
- 114 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
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eBook - ePub
Descripción del libro
La Singularidad Radical puede ser el preludio de la respuesta a la pregunta del lugar del hombre en un mundo donde, aunque prolifera el imperio de lo mismo, se esconde también la radicalidad de lo singular.Se trata de un proyecto original sobre la singularidad humana en la era de la singularidad tecnológica. La obra aborda, de manera única, extrema e incluso irónica, la mutación del humanismo moderno al posthumanismo posmoderno, dejando ver entre líneas la luz natural de la Razón como el origen de todo cambio.
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Información
Categoría
FilosofíaCategoría
Historia y teoría filosóficasLO POSHUMANO O LO POST MORTEM
Todas las culturas han dejado huellas. Nuestro propio crimen sería perfecto, ya que no dejaría huellas y sería irreversible.
Jean Baudrillard, El crimen perfecto
Grande y hermoso espectáculo es ver salir al hombre de algún modo por sus propios esfuerzos de la nada; disipar, a merced de las luces de su Razón, las tinieblas en que le tenía envuelto la naturaleza; elevarse por encima de sí mismo; remontarse mediante el espíritu hacia las regiones celestes; recorrer con paso gigante lo mismo que el sol, la vasta extensión del universo; y lo que aún es más grande y más difícil, volver sobre sí mismo y estudiar al hombre y conocer su naturaleza, sus deberes y su finalidad.
Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes
En esta instancia, la Posmodernidad resulta ya la putrefacción de la Modernidad, pues no es más que una descomposición de los valores universalistas y de las ideas del humanismo original. Descomposición en el doble sentido del término: para la química, hace referencia a la ruptura de sustancias moleculares o iónicas en otras sustancias más pequeñas (equivalente a la atomización e individualización posmodernas y a la pulverización de la totalidad); para la biología, la reducción de un organismo vivo a formas más simples de materia luego de su muerte (como sucede con el cadáver de la Modernidad). Durante la descomposición de un cuerpo, todas las funciones vitales comienzan a mutar de forma radical. Como el cuerpo ya ha perdido su propósito, comienza a fabricar ácidos y gases descontroladamente, se llena de microbios, se hincha, se destroza, hasta la fase última de putrefacción, donde ya pierde casi todo el material cadavérico disponible, toda su masa, y se esqueletiza (el esqueleto solo nos sirve para recordarnos lo que hemos perdido). En este sentido, la Posmodernidad es un estado opuesto a la corporeidad y la totalidad Modernas. La muerte de la Modernidad se llevó con ella la Idea del hombre. Ante este vacío, es la técnica la que se encargará de reconstruir una nueva forma humana, de fabricar una nueva civilización con total control sobre su propia evolución biológica y que se replica como poshumana, haciendo ya dudar de si estamos en lo poshumano, o en lo post mortem.
El humanismo original, el de las nociones liberales de la Ilustración, se fundaba en las cualidades del hombre, en sus aptitudes y virtudes naturales, es decir, en su Yo natural, que se alineaba con el derecho a la libertad y el ejercicio de esa libertad. Desde el Renacimiento y las Luces, el humanismo europeo fundó toda una antropología de la potencia del espíritu humano. Pero parece que el humanismo original es insoportable, y hay que deshacerse de él. Es más, posmodernismo y poshumanismo están intrínsecamente relacionados en el sentido en que la Posmodernidad es una reacción a la Modernidad, como el poshumanismo es una reacción al humanismo. Así como la Posmodernidad es el resultado de la emancipación de la idea de Modernidad y el poshumanismo es la consecuencia de la emancipación de la idea del hombre. Los humanismos trans y pos (si es que aún pueden llamarse humanismos) son formas no-antropocéntricas, pues se basan en elementos tecno-científicos-no-humanos para definir el significado del hombre y de todos los elementos que lo integran, modelos que pulverizan la noción del Yo natural y de la ontología natural. Por ejemplo, el transhumanismo, marketizado y vendido como la mejora del hombre es, en realidad, su desaparición (en ese sentido también es trans, pues se disfraza para encubrir el asesinato del humanismo). Lo transhumano no es, como se cree, más humano, sino, precisamente, el desvanecimiento técnico y utilitario de lo humano, su espectro post mortem reconfigurado por la técnica. Aunque el transhumanismo se plantee como esfuerzo hacia la mejora del hombre, termina siendo una de las vías hacia el poshumanismo, último estadio de fusión completa que terminará en la pérdida total de lo humano, en la integración de todos los seres a un único circuito de información; un sistema abierto en donde nada será interno ni externo, en donde el hombre será tan solo una pieza más dentro de una Pangea cibernética. Los defensores del poshumanismo fantasean con la fusión total entre nosotros y nuestras máquinas; fusión que no es más que un sinónimo para la desaparición del hombre (lo que incluso pone en duda el plan de hibridación, pues habrá una colonización de la técnica sobre el hombre). El pasaje del humanismo moderno al poshumanismo posmoderno es una mutación que solo puede resultar posible no con el mejoramiento del hombre, sino con su deshumanización, que no es más que el proceso en el que el hombre se sale finalmente de su determinación antropológica y de todas las condiciones históricas, sociales, económicas y tecnológicas que han hecho de él un sujeto (por suerte, los robots o los cyborgs del futuro ya no se preguntarán sobre estos asuntos, y mucho menos sobre nosotros).
