Política afectiva
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Política afectiva

Apuntes para pensar la vida comunitaria

  1. 200 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Política afectiva

Apuntes para pensar la vida comunitaria

Descripción del libro

Miramos sin entender el entorno, las personas, la vida que transcurre a nuestro alrededor. La imposibilidad de comprender nos inunda, nos inquieta; las palabras no alcanzan. La extrañeza del mundo y de nosotros mismos nos invade. ¿Se trata acaso de un problema personal? Sabemos que no los hay, que estamos vinculados por extrañas afectaciones, que estamos tramados. Pero, miramos y sólo vemos aislamientos. Nos percatamos de que, en algunos gestos, actitudes algo se escurre. Por momentos, un fulgor surge, desaparece y es justamente su resplandor el que nos alienta a seguir adelante. Quizá, una vez más, la vía sea la confianza en nosotros mismos, en los demás y en la vida. La confianza en el enorme poder de creación que poseemos como seres expresivos del mundo-naturaleza. Poseemos el mismo poder de creación que la naturaleza, la capacidad de pensar y de crear en resonancia con la vida. Constantemente desestimamos nuestra potencia al seguir aferrados a una ilusión de nosotros mismos, la de ser individuos separados entre sí. Dejamos de lado nuestra capacidad de encuentro, de composición y armonía.

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Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9789878472140
Edición
1
Categoría
Filosofía

