DIÁLOGOS PATRIÓTICOS
Entre Filopatro, Acerayo y Morós.
PRIMERO.
Fil. ¿Que novedad es esta, querido Acerayo? ¿Tan temprano fuera de casa?... Mas ¡que miro! ¿Tú lloras? Dime ¿que ha sucedido?
Acer. ¿Que ha de ser? Que el cielo se ha cansado de que seamos los americanos los hombres mas felices de todo el orbe.
Fil. ¿Como? explícate: no me confundas. -
Acer. En tierraadentro... en San Miguel, el pueblo de Dolores... Mas, lee, amigo, esa carta que acabo de recibir de Queretaro, y te enterarás de las funestas noticias, que son causa de mi afliccion.
Fil ¡Santo Dios! ¿pero será esto cierto?
Acer. Se ha comunicado de oficio al Gobierno: México está lleno de iguales cartas auténticas: se han tomado ya providencias sabias y executivas, y van á salir tropas en esta mañana.
Fil. ¡Mal grande, amado Acerayo! es preciso que lo confiese. Pero tranquilízate. Pluguiera al cielo que jamas un español americano hubiera cometido tales bastardías; esto es lo mas sensible. Por lo demas no temas conseqüencias mayores. Es una chispa infernal: cierto. Mas el fuego no se extenderá; yo te lo aseguro: se apagará en su origen.
Acer. Así lo espero del Dios benigno que adoramos, y de la Madre Santísima que tan tiernamene nos ama y protege.
FU. Este debe ser el principal apoyo de nuestra confianza en toda tribulacion pública y privada. Pero mucho masen la presente. ¡Ah! Madre mia de Guadalupe, tú que eres la Madre de la paz, y la protectora de Ja tranquilidad que hemos gozado en estos tiempos, tan turbulentos para otras partes del mundo. Tú que en trescientos años has derramado en est3 Nueva España las dulzuras y las delicias del sosiego público, de la obediencia mas sencilla, de la fidelidad mas generosa; tú te ves ahora insultada, profanada en tu imágen, que esos hombres perversos han colocado en las banderas de la rebelion, del libertinage y de la atrocidad!
Acer, ¡Que desvergüenza! ¡que sacrilegio! invocar el nombre santo de nuestra Señora de Guadalupe para atropellar la justicia, para quitar los bienes agenos, para maltratar al próximo, arrastrando de sus casas, de sus talleres, de sus labores, á los hombres honrados, fieles y sencillos.
Fil. El mal hecho hasta hoy ya no tiene remedio. Pero discurramos, mi querido Acerayo, sobre las circunstancias de esta infame revolucion; para sacar en limpio que debemos temer de ella.
Acer. Yo temo muchos y grandes males.
Fil. Yo no, amigo mio, sea que atendamos á los gefes ó cabezas de este alboroto, ó á la calidad de los partidarios, que puedan haberseles unido, ó á los auxilios y pertrechos con que puedan contar.
Acer. Sin embargo de que salí de casa en ayunas, celebraré oirte discurrir en esta materia.
Fil. Sí: escúchame sobre los puntos propuestos. Nos harán chocolate entre tanto: lo tomaremos despues: y continuaremos hablando de los motivos que hayan podido obligar á esos desventurados á émpreader una aventura tan quixotesca como criminal, del objeto de ella, y de la conducta que observan en su execucion.
Acer. Que me place: comienza pues. Los Gafes &c....
Fil. Un tal Allende, joven atolondrado, desconocido por algunas prendas y qualidades brillantes, que pudieran deslumbrar á los menos cautos: ¿que empleos ha obtenido en la república? que comisiones de importancia? que mandos? ¿donde y quando nos ha dado pruebas ó muestras de sus talentos militares, ó de sus virtudes políticas?
Acer. Yo á la verdad es la vez primera que oigo su nombre.