Parece que el Hombre había sido una invención del siglo XVIII, un fenómeno ya obsoleto (pero aun así peligroso). Para el sistema de valores de la Ilustración, el sujeto era un agente moral que podía sobrepasar su estructuración instintiva gracias a su Razón; un agente racional, autónomo, ético y justo que representaba de forma universal la identidad humana. Para la teoría de los sistemas del Poshumanismo, el concepto de información se impone como principio universal de comprensión, organización y control del hombre; hombres previstos primordialmente como entidades procesadoras de información que son esencialmente similares a máquinas inteligentes (Hayles). Ya desde la Teoría Crítica se había postulado la fragmentación de las identidades culturales con el fin de desafiar los constructos de la Modernidad (las metanarrativas, la racionalidad y las verdades universales) rechazando toda estructura y definición a priori del hombre. Todas las categorías del ser humano, la identidad humana y el cuerpo humano se han vuelto tan porosas y flexibles que predisponen el ensamblaje humano-no humano; toda la visión del humanismo está en juego cuando comienza a desvanecerse el núcleo antropológico que lo ha definido. Cuando el Yo pierde su referencia, su unidad, su estructura y su esencia, se desubstancializa, hace de sí misma un espacio indeterminado para la modificación y experimentación constante, una forma abierta de elementos intercambiables. Y así, nos repetimos una y otra vez que el sujeto de la Ilustración nunca existió y que no hay tal cosa como la naturaleza humana.
Recordatorio: conocer el principio (o la esencia) de las cosas (y del hombre) me ayuda a conocer su finalidad (o su telos).
Al liquidar los universales antropológicos y deshacer todas las premisas de la naturaleza humana, el imperativo pos inaugura una mutación antropológica radical. El ideal de hombre poshumano es ser como los rizomas: poder proliferar en todas las direcciones. Para este optimismo vegetal el hombre es tan solo un conjunto indeterminado de posibilidades que pueden ser descubiertas explorando más allá de los límites insoportables de la naturaleza humana. Todas las existencias deben liberarse de todo límite (y el cuerpo es un límite), dejando de estar sujetas a los límites propios de lo vivo. Estos cuerpos son cuerpos sin órganos (Deleuze y Guattari), cuerpos arrancados del organismo, cuerpos fabricados a través de la experimentación, abiertos a un sinnúmero de conexiones con potencias de todo tipo, cuerpos que no conocen la jerarquización y el orden de lo que llamamos organismo. Para el cuerpo sin órganos, los órganos se vuelven metafísicamente insoportables y hay que deshacerse de ellos. El cuerpo posmetafísico rechaza la idea del organismo como organización formal de los órganos del cuerpo, su organización original y sus estructuras naturales; último estadio de la liberación posmoderna, equivalente a la aceleración, la combinabilidad y la homogeneización de nuestros sistemas y redes de información.
El orden metafísico del cuerpo nos dice que este es la metáfora del alma, su espacio simbólico y su proyección en el mundo. El cuerpo es la expresión material individual de la racionalidad metafísica universal; el cuerpo como tiempo, como representación del sujeto en la temporalidad del universo, como condición universal de posibilidad en el mundo. El sujeto renacentista del idealismo cartesiano, cuya representación era el Hombre de Vitrubio de Da Vinci, había redescubierto las proporciones matemáticas de su cuerpo, cuya arquitectura estaba delimitada por la simpleza del círculo y del cuadrado. Esa misma pureza de los elementos era la evidencia de que el cuerpo era el espacio de la razón áurea, el reflejo de la estructura recursiva en el universo. En la composición, el centro del círculo coincide con el ombligo de la figura humana o, en otras palabras, el origen simbólico del mundo coincide con el origen del hombre. El hombre sería entonces la medida de todas las cosas, a la vez que él está medido por la matemática del universo. Ni el cuadrado ni el círculo lo reprimen, no lo anulan, por el contrario: son las líneas secretas del universo que construyen su forma singular e irrepetible.