TERCERA PARTE

CONVERSACIONES

CAPÍTULO III-1

Tiempos difíciles

LA CREACIÓN DE NUEVOS MODOS DE VIDA: EL ANHELO DE ALEGRÍA
Vivimos dentro de un mal film, el horror nos paraliza y no nos damos cuenta de que hemos creado nuestra propia película. Un universo imaginario constituye nuestras verdades, nuestra realidad. Pero, el problema no es que sea imaginario; sino que sea un universo devastador, que nos limita, nos cercena.
En estos tiempos, quizás lo más difícil sea abrir la vida a la alegría. Dejar de construir universos mentales aterradores que nos empujan al mar oscuro de la tristeza y la impotencia. Soltar la memoria reactiva que nos deja paralizados, a la espera de lo peor o sumidos en una esperanza ilusoria.
No sabemos cómo crear nuevos modos de realidad-existencia que traigan la posibilidad de la alegría. Tenemos la sensación de que se trata de una labor solitaria, de la necesidad de luchar a brazo partido; olvidamos que somos seres relacionales y productivos. A fuerza de costumbre, pugnamos por la tristeza, nos aferramos a ella, aceptamos una vida temerosa que nos dificulta alcanzar la luminosidad del mundo-naturaleza que nos ofrece la oportunidad de devenir.
Tal vez sólo se trata de comenzar, de pensar e imaginar vidas alegres y abundantes. La imaginación adquiere el vigor de nuestra afectividad, expresa los afectos, nos impulsa a pensar, a efectuar una vida creativa junto a configuraciones vitales amorosas.
Nos preguntamos una y otra vez qué nos pasa. Luchamos en contra de las tristezas, las disimulamos, las negamos. Pero, ellas se esconden, nos esperan y, en el momento menos apropiado, se aparecen. Nos culpabilizamos y culpabilizamos a las personas que nos rodean. Nos preguntamos de dónde salen. Rápidamente, elaboramos respuestas, interpretaciones. Pero, ciertamente, logramos poco. La mayoría de las veces, culminamos empobreciendo nuestro entorno, malogrando nuestros amores; quedamos desconcertados sin saber qué hacer.
Miramos sin entender el entorno, las personas, la vida que transcurre a nuestro alrededor. La imposibilidad de comprender nos inunda, nos inquieta; las palabras no alcanzan. La extrañeza del mundo y de nosotros mismos nos invade. ¿Se trata acaso de un problema personal? Sabemos que no los hay, que estamos vinculados por extrañas afectaciones, que estamos tramados. Pero, miramos y sólo vemos aislamientos. Nos percatamos de que, en algunos gestos, actitudes algo se escurre. Por momentos, un fulgor surge, desaparece y es justamente su resplandor el que nos alienta a seguir adelante.
Quizá, una vez más, la vía sea la confianza en nosotros mismos, en los demás y en la vida. La confianza en el enorme poder de creación que poseemos como seres expresivos del mundo-naturaleza. Poseemos el mismo poder de creación que la naturaleza, la capacidad de pensar y de crear en resonancia con la vida. Constantemente desestimamos nuestra potencia al seguir aferrados a una ilusión de nosotros mismos, la de ser individuos separados entre sí. Dejamos de lado nuestra capacidad de encuentro, de composición y armonía.
Disfrazamos nuestras angustias, nuestros dolores; los cubrimos a golpe de voluntad. Se vuelven vergonzantes; no conviene mostrarlos, puesto que, si lo hacemos, corremos el peligro de ser amonestados, excluidos. Las angustias propias y las de los demás nos aterran, nos defendemos. Ellas se multiplican; vienen con la negación de los afectos, con las interceptaciones de los flujos afectivos, con los abandonos y las soledades.
De pronto, comenzamos a percibir que la angustia individual no es más que una inmensa angustia relacional que expresa un silencioso lamento colectivo. Cada uno lo vuelve propio gracias a las reiteradas novelas familiares, gracias a una memoria atiborrada de recuerdos que han perdido toda su potencia como memoria-mundo, como memoria-creación.
Pensar que la angustia que nos atraviesa y atormenta es singular y colectiva es una vía posible de transitar para encontrarnos con ella, no dejarla escapar. Saberla colectiva es saberla relacional; no se generó en la soledad del individuo, sino gracias a un juego relacional de afecciones, de renuncias y rencores, de tristezas e impotencias. Ella se vuelve intolerable cuando insiste en su negación, cuando la relacionalidad afectiva se detiene de acuerdo a determinaciones preestablecidas; cuando insistimos en salir solos; cuando seguimos con la creencia en el individuo, la autoconciencia y la voluntad.
Es preciso admitir que duelen los abandonos, los desafectos, el maltrato velado, las manipulaciones que, muchas veces sin querer, nos infligimos unos a otros. Por momentos, el dolor ocasiona sensaciones de encierro. Afrontarlo es dejarlo fluir, impulsar su transmutación, dejar que advenga la amorosidad que nos habita: nuestra única pista.
Sin duda, aceptar modificaciones en nuestras vidas resulta difícil. Sólo nos disponemos a transitarlas cuando se agotan todas las posibilidades de permanecer iguales. Preferimos perecer antes que mutar. Llegamos a sostener las peores condiciones de existencia al no percibir la posibilidad de modificarlas. Nos apegamos a las formas habituales. Nos asusta la disolución de las ilusiones, la caída de los ídolos que trae consigo la posibilidad de emprender nuevos rumbos.
Pero, la vida insiste, trae consigo lo insospechado, nos arranca de nuestro estupor cotidiano. Comenzamos a darnos cuenta de que algo ocurre a nuestro alrededor. No podemos reaccionar del modo en que solíamos hacerlo. Nos sentimos atontados, confundidos.
Al mismo tiempo, comenzamos a sentirnos seres capaces de una vida alegre en relación con los demás. Escuchamos nuestras inquietudes, nuestras incomodidades. Nos percatamos de que estas no se solucionan siguiendo las pautas establecidas, de que nuestros pensamientos y sensaciones no se adecuan con comodidad a lo que se dice que es lo correcto. Percibimos que no somos los únicos, que hay otros que experimentan sensaciones parecidas. Lentamente, vislumbramos resonancias que permiten actualizar relaciones, vínculos; nos sentimos acompañados. La relación con nosotros mismos se activa y acrecienta la relación con los demás; comenzamos a percibir la amorosidad propia de la alegría.
Buenos Aires, 2004
LA VIDA COLECTIVA: DISOLUCIÓN DE LAS SOLEDADES, EL SURGIMIENTO DE LA FRATERNIDAD
El sistema de creencia y el orden actual del mundo necesita seres individuados, soledades para cumplir con sus fines de organización y de dominio. Provoca el olvido de nuestro vínculo con el mundo, con nosotros mismos y con los demás; el olvido de la trama afectiva, del devenir y los acontecimientos.
