El socialismo traicionado.
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El socialismo traicionado.

Detrás del Colapso de la Unión Soviética 1917-1991

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El socialismo traicionado.

Detrás del Colapso de la Unión Soviética 1917-1991

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Índice
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En contra de una creencia muy extendida, la historia del colapso de la URSS no fue el despliegue inevitable de una tragedia a la que conducía la inviabilidad del socialismo soviético. En realidad, fue la historia del triunfo de una cierta tendencia dentro de la propia revolución.En este libro, Roger Keeran y Thomas Kenny sostienen que el derrumbe y desintegración de la URSS no se produjeron a causa del fracaso objetivo del socialismo, como se ha repetido machaconamente desde las derechas occidentales, sino que fueron producto principalmente de las políticas que Mijaíl Gorbachov pu- so en marcha después de 1986. Políticas que no eran las únicas posibles para abordar los problemas existentes, y que surgieron de un debate, tan viejo como el propio marxismo, en el seno del movi- miento comunista acerca de cómo construir una sociedad socialista.Lo cierto es que después de 1985, las políticas de Gorbachov se desplazaron hacia la derecha, basándose en lo que podríamos llamar una visión socialdemócrata del socialismo que debilitaba al Partido comunista, hacía concesiones ante el capitalismo e incorporaba al socialismo soviético ciertos aspectos de la propiedad privada, los mercados y las formas políticas capitalistas. Como resultado, progresivamente, las reformas de Gorbachov condujeron al desastre económico y la desintegración nacional. Y la URSS colapsó.

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Información

Editorial
El Viejo Topo
Año
2014
ISBN
9788494263835
Edición
1
Categoría
History

Sumario

Prólogo a la segunda edición inglesa
9
Prólogo
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1. Introducción
15
2. Dos tendencias en la política soviética
29
3. La segunda economía
73
4. Promesas y presentimientos, 1985-86
99
5. Punto de inflexión, 1987-88
143
6. Crisis y colapso, 1989-91
181
7. Conclusiones y consecuencias
237
Epílogo: una crítica de las explicaciones del colapso soviético
267
Notas finales
287
Índice onomástico
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Prólogo a la segunda edición inglesa
Socialism betrayed se publicó por primera vez en International Publishers en 2004, por lo cual queremos expresar nuestra gratitud a la directora de International, Betty Smith. El hecho de que la primera edición se agotara se debe en gran medida a las reseñas favorables y a la publicidad que obtuvo el libro, en los Estados Unidos de la mano del crítico Mark Almberg para People’s Weekly World, en el Reino Unido gracias a Morning Star, en Irlanda gracias a Socialist Voice, en Canadá gracias a People’s Voice y The Spark, en Australia gracias a The Guardian y Australian Marxist Review, y en Alemania gracias a Marxistische Blaetter. Queremos dar las gracias a los editores y a los críticos de estos periódicos. A pesar de que en los Estados Unidos la mayor parte de críticos lo ignoraron, el libró obtuvo cierta atención en Political Affairs, Science & Society y en Nature, Society and Thought. Dado que recibir críticas negativas es mejor que no recibir crítica alguna, queremos dar las gracias también a los autores de estas reseñas.
Desde 2004, Socialism Betrayed ha sido traducido a varias lenguas. Nos gustaría aprovechar la oportunidad de la segunda edición inglesa para dar las gracias a todas aquellas personas que de alguna manera han hecho posible su publicación en el extranjero. Irina Malenko y Blagovesta Doncheva han sido muy buenas amigas y defensoras entusiastas e infatigables del libro, y es principalmente gracias a sus esfuerzos que el libro se publicó en búlgaro y en ruso. No se lo podemos agradecer lo suficiente. También agra-decemos al doctor Iván Ivanov la traducción rusa y a Algoritm Press la edición rusa. La edición persa del libro se debe a Mohammed Mehryar y a Feridon Darafshi, que se llevaron el libro de Estados Unidos a Irán y lo 9
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presentaron a uno de los héroes de la lucha por la libertad de ese país, Moham med Ali Amooii (a veces escrito Amoui), que tuvo una opinión lo suficientemente buena del libro para traducirlo él mismo. Les debemos un profundo agradecimiento a los tres. En Grecia, una parte del libro apareció en KOMEP, la revista del Partido Comunista de Grecia (KKE) editado por Eleni Bellou. Ella y sus colegas Kyrillos Papastavrou, Vasilis Opsimou, Babis Angourakis y Nikos Seratakis hicieron posible que los autores de este libro asistieran, en diciembre de 2007, a una conferencia internacional en Atenas sobre las causas de la desaparición de la Unión Soviética. Esta conferencia permitió que otras personas conocieran el libro, entre ellas Francisco Melo, editor de Vertices. Él y sus colegas, incluyendo a María Antunes, se ocuparon de la traducción y edición de la obra en Portugal, donde, con el título de O Socialismo Traido, va por la segunda edición. Aytek Alpan puso en marcha su publicación en Turquía. Henri Alleg y Emmanuel Tang tuvieron un papel similar en Francia, y gracias a su iniciativa el libro se pu-blicará en Editions Delga a cargo de Aymeric Monville. A la vez que les damos las gracias, queremos subrayar que el esfuerzo considerable que han hecho estas personas no se explica por el ánimo de lucro, sino porque creían que el libro era valioso y merecía un público amplio.
La segunda edición de Socialism Betrayed se debe a la generosa ayuda de la Dogwood Foundation for Socialist Education. Nos gustaría dar las gracias a esta fundación y a su director, Paul Bjarnason, por la confianza que han mostrado hacia nuestro trabajo.
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Prólogo