El cuerpo es un límite, una forma. La forma es el límite absoluto entre el interior y el exterior, la estructura o la organización esencial del cuerpo, la apariencia singular del cuerpo en la complejidad del mundo. El cuerpo me permite conocerme y, al mismo tiempo, conocer el mundo. El cuerpo es esa línea que crea la forma singular con la que existo, ese límite simbólico donde me uno con el mundo, pero no me pierdo.
Pero cuando el cuerpo pierde su límite, también pierde su forma. La línea secreta del cuerpo desaparece, al mismo tiempo que desaparece el límite que lo remite a una forma. El cuerpo queda totalmente fundido, digerido por el mundo exterior y por toda su ideología. Al superar su fin, su telos, su idea, su aura de transcendencia y su marco de representación, el cuerpo cae en la locura incontrolable de lo que crece más allá de sus fines. Al traspasar los límites es cuando comienza la metástasis, el exceso, la lógica exponencial de la catástrofe. Se saturan todos los signos y todos los elementos, se neutralizan todas las referencias. De repente aparecen anatomías inciertas e indefinidas, corporalidades híbridas y mutantes, cuerpos desregulados que diluyen los límites de lo externo e interno, cuerpos abiertos, explícitos y sin secretos, cuerpos sin afuera y sin adentro, cuerpos con límites difusos, condenados a la constante metamorfosis mediante dispositivos tecnológicos e ideológicos. En última instancia, cuerpos que se han vuelto los vertederos de todos los desechos de las Ideas ya muertas. Es como que todos los desechos van a parar al cuerpo, pues este ya no tiene una definición y termina mimetizándose con su entorno. Y de la misma forma que el arte refleja la miseria del mundo, el cuerpo, como lienzo, ilustra la misma decadencia del sistema de las formas.
Así es como nace la categoría del mutante, como un ser que modifica su composición o su estructura, un ser transgénico y genérico que ya no responde a ningún universal antropológico. Hablamos de mutantes que ya no pertenecen a la ciencia ficción o a la literatura fantástica, son mutantes del más acá, mutantes sin superpoderes pero superproducidos con los signos de todas las categorías. Toda este delirio origina fenómenos extremos como el de Matières Fécales (que se traduce al español literalmente como materia fecal), ambos ectoplasmas carnales que supuestamente buscan un ideal de belleza diferente, pero esconden el perverso deseo de estetizar lo cadavérico. De todas sus representaciones es difícil saber qué es lo que resulta más chocante, pues, como diría Baudrillard, todo el fenómeno pertenece a una categoría de lo más feo que lo feo: lo monstruoso. Estos mutantes son una representación extrema de cuerpos liberados que pueden convertirse en cualquier cosa porque están metafísicamente muertos; cuerpos cadavéricos que ni siquiera tienen la gloria de las momias, que eran el símbolo fosilizado de la inmortalidad post mortem y la supervisión escatológica, sino que se han producido como cadáveres sin haber muerto.
El cuerpo natural (el humano) es insoportable e inaceptable para la visión poshumana del ser. Lo que presenciamos hoy ya es la descomposición de los cuerpos, pero ni siquiera en el sentido de putrefacción post mortem, sino durante su periodo vital, una descomposición que es también parte de las consecuencias de la liberación que dejó todo en una nueva búsqueda de identificación con cada vez menos definición, con cada vez más incertidumbre. Cuando el cuerpo se libera, se torna permutable en todos los sentidos, puede volverse cualquier cosa porque su definición ya no depende de lo que alguna vez llamamos biología o naturaleza ni ninguna otra idea determinada. Si anteriormente el cuerpo solía ser el objeto del espíritu (Spinoza) o la evidencia del movimiento del alma (Aristóteles), hoy no es la metáfora de nada, pues ninguna metáfora interviene en nuestra presencia, ninguna trascendencia interviene en nuestra concepción. Nuestro ser es tan solo un gigantesco encadenamiento molecular o un cúmulo maquinal de información, un depósito de datos extraíbles y cuantificables, el lugar de la virulencia, de la tecnología, de los nanochips, de la ingeniería genética, de la ideología, de la cetosis, del veganismo, de las calorías, del crossfit, de la promiscuidad, de los anticonceptivos, de la asexualidad, de la indiferencia, de la experimentación, de la cirugía plástica, del bótox y de la liposucción, del piercing y de los tatuajes, de la saturación, de los ataques de pánico, de la metástasis total; cuerpos travestis, mutantes, cuerpos totalmente contaminados, cuerpos indiferentes e indiferenciados que se alejan de lo humano en tanto indefinición o robotismo. El cuerpo pierde sus anticuerpos y se vuelve un anti-cuerpo. El cuerpo pierde su objetividad, y se vuelve objeto.