Sin embargo, algunos hombres y mujeres insisten en sus memorias, ejercen su rebeldía, se resisten a la tentación de orden y progreso que sostiene el sistema de creencias hegemónico. No creen fácilmente en los discursos e imágenes que pretenden construir un sistema mental-perceptivo-afectivo con el afán de ajustar los procesos de subjetivación al modelo vigente. Vislumbran que la creación es el medio para un ejercicio de libertad, para la expansión de la potencia singular y colectiva, para la efectuación de nuevos modos de producción y organización comunitarios.
El ejercicio de libertad como enlace entre el deseo y la creación requiere un pensar movilizador. La dificultad de su realización tiene un carácter afectivo. La parálisis en el pensamiento muestra una traba afectiva, un nudo apretado y doloroso de la memoria. La vida afectiva no es una abstracción; expresa las heridas, los atascamientos, los aprisionamientos afectivos que no encuentran la fluidez que permitiría la creación de nuevas configuraciones vitales.
Constantemente, las formas establecidas nos conducen a seguir caminos que nos alejan de nuestras capacidades. Curioso movimiento de nuestras vidas que va dejando atrás nuestros deseos más queridos, nuestros gustos en nombre de un cúmulo de ocupaciones que sólo sirven para legitimarnos ante los poderosos de turno. Como si nuestra existencia tuviese que ser legitimada, como si la vida tuviese que ser justificada.
Nuestra existencia individual y colectiva ha sido largamente devaluada. Es necesario prestar atención; volver a darle el sentido y el valor que le corresponde; percatarse de todas las ocupaciones estériles que asumimos y empobrecen nuestro diario vivir, del peligro de los modelos de vida que parten de una grilla de inteligibilidad que asume el menosprecio de la vida como premisa.
La vida humana ha sido devaluada; se ha construido un sistema de saberes, disciplinas, ocupaciones que determinan la vida de cada uno y de la población en su conjunto. De más está mirar el deterioro de la naturaleza, las guerras, las opresiones de todo tipo que sufren los hombres y las mujeres para darse cuenta de que estamos bajo modelos de vida que nos dejan en la más absoluta soledad con respecto a nosotros mismos, los demás y el mundo. Lo grave de esta situación es que somos nosotros los que la permitimos, la propiciamos y la ejercemos gracias a una infinidad de pequeños actos obedientes en los cuales donamos nuestra potencia singular y colectiva.
La soledad no es propia de lo humano, sino un efecto de producción subjetiva de un modo de pensar, de sentir, de percibir, de hacer. Ella se genera gracias a las difíciles condiciones de existencia; insiste cuando no logramos encontrar las resonancias afectivas, cuando la relación entre los seres se virtualiza hasta el punto de hacernos creer en su desaparición.
La creencia en la soledad, en la separación, en la carencia nos exige una lucha denodada por encontrar algo común. Algo que nos iguale, anule las diferencias intensivas y vuelva soportable los males que nos aquejan. Lamentablemente, nos cuesta darnos cuenta de que no hay igualación posible. La vida nos fuerza a aceptar la singularidad, las diferencias que la animan y nos conducen a crear nuestra propia senda en relación con los demás.
En esta andadura, de pronto, comenzamos a vislumbrar tránsitos compartidos. Las soledades que taladraban nuestras vidas se disuelven. Nos sentimos hermanados. Nos percatamos de que otros se hallaban en las mismas lides, desplegando anhelos libertarios en resonancia con los nuestros. Nos sorprendemos con la aparición de amistades inesperadas, nuevos campos relacionales, nuevas tramas de comunicabilidad.
Buenos Aires, 2004
EL MIEDO Y EL DOLOR DEAMBULAN POR LA CIUDAD
Por las calles, circulan rumores de dolor. Los caminantes asustados vuelven con premura a sus casas. La oscuridad se cierne sobre nuestras vidas. Imaginamos desolación: estamos atemorizados, paralizados. Salimos a las calles con velas en las manos, invocamos la luz que suponemos ausente. Aceptamos viejas palabras de odio, sucumbimos ante ellas como si de nuestro destino se tratase. No logramos salir de los caminos trillados, de las garras de la historia, de lo que nos obligan a pensar, hacer y querer.
Pero, ¿cuál es el problema? Una vez más, perdimos el rumbo del porvenir. Nos aferramos a lo establecido como si de nuestra única opción se tratase; quedamos adheridos a un único modo del cambio, del movimiento, del tiempo. No atisbamos los acontecimientos que constituyen nuestras vidas y traen voces que hablan de creación, de encuentro y de alegrías.
Debemos admitir que lo grave de esta época grave es que aún no pensamos; sólo repetimos discursos, aparatos categoriales insuficientes que nos dejan atrapados, sin respuestas. Aún así, seguimos aceptándolos. Ellos nos dan la ilusión de sostener nuestras vidas, nos garantizan que todo sigue igual. Nos cuesta pensar la mutación que habita en nuestro cuerpo, las relaciones múltiples que nos atraviesan y el amor, tan anhelado e inmerso en un después largamente demorado.
Buenos Aires, 2004
CARTA A UN AMIGO (33)
Lo que ocurrió en Once, por su horror, nos despierta y nos muestra aquello que estaba allí latente esperándonos. Porque las cosas no están bien, aunque constantemente intentemos ocultarlo. Lo sucedido muestra el espanto de lo que estamos viviendo y dejamos pasar sin hacer nada o haciendo muy poco. El hacer que se requiere implica una tarea de pensamiento radical, una génesis permanente de pensamiento que traiga consigo la realización de lo nuevo, la efectuación de una acción rebelde respecto de los planos de organización del Estado y el Mercado contemporáneo, ya que ambos, en el juego móvil de sus matices, obedecen al mismo régimen de producción: el de la equivalencia generalizada, el de la máxima ganancia, el de la escasez y la demanda.
Pensar la tragedia en función de la declaración de la no existencia del Estado tomada como un dato de la realidad es peligroso. Lo sucedido muestra la corrupción, la falta de cuidado propia del régimen de devaluación de la vida en el que estamos viviendo, ...

Índice

  1. Portada
  2. Prologo
  3. En el despliegue y la efectuación de una política afectiva. Afirmar un modo de la filosofía (Sofía Monetti)
  4. En el comienzo…
  5. Un nuevo comienzo…
  6. Primera Parte. Política relacional: política afectiva
  7. Segunda Parte. Breves aportes conceptuales
  8. Tercera Parte. Conversaciones
  9. Bibliografía