Fil. ¿Y cres tú que pueda haber hombre de seso que piense asociarse á un tal cabecilla? El crédito ó fama anticipada de un gran soldado, de un excelente político, de un poderoso en riquezas, de un bienhechor público, es capaz de atraer en semejantes casos aun á los hombres mas egoistas. ¿Pero que atractivo, que influxo puede tener en los ánimos sensatos un hombre sin talento sobresaliente, sin conocimientos averiguados, pobre de mas á mas, y que no se sabe por otro hecho anterior hasta que grado llegan su valor y su espíritu público?
Acer. Así es: mas el populacho no discurre con tanta finura y acierto, y para la gente del campo dos charreteras en los hombros equivalen á un bordado de General.
Fil. No digas eso, querido. No es tan ignorante nuestro vulgo. Bien podrá ser eso en las rancherías de Tierradentro; pero no en los pueblos, en las ciudades grandes, ni mucho menos en México.
Acer. Convengo: yo hablaba solamente de Ja gente luda del campo que se le ha unido, y á su exemplo pudieran ir haciendo otros lo mismo, y á poco tiempo nos veriamos con un txército tertible como una langosta.
Fil. Vaya, vaya: eres demasiado medroso, y ese n iedo no te dexa discurrir. Te parece á ti que nadie es tan necio que se resuelva á dexar su casa, su muger, sus hijos, su oficio, ó su modo de vivir tranquilo y pacífico por irse tras de un calavera aturdido, un 1). Quixote de la Mancha, solo porque grita: viva Fernando, viva la virgen. ¿Y á que? á matarse sin mas ni mas. ¿Y con que confianza pueden entregarse a! mando de un hombre que en la primera ocasion apurada los dexe perdidos, ó por falta de valor ó de providencias? ¿Habrá alguno tan necio que sin tener experiencia de las calidades de ese General de comedia se exponga á que huyendo forzado de su impericia, ó á impulso de los remordimientos de su conciencia criminal, desampare á los infelices que engañó, y los abandone á ser víctimas de la justicia, y,el oprobio de sus buenos compatriotas? es quimera pensarlo.
Acer. Vamos al otro gefe. El Doctor Hidalgo.
Fil. ¡Que Doctor ni que calabaza!... No ha criado la Universidad de México monstruos de esa clase.
Acer. Así le llaman. En fin, un hombre de sesenta años, criado siempre en el ocio y el regalo.
Fil. Déxate de pinturas: no descubras lo que para el caso es lo menos. Fixémonos únicamente en que es un Sacerdote y un Párroco. ¡Dios inmortal! Un Ministro del Santuario, cuyo oficio era ofrecer la hostia inmaculada y pacífica, ¿se ve hoy á la cabeza de una tropa sanguinaria? El que tantas veces tuvo en sus manos el caliz de la Sangre preciosa, que pacificó al mundo y reconcilió á los hombres con su Dios, ¿hoy derrama por esos campos y pueblos la sangre de sus feligreses y hermanos? El que anunció tantas veces con el Cuerpo de Jesucristo entre los dedos la paz perpetua á los hombres: Fax Domine sil semper vobiscum, ¿ hoy se atreve á introducir la division, la discordia y la anarquía entre nosotros?
Acer. Cosa horrible é inaudita aun entre los mismos bárbaros franceses, pues su malvado Taylerand ha hecho mucho mal con sus consejos y su pluma, pero no con su espada.
Fil. Sí, horrible cosa; mas por lo mismo la mas impropia para seducir y alucinar á los americanos religiosos y píos. Porque un clérigo espadachin, un sacerdote cargado de armas, un cura capitaneando bandoleros, saqueando casas y haciendas, y matando hombres inocentes, es la cosa mas abominable para los que profesan el cristianismo. Y los indios mas sencillos, y los mas pobres menestrales se escandalizan de tal monstruosidad, y huirán cien leguas de un pastor, que como los Nahu.tles del gentilismo se ha convertido repentinamente en l bo carnicero é infernal.
Acer. Tales son los gefes de ese exército, ¿quales serán pues las tropas?
Fil. Esa es otra. ¿Que gente querias tú que juntasen unas cabecillas tan desconcertadas? Una porcion de engañados, otra de perdidos: y el resto? de miserables que se han valido de la ocasion para remediar, aunque por medios ilícitos y muy peligrosos, su indigencia.