En la introducción de su obra de 1957 sobre el levantamiento húngaro, Herbert Aptheker reconocía los riesgos de intentar evaluar algo «tan reciente en el tiempo y tan distante en el espacio», pero decía que lo había hecho, a pesar de todo, porque «tenía que intentar comprender esa revuelta». En este prefacio nosotros reconocemos el mismo riesgo y la misma motivación. El levantamiento soviético no era solamente cercano en el tiempo y distante en el espacio, sino que además quedaba fuera del campo habitual de estudio de los autores: uno de nosotros se dedica a la historia de Estados Unidos y el otro es un economista laboral. Pero, sin embargo, ambos sentíamos la necesidad de entender lo sucedido, y creemos haber llegado a una interpretación razonable y a algunas conclusiones originales.
Y deseamos que estos puntos de vista sean sometidos a lo que Aptheker llamó «la pesadilla de un examen riguroso».
Este libro no habría sido posible sin las generosas contribuciones de muchos amigos que leyeron el manuscrito, corrigieron errores, sugirieron fuentes, añadieron ideas, matizaron juicios, cuestionaron nuestra jerga y frenaron nuestra verbosidad. Queremos dar las gracias especialmente a Bahman Azad, Norman Markowitz, Michael Parenti, Anthony Coughlan y a Betty Smith por leer todo el manuscrito y sugerirnos cambios en la redacción y en el contenido. También queremos mostrar nuestro agradecimiento a los que leyeron todo el manuscrito o partes de él y a los que compartieron con nosotros sus ideas y a veces nos dieron su apoyo: Gerald Horne, Frank Goldsmith, Erwin Marquit, Sam Webb, Elena Mora, Mark Rosenzweig, Gerald Meyer, Joe Sims, Lee Dlugin, Pat Barile, Danny Ru -
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bin, Phil Bonosky, Bill Davis, Evelina Alarcon, Tim Wheeler, Scott Marshall, Noel Rabinowitz, Paul Mishler, Jarvis Tyner, Esther Moroze, Marilyn Bechtell, Gerald Erickson, Constance Pohl, Jackie DiSalvo, Richard and Brawee Najarian, y Jim Miller.
También queremos dar las gracias a los bibliotecarios Mark Rosenzweig, del Reference Center for Marxist Studies, y a Jackie LaValle por ayudarnos en nuestra investigación, y a Eileen Jamison por habernos encontrado numerosos libros y artículos. También nos sentimos agradecidos hacia Gregory Grossman por ayudarnos a encontrar fuentes sobre la segunda economía. También damos las gracias al SUNY Empire State College por conceder un período de excedencia a Roger Keeran durante el que realizó una primera parte de la investigación y la redacción. Queremos agradecer a Catherine Keeran su ayuda, y a Alice y John Ward el alojamiento y la compañía mientras Roger investigaba en la Universidad de Texas. Por las consultas respecto a la cubierta y otros asuntos, queremos dar las gracias a David Granville, Derek Kotz, Ian Denning y Charles Keller, y, por su ayuda técnica, a John Quinn. Por su camaradería, expresamos nuestro agradecimiento a Michael y Mary Donovan, Bill Towne, y a Christina Hassinger del Flannery’s Seminar de Política Contemporánea.
Finalmente, nos gustaría dar las gracias a nuestras esposas, Carol y Mary, que discutieron este proyecto de principio a fin. También soportaron pa-cientemente los fines de semana perdidos, las disertaciones obsesivas sobre la importancia de un tema impopular, las mesas de la cocina cubiertas de libros, un sinfín de papeles y horas interminables de ausencia ante el pro-cesador de textos.
Mark Twain dijo: «Es la diferencia de opinión lo que hace las carreras de caballos». Habría podido añadir que también hace la política. Entre la gente que se preocupa por la política, la caída de la Unión Soviética produce puntos de vista contundentes y variados. A nosotros nos parecía que todo aquel que había visitado un país socialista, había hablado con un ciudadano soviético o había leído un libro sobre socialismo tenía teorías que explicaban y anécdotas que exponían lo que había fallado. Muchos de los que han leído este manuscrito tenían ideas propias y firmes y no compar-12
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tían las nuestras. De ahí que declaremos con más vigor de lo que es habitual que todos los juicios, así como los errores, son responsabilidad de los autores y solo de ellos.
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Introducción

