo durante los primeros compases de 1930, el Consulado italiano situaba una Lliga, portavoz de la burguesía industrial y agrícola comprometida con la monarquía (como más adelante veremos), y una Acció Catalana cada vez más próximas a posiciones izquierdistas y con voluntad de colaborar con el obrerismo y con el conjunto de la oposición: «la Acció Catalana, el partido del separatismo, va orientándose hacia la izquierda y no rechaza simpatizar con todas las fuerzas políticas que van desde los liberales hostiles a la monarquía y a los comunistas». Y añadía respecto a los «cantos de sirena» que estos sectores del catalanismo enviaban a los sindicalistas anarquistas: «Hasta el director de La Nau [diario de ac] en su editorial de ayer se lanzaba a exhortar a republicanos y catalanistas a ir al encuentro del proletariado y a vencer la instintiva desconfianza hacia la clase media burguesa. Y La Publicitat [portavoz de ac] en su editorial de hoy rompe una lanza a favor de la libertad de los sindicatos». Esta tentativa de pactos entre el nacionalismo catalán y el anarco-sindicalismo de la Confederación Nacional del Trabajo (cnt), dominante mayoritario del obrerismo en Cataluña, era difícil de concebir para los diplomáticos italianos: «leyendo en el primer número del órgano semanal Acción de la cnt, aparecido el sábado 15 de febrero, el saludo fraternal que el periódico envía a toda la prensa socialista y anarquista, no se ve con qué fórmula elástica pueda hacerse nunca un híbrido entre la burguesía catalana y el elemento trabajador, que no tiene ningún interés en la cuestión catalana».
Ciertamente, la posibilidad de una alianza entre los elementos del nacionalismo catalán de centro izquierda y el anarquismo parecía harto complicada aunque posible en un contexto de oposición a la Dictadura. Aun así, si ya lo había intentado Macià para su operación de Prats de Molló en la que la cnt debería declarar la huelga general, no parecía descabellado del todo un nuevo intento en este sentido. Consideraciones estratégicas al margen, la visión de esta colaboración como un acto político contranatura y a la postre como ejemplo perfecto de las contradicciones del catalanismo sería un elemento que perduraría en el análisis italiano. Como veremos en los siguientes capítulos, una vez ya proclamada la II República Española e instaurada la autonomía en Cataluña, el Consulado insistirá en la imposibilidad de conciliar los intereses del nacionalismo catalán con los de las masas anarquistas y obreras, una cuestión muy compleja y en la que no entraré. Sólo debe remarcarse que, de manera contraria al análisis mayoritario de la historiografía, quizá víctima de una simplificación excesiva, los militantes o simpatizantes de la cnt no eran ni mucho menos enemigos del catalanismo en su totalidad. En su inmensa mayoría eran catalanohablantes y en muchos casos, posteriormente (1931-1936), mantendrían una doble militancia con la principal formación catalanista y de izquierdas catalana: Esquerra Republicana de Catalunya. No obstante, aunque destacados líderes de la cnt hubieran abogado por un discurso anarquista no enfrentado con una noción de catalanidad cultural y política, sí que era cierto que el movimiento político catalanista, por lo menos hasta 1923, había sido liderado por la conservadora Lliga Regionalista: representante de la alta burguesía industrial catalana y de los grandes propietarios agrícolas enfrentados al obrerismo.
Junto con esta aparente contradicción, otro punto de análisis especialmente significativo y que perdurará en el tiempo será la difícil y siempre complicada definición y posición del nacionalismo catalán en el encaje de su discurso en la idea de España. Mientras se calificaba a Acció Catalana de liderar el separatismo, también se constataba la voluntad de parte del...