Acer. ¿Que llamais engañados?
Fil. Muchos (hasta aquí hombres de bien) que gozaban en su hacienda, profesion y oficio lo suficiente para pasar la vida. Estos no podian haber caido en la tentacion diabólica, sino por las sugestiones y sofisterías de esos dos hombres perversos.
Acer. ¿Que les habrán dicho?
Fil. Eso queda para despues. Los perdidos no necesitaban de muchos sofismas y engaños para seguir á los tumultuarios. Los viciosos y holgazanes están prontísimos para qualquiera maldad. Con alumbrarles solamente las ideas de libertinage y robo, basta para que vuelen en pos del mismo Satanás. Esta clase abunda en todas partes; y no será la que lleve la retaguardia.
Acer. ¿Pues quien irá á la retaguardia?
Fil. El resto, que ya insinué, de indios y pobres jornaleros, que acaso por las escaseces del maiz en estos años fatales habrán engruesado el exárcito parroquial del Cura Hidalgo. Mas estos infelices: y me atrevo á hacer una apuesta: conforme pillen algo se vuelven á sus jacales, sin tomar interes en los progresos y felicidad de las batallas: darán quatro gritos, y en oyendo de la parte contraria un par de cañonazos, dirán, no es esto con nosotros; á casa. Y esto se entiende si los picaros gefes no los hacen ir delante, para que los miserables sirvan de carnaza á las primeras descargas.
Acer. Así lo harán esos picaros, y los pobres indios vendrán á ser los mas sacrificados. Sigílense los auxilios.
Fil. ¿ Auxîlios? Los del cielo quisiera yo para verlos humillados. Pero contarán con los del diablo, enemigo eterno de la paz de los hombres.
Acer. Contarán con el contagio de la seduccion; y que á su exemplo seguirán otros.
Fil. Son unos iniquos. ¿Que idea tan horrenda y tan vil han formado de sus paisanos? ¡Orgullosos! ¿y por que os habiamos de auxiliar en un proyecto descabellado, torpe, violento, injusto y sacrílego? ¿Qual es la razon que os guia? ¿qual el interesante objeto á que nos convidais? ¿quales los medios decorosos y seguros por donde nos quereis conducir? Pero eso luego lo veremos,
Acer. Sí, Filopatro, luego hablaremos de eso. Vamos á sus armas, municiones y víveres.
Fil. ¿Sus armas? Pocas y mal acondicionadas: escopetas y trabucos, que si han sido suficientes para sorprehender á Celaya, no son bastantes para resistir á los fusiles de un regimiento veterano. Lanzas y algunas flechas: buenas para ahuyentar Mecos, pero no para esperar el ímpetu de un esquadron de dragones disciplinados, ni menos para hacer frente á los cañones de campaña. Pólvora: se les acabará presto. Víveres: mientras mas se aumente un cuerpo recogido tumultuariamente, y gobernado por cabezas tan bisoñas, mas escaseces sufrirá, y mas fácilmente ha de confundirse y dispersarse.
Acer. Eso es bien claro. Pero ya está ahí el chocolate.
Fil. Pues desayunémonos, amado Acerayo; y luego proseguiremos nuestra conversacion.
SEGUNDO.
Fil. Ve aquí, amigo Acerayo, que en dos xícaras de chocolate hemos contribuido los regalones con alguna cosa para las necesidades de la Madre Patria.
Acer. ¿Como así?
Fil. En la partecilla que nos toca en el nuevo impuesto del cacao: impuesto suave y sabio, pues insensible á los que tienen algunas comodidades, dexa por otro lado exentos los comestibles de los pobres.
Acer. Sí, contribuya el que quiera regalarse, y los pobres gocen de toda franquicia, que hartas penurias padecen en la carestía natural del trigo, maiz, frixol &c.
Fil. El abaratar estos alimentos de primera necesidad no está en el arbitrio de los hombres. Dios que tiene en sus manos las llaves de los cielos, es quien, segun envia las aguas, los calores y los hielos, abarata ó encarece los frutos de la tierra.
Acer. No nos olvidemos de la conversacion pasada. Prosigue, amigo, d...