La historia de la última lucha por el poder en la Unión Soviética no es, creo, algo que se pueda entender bien en términos de un despliegue irresistible de grandes fuerzas y tendencias históricas. Al contrario, en muchos aspectos se trata del relato más curioso de la historia moderna.
Anthony D’Agostino, historiador1
Pasmado, asombrado e incrédulo, el mundo presenció el colapso de la Unión Soviética, que arrastró consigo el sistema soviético de gobierno, el antiguo superpoder, el sistema de creencias comunista y el partido de gobierno.
Alexander Dallin, historiador2
La existencia de la Unión Soviética era tan segura como la salida del sol por la mañana.
Porque se trataba de un país sólido, poderoso y fuerte, que había sobrevivido a pruebas extremadamente difíciles.
Fidel Castro3
Este libro trata del colapso de la Unión Soviética y de su significado para el siglo XXI. La magnitud de la debacle dio lugar a declaraciones extrava-gantes por parte de los políticos de derechas. Para ellos, el colapso quería decir que la Guerra Fría había terminado y que el capitalismo había ganado. Significaba «el fin de la historia». De ahí en adelante, el capitalismo iba a representar la forma más elevada, la cumbre, de la evolución económica y política. La mayoría de los que simpatizaban con el proyecto soviético no compartían este triunfalismo de derechas. Para estas personas, el colapso soviético tuvo consecuencias decisivas, pero no alteró la utilidad del marxismo para comprender un mundo que se formaba, más que nunca, 15
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a través del conflicto de clases y las luchas de los colectivos oprimidos contra el poder corporativo, ni hizo tambalear los valores y el compromiso de los que estaban de parte de los trabajadores, los sindicatos, las minorías, la liberación nacional, la paz, las mujeres, el medio ambiente y los derechos humanos. A pesar de todo, lo que le había ocurrido al socialismo representaba tanto un desafío teórico al marxismo como un desafío práctico con respecto a las posibilidades futuras de las luchas anticapitalistas y del socialismo.
Para los que creen que un mundo mejor –más allá de la explotación capitalista, la desigualdad, la avaricia, la pobreza, la ignorancia y la injusticia– es posible, la desaparición de la Unión Soviética representó una pérdida catastrófica. El socialismo soviético tenía muchos problemas (que discutiremos más adelante) y no era el único orden socialista concebible.
Sin embargo, constituía la esencia del socialismo tal como lo definió Marx: una sociedad que había derrocado la propiedad burguesa, el “mercado libre” y el estado capitalista, y los había reemplazado por la propiedad colectiva, la planificación central y un estado obrero. Además, había conse-guido un nivel sin precedentes de igualdad, seguridad, sanidad pública, acceso a la vivienda, educación, empleo y cultura para todos sus ciudadanos, y en especial para los trabajadores de las fábricas y del campo.
Un repaso breve de los logros de la Unión Soviética subestima lo que se perdió. La Unión Soviética no eliminó solamente las clases explotadoras del viejo orden, sino que también acabó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y nacional, la pobreza extrema y las desigualdades flagrantes por lo que respecta a la riqueza, los salarios, la educación y las oportunidades. En cincuenta años, el país pasó de una producción industrial de solo un 12 por ciento de la de los Estados Unidos a una producción industrial del 80 por ciento y a una producción agraria que correspondía al 85 de la de los EEUU. Aunque el consumo per cápita soviético seguía siendo más bajo que el de los EEUU, ninguna sociedad había aumentado su calidad de vida y su consumo con tanta rapidez, y en un período tan corto, para toda su población. El trabajo estaba garantizado. Todo el mundo tenía acceso a la educación gratuita, desde las guarderías a las escue -