Existen dos momentos después de los cuales el cuerpo puede volverse cualquier cosa: la primera es la liberación, y la otra, la muerte.
Liberación es en sí un destino fatal. Su modo de operación consiste en la transgresión de todo límite. Lo que tienen en común la globalización y el ecologismo es que ambas son formas de abolición de límites, ambas contribuyen a la dilución de la diferencia entre lo interno y lo externo, entre lo humano y lo artificial, entre el yo y el otro. El ser humano queda totalmente expuesto a su entorno, totalmente contaminado por agentes no-humanos que atentan contra la preservación de su singularidad (problema que tampoco parece importarle a Greta Thunberg). Como nos decía Virilio, ya no hay más exterioridad. Incluso a escala mundial la relación exterior-interior está en vías de desaparición. Lo que conocíamos como exterioridad, constitutiva tanto de los individuos como del cosmos, ha desaparecido. Cuando lo global lo engloba todo, se transforma a sí misma en la nueva interioridad, y todos sus elementos internos se vuelven iguales. Por esto mismo, la globalización fue el comienzo del proceso de abolición de la singularidad, pues se trataba de la abolición de los límites a escala global. Y lo peor es que no podremos escapar de ella como nuestros antepasados huyeron de la glaciación.
Todas las energías del ecologismo están puestas en la preservación de la Naturaleza, menos la naturaleza del hombre. ¿Casualidad? Apenas. Según Fukuyama, la naturaleza humana es la suma de los comportamientos y características que son típicas de la especie humana, y que se deben a factores genéticos más que a factores ambientales. La naturaleza humana es el patrimonio hereditario que compartimos como especie, es el signo de nuestra correspondencia universal. Los límites de la naturaleza humana son, en realidad, posibilidades. De acuerdo a la teoría de la gramática generativa de Chomsky, la existencia de esa limitación es lo que proporciona la base para nuestra libertad y la creatividad; si fuéramos organismos plásticos sin preprogramación, el estado que alcanzaría nuestra mente sería un reflejo del entorno y estaría totalmente empobrecido. Como nos dice Chomsky, afortunadamente, estamos preprogramados con sistemas biológicos extremadamente complejos que no son, como se cree, limitantes; sino que son propiedades generativas, siendo la creatividad, por ejemplo, una acción libre dentro de un sistema de reglas. Lejos de lamentarnos por la existencia de los misterios humanos, deberíamos estarles extremadamente agradecidos. Sin límites a la abducción, nuestras capacidades cognitivas tampoco tendrían alcance, de igual forma a que si el legado genético no impusiera restricciones al crecimiento y al desarrollo de un organismo, este se convertiría en una criatura amorfa que refleja los accidentes de un entorno no analizado. Debray: «¿Cómo organizar el caos? Trazando una línea, separando el adentro del afuera». Los límites, que Kant distinguía de los bordes, son la condición misma de toda producción de posibles, son parte de la estructura de lo vivo. Incluso la vida más ínfima, la célula, tiene un límite. La membrana plasmática protege a la célula, a la vez que crea un entorno estable para ella y construye su soporte estructural. La membrana no impide el contacto de la célula con el exterior, sino más bien regula su intercambio con el afuera, proceso esencial en la formación y crecimiento de los seres vivos. Un sistema vi...
Índice
- Portadilla
- Legales
- El peso del vacío o la autopsia de la modernidad
- La epidemia de la liberación
- Lo atómico y lo anatómico
- La humanidad in vitro
- Lo viral
- El big bang o el big data
- El cadáver del arte
- Lo poshumano o lo post mortem
- La singularidad
- Referencias