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las de secundaria (de ámbito general, técnicas y de formación profesional), a las universidades y a las escuelas nocturnas. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes universitarios recibían un salario. Se disponía de cobertura sanitaria gratuita para todos, y había casi el doble de médicos por habitante de los que había en los Estados Unidos. Los trabajadores que su-frían lesiones o enfermaban tenían garantizado su empleo y se les pagaba un subsidio. A mitad de la década de los setenta, los trabajadores tenían de media 21,2 días laborables de vacaciones (un mes), y los balnearios, los complejos vacacionales y los campamentos para niños eran gratuitos o estaban subvencionados. Los sindicatos podían vetar los despidos y destituir a los directivos. El estado regulaba todos los precios y subvencionaba el cos te de los alimentos básicos y la vivienda. El alquiler suponía solo un 2-3
por ciento del presupuesto familiar; el agua y los servicios públicos solo un 4-5 por ciento. En el acceso a la vivienda no había segregación según los ingresos. Con la excepción de algunos barrios que estaban reservados para los cargos oficiales elevados, los encargados de fábrica, las enfermeras, los profesores universitarios y los porteros vivían puerta con puerta.4
El gobierno consideraba el crecimiento cultural e intelectual como parte del esfuerzo para mejorar la calidad de vida. Las subvenciones estatales mantenían el precio de libros, periódicos y acontecimientos culturales al mí nimo. Como resultado, los trabajadores a menudo disponían de sus propias bibliotecas, y una familia media estaba suscrita a cuatro periódicos.
La UNESCO informaba que los ciudadanos soviéticos leían más libros y veían más películas que cualquier otro pueblo del mundo. Cada año, el número de personas que visitaban museos casi igualaba a la mitad de la población, y la asistencia a teatros, conciertos y otras representaciones sobre pasaba a la población total. El gobierno hizo un esfuerzo coordinado para incrementar la educación y las condiciones de vida de las zonas más atrasadas y para fomentar la expresión cultural de los más de cien grupos nacionales que constituían la Unión Soviética. En Kirguizia, por ejemplo, so lo una entre quinientas personas sabía leer y escribir en 1917, pero cincuen ta años más tarde casi toda la población podía hacerlo.5
En 1983, el sociólogo americano Albert Szymanski reseñó varios estu-17
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dios occidentales sobre la distribución de los ingresos y la calidad de vida soviéticos. Halló que los que recibían mejores salarios en la Unión Soviética eran los artistas, escritores, profesores, gerentes y científicos de prestigio, que podían llegar a salarios tan elevados como 1.200 a 1.500 rublos mensuales. Los altos funcionarios del gobierno ganaban unos 600 rublos al mes, los directivos de las empresas, de 190 a 400 rublos al mes y los obreros unos 150 rublos al mes. Los salarios más altos, por lo tanto, eran solo diez veces más elevados que el salario medio de un obrero, mientras que en los Estados Unidos los directivos de empresas mejor pagados ganaban 115
veces más que los obreros. Los privilegios que acompañaban los cargos importantes, como las tiendas especiales y los coches of...

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